jueves, 25 de octubre de 2012

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 13




Maldita fuera. ¿Por qué tenía que parecer de pronto tan vulnerable?
-Lo siento. No quería ofenderte. Es que ha sido una noche muy extraña. Pero si me marcho ahora, no parecerá que hemos hecho el amor. Sólo llevo aquí diez minutos.
Demi no respondió. Parecía algo avergonzada, y seguía mirando al suelo. Al cabo de un instante le­vantó la vista y ambos se quedaron mirándose. La energía que había entre ellos era densa, igual que el aire que Joe tenía en los pulmones.

Demi asintió por fin con la cabeza, y él dejó es­capar un suspiro. No esperaba que ocurriera algo semejante, al menos no hasta aquel punto. Hasta entonces había estado convencido de poder con­trolar la atracción que sentía por ella, pero allí es­taba, atrapado en un estado de total excitación.
-Si quieres, podemos ver alguna película -sugi­rió Demi mientras se sentaba en el sofá y agarraba el mando a distancia.
Joe se sentó a su lado, y ella comenzó a cambiar de canal a toda prisa, del mismo modo que él hacía en su casa cuando estaba aburrido. Pero Demi no estaba aburrida, sino nerviosa, y Joe lo sabía.
-¿Qué te parece esta? -dijo ella tras sintonizar un canal de clásicos en blanco y negro.
Joe asintió con la cabeza, y, sin decir una pala­bra más, ambos se dispusieron a ver una película antigua mientras trataban de engañar a todo el mundo haciéndoles creer que estaban haciendo el amor furiosa y apasionadamente.
¿Cómo se había metido en aquel lío? Demi es­taba sentada frente a un espejo iluminado y respi­raba con ansiedad.
Kerry estaba a su lado, dándole los últimos re­toques a su cabello. La asistente de Joe había de­cidido que Demi debería llevar el pelo suelto para la sesión fotográfica. Pero el problema no estaba allí.
Lo que la preocupaba era el vestuario. Llevaba puesto un camisón de seda roja que se ajustaba a sus curvas, marcándole los pechos y dejando en­trever unas braguitas de encaje.
-Ya estás lista -anunció Kerry.

Demi se puso de pie como un autómata y aceptó la bata a juego que la otra mujer le ofreció. Se la ató con dedos temblorosos y salió del pequeño ca­merino en dirección al estudio.
Lo primero que vio Demi fue la inmensa cama de matrimonio vestida con sábanas de seda rojas y blancas que habían llevado para la sesión. Luego recorrió el resto de la estancia con la mirada y di­visó a Joe. Estaba apoyado sobre una mesita, charlando con Lewis, el marido de Kerry.
Joe levantó la vista y la miró. Cuando sus mira­das se cruzaron, Demi sintió que el corazón se le subía a la garganta. Llevaba puestos unos pantalo­nes vaqueros desteñidos y nada más. Tenía el pe­cho y los pies desnudos. Su estómago mostraba unos abdominales duramente trabajados.
-Nuestra dama ha entrado en el set -dijo Lewis avanzando a su encuentro-. ¿Quieres tomar un vaso de vino? Te ayudará a relajarte. Va a ser una sesión un poco fuerte.
-Gracias, pero creo que podré arreglármelas -mintió Demi-. No quiero beber nada.
Le hubiera gustado tomarse una botella entera ella sola, pero la úlcera llevaba un par de días mo­lestándola, y, en aquellas condiciones, el alcohol agravaría su estado.
-Entonces, empecemos.

Lewis les dio instrucciones a Joe y a Demi para que se quedaran a los pies de la cama mientras él manipulaba la cámara. Kerry ajustó las luces, de­jando a Joe y a Demi solos.
¿Estaría nervioso él también? Demi no lo había visto nunca tan callado.
-Esto es muy extraño, ¿verdad? -dijo ella, tra­tando de iniciar una conversación.
-Sí que lo es -respondió JOe asintiendo con la cabeza.
Ambos se quedaron callados. Demi  le echó un vistazo a la cama y se dio cuenta de que tenía en­cima almohadas con fundas de encaje. Era un es­cenario muy bonito, con dos grandes candela­bros de hierro situados a ambos lados de la cama. Las velas encendidas inundaban la estancia con su cera aromática, creando un ambiente román­tico.


-Muy bien -dijo Kerry desde detrás del objetivo de su cámara-. Que empiece el espectáculo.
Joe avanzó un paso hacia Demi y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. A ella le gustó la dulce sensación como de aleteo de mariposa, pero el fotógrafo no estaba en absoluto impresionado.
-Vamos, Joe -lo increpó-. Puedes hacerlo me­jor.
Joe estiró el brazo para desatarle el cinturón de la bata, y ella retuvo el aire en los pulmones mientras él le deslizaba la prenda por los hombros hasta dejarla caer al suelo. Demi permaneció de pie frente a él con aquel camisón rojo y los pezo­nes rozándose contra la seda de color de fuego.
En algún lugar recóndito de su cerebro, Demi escuchó el sonido de un «clic». Lewis debía estar haciendo fotografías, atrapando aquel momento.
Joe se inclinó hacia ella y la besó, y Demi se ol­vidó de la cámara. Sus besos eran cálidos y húme­dos, delicados y al mismo tiempo incitadores. Joe sabía a caramelo de menta y a cerveza, a belleza masculina y a lujuria.

-Quítale el cinturón -le escuchó decir a Lewis.
Demi estuvo de acuerdo. Quería tocar a Joe, y no le importaba que Lewis y Kerry estuvieran mi­rando.
Tendió las manos hacia el cinturón y sintió el escalofrío que a él le recorrió el cuerpo. Dejaron de besarse y se quedaron mirándose el uno al otro. Demi le desabrochó la hebilla de plata. El me­tal estaba frío, pero la piel de bronce de Joe irra­diaba calor.
Demi le sacó el cinturón de cuero por las trabi­llas del pantalón, y Lewis le dio instrucciones para que lo arrojara sobre la cama y le bajara a Joe los pantalones.
Ella se dijo a sí misma que era perfectamente capaz de hacerlo, pero tras desabrochar los dos primeros botones, se encontró con una inespe­rada dureza en la bragueta de Joe, y se le queda­ron los dedos congelados. Estaba excitado por su contacto.
-Continúa -ordenó Lewis.

Demi se mordió el labio inferior y desabrochó el tercer botón.
-Muy bien -dijo el artista-. Ahora, ponte de ro­dillas.
Impactada, Demi miró a Joe. Él le dedicó una sonrisa de niño travieso que le aceleró el corazón.
Se recordó a sí misma que aquello no era real, que aquella sesión de fotos era tan falsa como su romance.
Deslizándose por su cuerpo, Demi se hincó de rodillas y lo miró. Observó que tenía una línea de vello que comenzaba justo en su vientre y desapa­recía por la cinturilla, ahora abierta, de los panta­lones.
Deseaba recorrerla con un dedo, pero no se atrevió. Joe no apartaba la vista de ella, y Demi  apenas podía respirar.-Perfecto -dijo Lewis, encantado con lo que él creía que era pura profesionalidad-. Hemos ter­minado.

Demi se puso de pie, y nadie del equipo dijo ni una palabra, ni siquiera Lewis. Recogió su equipo mientras Kerry le tendía la bata a Demi. Joe se dio la vuelta para abrocharse los pantalones, no antes de que ella le echara un vistazo a su bragueta, sin­tiendo cómo se le calentaba la piel al hacerlo.
Joe carraspeó y ella se ató la bata, preguntán­dose cómo iban a enfrentarse el uno al otro du­rante el almuerzo para el que habían quedado con anterioridad.
Joe tenía la vista clavada en la carretera. Demi estaba sentada a su lado, con aspecto formal y arreglado, pero él no podía quitarse la otra ima­gen de la cabeza.
Aquella en la que ella estaba de rodillas delante de él, con el cabello alborotado, sus ojos violeta, y aquel camisón de seda ajustándose a cada una de sus curvas.
Joe sentía que ya nunca volvería ser el mismo.
Se removió con impaciencia en el asiento. Se­guía excitado, peleándose contra aquella parte de su cuerpo que se negaba a comportarse como era debido.

-No estoy de humor para hablar con nadie -dijo él-. Tal vez podríamos perdonarnos la cena.
-¿Quieres llevarte algo de comida preparada? -preguntó Demi.
Joe no estaba muy seguro. Ir al apartamento de Demi no le parecía buena idea, y tampoco que­ría llevarla a su propia casa, porque no podía pen­sar en otra cosa que no fuera ponerla de rodillas.
-¿Por qué no comemos algo en el coche? -sugi­rió desviándose hacia una hamburguesería que había al otro lado de la calle-. ¿No te importa?
-Claro que no -respondió ella-. Me tomaré un batido.
-Sí, yo también.
Joe pensó que era una buena idea beber algo frío, algo que aplacara el fuego que le quemaba las entrañas. Se dirigió a la ventanilla en la que se hacían los pedidos desde el coche y ambos pidie­ron el mismo menú. Joe se dio cuenta de que aquello les pasaba muy a menudo: Les gustaba la misma comida, las mismas películas, los mismos muebles...

Joe aparcó allí cerca y comenzaron a desenvol­ver sus menús en silencio.
-Lo has hecho muy bien, Demi -dijo él para romper la tensión-. Me refiero a la sesión de fotos.
Joe se estremeció al recordar el tacto de sus dedos sobre su bragueta.
Ella levantó un instante la vista para mirarlo an­tes de volver a desviarla, y Joe fue consciente de lo tímida que de pronto parecía. La princesa de hielo siempre se las arreglaba para confundirlo.
-Gracias. Tú también lo has hecho muy bien -respondió Demi antes de darle un mordisco a su hamburguesa-. ¿Cuándo llegarán las fotos a la re­vista?
-Si todo sale según lo previsto, en el próximo número.
-¿Tan pronto?

-Sí. Tan pronto —repitió Joe echándose un poco de Ketchup-. Y ya verás la atención que va­mos a despertar en la prensa. ¿Tienes un juego ex­tra de llaves de tu casa?
-Sí -contestó ella parpadeando-. ¿Por qué?
-Para no tener que esperar a que me abras. Cuando comience el acoso de la prensa nos van a empezar a seguir los reporteros. No quiero que­darme atrapado en el porche de tu casa mientras todas las cámaras disparan sus luces contra mí.
-Nunca le he dado a ningún hombre las llaves de mi casa.
-Te las devolveré en cuanto todo esto termine -aseguró Joe antes de darle otro mordisco a su hamburguesa—. Yo tampoco le he dado a nadie las llaves de la mía.
-¿Ni siquiera a Tara Shaw? -preguntó Demi la­deando la cabeza.
-Eso pasó hace mucho tiempo -contestó Joe, que no tenía ninguna gana de hablar del pasado-. Y por aquel entonces yo estaba viviendo en Holly­wood.

-No puedo imaginaros a ti y a Tara juntos -ase­guró ella sentándose más estirada-. Ni siquiera es­toy muy segura de que vuestra historia fuera real.
-Mi relación con Tara no es asunto tuyo -res­pondió Joe golpeando el volante con los dedos, visiblemente irritado.

-¿Por qué? ¿Porque era un montaje, igual que la nuestra? Seguramente no estás capacitado para tener una relación de verdad -aseguró Demi acer­cándose más a la ventanilla para alejarse de él.
-Termina de comer. Te llevaré a casa -dijo Joe secamente, aunque no podía evitar seguir deseán­dola.
Joe condujo por las calles de la ciudad hasta llegar a un aparcamiento que estaba cerca de casa de Demi. Ambos salieron del coche al mismo tiempo.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó Demi mirán­dolo con recelo.
-Acompañarte hasta la puerta.
-No es necesario. Me las puedo arreglar perfec­tamente sin ti.
-Me da igual.
Joe se puso a su lado. La casa de Demi estaba al final de la calle, y él estaba decidido a llevarla hasta allí. Y, seguramente, a molestarla durante el camino.
Él estiró la mano para tomar la suya, y cuando Demi trató de soltarse, Joe se la agarró con más fuerza.
-Estamos en la calle, Demi. Sé buena chica y haz tu papel.
Ella le clavó las uñas en la piel.
-¿Eres una de esas mujeres que arañan la es­palda de los hombres? -preguntó con una mueca socarrona.
-¿Te gustaría comprobarlo? -preguntó ella sa­cudiendo la cabeza y clavándole las uñas con más fuerza.
Cuando llegaron a la puerta, Joe la empujó suave pero firmemente contra la puerta.
-No te atreverás a...
Él la interrumpió con un beso. Un beso brutal y desesperado.
Demi no se resistió. Recibió su lengua con la misma furia, la misma pasión y la misma rabia que ardía dentro de Joe.
Él se restregó contra ella para demostrarle lo duro que estaba. Demi deslizó las manos por su cintura y lo apretó más contra sí.
Estaban prácticamente devorándose el uno al otro, lamiéndose y mordiéndose como un par de gatos salvajes.
Y entonces Demi lo empujó.
-Te odio -le dijo.
Yo también te odio -respondió Joe, que se moría por hacer el amor con ella.
Sin decir una palabra más, él se dio la vuelta y se marchó. ¿Odiaba a Demi u odiaba lo que ella le hacía sentir? De algún modo, ambas cosas pare­cían ser lo mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario