Joe estudió a su interlocutora.
Tras ella brillaban las luces de la ciudad, tan blancas y brillantes como el
broche de diamantes que Demi llevaba
en el cuello. Era una pieza excepcional, pero él hubiera preferido la visión
de su cuello desnudo. Tenía una piel suave y apetecible, bañada por el sol y
tostada por sus raíces sicilianas.
Joe deslizó lentamente la vista
hacia el nacimiento de sus pechos.
-No me ofende que piense que
tengo el cerebro en los pantalones -dijo levantando la mirada.
-Pues debería.
-Y usted debería ofrecerme una
manzana roja y brillante -aseguró Joe deteniéndose un instante para darle más fuerza a sus palabras-. Le
daría un mordisco grande y jugoso. Demi lo miró fijamente.
Joe le dedicó una sonrisa
seductora. Se estaba divirtiendo con aquel juego. Le entretenía discutir con
ella, y desde luego era mejor que ponerse a llorar frente a su jarra de
cerveza.
-Lo peor que me podría pasar
sería tener que trabajar con usted -aseguró Demi.
Joe ladeó suavemente la cabeza,
preguntándose qué aspecto tendría ella con el cabello suelto, enmarcándole el
rostro.
-Tengo entendido que no tiene
elección.
-Yo que usted no estaría tan
seguro -respondió ella.
-La veré el martes. A las dos
en punto -le recordó Joe antes
de marcharse.
No estaba en absoluto
preocupado. Tarde o temprano, ella se rendiría y le permitiría arreglar el desastre.
Aunque Joe no fuera capaz de arreglar el
suyo propio.
Demi se levantó sobresaltada a la
mañana siguiente. Se sentó en la cama y se llevó la almohada al pecho.
Había soñado con Joe Jonas.
Había sido un sueño erótico,
la visión de la niebla a medianoche, de su pecho fuerte y musculoso brillando
bajo la lluvia.
Mientras ella estaba durmiendo
durante una noche de tormenta, Joe había invadido su dormitorio, su santuario privado.
Demi fue en busca de la bata y se
envolvió en ella. Todo le parecía diferente ahora. El armario de cerezo y la
inmensa cama de metal. Los suelos de madera y las alfombras persas. Exhalando
un profundo suspiro, Demi se
dio la vuelta y abrió la persiana. Gracias a Dios, había dejado de llover. No
quería que volviera a llover jamás. No si ello significaba la imagen
semidesnuda de Joe con la cabeza inclinada hacia
atrás y el agua deslizándose por su estómago plano hasta caer por la cinturilla
de sus pantalones negros ajustados.
Demi se apretó la bata. Había
soñado con él vestido con la ropa que llevaba puesta la noche anterior, solo
que estaba en la azotea del hotel, permitiendo que ella lo desnudara.
Maldita fuera aquella sonrisa
suya tan sensual. Y su actitud prepotente.
Demi tenía dos días antes de su
próximo encuentro, dos días para armarse de información. No sabía prácticamente
nada de Joe, pero sospechaba que él
conocía muchas cosas de ella.
Seguramente Joe había echo sus deberes semanas
atrás, analizando a su oponente, investigando los puntos fuertes y los flacos,
sus éxitos y sus fracasos.
Bueno, al menos sus sueños
eran sólo de ella. Y también su ulcera. Dudaba mucho que Joe hubiera tenido acceso a su
historial médico.
Demi cruzó el salón y se dirigió a
la cocina. Se sirvió un vaso de leche, estiró la mano para alcanzar el teléfono y marcó el número de Morgan Chancellor con la esperanza de
encontrarla en casa. Morgan no
era realmente una chismosa. Nunca lanzaba rumores infundados, pero parecía
conocerlo todo sobre los demás. Y Demi tenía la intención de hablar de Joe con alguien que estuviera dispuesto a
responder a sus preguntas.
Morgan contestó al quinto timbrazo. Demi comenzó una conversación
amigable, preguntándole a la otra mujer si lo había pasado bien en la fiesta. -Por cierto- dijo tras un rato-. Al
final, Joe
Jonas me
encontró.
-¿De verdad? ¿Y qué te ha
parecido?
-No estoy muy segura- dijo Demi tratando de apartar de la
mente la imagen de su cuerpo desnudo bajo la lluvia-.No lo tengo muy
controlado. ¿Tú qué sabes de él, Morgan?
-Veamos…Su padre es un magnate
de la publicidad, y su madrastra es absolutamente fascinante…Por supuesto, su
verdadera madre era igual de impresionante. Era una actriz de Hollywood. Murió
cuando Joe
era un bebé.
- ¿Era famosa?- preguntó Demi, intrigada.
-No, pero debería haberlo
sido. Al parecer, tenía verdadero talento.
-¿Cómo se llamaba?- preguntó Demi, tratando de imaginarse a la
mujer que había dado la vida a Joe.
-Danielle Jonas. Pero los periódicos de la
época no hablaban mucho de ella. Si de verdad sientes curiosidad por Joe, deberías leer cosas sobre Tara Shaw.
-¿La estrella de cine? ¿La
bomba humana? ¿La famosísima rubia conocida en todo el mundo? ¿Por qué, acaso
era amiga de su madre?
-No, para nada- respondió Morgan mientras mordisqueaba una
galleta-. Joe
trabajaba para
ella.
-¿Y qué? Él es asesor de
relaciones públicas. Es perfectamente normal.
- Tuvo una aventura con él, Demi- dijo Morgan dejando de mordisquear.
—Oh, Dios mío...
¿Joe y Tara Shaw, la diosa de la pantalla de
los años setenta? Debía tener al menos el doble de años que él.
-Algunos dicen que ella le
rompió el corazón -continuó Morgan volviendo a masticar su galleta-. Otros, que él se lo rompió a ella. Y
otros aseguran que ambos estaban sólo jugando, moviendo las sábanas por pura y
simple diversión.
Demi se removió sobre su asiento, y estuvo a
punto de derramar la leche. Agarró con fuerza el vaso para evitar que se le
cayera.
-¿Cuándo ocurrió?
-Cuando él acababa de salir de
la universidad. Me sorprende que no lo sepas.
-No suelo prestar atención a
ese tipo de cosas. No sigo los avalares de Hollywood.
-Yo sí —respondió Morgan—. Su aventura no duró mucho,
pero fue todo un escándalo.
-¿Más grande que el que me ha
salpicado a mí ahora?
-Mucho más.
Aquello era más que
suficiente. Demi se
pasó el resto de la mañana navegando por Internet en busca de viejos artículos
que hablaran de Tara Shaw
y de su joven y salvaje amante.
Mientras conducía delante de
las fastuosas mansiones de Beacon Hill, Joe sintió la repentina necesidad de llamar a Tara, de contarle lo que ocurría.
Pero le echó un vistazo a su
teléfono móvil, que descansaba en el salpicadero, y cayó en la cuenta de que no
tenía su número. No había hablado con Tara Shaw desde hacía más de ocho años.
Joe había dejado Hollywood sin
mirar atrás.
Y además, ¿qué diablos le diría?
¿Y qué pensaría su actual marido si a su antiguo amante se le ocurría llamarla
de repente?
Joe torció hacia la izquierda y
tomó la calle familiar que lo llevó hasta el garaje de sus padres. Sabía que
su padre estaría en casa un domingo por la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario