viernes, 19 de octubre de 2012

Durmiendo Con su Rival Capitulo 6



Demi miró a Nicholas y se pasó la mano por el cabello. Ahora, ella se alisaba el pelo en una pelu­quería de renombre.
 -O sea, que te pones del lado de Joe.
 -¿De su lado? -preguntó Nicholas inclinándose hacia delante para mirarla mejor—. No estarás con­virtiendo esto en una guerra de sexos, ¿verdad?
Demi pensó en la manzana, la fruta prohibida que le había arrojado a Joe aquella tarde.
 -Está todo el tiempo mandándome.
 -Seguramente porque le cuestionas cada paso que da. Tienes que domar tu carácter, Demi.
Ella apretó la goma de borrar entre los dedos, y deseó tener el coraje suficiente para lanzarla.
-Hemos contratado a Joe como consultor -continuó Nicholas-. La idea es que ambos traba­jéis juntos.
-Estupendo.

Demi tenía claro que aquello no iba a ninguna parte. Se puso en pie y exhaló un suspiro de frus­tración. La lluvia seguía golpeando los cristales, re­cordándole que Joe también era capaz de con­trolar el clima.
¿Conseguiría alguna vez arrancarse de la ca­beza la imagen de aquel cuerpo fuerte y húmedo?
 -Y no vayas a irle con este cuento a papá -le ad­virtió Nicholas.
-No pensaba hacerlo -respondió ella, tratando de parecer más adulta de lo que se sentía-. Si tengo que trabajar con Joe, lo haré, pero no de­jaré que se lleve todo el mérito. Que lo sepas.
-Has hablado como una mujer inteligente -ase­guró su hermano con una mueca-. Te quiero, pelo de espagueti.
Demi se detuvo en la puerta y sonrió. Ella tam­bién quería a Nicholas Lovato, aunque su her­mano mayor fuera un sabelotodo.

Horas más tarde, Demi conducía camino de su casa con los parabrisas del coche bailando al ritmo de la lluvia. Vivía en una casa de piedra reformada en el North End. Era una construcción que perte­necía a su familia, y la compartía con dos de sus hermanas. Cada una tenía su propio apartamento, pero se reunían con frecuencia en el salón común del primer piso para sentarse con un cuenco de palomitas a charlar.
Demi aparcó el coche y se dirigió a la puerta principal de la casa. En el porche la esperaba Joe, con el abrigo flotando al viento.
Ella se detuvo nada más verlo y lo observó fija­mente. Joe levantó la vista con el rostro humede­cido por la lluvia y el cabello empapado y brillante.
 -No ha funcionado, ¿verdad?
 -¿Cómo dice?
-Su hermano no va a despedirme, ¿no es cierto?
 Demi caminó hacia delante para protegerse de la tormenta. ¿Cómo sabría que se había ido a que­jar a Nicholas? ¿Acaso era tan predecible?
-Quiero que cene conmigo esta noche -dijo Joe incorporándose, atacándola con aquella in­sufrible sonrisa.
-¿Cómo? -preguntó Demi con el corazón latién­dole a toda velocidad en la garganta-. ¿Por qué?
-Para que nos acostumbremos el uno al otro. Tenemos mucho trabajo por delante. Y no tiene sentido perder el tiempo.
-Pero está lloviendo... -objetó ella envolvién­dose en el abrigo.
-¿Y cuando llueve usted no cena? -preguntó Joe dedicándole una mirada curiosa.
Por supuesto que sí. Sencillamente, no le entu­siasmaba la idea de pasar más tiempo en su com­pañía, especialmente con toda aquella agua ca­yendo del cielo.
Y sin embargo, tal vez una cena de trabajo le serviría de revulsivo. Quizá la ayudara a olvidarse de la otra imagen.

-De acuerdo. Cenaré con usted.
-Reúnase conmigo en el «Beef and Bull» a eso de las siete -dijo Joe-. Es un restaurante que está en...
-Ya sé dónde está -lo interrumpió Demi—. Es­taré allí a las ocho.
-Siete y media -la retó Joe.
-Ocho -repitió Demi con firmeza.
Necesitaba tiempo para bañarse, cambiarse y arreglarse el pelo, empapado por la lluvia.
-De acuerdo -cedió él con gesto de fastidio-. Pero no llegue tarde.
Demi buscó sus llaves y le dedicó una sonrisa triunfante. Por fin se había salido con la suya. Tal vez a muy pequeña escala, pero al menos era un comienzo.
A las ocho en punto, Joe llegó al restaurante, un lugar tranquilo y tenuemente iluminado que estaba decorado con adornos hechos en madera y antigüedades del Oeste.
-Estoy esperando a una persona -dijo tras darle su nombre a la chica encargada de recibir a los clientes-. ¿Ha llegado ya?
-No, señor Jonas -respondió la joven ne­gando con la cabeza.
-Me sentaré ahí a esperarla -dijo Joe seña­lando con la mano una esquina oscura de la salita de espera.
Tomó asiento en uno de los sillones de cuero y es­tiró las piernas antes de mirar con impaciencia su re­loj de pulsera, una pieza labrada en oro y diamantes que le recordaba quién era y de dónde venía. Joe se preguntó por qué no era capaz de aceptar las cosas como eran, y la manera en que lo habían criado.

Pero es que su vida de ensueño había cambiado. Joe Jonas ya no era el mismo hombre. La ver­dad sobre su madre le había alterado el alma, el co­razón, el núcleo mismo de su existencia.
Demi entró en el restaurante y él trató de apaci­guar sus emociones. Por muy preocupado que es­tuviera, no podía permitir que aquello afectara a su carrera. Los Lovato lo habían contratado para que solucionara la crisis de su empresa, y eso era lo que tenía que hacer pasara lo que pasara.

Joe permaneció sentado y observó a Demi du­rante un instante. Cuando salió de la oficina de ella aquella tarde, se le había ocurrido un plan. Un plan magnífico, pero que implicaba acercarse más a Demi. No lo suficiente como para introdu­cirla en el confuso desorden de su vida, pero sí lo bastante como para engañar a la gente.
Y con aquella idea en mente, la había invitado a cenar. Necesitaba verla en un escenario román­tico, explorar la energía que había entre ellos.
Una energía sexual, pensó Joe. Un calor ines­perado.
Demi Lovato no podía soportar su personalidad dominante, y él detestaba su actitud prepotente, pero aquello no importaba. Aquello era una sim­ple cuestión de negocios, una atracción animal que podrían utilizar a su favor.

Además, Joe ya había fantaseado con ella. Aquella misma tarde, cuando se estaba dando una ducha relajante, Demi se había colado a través del vapor de agua.
Él no pretendía pensar en ella, y mucho menos sin ropa, pero había perdido la batalla. La imagen de Demi cubierta de espuma se había colado en su cabeza, y él había sido incapaz de apartarla de allí, por muy consciente que fuera de que ya era mayorcito para aquellas fantasías húmedas. Arropado por un halo de agua caliente, Joe cerró los ojos y la imaginó...

No hay comentarios:

Publicar un comentario