Ella lo miró, aturdida.
—No te entiendo.
—Tú no querías a tu prometido, así que no te
casaste con él. De hecho, Phillip me ha dicho que
no te has casado.
—No, no me he casado —Miley
miró hacia la puerta y luego a él de nuevo—. Me marcho para que deshagas
la maleta.
— ¿Estás huyendo de mí?
Ella arrugó el ceño.
—Debo pedirte que, a partir de ahora, no vuelvas a
tocarme. La próxima vez llamaré a seguridad.
No, no lo haría, pero por el momento le seguiría
el juego. La dejaría pensar que lo tenía controlado.
—Por supuesto, alteza. Le pido disculpas por mi…
inadecuado comportamiento.
—Cenamos en el comedor principal a las ocho en
punto. ¿Recuerdas dónde está?
—Estoy seguro de que encontraré el camino.
—Si tienes alguna pregunta o necesitas algo, hay
un directorio al lado del teléfono. La cocina está abierta veinticuatro horas
al día… y ahí tienes un bar.
—Gracias.
Miley asintió
con la cabeza antes de salir de la habitación.
Quizá no iba a ser tan fácil como pensaba, pero
siempre le habían gustado los retos. Cuanto más tenía que esforzarse para
conseguir algo, más satisfactorio era el resultado.
Estaba arriesgándose, desde luego, poniendo en peligro
su relación personal y profesional con Phillip.
Su gabinete de arquitectura, Diseños Rutledge,
no tenía rival en Norteamérica, pero necesitaban aquel encargo para que la
empresa pudiera ser internacional. Como había soñado su padre, aunque nunca
logró conseguirlo.
¿Y no había hecho siempre Alex
lo que su padre esperaba de él?
Había muerto tres años antes y seguía intentando
complacerlo.
Y, en parte, ésa era la razón de aquel amargo
divorcio. Algo inevitable cuando un hombre se casaba por conveniencia en lugar
de por amor. En toda su vida sólo había conocido a una mujer que entendiera la
presión de vivir teniendo que cumplir las expectativas de los demás…
Y esa mujer era Sophie.
Cuando fue a pasar unas vacaciones en Morgan Isle
diez años antes, Sophie y él habían conectado
inmediatamente. Quizá porque cuando estaba con ella podía bajar la guardia y
ser él mismo.
Pero no había sabido que sólo era un juego para
ella.
Volver a verla lo devolvía al pasado… a la
confusión, la humillación. ¿Qué mejor momento que aquél para su pequeña
venganza?
Seducirla, hacer que se enamorase y luego dejarla,
como había hecho Miley con él.
Miley
seguía temblando mientras bajaba la escalera. Quería estar sola. Necesitaba
tiempo para procesar lo que había pasado y averiguar por qué la había asustado
tanto.
Pero cuando iba a salir se encontró con Ethan.
— ¿Te vas a casa? —le preguntó su hermanastro,
sujetando la puerta.
—Tengo que hacer un itinerario —suspiró Miley.
Desde que salió de la suite de Nick se sentía helada y el
cálido sol de la tarde le pareció una bendición mientras caminaban juntos hacia
su Porsche.
—Supongo que te darás cuenta de que en ese
deportivo no se puede poner una sillita de seguridad para el niño.
—No me lo recuerdes —riendo, Ethan sacó las llaves del bolsillo.
Aunque todo el mundo en la familia tenía un Rolls
Royce con chófer a su disposición, Ethan
prefería conducir él mismo. Y raramente usaba los servicios de seguridad.
— ¿El invitado de Phillip
está en su suite?
—Sí.
—Parece un tipo agradable.
—Sí, muy agradable —contestó ella. Demasiado
agradable, en realidad. Y demasiado amistoso. No confiaba en él.
Ethan la
miró, muy serio. Cuando hacía eso se parecía tanto a Phillip
que era increíble.
— ¿Ocurre algo?
La asombraba que, a pesar de haber descubierto la
existencia de Ethan sólo un año antes, se
entendieran tan bien. Debían ser los lazos de sangre. Y en un momento como
aquél, resultaba increíblemente inconveniente.
—Estoy bien —le dijo, aunque se daba cuenta de que
no la creía.
—Sé lo que te pasa, Miley.
Ella tragó saliva. ¿Cómo podía Ethan saber nada sobre su relación con Nick? A menos que Nick
se lo hubiera contado… algo a lo que no tenía derecho alguno.
— ¿Ah, sí?
—Yo sentí lo mismo el día que me involucré en la
dirección del hotel. Quería controlarlo todo, ser el que diera las órdenes…
pero fue más fácil para mí porque no tenía a toda la familia detrás intentando
controlarme.
Estaba hablando del negocio familiar, no de su
complicado pasado con Nick. Y era un alivio. Aunque si había alguien en quien
pudiera confiar además de su cuñada, Hannah, ése era
Ethan. Aun así, ella prefería tomar sus propias decisiones.
—Quieres más responsabilidades —siguió Ethan—. Algo más que llevar a los invitados de un
sitio a otro y enseñarles la isla.
Miley se
encogió de hombros.
—Pero no es así como se hacen las cosas en la
familia. Soy una princesa y mis obligaciones son lo primero.
Ethan
apretó su mano.
—Aunque no tengo mucha influencia con Phillip, intentaré hablar con él Aunque entre mis
deberes y la llegada del niño, no tengo un minuto libre.
— ¿Lizzy se
encuentra mejor?
—Sigue teniendo náuseas por las mañanas, pero ha
decidido seguir trabajando hasta que esté de ocho meses. Ya sabes lo inquieta
que es, aunque la verdad es que apenas puede levantarse de la cama.
— ¿En serio?
—No come nada y el médico está preocupado porque
ha perdido mucho peso. La verdad, estoy pensando que deberíamos vivir en
palacio. Al menos hasta que dé a luz.
—Estoy segura de que a Phillip
le encantaría. Aunque debo decir que me sorprende un poco. Si no recuerdo mal,
juraste que nunca vivirías en palacio.
Ethan
sonrió.
—Supongo que no había esperado sentirme como en
casa. Es asombroso lo rápido que han cambiado las cosas.
Sí, eso era verdad. Aquella misma mañana había
sido sólo un día más para Miley y, de repente,
era como si todo su mundo se hubiera puesto patas arriba.
—Bueno, me voy. ¿Quieres que te lleve a casa?
—No, gracias. Hace un día precioso, así que iré
dando un paseo —sonrió Miley—. Dale recuerdos a Lizzy de mi parte. Y dile que si necesita ayuda, sólo
tiene que pedirla.
—Lo haré.
Después de darle un beso en la mejilla, Ethan subió al deportivo y Miley
tomó el camino que llevaba a su residencia.
Parecía como si, últimamente, todos sus amigos y
parientes estuvieran sentando la cabeza. Gente que, como ella, había jurado que
nunca se ataría a nadie. Ethan tenía razón, las
cosas cambiaban rápidamente. Pero para ella ciertas cosas, como desear un
marido y una familia, no cambiarían nunca. Había pasado toda su vida luchando
por su libertad y no pensaba rendirse.
Por nadie.
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