Tres días más tarde, Demi estaba sentada en el salón
comunitario de la casa de piedra esperando a Joe.
Tenían otra cita.
No estaba muy segura de cuánto
más podría aguantar. Se habían evitado el uno al otro desde su último y
apasionado encuentro, pero Joe había terminado por llamarla y había insistido en que era el momento
de hacer otra aparición pública. Así que allí estaba ella, vestida con un traje
corto y ajustado y calzada con unos tacones que le añadían cinco centímetros a
su ya de por sí elevada estatura.
Se había comprado aquel
vestido para Joe. Sabía
que lo volvería loco si enseñaba las piernas. Y el sujetador que había elegido
le levantaba los pechos hasta casi sacárselos del vestido. Joe babearía detrás de aquello
que no podía conseguir.
Y eso era precisamente lo que
aquel idiota se merecía.
Demi miró el reloj. ¿Dónde diablos
se había metido? De todas las noches, había tenido que elegir justo aquella
para hacerla esperar. Estaba comenzando a ponerse furiosa.
¿Por qué sería tan reacio a
hablar de Tara
Shaw? ¿Por qué no
quería confirmar si su relación había sido una farsa o no?
Demi se puso en pie y se echó el
pelo hacia atrás. Se había dejado la melena suelta, moldeando sus rizos con
una espuma especial.
Tara Shaw no tenía nada que envidiarle.
Escuchó el sonido de unos
pasos en la escalera y se giró. Su hermana Rita estaba bajando las
escaleras.
-Guau -exclamó su hermana
deteniéndose para contemplarla-. Vaya transformación. Vas más ajustada que la
mujer pantera.
-Gracias -respondió Demi-. Pretendo hacerle sufrir.
-Ya veo -comentó Rita dirigiéndose a la cocina para
prepararse una taza de té.
-¿Has averiguado ya algo sobre
tu admirador secreto? -preguntó Demi siguiéndola con sus tacones altos.
-No -respondió su hermana
negando con la cabeza.
El día de San Valentín, Rita había recibido una cajita
blanca atada con un lazo rojo. En su interior había un pin, un corazoncito
rodeado por una venda dorada. Habían dejado el regalo en el hospital, lo que
le había llevado a creer que su admirador secreto era alguien relacionado con
el Hospital General de Boston, en el que ella trabajaba.
-Todos los días me pongo el
pin en el uniforme -dijo Rita-.
Sigo esperando que quien me lo regaló se dé cuenta y se identifique.
Demi pensó que podría tratarse de
un celador. O un enfermero. O tal vez un paciente que ya no estuviera
ingresado.
-Tal vez nunca lo averigües.
-Me resulta raro creer que
alguien me deje un regalo y luego simplemente desaparezca.
Después de tomarse la taza de
té, Rita
regresó a su
apartamento, dejando de nuevo a Demi esperando a Joe.
¿Dónde estaría?
Por fin sonó el telefonillo,
anunciando su tardía llegada. Ella le abrió y se quedó observando su reacción,
mientras Joe
se limitaba a
mirarla fijamente.
Pasó mucho tiempo sin decir
una palabra, pero la nuez le subía y le bajaba cada vez que tragaba saliva.
¿Le estaría costando trabajo respirar?
-¿Ocurre algo? -preguntó Demi dedicándole una sonrisa
inocente.
-¿Cómo? No, todo está bien
-respondió él aflojándose el nudo de la corbata.
-Tienes mal aspecto.
Joe parecía sonrojado. Y
excitado. Y estaba tan guapo como siempre. Llevaba un traje de corte impecable
y una camisa que le hacía juego con las motas doradas de los ojos.
El vestido de Demi también era dorado. Por una
vez, no permitiría que él la intimidara. Se merecía una lección. Aquella noche,
ella lo volvería loco de deseo y luego lo castigaría dejándole dormir solo.
-Dame las llaves -dijo Joe de sopetón extendiendo la
palma abierta—. Te dije por teléfono que las tuvieras preparadas.
-Claro, por supuesto. Casi se
me olvida -respondió Demi abriendo
su bolso y sacando un juego.
Él se hizo con ellas y las
metió en el bolsillo. Y luego volvió a mirarla fijamente, como un hombre que
reclamara lo prohibido. Tenía la mandíbula tensa, y su pecho subía y bajaba con
una respiración agitada.
Estaba claro que quería
arrinconarla contra la pared y tomarla allí mismo. Pero, por supuesto, no iba a
hacerlo. Robar un beso no era lo mismo que robar el cuerpo entero de una mujer.
Demi se sentía como la mujer fatal
en la que él había asegurado que podía convertirla, solo que lo había logrado
sin su ayuda. La venganza le sabía muy dulce.
-Vamos a ir a bailar, ¿verdad?
-Así es. A una discoteca del
centro.
-Perfecto, porque tengo ganas
de fiesta.
Demi tenía toda la intención de
tomarse un par de copas. ¿De qué otro modo iba si no a presentarse en público
con aquel vestido que apenas le tapaba el trasero y los pechos casi rozándole
la barbilla?
-Vamos —dijo agarrando su
chaqueta.
Aquella noche no estaba de
humor para preocuparse de lo que el alcohol le podía provocar a su úlcera.
Aquella noche tiraría la precaución
por la ventana y volvería loco a Joe Jonas.
Demi lo estaba volviendo loco. El
cabello, el vestido, aquel escote del que no podía apartar la vista... Y si se
acercaba algún tipo más para bailar con ella, Joe tendría que darle una patada en el trasero.
Nadie, pero nadie, se acercaba
a su chica.
De acuerdo, tal vez Demi no le pertenecía exactamente,
pero habían aparecido juntos en las revistas del corazón, que habían recogido
ya su romance, aunque las fotografías eróticas no habían hecho todavía su
aparición.
Ante los ojos del mundo, Demi Lovato era suya.
Ella se sentó frente a él en
la mesa y le dio un sorbo a su bebida. Había empezando tomando una pina colada,
luego se había pasado a los mojitos y ahora estaba con la margarita.
-No deberías mezclar la
bebida, Demi.
-Esta noche estoy
experimentando.
«Sí, con mis hormonas», pensó Joe.
-Ya estás medio borracha.
-Se supone que estamos de
marcha, montando un escándalo, ¿no? -preguntó ella sacudiendo su melena de
rizos.
«He creado un monstruo», pensó
Joe. «Un monstruo alto, esbelto y
con tacones».
-Tal vez deberías comer algo
-dijo arrimando un plato hacia ella.
Demi dejó la copa sobre la mesa y
agarró uno de los canapés. Después de probarlo, compuso una mueca de sorpresa.
-Pica —dijo comprobando que el
canapé tenía salsa de chile jalapeño.
Demi le dio otro pequeño mordisco
y se puso de pie.
-¿Qué vas a hacer? -preguntó Joe.
-Voy a demostrarte cómo quema.
En un periquete, Demi se colocó delante de él, se
sentó entre sus piernas y le echó los brazos al cuello.
Joe sintió que se quedaba sin
aire en los pulmones. Se le congeló la sangre. Los músculos de su estómago se
encogieron.
Ella le recorrió los labios
con la lengua, convirtiendo el cuerpo de Joe en un puro escalofrío de placer.
-¿Vas a besarme o no? -preguntó
él, maldiciendo su debilidad, el deseo desesperado que sentía por ella.
Demi le acarició la boca
suavemente con los labios. Joe suponía que la mitad de la discoteca los estaría mirando, y aquello lo
excitaba aún más. Quería que todo el mundo supiera que la princesa de hielo era
su chica.
-Primero tienes que contarme
tu fantasía más íntima -dijo ella.
Joe contuvo la respiración. ¿Sería
así de provocativa en la cama?
-Tengo una relacionada con la
miel.
-¿Y qué más? -insistió ella
clavándole la mirada.
-Mujeres con faldas corta
-respondió joe acariciándole
la cintura, y luego las caderas, perdiéndose en sus curvas-. Sin braguitas.
-¿Quieres que me quite las
braguitas para ti, Joe?
Oh, sí. Claro que quería.
-¿Aquí mismo? ¿Ahora?
Sólo si tú te desabrochas los
pantalones para mí -le susurró Demi inclinándose para mordisquearle el lóbulo de la oreja.
Aquello era una locura. La
atracción que sentían el uno por el otro era algo increíble, algo que iba más
allá de lo normal. Funcionaban muy bien juntos. Rematadamente bien.
Demi lo besó por fin, colocando la
boca sobre la suya y absorbiendo su lengua con rabia. Él la succionó a su vez,
una y otra vez. Sabía a tequila, a ron y a jalapeños.
-Quema, ¿verdad? -preguntó Demi retirándose.
«Como la fiebre», pensó Joe.-¿Podrías ponerte otra vez de
rodillas para mí, Demi?
¿Aquí? ¿Ahora? -preguntó ella
alzando las cejas.
No. Cuando estuvieran solos.
Cuando no mirara la gente. Cuando pudiera tenerla sólo para él.
Sorprendido por un miedo
súbito,
Joe la miró a los
ojos. Que el cielo lo ayudara: la quería sólo para él. Pero no solamente por sexo. De pronto, necesitaba algo más profundo,
algo trascendente.
Y eso le daba mucho miedo.
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