Demi se dio la vuelta y lo vio. Él
tragó saliva. ¿Cuánto mediría ella? ¿Un metro setenta, un metro setenta y
cinco? A los ojos de su mente, Demi se ajustaba perfectamente a él en la ducha, con aquel cuerpo húmedo,
tan dulce y tan esbelto.
Ella se acercó más, y Joe se puso en pie, con su metro
ochenta y tres de altura cubierto con una gabardina. Debajo llevaba un traje de
diseño, pero si no conseguía controlar sus hormonas, luciría una enorme
excitación donde no debía.
-Llega tarde -le espetó cuando
estuvieron cerca el uno del otro…
-Y usted sigue tan maleducado
como de costumbre —respondió ella.
Joe no pudo evitar sonreír. Tenían
una química de lo más extraño pero, de alguna manera, funcionaba.
Estaba claro que aquella
actitud de princesa de hielo no encandilaría a la prensa, ni tampoco seduciría
al público. Lo que significaba que él tendría que remodelar un poco su imagen.
Demi se quitó el
abrigo y Joe
resbaló la vista por toda la magnitud lujuriosa de su cuerpo. Claro que lo
haría. Podía convertirla en una chica rebelde que sin embargo resultara
simpática.
-¿Qué está haciendo? -le
preguntó Demi.
-Sólo miraba -respondió él
mirándola a los ojos con una sonrisa.
Demi llevaba un vestido no muy
corto de color beige que le hacía juego con la piel. Joe alzó la mano para soltarle uno de sus
rizos, pero ella dio un paso atrás, negándose a que él la tocara.
-Mantenga las manos quietas, Jonas.
-Es que la lluvia le ha
revuelto el pelo -mintió él-. Sólo trataba de arreglárselo.
Demi dejó escapar una especie de
suspiro y Joe
supo que la había
puesto nerviosa. Nerviosa en el mejor sentido. En el sentido sexual.
-Mi pelo está perfectamente
-dijo ella.
Pero Joe no estaba de acuerdo. Aquel
estilo de señora arreglada era demasiado estirado, demasiado formal.
-¿Va usted a invitarme a cenar
o no? -preguntó ella.
-Por supuesto. Vayamos a
nuestra mesa.
Un camarero los guió hacia una
mesita para dos apartada, en la que lucía una vela blanca con cera derretida en
la base y un único capullo de rosa colocado en un vaso. Ambos detalles le conferían
a la mesa rústica un toque romántico.
Estudiaron sus cartas en
silencio. Cinco minutos más tarde, cuando el camarero regresó con las bebidas
que habían pedido, Demi y Joe
pidieron lo mismo, con la diferencia de que él pidió la carne poco hecha y ella
muy pasada.
Cuando llevaron un cestito con
pan caliente, él hizo el amago de levantarla para ofrecerle un panecillo al
mismo tiempo que Demi
metía la mano para servirse ella misma. Pero antes de que sus manos se rozaran,
ella retiró la suya.
-Adelante, señorita Lovato -dijo Joe oscilando la cesta frente a
ella-. ¿O Puedo llamarte Demi?
Ella escogió un bollito y
luego procedió a untarlo de mantequilla.
-Está bien. Llámame Demi.
-Tú puedes llamarme Joe -apuntó él mientras la
observaba darle un mordisco a su pan.
Ella lo masticó y luego emitió
un leve sonido de placer, parecido a un tenue gemido sensual.
-Dilo -ordenó Joe, divertido, mientras estiraba
el brazo para alcanzar su cerveza.
-¿Cómo dices? -preguntó ella
alzando la vista.
-Mi nombre. Di mi nombre.
Joe -respondió Demi mirándolo con curiosidad.
-No ha estado mal, pero es
mejorable -dijo él conteniendo una mueca-. Tienes que gemir después de decir
mi nombre, como has hecho tras comer el trozo de
pan.
Demi cayó por fin en la cuenta de
la broma, y le tendió el cestito de pan.
-Vete a la porra, Joe.
-No he podido evitarlo
-confesó él dando rienda suelta a la sonrisa que estaba conteniendo—. Quiero
decir... he aquí una mujer que tiene un orgasmo con un pan con mantequilla.
-No he tenido ningún orgasmo.
-Claro que sí.
-Claro que no.
Ella lo miró por encima de la
mesa, pero su expresión de fastidio se le quedó de pronto corta. Joe la estaba mirando fijamente, y
Demi se sonrojó y comenzó a
juguetear con la servilleta que tenía en el regazo.
-No lo hagas -dijo ella.
-¿Hacer qué?
-No me mires así.
Joe observó sus facciones,
fascinado por aquellos ojos violeta y aquella boca jugosa.
-Es que eres muy hermosa, Demi.
Él no era capaz de detener la
atracción, el calor, la espontánea sexualidad que le ardía en la sangre.
Demi soltó el aire que tenía
retenido y se hizo el silencio.
La lluvia golpeaba contra el
edificio, y la luz de la vela bailaba entre ellos, remarcando la intensidad
del momento.
Joe le dedicó una leve sonrisa
sensual. Demi
era perfecta para
el escándalo que tenía en mente.
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