—He cambiado. Y ahora, dímelo.
—¿Y por qué iba a hacerlo?
—Para empezar —dijo Joseph, y le agarró la otra mano también—, eres la madre
de mi hija.
Al decirlo, se estremeció, pero aquel hecho le concedía
ciertos derechos.
—Siempre he puesto a Elizabeth por encima de todo —respondió Jessica, echando chispas por los ojos—. Me
aseguraré de que esté a salvo, aunque a mí me pase algo.
—Ella te necesita — Joseph le
apretó las muñecas aún más—. Y maldita sea, yo también.
— ¡No, tú no! —Exclamó Demi,
con los ojos llenos de lágrimas de frustración—. ¡Tú sólo me necesitas para el
sexo!
Joseph tenía la garganta oprimida de remordimiento. Ella tenía
razones para pensar aquello.
—Claro que te necesito por el sexo, por supuesto que sí. De
una forma que tú no sabes. Pero eso sólo es la punta del iceberg, cariño.
—No te creo. Suéltame.
—No. Dime por qué estás en peligro. Tengo derecho a saberlo.
Dímelo por el bien de Elizabeth —decir el nombre del bebé, reconocer que era
una persona, le costó otro gran esfuerzo, pero Joseph
pensó que aquello terminaría de convencer a Demi.
Y así fue. A ella se le hundieron los hombros.
—Alguien está intentando secuestrarme.
—Dios mío...
Joseph le soltó las muñecas y la abrazó con fuerza. Escondió la cara
en su pelo mientras le susurraba al oído:
—Ay, Dios, Demi.
— ¡Es exactamente lo que predijo mi padre! —Dijo ella entre
sollozos, abrazándose a Joseph—. En Aspen,
me pareció que alguien me estaba siguiendo. Luego un coche intentó sacarme de
la carretera. Gracias a Dios, Elizabeth no estaba conmigo. Yo conseguí escapar,
pero en otra ocasión vi que me estaba siguiendo el mismo coche, y entonces lo
supe con certeza. Alguien ha averiguado quién soy y han decidido secuestrar a
la heredera del imperio Lovato.
Con un horror cada vez más intenso, Joseph
escuchó la historia que Demi continuó
contándole. Ella había cambiado de coche, había tomado a la niña y se la había
llevado al Rocking D para dejarla allí, a salvo. Llevaba seis meses huyendo.
Pero había sido una huida creativa.
Había usado distintos disfraces y medios de transporte para
intentar engañar a su perseguidor. Pero justo cuando creía que lo había
conseguido, un hombre la había seguido por una calle abarrotada, lo
suficientemente lejos como para que ella no pudiera identificarlo, pero lo
suficientemente cerca como para que Demi sospechara
que se trataba del mismo hombre. Sin embargo, esa vez también había conseguido
eludirlo.
Cuando terminó de contarle lo que había estado ocurriendo, Joseph se quedó en silencio durante un instante.
Después suspiró.
—Vamos a llamar a la policía.
— ¡No! —Exclamó ella, y se apartó de Joseph
—. En cuanto lo hagas, mis padres se enterarán y tomarán cartas en el
asunto. Después, mi vida tal y como la conocía habrá terminado.
—Tu vida tal y como la conocías ya ha terminado. ¡Está totalmente
destrozada!
—No, no es cierto.
—Claro que sí. Te está persiguiendo un secuestrador y no
puedes estar con tu hija.
—Ahora que tú has vuelto a casa, puedo arriesgarme.
—No, espera un segundo. Por muy halagador que me resulte, no
puedo permitir que pienses que soy un guardaespaldas.
—Acabas de decir que has cambiado. Y yo también me doy
cuenta. Eres más agresivo que hace diecisiete meses.
—Yo no soy un guardaespaldas entrenado, y tus padres son
exactamente las personas que podrían...
—Oh, vaya, mira qué hora es —lo interrumpió ella, mirándose
la muñeca desnuda. Después se dirigió rápidamente hacia el baño—. Tengo que
darme prisa.
—Demonios —farfulló él. La agarró por el hombro para evitar
que ella se encerrara allí y suspiró—. ¿Me estás diciendo que si llamo a tus
padres, tú te largarás y me dejarás a mí tratando con ellos?
A Joseph no le seducía la
idea de encararse a solas con Lovato P. Russell y anunciarle que había dejado
embarazada a su hija.
—Supongo que eso es exactamente lo que quiero decirte, Joseph Adams Jonas.
—Eso es chantaje, Demi Devonne
Lovato.
—Lo sé.
—Y también estás chantajeando a tus padres. Tu padre quiere
contratar a un detective privado para encontrarte, pero tu madre no se lo
permite, porque cree que tú te marcharás para siempre si lo hace.
—Y tiene razón.
— Demi, ¿y si ese
secuestrador consigue lo que se propone? ¿Y si decide, después de conseguir el
dinero del rescate, que lo mejor es matarte? ¿Lo has pensado?
Demi asintió.
—Por eso necesitaba hablar contigo y contarte lo de Elizabeth.
Para que la niña esté bien.
La idea de que a Demi pudiera
pasarle algo tenía el poder de dejarlo paralizado, así que Joseph no se paró a pensarlo.
—Dejando a un lado el asunto de cómo podría afectarnos eso a
los demás, tengo que decirte que la niña no estaría bien si a ti te ocurriera
algo. Yo soy un candidato nefasto para padre, y lo sabes.
—No lo sé, pero si llamas a mis padres, nunca tendremos la
oportunidad de averiguarlo. Encerrarán a Elizabeth entre los muros de Lovato Hall antes de que cante un gallo.
—A mí me parece un buen plan.
De ese modo no tendría que preocuparse por la niña. Él tenía
un negocio en Colorado, después de todo. Podría pagar la manutención del bebé,
aunque posiblemente los Demi se rieran de la
asignación que el juez le pediría.
—Y yo tendría que ir con ella —dijo
Demi, suavemente.
Aquello era algo distinto. La mujer a la que él quería
estaría a salvo, pero no sería feliz. Y él estaría... perdido. Perdido sin
posibilidad de redención.
—Verás, tiene que ser a mi manera si tú y yo queremos tener
una oportunidad. Y Elizabeth, también.
Al mirarla a los ojos y ver en ellos una chispa de esperanza,
el sentimiento de pánico y de ineptitud de Joseph amenazó
con ahogarlo.
—Yo no sería un buen padre para Elizabeth, Demi. He
pasado por muchas cosas, y sabes lo que pienso sobre tener hijos.
Admito que en
el vuelo hacia aquí, comencé a pensar que quizá algún día pudiera adoptar a un
huérfano del campo de refugiados. Pero eso sería diferente. El niño no tendría
demasiadas opciones, e incluso tenerme a mí cómo padre sería mejor que nada.
—Oh, Joseph — Demi se
acercó a él y le acarició el pelo. Después, le tomó el rostro entre las manos—.
Yo no conocí a tu padre —dijo—, pero sé que tú no eres como él. Tú nunca
pegarías a un niño como él te pegó a ti, ni lo despreciarías hasta que se
sintiera una basura, como lo hizo él.
—Eso no puedes saberlo. Es lo que viví durante dieciocho
años. Cabe la posibilidad de que su comportamiento esté también en mí, latente,
esperando el momento en el que yo tenga un hijo, y automáticamente, actúe igual
que él.
Demi lo miró a los ojos.
—¿Ni siquiera quieres verla? —preguntó suavemente.
A él se le encogió el estómago al pensarlo, pero sí, tenía
que admitir que sentía cierta curiosidad.
—Quizá, desde una distancia prudencial.
Demi sonrió.
—¿A cuánta distancia sería?
—A través de conferencia telefónica estaría bien.
Ella mantuvo su mirada.
—Creo que tiene tus ojos.
Aquello lo desconcertó. Durante todo el tiempo se la había
imaginado con los ojos marrones, como los niños del campo de refugiados.
— ¿Azules?
—Probablemente, sí. Todavía no tenía el color definido
cuando... cuando la dejé en el rancho —explicó, y los ojos comenzaron a
brillarle de nostalgia—. Oh, Joseph, por
favor. Vamos a llamar al rancho. Quiero decirles que vamos a ir. Hace una
eternidad que no la veo. Por favor. Allí son sólo las diez. No se habrán
acostado aún. Vamos a llamar ahora.
—Está bien. Sí. Lo haremos.
—¡Oh, gracias! —le rodeó el cuello con los brazos y le dio un
beso.
Es posible que ella quisiera tener un gesto amistoso, y que
aquel beso no fuera una invitación, pero no importó. El cuerpo de Joseph reaccionó involuntariamente mientras la
abrazaba con fuerza y la besaba.
Con un suave gemido de placer, ella se moldeó contra su
cuerpo de un modo como sólo Demi podía
hacerlo. Era cálida y flexible.
Joseph tiró
del cinturón de su albornoz y el grueso tejido se abrió sobre la suave curva de
sus pechos. Al instante, él experimentó la alegría de acariciarle la piel
sedosa y ella jadeó contra su boca.
Demi siempre
había sido tan sensible a sus caricias que hacía que se sintiera como un Dios
cuando estaban haciendo el amor.
Esa noche, su reacción le pareció incluso más sensible, y
sutilmente distinta. O quizá sólo fueran imaginaciones suyas. Antes, él pensaba
que conocía todos los detalles sobre ella, incluso los más íntimos.
Sin
embargo, en su ausencia ella había dado a luz a una hija, y el hecho de saber
aquello hacía que su cuerpo le resultara misterioso y exótico. Necesitaba
reconectarse con ella o al menos, convencerse a sí mismo de que todavía podía
conocerla, que todavía estaba a su alcance.
La miró fijamente a los ojos y lentamente, le abrió por
completo el albornoz. Le tomó un pecho con la mano y se inclinó, con el corazón
acelerado, para lamerle el pezón. Demi tenía
un sabor celestial. Él cerró los ojos, extasiado.
Ella suspiró su nombre y le enterró los dedos en el pelo para
sostenerlo contra su pecho.
—Voy a llevarte a la cama —murmuró él, tenso de deseo.
— ¿Y esa... llamada de teléfono? —suspiró Demi.
—Por la mañana —respondió él.
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