martes, 23 de octubre de 2012

Durmiendo con su Rival Capitulo 7




Demi se dio la vuelta y lo vio. Él tragó saliva. ¿Cuánto mediría ella? ¿Un metro setenta, un me­tro setenta y cinco? A los ojos de su mente, Demi se ajustaba perfectamente a él en la ducha, con aquel cuerpo húmedo, tan dulce y tan esbelto.
Ella se acercó más, y Joe se puso en pie, con su metro ochenta y tres de altura cubierto con una gabardina. Debajo llevaba un traje de diseño, pero si no conseguía controlar sus hormonas, luciría una enorme excitación donde no debía.

-Llega tarde -le espetó cuando estuvieron cerca el uno del otro…
-Y usted sigue tan maleducado como de cos­tumbre —respondió ella.
Joe no pudo evitar sonreír. Tenían una quí­mica de lo más extraño pero, de alguna manera, funcionaba.
Estaba claro que aquella actitud de princesa de hielo no encandilaría a la prensa, ni tampoco se­duciría al público. Lo que significaba que él ten­dría que remodelar un poco su imagen.
Demi se quitó el abrigo y Joe resbaló la vista por toda la magnitud lujuriosa de su cuerpo. Claro que lo haría. Podía convertirla en una chica re­belde que sin embargo resultara simpática.
-¿Qué está haciendo? -le preguntó Demi.

-Sólo miraba -respondió él mirándola a los ojos con una sonrisa.
Demi llevaba un vestido no muy corto de color beige que le hacía juego con la piel. Joe alzó la mano para soltarle uno de sus rizos, pero ella dio un paso atrás, negándose a que él la tocara.
-Mantenga las manos quietas, Jonas.
-Es que la lluvia le ha revuelto el pelo -mintió él-. Sólo trataba de arreglárselo.
Demi dejó escapar una especie de suspiro y Joe supo que la había puesto nerviosa. Nerviosa en el mejor sentido. En el sentido sexual.
-Mi pelo está perfectamente -dijo ella.
Pero Joe no estaba de acuerdo. Aquel estilo de señora arreglada era demasiado estirado, dema­siado formal.
-¿Va usted a invitarme a cenar o no? -preguntó ella.
-Por supuesto. Vayamos a nuestra mesa.

Un camarero los guió hacia una mesita para dos apartada, en la que lucía una vela blanca con cera derretida en la base y un único capullo de rosa colocado en un vaso. Ambos detalles le confe­rían a la mesa rústica un toque romántico.
Estudiaron sus cartas en silencio. Cinco minu­tos más tarde, cuando el camarero regresó con las bebidas que habían pedido, Demi y Joe pidieron lo mismo, con la diferencia de que él pidió la carne poco hecha y ella muy pasada.
Cuando llevaron un cestito con pan caliente, él hizo el amago de levantarla para ofrecerle un pa­necillo al mismo tiempo que Demi metía la mano para servirse ella misma. Pero antes de que sus manos se rozaran, ella retiró la suya.

-Adelante, señorita Lovato -dijo Joe oscilando la cesta frente a ella-. ¿O Puedo llamarte Demi?
Ella escogió un bollito y luego procedió a un­tarlo de mantequilla.
-Está bien. Llámame Demi.
-Tú puedes llamarme Joe -apuntó él mientras la observaba darle un mordisco a su pan.
Ella lo masticó y luego emitió un leve sonido de placer, parecido a un tenue gemido sensual.
-Dilo -ordenó Joe, divertido, mientras esti­raba el brazo para alcanzar su cerveza.
-¿Cómo dices? -preguntó ella alzando la vista.
-Mi nombre. Di mi nombre.
Joe -respondió Demi mirándolo con curiosi­dad.
-No ha estado mal, pero es mejorable -dijo él conteniendo una mueca-. Tienes que gemir des­pués de decir mi nombre, como has hecho tras co­mer el trozo de pan.
Demi cayó por fin en la cuenta de la broma, y le tendió el cestito de pan.
-Vete a la porra, Joe.

-No he podido evitarlo -confesó él dando rienda suelta a la sonrisa que estaba conteniendo—. Quiero decir... he aquí una mujer que tiene un or­gasmo con un pan con mantequilla.
-No he tenido ningún orgasmo.
-Claro que sí.
-Claro que no.
Ella lo miró por encima de la mesa, pero su ex­presión de fastidio se le quedó de pronto corta. Joe la estaba mirando fijamente, y Demi se son­rojó y comenzó a juguetear con la servilleta que te­nía en el regazo.
-No lo hagas -dijo ella.
-¿Hacer qué?
-No me mires así.

Joe observó sus facciones, fascinado por aque­llos ojos violeta y aquella boca jugosa.
-Es que eres muy hermosa, Demi.
Él no era capaz de detener la atracción, el calor, la espontánea sexualidad que le ardía en la sangre.
Demi soltó el aire que tenía retenido y se hizo el silencio.
La lluvia golpeaba contra el edificio, y la luz de la vela bailaba entre ellos, remarcando la intensi­dad del momento.
Joe le dedicó una leve sonrisa sensual. Demi era perfecta para el escándalo que tenía en mente.


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