Alguien en casa ¿Hola? —La voz no era atractiva y sonaba más
lejos.
Demi abrió los ojos. Exploró la
habitación. Su habitación. En la cabaña de la
abuelita. Miró hacia abajo, la correa larga de su camisón había
sido empujada
por debajo de sus pechos, sus manos estaban en sus bragas, las rodillas
abiertas
de par en par, las sabanas en un enredo alrededor de sus pies.
—De nuevo. —Ella dejó caer la cabeza en la almohada. El orgasmo
más
alucinante del mundo se había ido—. Este día ya apesta y ni
siquiera me he
levantado de la cama todavía.
—¿Hola? Última oportunidad. Alguien en casa.
Demi se deslizo en la cama. Era
la voz de un hombre. Viniendo desde el interior
de la casa. Ella dejó sus pies libres de las sábanas y se apresuró
hacia la puerta de
su dormitorio, enderezando su camisón, agarrando su bata.
Golpeando la
escalera, metió los brazos en las mangas.
¿Algún ocupante ilegal que había encontrado la llave hábilmente
escondida de
la Abue, un dependiente, un ratero -alguno u otro? Daba lo mismo.
Entonces, Nelly, no escogieron ellos la casa equivocada para entrar y destruir.
Bien, entren. No había furia, como la de una mujer sexualmente
frustrada. La
primera vez que estaba pasando la noche en la cabaña en meses y
sorprende a
alguien aprovechándose de la confianza de la Abuelita.
La puerta principal estaba abierta. Demi
corrió los unos últimos pasos y agarró la
esquina de la pared para ayudarse a balancearse a sí misma en la
cocina.
Alcanzo a través del mostrador, enganchó uno de los cuchillos de
la mesa de
madera y se dirigió hacia la sala de estar.
—Hey. ¿Qué diablos crees que estás haciendo? —Apoyó el cuchillo en
su
hombro, su peso en una cadera.
Sí, ella no lo asesinaría. Ella no tenía esa intención. Pero él no
lo sabía.
El hombre, alto, probablemente de seis pies, dio la vuelta para
encararla justo por
delante del umbral de la sala de estar. El era mayor, alrededor de
unos cuarenta
y cinco años, pelo negro canoso. Era regordete, pero muy elegante
con su traje
negro carbón, camisa azul pálido y corbata a juego.
—Oh. Perdón. No pensé que alguien estuviera en casa. —Sus ojos
castaños
rastrillado por su cuerpo, deteniéndose demasiado tiempo en sus
pechos. Una
sonrisa torcida floreció en su rostro bien afeitado—. Usted debe
ser Demi.
Había una mirada de reojo, un tono lascivo en su voz, que hizo que
un escalofrío
se asentara en la base de su columna vertebral. Demi se enderezó, de repente
se sintió vulnerable a pesar del cuchillo de seis pulgadas en la
mano. Junto los
bordes de su bata, que mantuvo cerrados antes de dejar el cuchillo
para atar el
cinturón.
—Usted entró ilegalmente, —ella dijo—. Ya he llamado a la policía.
—Gran idea,
lástima que no hubiera pensado en ello, antes de que corriera a
medio vestir para
espantar a los criminales. Uf. Su cerebro estaba obsesionado,
frustrado.
—¿De verdad? Qué torpe. Usted sabe, yo estoy aquí a petición de su
abuela. —
Entró en la sala.
—No te acerques. Demi sostenía el cuchillo con ambas manos. El
hombre se
detuvo al instante, su sonrisa arrogante se derritió junto con el
color en su piel.
Levantó sus manos en señal de rendición.
—Tranquilízate, Demi. Relájese. Ya le he dicho. Soy amigo de Ester. Llámela. Y
compruébelo.
Sí, claro. ¿Cómo sé que no eres un asesino en serie que quiere
cortarme en
pedacitos tan pronto como me de la vuelta para utilizar el
teléfono?
Su sonrisa se volvió menos arrogante—. Bueno, usted esta agitando
la cuchilla de
un carnicero. Y este no es un traje para cortar a la gente.
Muy bien, buen punto. La mayoría de los asesinos en serie,
probablemente no
llevarían Versace en el trabajo. Reconoció el estilo.
—¿Quién eres? La abuela no mencionó que alguien vendría. Acabo de
verla
ayer. —Él dejó caer su mirada, la apartó por un momento, después
de vuelta, sus
ojos tristes.
—Ester no siempre recuerda las cosas con claridad. Estoy seguro de
que ella le
habría dicho, pero, ya sabe. —Mierda. Sabía exactamente lo que
quería decir.
Su sonrisa era cálida. Era una bonita sonrisa que iluminaba sus
ojos y agudizaba la
redondez de su mandíbula. Era atractivo, en un rígido, tipo de
negocios, con una
nariz fina, cejas espesas y pelo corto, ondulado, justo por encima
del cuello.
—Mi nombre es Anthony. Anthony Cadwick. —Extendió una mano hacia ella, muy
lentamente. —Yo no muerdo y sólo corto en pedacitos a personas en
sentido
figurado. —Bien, ahora se sentía un poco estúpida sosteniendo la
cuchilla como
un hacha lista para cortar una extremidad.
Ella lo bajó a su lado, después la puso en la mesita al lado de la
puerta—. Hola,
Tony. Soy Demi, la nieta loca.
—Es, ummm, Anthony, en realidad. Encantado de conocerte. Tu abuela habla de
ti a menudo. —Dio un paso adelante. Se estrecharon la mano. Su
piel era suave y
cálida, su apretón fue débil como si le preocupara que le hiciera
daño. A ella le
gustaba eso.
—Anthony. Perdón. Bonito traje.
—Igual tu. —Su mirada se dejo caer a la bata abierta y a las
piernas desnudas,
arriba de las rodillas—. ¿Yo la desperté?
Demi ató la bata, hizo un nudo.
Se sacó un mechón de pelo de la cara, la otra
mano sosteniendo su cuello.
—En realidad, usted interrumpió un sueño muy bueno.
—Mm, lo siento. Ester dijo que vivía en la ciudad. No pensé que
alguien estuviera
aquí. —Él miró su reloj—. Es tarde, alguien tiene un gran horario
de trabajo.
—Me detuve brevemente anoche para verificar las cosas. Tomé un
paseo en los
bosques. Se hizo bastante tarde, entonces sólo me quedé. El lugar
es más
consolador de lo que recuerdo. En particular la fauna.
—Umm…
—Espera. ¿Qué hora dijiste?
Miró el reloj de nuevo—. Ahora. Doce veinticinco.
—Oh, mierda. No tengo tiempo ni para ducharme. —Ella se dio la
vuelta y se
dirigió a las escaleras—. Uh, escucha, tengo que estar en el
trabajo, ahora, así
que si puedes disculparme... Cierra la puerta al salir. Gracias.
Ya había subido cuando escucho que él comenzaba a subir las
escaleras.
—En realidad, no es una circunstancia muy favorable. Llegar tarde
al trabajo a
pesar de la circunstancia. Se detuvo y se inclinó sobre la
barandilla.
—Bueno, estaba confundida. Tengo que cambiarme de ropa y arrastrar
mi
trasero. Tiene que marcharse.
—Pero he estado deseando hablar con usted. Se trata de su abuela.
Realmente
estoy bastante preocupado.
—¿Sí? —Quizás es algo en el agua. Ella no tenía tiempo para esto. Demi dio sus
dos últimos pasos y corrió a su habitación. Cerró la puerta y giró
la cerradura de
perilla cheapy. Mejor que nada. Tal vez el vería la puerta cerrada
y captaría la
indirecta.
Demi tiró de su túnica y arrancó
su pequeño camisón sobre su cabeza. Su
mirada se posó en su vestido de verano de ayer. No sólo ella lo
había llevado
para trabajar el anterior día, pero la fuga del lobo enfurecido
había dejado un
rasgón largo desagradable en el dobladillo. Tenía que haber algo
mejor. Ella fue
al armario. Quizá alguna de su ropa vieja, estaba guardada ahí
dentro. Empezó a
cavar y se dio cuenta de que su armario viejo había llegado a ser
aparentemente
el lugar donde los abrigos anticuados se guardaban.
—Sabes... ¿Demi? —Sheezz, el tipo no podría captar una indirecta. O una
sencilla orden. Ella puso los ojos en blanco y siguió buscando a
través del plástico
cubierto de prendas de vestir.
—¿Sí?
—Oh. Uh, tu abuela se preocupa mucho por ti. Habla de ti todo el
tiempo.
—¿Es cierto? —Bingo. Correcto entre una chaqueta marrón de lana y
el abrigo de
invierno con exceso de relleno, ella encontró una falda vaquera
envuelta y
vieja—. Dios mío, estas cosas nunca fueron del estilo de la
abuela.
—¿Qué es eso? —La voz de Anthony sonó más fuerte, cuando se apoyó contra la
puerta. Él la escuchaba cambiarse de ropa. Espeluznante.
—Nada. ¿Así que, usted decía que la Abue habla con usted acerca
de mí? —Si
ella hablaba mucho, sabía que él no escucharía que estaba desnuda.
—Sí. Sí, ella lo hace todo el tiempo. Demi puso los ojos en blanco de
nuevo.
Necesitaba algo para cubrirse. Había llegado al final del armario
y no había
encontrado nada, ¿Que iba a hacer? Se volteó y corrió por la
habitación hacía
su vieja cómoda. Cajón... basura, juego de cartas, bolígrafos,
gomas elásticas.
Empujó. Siguiente cajón... libros.
—Yo no creo que haya algo en el planeta que le importara más que
tú, —dijo
Anthony. Demi cerró el cajón y después se
trasladó al próximo... más libros, lo
mismo que el anterior. Ella abrió la gaveta.
—Ropa, Gracias a Dios. —Sujetadores Doble D, enormes bragas, y...
¡Eureka! Un
pequeño montón de agradables camisetas viejas.
—De la única cosa que ella podría preocuparse, es de su gran lobo
de plata. —
Anthony se echó a reír, pero la
sangre se le heló a Demi.
Hasta ayer por la noche el lobo de plata había sido un producto de
la
imaginación de una anciana, un personaje de un cuento de hadas.
Pero él era
de verdad. Él era real y hermoso y... Ella no quería pensar en él
en el resto del día.
Acerca del camafeo extraño en su sueño.
¿Qué fue eso? Había pasado
un
momento, después de que ella había atrapado al animal en la casa
de la
Abuela, en el que había tenido miedo. Miedo de ser asesinada, pero
temerosa
de ser incapaz de detenerlo de sus embarazosos e intensificados
golpes,
transformándose en algo más, en algo peor. Tal vez ese miedo, esa
rara
posibilidad de que había contaminado sus sueños.
—¿Demi? —Sacudió la cabeza, sacando el tren del pensamiento extraño y
cogió la camiseta de la cama, y se vistió.
—¿Qué dijo la
Abuela sobre el lobo, exactamente? —Preguntó.
—Estoy seguro que lo has oído antes. Ella dijo que tengo que
protegerlo y prometí
que nunca vendería la tierra para que siempre tuviera un lugar
para correr. Igual
que siempre.
La camiseta era chica, pero le servía. Se colocaría un delantal
cuando llegara a
la tienda. Demi buscó su cepillo en su bolso
y cogió su prendedor de pelo de la
mesilla de noche.
—Si usted me pregunta, —dijo Anthony—. Creo que el lobo es usted.
Metafóricamente hablando.
—¿Qué? Uh, no. —Está bien, me hubiera dado cuenta la noche
anterior y por su
sueño, que era demasiado retorcido.
—Piense en ello. Ella hizo una promesa de protegerlo, para
mantener la tierra, de
modo que siempre tuviera un lugar para vivir. No hay nada que ella
amara más.
¿Suena familiar? Al igual que las promesas que hizo para cuidar de
usted.
—Sí, pero... — Le faltan unos pocos pedazos de información vital,
como que
realmente había un lobo grande de plata corriendo por el bosque. Demi no
tenía intención de contárselo a Anthony
Cadwick. Ella encontró sus sandalias y se
sentó en la cama para atarlas.
—Creo que es una carga real sobre ella, mental y físicamente. No
importa cómo
se vea, está enlazada a este lugar debido a usted, y creo que le
está costando a
ella.
—¿Costarle a ella? Ja —Demi bruscamente cerró la boca. Sus finanzas no eran
negocio de este tipo.
—Sí, sé que le cuesta, también. Y también lo sabe Ester.
Bueno, tal vez sus finanzas eran su negocio, y aparentemente de
cualquiera que
hubiera tenido una charla con la abuela.
—Estoy bien. La tierra es buena. Los gastos de la clínica de
ancianos son buenos.
La tienda está bien. Estamos todos bien.
—Parece convincente, pero no lo compro. Y tampoco su abuela. Ella
no es una
mujer tonta, Demi. ¿Cómo piensa usted que ella se siente sabiendo que usted
lucha y no sabe por qué? Sin saber cómo ayudarla.
Ella
sabía exactamente cómo la abuela se sentía. Ella quería proteger a Demi,
para
ayudarla con cualquier cosa y todo lo que podía. Le hizo ver la
preocupación
de los frutos secos en la cara de Demi, de la preocupación que
Demi no podía esconder de la
abuela, de la preocupación que Demi no
hablaría.
La abuela siempre había esperado que Demi volviera a la casa un día,
pero si
ella supiera como las cosas eran difíciles por la falta dinero
ella vendería en un
latido del corazón, para darle el dinero en efectivo. Por supuesto
la Abuelita
no lo
sabía, por eso ella no vendería... Tal vez Anthony tenía razón. La abuela se
enlazaba a la tierra a causa de ella y estaba perjudicando a
ambas.
Demi agarró su bolso y abrió la
puerta. Anthony tropezó en la habitación.
¡Jaja!
Ella había tenido razón. Sabía que él estaba apoyado en la puerta.
—Lo siento. —Se enderezó—. Es mi culpa.
—Realmente tengo que correr, pero voy a pensar en lo que dijo. —Anthony le dio
su tarjeta.
—Entendería que si quiere afrontarlo y mantenerse en el lugar.
Quiero decir, Ester
ama este lugar, incluso si ella probablemente nunca lo vea de
nuevo. Pero si
usted decide que quiere más. Hágale saber cómo puede ayudar. Dame
una
llamada. Conozco algunas personas que estarían interesadas.
Su mirada se dejo caer a sus senos, sus ojos marrones chispeaban.
Aquel creído,
se la imagino desnuda con una sonrisa y se pellizcó una mejilla
otra vez, él se rió
entre dientes, bajo y provocativo. Ella cambió su peso a una
cadera, apoyando
su mano a un lado.
—Tal vez le gustaría tomar una foto.
Él se rió—. ¿Usted lleva eso para trabajar?
Demi miró su camisa—. Ah,
perfecto. —Había tomado una camiseta de sus días
de juventud rebelde, por la salud del medio ambiente. Una
caricatura de un
castor borrosa, plano de cola y al lado de `salva un árbol, comete un castor´—.
Sabía que este día sólo iba a empeorar.
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