Estaba parada en el porche cuando me di cuenta de
que no tenía las llaves. Anoche Joseph me había sacado de casa tan de prisa
que ni siquiera había podido coger el bolso. Así que me vi a mi misma llamando
a mi propia puerta, esperando que papá estuviera despierto para abrirme.
Temiendo, asustándome, recordando. Di un paso atrás cuando el pomo giró y la
puerta se abrió. Ahí estaba papá, con los ojos rojos detrás de sus gafas. Se
veía realmente pálido, como si hubiese estado enfermo y podía ver que su mano
temblaba en el pomo de la puerta. —Demi. No olía a whisky. Dejé salir el
aire que no sabía que estaba conteniendo.
—Hola, papá. Yo, um, me dejé las
llaves anoche, así que…— Se movió lentamente hacia adelante, como si tuviera
miedo de que fuera a salir corriendo. Luego envolvió sus brazos alrededor de
mí, apretándome contra su pecho y enterrando su cabeza en mi cabello. Nos
quedamos así juntos durante un buen rato y cuando finalmente habló, me di
cuenta de que las palabras salían como sollozos —Lo siento tanto—. —Lo sé—
murmuré en su camiseta. Yo también estaba llorando. Papá y yo hablamos mucho
más ese día de lo que habíamos hablado en diecisiete años. No es que no
estuviéramos unidos antes. Es sólo que ninguno de los dos era muy expresivo. No
compartíamos pensamientos o sentimientos o hacíamos esa clase de cosas que la
gente dice que es importante en esos anuncios de servicio público que ves en
Nickelodeon.
Cuando cenábamos juntos, siempre lo hacíamos frente al televisor y
no había manera que cualquiera de los dos interrumpiera el programa con alguna
conversación tonta. Así es cómo éramos. Pero ese día hablamos. Hablamos sobre
su trabajo. Hablamos sobre mis calificaciones.
—
¿Qué hubiera cambiado de idea? — Sugerí, —creo que ella también lo quería. Es por
eso que se seguía yendo y regresando ¿sabes? No quería encarar la verdad. No
quería admitir que quería un…— hice una pausa antes de decir la siguiente
palabra—… divorcio—. Divorcio sonaba tan definitivo. Más que una pelea. Más que
una separación o una larga gira de conferencias. Significaba que su matrimonio,
su vida juntos, estaba realmente acabada. —Bueno— suspiró apretando mi mano
también. —Creo que los dos seguimos diferentes caminos—. — ¿Qué quieres decir?
—. Papá sacudió la cabeza. —Tu madre cogió un Mustang y yo una botella de
whisky—. Se puso de nuevo las gafas y se las ajustó, era un hábito
inconsciente, siempre hacía eso cuando trataba de demostrar algo. —Estaba tan
devastado por lo que tu madre me hizo que olvidé lo terrible que es beber. Olvidé
ver el lado bueno—.
—Papá— dije. —No creo que haya un lado bueno en un
divorcio. Todo lo que tenga algo que ver con uno es horrible—. Él asintió. —Tal
vez sea verdad, pero hay demasiadas cosas buenas en mi vida. Tengo un trabajo
que me gusta, una bonita casa en un buen vecindario y una hija maravillosa—.
Puse los ojos en blanco. —Oh, Dios— murmuré. —No me vengas con lo de la
película Lifetime, en serio—. —Lo siento— dijo sonriendo, —pero lo digo en
serio. Hay mucha gente que mataría por mi vida, pero ni siquiera me había dado
cuenta. Lo daba por sentando y tú también. Lo siento mucho, mucho, abejorro—.
Quise apartar la mirada cuando vi las lágrimas brillando en sus ojos, pero me
obligué a seguir mirándole. Había estado evitando la verdad durante mucho tiempo—.
Se disculpó muchas veces por todo lo que había pasado durante las últimas
semanas. Me prometió empezar a ir a Alcohólicos Anónimos cada semana de nuevo,
intentarlo otra vez y a llamar a su padrino. Después tiramos juntos todas las
botellas de whisky y cerveza por el desagüe, ambos estábamos ansiosos por
empezar de nuevo. — ¿Tú estás bien? — preguntó un millón de veces aquel día.
—Estoy bien— continúe respondiéndole. Siempre sacudía la cabeza y murmuraba más
disculpas por haberme abofeteado. Por haberme dicho lo que dijo. Después me
abrazó. Un montón de veces ese día, de verdad. Casi a medianoche, le acompañe
en su ritual nocturno de apagar las luces. —Abejorro— dijo cuando apagó la luz
de la cocina. —Quiero que le des las gracias a tu amigo la próxima vez que lo
veas—. — ¿Mi amigo? —.
—Si. El chico que estaba contigo anoche. ¿Cómo se llama?
—. Joseph— murmuré. —Cierto— dijo papá.
—Bueno, lo merezco. Fue valiente para hacer lo que hizo. No sé lo que hay entre
vosotros, pero estoy feliz de que tengas un amigo que esté dispuesto a
defenderte. Así que por favor agradéceselo—. —Claro—. Me di la vuelta y subí
las escaleras para ir a mi cuarto, rogando por llegar pronto. — ¿Pero, Demi? —. Hizo una mueca y se frotó la barbilla.
—La próxima vez dile que es libre de escribir una carta insultándome primero.
Tiene un brazo muy fuerte—. Sonreí a pesar de mí misma. —No habrá una próxima
vez— le dije, dando los últimos pasos para entrar a mí cuarto. Mis padres ya
habían encarado la realidad, dejando atrás aquello que les distraía. Ahora era
mi turno, y eso significaba dejar a Joseph.
Desafortunadamente, no habría reuniones semanales, no tendría tutores, ni un
programa de doce pasos para aquello a lo que era adicta
No hay comentarios:
Publicar un comentario