Maldita fuera. ¿Por qué tenía
que parecer de pronto tan vulnerable?
-Lo siento. No quería
ofenderte. Es que ha sido una noche muy extraña. Pero si me marcho ahora, no
parecerá que hemos hecho el amor. Sólo llevo aquí diez minutos.
Demi no respondió. Parecía algo
avergonzada, y seguía mirando al suelo. Al cabo de un instante levantó la
vista y ambos se quedaron mirándose. La energía que había entre ellos era
densa, igual que el aire que Joe tenía en los pulmones.
Demi asintió por fin con la
cabeza, y él dejó escapar un suspiro. No esperaba que ocurriera algo semejante,
al menos no hasta aquel punto. Hasta entonces había estado convencido de poder
controlar la atracción que sentía por ella, pero allí estaba, atrapado en un
estado de total excitación.
-Si quieres, podemos ver
alguna película -sugirió Demi mientras se sentaba en el sofá y agarraba el mando a distancia.
Joe se sentó a su lado, y ella
comenzó a cambiar de canal a toda prisa, del mismo modo que él hacía en su casa
cuando estaba aburrido. Pero Demi no estaba aburrida, sino nerviosa, y Joe lo sabía.
-¿Qué te parece esta? -dijo
ella tras sintonizar un canal de clásicos en blanco y negro.
Joe asintió con la cabeza, y, sin
decir una palabra más, ambos se dispusieron a ver una película antigua
mientras trataban de engañar a todo el mundo haciéndoles creer que estaban
haciendo el amor furiosa y apasionadamente.
¿Cómo se había metido en aquel
lío? Demi estaba sentada frente a un espejo iluminado y respiraba con
ansiedad.
Kerry estaba a su lado,
dándole los últimos retoques a su cabello. La asistente de Joe había decidido
que Demi debería
llevar el pelo suelto para la sesión fotográfica. Pero el problema no estaba
allí.
Lo que la preocupaba era el
vestuario. Llevaba puesto un camisón de seda roja que se ajustaba a sus curvas,
marcándole los pechos y dejando entrever unas braguitas de encaje.
-Ya estás lista -anunció
Kerry.
Demi se puso de pie como un
autómata y aceptó la bata a juego que la otra mujer le ofreció. Se la ató con
dedos temblorosos y salió del pequeño camerino en dirección al estudio.
Lo primero que vio Demi fue la inmensa cama de
matrimonio vestida con sábanas de seda rojas y blancas que habían llevado para
la sesión. Luego recorrió el resto de la estancia con la mirada y divisó a Joe. Estaba apoyado sobre una
mesita, charlando con Lewis, el marido de Kerry.
Joe levantó la vista y la miró.
Cuando sus miradas se cruzaron, Demi sintió que el corazón se le subía a la garganta. Llevaba puestos unos
pantalones vaqueros desteñidos y nada más. Tenía el pecho y los pies
desnudos. Su estómago mostraba unos abdominales duramente trabajados.
-Nuestra dama ha entrado en el
set -dijo Lewis avanzando a su encuentro-. ¿Quieres tomar un vaso de vino? Te
ayudará a relajarte. Va a ser una sesión un poco fuerte.
-Gracias, pero creo que podré
arreglármelas -mintió Demi-. No
quiero beber nada.
Le hubiera gustado tomarse una
botella entera ella sola, pero la úlcera llevaba un par de días molestándola,
y, en aquellas condiciones, el alcohol agravaría su estado.
-Entonces, empecemos.
Lewis les dio instrucciones a Joe y a Demi para que se quedaran a los
pies de la cama mientras él manipulaba la cámara. Kerry ajustó las luces, dejando
a Joe y
a Demi solos.
¿Estaría nervioso él también? Demi no lo había visto nunca tan
callado.
-Esto es muy extraño, ¿verdad?
-dijo ella, tratando de iniciar una conversación.
-Sí que lo es -respondió JOe asintiendo con la cabeza.
Ambos se quedaron callados. Demi le echó un vistazo a la cama y se dio cuenta de que tenía encima
almohadas con fundas de encaje. Era un escenario muy bonito, con dos grandes
candelabros de hierro situados a ambos lados de la cama. Las velas encendidas
inundaban la estancia con su cera aromática, creando
un ambiente romántico.
-Muy bien -dijo Kerry desde
detrás del objetivo de su cámara-. Que empiece el espectáculo.
Joe avanzó un paso hacia Demi y le acarició la mejilla con
el dorso de la mano. A ella le gustó la dulce sensación como de aleteo de
mariposa, pero el fotógrafo no estaba en absoluto impresionado.
-Vamos, Joe -lo increpó-. Puedes hacerlo
mejor.
Joe estiró el brazo para desatarle
el cinturón de la bata, y ella retuvo el aire en los pulmones mientras él le
deslizaba la prenda por los hombros hasta dejarla caer al suelo. Demi permaneció de pie frente a él
con aquel camisón rojo y los pezones rozándose contra la seda de color de
fuego.
En algún lugar recóndito de su
cerebro, Demi
escuchó el sonido
de un «clic». Lewis debía estar haciendo fotografías, atrapando aquel momento.
Joe se inclinó hacia ella y la
besó, y Demi se olvidó de la cámara. Sus
besos eran cálidos y húmedos, delicados y al mismo tiempo incitadores. Joe sabía a caramelo de menta y a
cerveza, a belleza masculina y a lujuria.
-Quítale el cinturón -le
escuchó decir a Lewis.
Demi estuvo de acuerdo. Quería
tocar a Joe, y no le importaba que Lewis y
Kerry estuvieran mirando.
Tendió las manos hacia el
cinturón y sintió el escalofrío que a él le recorrió el cuerpo. Dejaron de
besarse y se quedaron mirándose el uno al otro. Demi le desabrochó la hebilla de plata. El metal
estaba frío, pero la piel de bronce de Joe irradiaba calor.
Demi le sacó el cinturón de cuero
por las trabillas del pantalón, y Lewis le dio instrucciones para que lo
arrojara sobre la cama y le bajara a Joe los pantalones.
Ella se dijo a sí misma que
era perfectamente capaz de hacerlo, pero tras desabrochar los dos primeros botones,
se encontró con una inesperada dureza en la bragueta de Joe, y se le quedaron los dedos
congelados. Estaba excitado por su contacto.
-Continúa -ordenó Lewis.
Demi se mordió el labio inferior y
desabrochó el tercer botón.
-Muy bien -dijo el artista-.
Ahora, ponte de rodillas.
Impactada, Demi miró a Joe. Él le dedicó una sonrisa de
niño travieso que le aceleró el corazón.
Se recordó a sí misma que
aquello no era real, que aquella sesión de fotos era tan falsa como su romance.
Deslizándose por su cuerpo, Demi se hincó de rodillas y lo miró.
Observó que tenía una línea de vello que comenzaba justo en su vientre y desaparecía
por la cinturilla, ahora abierta, de los pantalones.
Deseaba recorrerla con un
dedo, pero no se atrevió. Joe no apartaba la vista de ella, y Demi apenas podía respirar.-Perfecto -dijo Lewis, encantado con lo que él
creía que era pura profesionalidad-. Hemos terminado.
Demi se puso de pie, y nadie del
equipo dijo ni una palabra, ni siquiera Lewis. Recogió su equipo mientras Kerry
le tendía la bata a Demi. Joe
se dio la vuelta para abrocharse los pantalones, no antes de que ella le echara
un vistazo a su bragueta, sintiendo cómo se le calentaba la piel al hacerlo.
Joe carraspeó y ella se ató la
bata, preguntándose cómo iban a enfrentarse el uno al otro durante el
almuerzo para el que habían quedado con anterioridad.
Joe tenía la vista clavada en la
carretera. Demi
estaba sentada a su lado, con aspecto formal y arreglado, pero él no podía
quitarse la otra imagen de la cabeza.
Aquella en la que ella estaba
de rodillas delante de él, con el cabello alborotado, sus ojos violeta, y aquel
camisón de seda ajustándose a cada una de sus curvas.
Joe sentía que ya nunca volvería
ser el mismo.
Se removió con impaciencia en
el asiento. Seguía excitado, peleándose contra aquella parte de su cuerpo que
se negaba a comportarse como era debido.
-No estoy de humor para hablar
con nadie -dijo él-. Tal vez podríamos perdonarnos la cena.
-¿Quieres llevarte algo de
comida preparada? -preguntó Demi.
Joe no estaba muy seguro. Ir al
apartamento de Demi no
le parecía buena idea, y tampoco quería llevarla a su propia casa, porque no
podía pensar en otra cosa que no fuera ponerla de rodillas.
-¿Por qué no comemos algo en
el coche? -sugirió desviándose hacia una hamburguesería que había al otro lado
de la calle-. ¿No te importa?
-Claro que no -respondió
ella-. Me tomaré un batido.
-Sí, yo también.
Joe pensó que era una buena idea
beber algo frío, algo que aplacara el fuego que le quemaba las entrañas. Se dirigió
a la ventanilla en la que se hacían los pedidos desde el coche y ambos pidieron
el mismo menú. Joe se
dio cuenta de que aquello les pasaba muy a menudo: Les gustaba la misma comida,
las mismas películas, los mismos muebles...
Joe aparcó allí cerca y comenzaron
a desenvolver sus menús en silencio.
-Lo has hecho muy bien, Demi -dijo él para romper la
tensión-. Me refiero a la sesión de fotos.
Joe se estremeció al recordar el
tacto de sus dedos sobre su bragueta.
Ella levantó un instante la
vista para mirarlo antes de volver a desviarla, y Joe fue consciente de lo tímida que de pronto
parecía. La princesa de hielo siempre se las arreglaba para confundirlo.
-Gracias. Tú también lo has
hecho muy bien -respondió Demi antes de darle un mordisco a su hamburguesa-. ¿Cuándo llegarán las
fotos a la revista?
-Si todo sale según lo
previsto, en el próximo número.
-¿Tan pronto?
-Sí. Tan pronto —repitió Joe echándose un poco de
Ketchup-. Y ya verás la atención que vamos a despertar en la prensa. ¿Tienes
un juego extra de llaves de tu casa?
-Sí -contestó ella
parpadeando-. ¿Por qué?
-Para no tener que esperar a
que me abras. Cuando comience el acoso de la prensa nos van a empezar a seguir
los reporteros. No quiero quedarme atrapado en el porche de tu casa mientras
todas las cámaras disparan sus luces contra mí.
-Nunca le he dado a ningún
hombre las llaves de mi casa.
-Te las devolveré en cuanto
todo esto termine -aseguró Joe antes de darle otro mordisco a su hamburguesa—. Yo tampoco le he dado
a nadie las llaves de la mía.
-¿Ni siquiera a Tara Shaw? -preguntó Demi ladeando la cabeza.
-Eso pasó hace mucho tiempo
-contestó Joe, que no tenía ninguna gana de
hablar del pasado-. Y por aquel entonces yo estaba viviendo en Hollywood.
-No puedo imaginaros a ti y a Tara juntos -aseguró ella
sentándose más estirada-. Ni siquiera estoy muy segura de que vuestra historia
fuera real.
-Mi relación con Tara no es asunto tuyo -respondió Joe golpeando el volante con los
dedos, visiblemente irritado.
-¿Por qué? ¿Porque era un montaje,
igual que la nuestra? Seguramente no estás capacitado para tener una relación
de verdad -aseguró Demi acercándose
más a la ventanilla para alejarse de él.
-Termina de comer. Te llevaré
a casa -dijo Joe secamente,
aunque no podía evitar seguir deseándola.
Joe condujo por las calles de la
ciudad hasta llegar a un aparcamiento que estaba cerca de casa de Demi. Ambos salieron del coche al
mismo tiempo.
-¿Qué estás haciendo?
-preguntó Demi
mirándolo con
recelo.
-Acompañarte hasta la puerta.
-No es necesario. Me las puedo
arreglar perfectamente sin ti.
-Me da igual.
Joe se puso a su lado. La casa de
Demi estaba al final de la calle,
y él estaba decidido a llevarla hasta allí. Y, seguramente, a molestarla
durante el camino.
Él estiró la mano para tomar la
suya, y cuando Demi trató
de soltarse, Joe se la
agarró con más fuerza.
-Estamos en la calle, Demi. Sé buena chica y haz tu
papel.
Ella le clavó las uñas en la
piel.
-¿Eres una de esas mujeres que
arañan la espalda de los hombres? -preguntó con una mueca socarrona.
-¿Te gustaría comprobarlo?
-preguntó ella sacudiendo la cabeza y clavándole las uñas con más fuerza.
Cuando llegaron a la puerta, Joe la empujó suave pero
firmemente contra la puerta.
-No te atreverás a...
Él la interrumpió con un beso.
Un beso brutal y desesperado.
Demi no se resistió. Recibió su
lengua con la misma furia, la misma pasión y la misma rabia que ardía dentro de
Joe.
Él se restregó contra ella
para demostrarle lo duro que estaba. Demi deslizó las manos por su cintura y lo
apretó más contra sí.
Estaban prácticamente
devorándose el uno al otro, lamiéndose y mordiéndose como un par de gatos
salvajes.
Y entonces Demi lo empujó.
-Te odio -le dijo.
Yo también te odio -respondió Joe, que se moría por hacer el
amor con ella.
Sin decir una palabra más, él
se dio la vuelta y se marchó. ¿Odiaba a Demi u odiaba lo que ella le hacía sentir? De
algún modo, ambas cosas parecían ser lo mismo.
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