—¿Lo sabías? —Demi miró muda de asombro por la apretada sonrisa de su abuela.
—Por supuesto, querida —dijo la abuelita—. ¿Cómo más sabría dar
mis respuestas locas cuando el juez me llamó?
—¿Entonces por qué no lo hiciste?
—Perdió el valor.
La estoica cara de Joseph se ruborizó, la tensión alrededor de sus ojos se suavizó al igual
que las líneas a través de su frente. Una sonrisa vaciló en sus labios,
pero habló antes de que ésta tomara el
control.
—Era un último recurso, y no uno agradable.
Demi se recostó en su silla,
cruzando sus brazos debajo de su pecho.
—Especialmente si la abuelita decidió que quería vender.
Las cejas de Joseph se fruncieron.
—Ese nunca fue su deseo.
—¿Y si lo era? Quiero decir, después de que hubieras tomado el
control sobre todo. ¿Qué tal si ella decidía que quería vender? —No estaba
segura de por qué estaba probándolo. Sólo tenía que estar segura, oírlo de sus
propios labios.
Los ojos azul pálido de Joseph se estrecharon, con una expresión interrogante. Se inclinó hacia
delante, con los codos sobre sus rodillas.
—La custodia era un truco, Demi. Una línea de defensa contra decisiones precipitadas.
—No responde la pregunta.
—¿Realmente estás preguntando? Joseph sacudió su cabeza y
empujándose hacia atrás, inclinó su alto cuerpo en la silla. Mirando a lo
lejos, hablando más para sí mismo que
para Demi—. Por
supuesto que estás preguntando. Es tu abuela. Deberías hacerlo.
Su mirada se posó sobre el lujoso césped del patio de Green Acres.
Cerca de un acre de césped bien cuidado había árboles y jardines de flores, que
eran bordeados por el bosque. Habían colocado un cómodo juego de sillas de mimbre
debajo de un fresno gigante blanco. Las ramas, gruesas y con hojas, dejaban al
sol atravesarse alrededor de ellas moteándolas de luz.
El rostro anguloso de Joseph
se ensombreció, sin embargo no había furia en sus
ojos
aún. Estaba usando su traje Armani de costumbre, ligero, de color
gris carbón oscuro, con una camisa de cuello redondo debajo, ropa casual de
negocios, sexy como el infierno. Su grueso cabello gris plata combinaba
perfectamente, rizándose justo por
encima de su cuello, un fuerte contraste con el azul glacial de sus ojos.
Regresó su mirada a ella y esto fue todo lo que Demi pudo hacer para no jadear ante
el impacto de esos ojos.
—Lo habría conseguido. Si, hubiera tomado el control de la
propiedad de Ester.
Hubiera evitado que vendiera hasta que pudiera estar seguro de que
la decisión era sensata, de seguro ella
sabía lo que estaba haciendo, y por qué.
—¿Y si ella quería?
Su mirada se centró en la de ella, con su expresión
inquebrantable.
—Habría seguido sus deseos.
¿Era suficiente? Demi atrapó su labio inferior entre sus dientes, mirando a lo lejos.
No podía permitir que su sexy apariencia, su dulce y salvaje
aroma, o los recuerdos de su duro cuerpo presionando al de ella nublaran su
mente. No podía dejar que sus hormonas la distrajeran de nuevo hasta que
estuviera segura.
—Fue mi idea, Caperucita. —La abuelita alargó su mano hacia la de Demi, era tan suave y frágil que
ella difícilmente la sentía. Relajó el apretado nudo de sus brazos y tomó la
mano de la abuela.
—Con mis desvaríos no siempre podía estar segura de lo que era
real y de lo que no —dijo. —Yo no quería preocuparte. Ya estabas tan ocupada
con la pastelería.
Así que le pedí a Joseph que te vigilara por mí, aunque sabía que lo haría sentirse incómodo.
Estuvo de acuerdo. Es un buen hombre, querida.
Demi estudió la adorable y
aclimatada cara de la abuela, sus ojos azul cielo mirando con atención desde
debajo de sus suaves parpados arrugados, la sabiduría brillando en sus
profundidades. La abuela confiaba en él, es más, le quería y esto significaba
todo.
Ella volvió su mirada a Joseph, su frente estaba arrugada, por la mirada preocupada de sus
pálidos ojos. Sonrió. No podía evitarlo.
—Él es un hombre muy bueno.
El alivio se reflejó en su cara, relajando los músculos a lo largo
de su frente y la rigidez de su boca. Bajó su mirada, sus mejillas tomaron un
tinte sonrosado.
La miró, con ojos intensos, serios.
—Ester es querida para mí. Pero tú eres parte de mi, Demi, una parte de mi alma.
Lo has sido desde que te tuve en mis brazos esa noche. Eras tan
joven, y yo era…
un desastre. Pero nada de eso importaba. El vínculo fue
establecido entre nosotros de cualquier forma. Estamos impotentes contra eso.
Sólo me tomó veintiún años admitirlo. —Demi
lo buscó a través de la mesita de café de vidrio y
Joseph tomó
su mano en las suyas—. Vamos a tener que trabajar en esa veta testaruda.
Él rió y besó su mano, su mirada deslizándose en la suya mientras
el azul pálido brillaba debajo de las largas pestañas negras.
—Suena divertido.
Su profunda voz retumbaba a través del cuerpo de ella, haciendo
vibrar todos los diminutos cabellos a lo largo de su piel y enviando un flujo
de líquido caliente a su sexo. Exhaló, con su aliento tembloroso, inclinándose
hacia atrás en su silla cuando él soltó su mano. Oh, sí, definitivamente iba a
ser divertido.
—¿Ahora estás seguro de que el amigo Cadwick ya no regresará más?
—dijo la abuela.
Joseph asintió, mirando aún a Demi, su cabeza volteó lentamente
hacia la abuela, sus ojos fueron los últimos en dejar la cara de ella.
—Sí —dijo. —Me detuve en su oficina para ver cómo estaba, uh,
manejando los acontecimientos de anoche.
Demi tomó su vaso de té de la
mesa, su boca estaba repentinamente seca.
—¿Qué dijo?
Joseph miró en su dirección.
—Está convencido que eres una Dr. Dolittle femenina y ahora tiene
un fuerte deseo de donar dinero a la Reserva Bad Wolf Wild Game. Dijo que quería estar
seguro que los animales nunca tuvieran razón para vagar por el bosque.
La abuela puso su mano sobre su antebrazo. Sus delgados dedos
apretados.
—Gracias, Joseph. Sé cuán difícil ha sido para ti tener que tratar con él. Lo
siento tanto.
Demi tomó otro sorbo y colocó su
vaso de regreso en el posavasos.
—Creo que me estoy perdiendo de algo.
Demi atrapó su mirada pero la
alejó.
—Cadwick, él… él era el hombre con el que Donna se estaba viendo
antes del accidente.
—Oh, Joseph.
Él agitó su cabeza.
—Fue hace mucho tiempo. Un romance sin sentido. Fue mi culpa, no
escuché lo que ella necesitaba. No la dejé ir. Sin embargo, creo que realmente
él estaba enamorado de ella. Él cree que ella dejó el pueblo. Todos fuera de la
familia lo creían. Pero, al parecer, esto hizo que sus asuntos conmigo fueran
aún peor.
—Es un tonto— dijo la abuelita. Ambos, Demi y Joseph la miraron—. Venir aquí pretendiendo
ser mi dulce Patrick. Pensando que no conocería la diferencia.
Demi miró a Joseph y él la miró a ella.
Ninguno quería mencionar que en efecto Cadwick había hecho exactamente eso.
—Pidiéndome que firmara esos papeles, como si no supiera lo que
eran. —dijo enojada—. Tonto. Sin embargo, nunca comprobó cómo firmé.
Eso no importaba, Joseph había hecho trizas los documentos.
—¿Cómo los habías firmado, Abuelita? —preguntó.
Su sonrisa brilló, sus mejillas eran redondas como manzanas.
—Caperucita Roja, por supuesto. Te dije que era un lobo en vez de
un hombre.
Demi se levantó y lanzó sus brazos alrededor del cuello de la
abuela, presionando un beso en la suave piel de su mejilla.—Te quiero, Abue.
Eres lista.
Le dio palmaditas en su brazo.
—Gracias, querida. Puedo ser vieja, pero no estúpida.
Joseph rió mientras Demi se
dejaba caer de regreso en su asiento.
—No, Ester. Nadie nunca te llamaría estúpida.
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