Demi miró a Nicholas y se pasó la mano por el
cabello. Ahora, ella se alisaba el pelo en una peluquería de renombre.
-O sea, que te pones del lado de Joe.
-¿De su lado? -preguntó Nicholas inclinándose hacia delante
para mirarla mejor—. No estarás convirtiendo esto en una guerra de sexos,
¿verdad?
Demi pensó en la manzana, la fruta
prohibida que le había arrojado a Joe aquella tarde.
-Está todo el tiempo mandándome.
-Seguramente porque le cuestionas cada paso
que da. Tienes que domar tu carácter, Demi.
Ella apretó la goma de borrar
entre los dedos, y deseó tener el coraje suficiente para lanzarla.
-Hemos contratado a Joe como consultor -continuó Nicholas-. La idea es que ambos trabajéis
juntos.
-Estupendo.
Demi tenía claro que aquello no iba
a ninguna parte. Se puso en pie y exhaló un suspiro de frustración. La lluvia
seguía golpeando los cristales, recordándole que Joe también era capaz de controlar el clima.
¿Conseguiría alguna vez
arrancarse de la cabeza la imagen de aquel cuerpo fuerte y húmedo?
-Y no vayas a irle con este cuento a papá -le
advirtió Nicholas.
-No pensaba hacerlo -respondió
ella, tratando de parecer más adulta de lo que se sentía-. Si tengo que
trabajar con Joe, lo
haré, pero no dejaré que se lleve todo el mérito. Que lo sepas.
-Has hablado como una mujer
inteligente -aseguró su hermano con una mueca-. Te quiero, pelo de espagueti.
Demi se detuvo en la puerta y
sonrió. Ella también quería a Nicholas Lovato, aunque su hermano mayor fuera un
sabelotodo.
Horas más tarde, Demi conducía camino de su casa con
los parabrisas del coche bailando al ritmo de la lluvia. Vivía en una casa de
piedra reformada en el North End. Era una construcción que pertenecía a su
familia, y la compartía con dos de sus hermanas. Cada una tenía su propio
apartamento, pero se reunían con frecuencia en el salón común del primer piso
para sentarse con un cuenco de palomitas a charlar.
Demi aparcó el coche y se dirigió a
la puerta principal de la casa. En el porche la esperaba Joe, con el abrigo flotando al
viento.
Ella se detuvo nada más verlo
y lo observó fijamente. Joe levantó
la vista con el rostro humedecido por la lluvia y el cabello empapado y
brillante.
-No ha funcionado, ¿verdad?
-¿Cómo dice?
-Su hermano no va a
despedirme, ¿no es cierto?
Demi caminó hacia delante para protegerse de la tormenta. ¿Cómo sabría que
se había ido a quejar a Nicholas?
¿Acaso era tan predecible?
-Quiero que cene conmigo esta
noche -dijo Joe incorporándose,
atacándola con aquella insufrible sonrisa.
-¿Cómo? -preguntó Demi con el corazón latiéndole a
toda velocidad en la garganta-. ¿Por qué?
-Para que nos acostumbremos el
uno al otro. Tenemos mucho trabajo por delante. Y no tiene sentido perder el
tiempo.
-Pero está lloviendo...
-objetó ella envolviéndose en el abrigo.
-¿Y cuando llueve usted no
cena? -preguntó Joe
dedicándole una mirada curiosa.
Por supuesto que sí.
Sencillamente, no le entusiasmaba la idea de pasar más tiempo en su compañía,
especialmente con toda aquella agua cayendo del cielo.
Y sin embargo, tal vez una
cena de trabajo le serviría de revulsivo. Quizá la ayudara a olvidarse de la
otra imagen.
-De acuerdo. Cenaré con usted.
-Reúnase conmigo en el «Beef
and Bull» a eso de las siete -dijo Joe-. Es un restaurante que está en...
-Ya sé dónde está -lo
interrumpió Demi—. Estaré
allí a las ocho.
-Siete y media -la retó Joe.
-Ocho -repitió Demi con firmeza.
Necesitaba tiempo para
bañarse, cambiarse y arreglarse el pelo, empapado por la lluvia.
-De acuerdo -cedió él con
gesto de fastidio-. Pero no llegue tarde.
Demi buscó sus llaves y le dedicó
una sonrisa triunfante. Por fin se había salido con la suya. Tal vez a muy
pequeña escala, pero al menos era un comienzo.
A las ocho en punto, Joe llegó al restaurante, un lugar
tranquilo y tenuemente iluminado que estaba decorado con adornos hechos en
madera y antigüedades del Oeste.
-Estoy esperando a una persona
-dijo tras darle su nombre a la chica encargada de recibir a los clientes-. ¿Ha
llegado ya?
-No, señor Jonas -respondió la joven negando
con la cabeza.
-Me sentaré ahí a esperarla
-dijo Joe señalando con la mano una
esquina oscura de la salita de espera.
Tomó asiento en uno de los
sillones de cuero y estiró las piernas antes de mirar con impaciencia su reloj
de pulsera, una pieza labrada en oro y diamantes que le recordaba quién era y
de dónde venía. Joe se
preguntó por qué no era capaz de aceptar las cosas como eran, y la manera en
que lo habían criado.
Pero es que su vida de ensueño
había cambiado. Joe Jonas
ya no era el mismo hombre. La verdad sobre su madre le había alterado el alma,
el corazón, el núcleo mismo de su existencia.
Demi entró en el restaurante y él
trató de apaciguar sus emociones. Por muy preocupado que estuviera, no podía
permitir que aquello afectara a su carrera. Los Lovato lo habían contratado para que solucionara
la crisis de su empresa, y eso era lo que tenía que hacer pasara lo que pasara.
Joe permaneció sentado y observó a
Demi durante un instante. Cuando
salió de la oficina de ella aquella tarde, se le había ocurrido un plan. Un
plan magnífico, pero que implicaba acercarse más a Demi. No lo suficiente como para introducirla
en el confuso desorden de su vida, pero sí lo bastante como para engañar a la
gente.
Y con aquella idea en mente,
la había invitado a cenar. Necesitaba verla en un escenario romántico,
explorar la energía que había entre ellos.
Una energía sexual, pensó Joe. Un calor inesperado.
Demi Lovato no podía soportar su
personalidad dominante, y él detestaba su actitud prepotente, pero aquello no
importaba. Aquello era una simple cuestión de negocios, una atracción animal
que podrían utilizar a su favor.
Además, Joe ya había fantaseado con ella.
Aquella misma tarde, cuando se estaba dando una ducha relajante, Demi se había colado a través del
vapor de agua.
Él no pretendía pensar en
ella, y mucho menos sin ropa, pero había perdido la batalla. La imagen de Demi cubierta de espuma se había
colado en su cabeza, y él había sido incapaz de apartarla de allí, por muy
consciente que fuera de que ya era mayorcito para aquellas fantasías húmedas.
Arropado por un halo de agua caliente, Joe cerró los ojos y la imaginó...
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