lunes, 15 de octubre de 2012

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 3



Joe estudió a su interlocutora. Tras ella brilla­ban las luces de la ciudad, tan blancas y brillantes como el broche de diamantes que Demi llevaba en el cuello. Era una pieza excepcional, pero él hu­biera preferido la visión de su cuello desnudo. Te­nía una piel suave y apetecible, bañada por el sol y tostada por sus raíces sicilianas.
Joe deslizó lentamente la vista hacia el naci­miento de sus pechos.
-No me ofende que piense que tengo el cere­bro en los pantalones -dijo levantando la mirada.
-Pues debería.

-Y usted debería ofrecerme una manzana roja y brillante -aseguró Joe deteniéndose un instante para darle más fuerza a sus palabras-. Le daría un mordisco grande y jugoso. Demi lo miró fijamente.
Joe le dedicó una sonrisa seductora. Se estaba divirtiendo con aquel juego. Le entretenía discutir con ella, y desde luego era mejor que ponerse a llorar frente a su jarra de cerveza.
-Lo peor que me podría pasar sería tener que trabajar con usted -aseguró Demi.
Joe ladeó suavemente la cabeza, preguntán­dose qué aspecto tendría ella con el cabello suelto, enmarcándole el rostro.

-Tengo entendido que no tiene elección.
-Yo que usted no estaría tan seguro -respondió ella.
-La veré el martes. A las dos en punto -le re­cordó Joe antes de marcharse.
No estaba en absoluto preocupado. Tarde o temprano, ella se rendiría y le permitiría arreglar el desastre.
Aunque Joe no fuera capaz de arreglar el suyo propio.
Demi se levantó sobresaltada a la mañana si­guiente. Se sentó en la cama y se llevó la almohada al pecho.
Había soñado con Joe Jonas.
Había sido un sueño erótico, la visión de la nie­bla a medianoche, de su pecho fuerte y musculoso brillando bajo la lluvia.
Mientras ella estaba durmiendo durante una noche de tormenta, Joe había invadido su dormi­torio, su santuario privado.

Demi fue en busca de la bata y se envolvió en ella. Todo le parecía diferente ahora. El armario de cerezo y la inmensa cama de metal. Los suelos de madera y las alfombras persas. Exhalando un profundo suspiro, Demi se dio la vuelta y abrió la persiana. Gracias a Dios, había dejado de llover. No quería que volviera a llover jamás. No si ello significaba la imagen semidesnuda de  Joe con la cabeza inclinada hacia atrás y el agua deslizándose por su estómago plano hasta caer por la cinturilla de sus pantalones negros ajustados.
Demi se apretó la bata. Había soñado con él vestido con la ropa que llevaba puesta la noche anterior, solo que estaba en la azotea del hotel, permitiendo que ella lo desnudara.

Maldita fuera aquella sonrisa suya tan sensual. Y su actitud prepotente.
Demi tenía dos días antes de su próximo encuentro, dos días para armarse de información. No sabía prácticamente nada de Joe, pero sospechaba que él conocía muchas cosas de ella.
Seguramente Joe había echo sus deberes semanas atrás, analizando a su oponente, investigando los puntos fuertes y los flacos, sus éxitos y sus fracasos.
Bueno, al menos sus sueños eran sólo de ella. Y también su ulcera. Dudaba mucho que Joe hubiera tenido acceso a su historial médico.

Demi cruzó el salón y se dirigió a la cocina. Se sirvió un vaso de leche, estiró la mano para alcanzar el teléfono  y marcó el número de Morgan Chancellor con la esperanza de encontrarla en casa. Morgan no era realmente una chismosa. Nunca lanzaba rumores infundados, pero parecía conocerlo todo sobre los demás. Y Demi tenía la intención de hablar de Joe con alguien que estuviera dispuesto a responder a sus preguntas.
Morgan contestó al quinto timbrazo. Demi comenzó una conversación amigable, preguntándole a la otra mujer si lo había pasado bien en la fiesta.         -Por cierto- dijo tras un rato-. Al final, Joe Jonas me encontró.
-¿De verdad? ¿Y qué te ha parecido?
-No estoy muy segura- dijo Demi tratando de apartar de la mente la imagen de su cuerpo desnudo bajo la lluvia-.No lo tengo muy controlado. ¿Tú qué sabes de él, Morgan?
-Veamos…Su padre es un magnate de la publicidad, y su madrastra es absolutamente fascinante…Por supuesto, su verdadera madre era igual de impresionante. Era una actriz de Hollywood. Murió cuando Joe era un bebé.

- ¿Era famosa?- preguntó Demi, intrigada.
-No, pero debería haberlo sido. Al parecer, tenía verdadero talento.
-¿Cómo se llamaba?- preguntó Demi, tratando de imaginarse a la mujer que había dado la vida a Joe.
-Danielle Jonas. Pero los periódicos de la época no hablaban mucho de ella. Si de verdad sientes curiosidad por Joe, deberías leer cosas sobre Tara Shaw.
-¿La estrella de cine? ¿La bomba humana? ¿La famosísima rubia conocida en todo el mundo? ¿Por qué, acaso era amiga de su madre?
-No, para nada- respondió Morgan mientras mordisqueaba una galleta-. Joe trabajaba para ella.
-¿Y qué? Él es asesor de relaciones públicas. Es perfectamente normal.
- Tuvo una aventura con él, Demi- dijo Morgan dejando de mordisquear. 
—Oh, Dios mío...

¿Joe y Tara Shaw, la diosa de la pantalla de los años setenta? Debía tener al menos el doble de años que él.
-Algunos dicen que ella le rompió el corazón -continuó Morgan volviendo a masticar su ga­lleta-. Otros, que él se lo rompió a ella. Y otros ase­guran que ambos estaban sólo jugando, moviendo las sábanas por pura y simple diversión.
 Demi se removió sobre su asiento, y estuvo a punto de derramar la leche. Agarró con fuerza el vaso para evitar que se le cayera.
 -¿Cuándo ocurrió?

-Cuando él acababa de salir de la universidad. Me sorprende que no lo sepas.
-No suelo prestar atención a ese tipo de cosas. No sigo los avalares de Hollywood.
-Yo sí —respondió Morgan—. Su aventura no duró mucho, pero fue todo un escándalo.
-¿Más grande que el que me ha salpicado a mí ahora?
-Mucho más.

Aquello era más que suficiente. Demi se pasó el resto de la mañana navegando por Internet en busca de viejos artículos que hablaran de Tara Shaw y de su joven y salvaje amante.
Mientras conducía delante de las fastuosas mansiones de Beacon Hill, Joe  sintió la repen­tina necesidad de llamar a Tara, de contarle lo que ocurría.
Pero le echó un vistazo a su teléfono móvil, que descansaba en el salpicadero, y cayó en la cuenta de que no tenía su número. No había hablado con Tara Shaw desde hacía más de ocho años. Joe ha­bía dejado Hollywood sin mirar atrás.

Y además, ¿qué diablos le diría? ¿Y qué pensaría su actual marido si a su antiguo amante se le ocu­rría llamarla de repente?
Joe torció hacia la izquierda y tomó la calle fa­miliar que lo llevó hasta el garaje de sus padres. Sabía que su padre estaría en casa un domingo por la tarde.

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