domingo, 2 de diciembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 34





—Lo siento, Demi. Se fue a correr con los otros hace una hora. No hay manera de que lo contacte. Honestamente... —Annette estaba en el vestíbulo de mármol de la mansión Jonas, retorciéndose las manos.
Dispara. Si Demi no hubiera pasado a su apartamento para ducharse y pasar dos horas eligiendo qué ponerse antes de conducir los cuarenta y cinco minutos a la mansión de Joseph, podría haberlo encontrado.

—¿Sabes en que dirección se fueron? —En su forma de lobo tal vez podría alcanzarlo y ponerse al día con ellos. Por desgracia, no había descubierto la manera de cambiar una y otra vez. No estaba completamente segura de qué pudiera hacerlo.
—No estoy segura, por lo general van por el camino hacia la casa de su abuela.
Joseph siempre le echaba un ojo a ella. Era una ruta normal.
—Gracias, Annette. Voy a conducir para esperarlo ahí. Tal vez los atrape antes de llegar. Demi  se dio la vuelta para irse, pero las palabras de Annette la detuvieron.
—Te ama. Lo sabes, ¿verdad?
Demi la miró por encima de su hombro.
—Yo no sé nada.
—Los lobos se aparean de por vida, Demi. A pesar de que tú eres su verdadera pareja, no le es fácil dejar su vínculo con Donna. A pesar de todo lo que es, lo hizo por ti. Por los dos. Para que logren conectarse hasta con sus almas, como ambos necesitan.
Demi negó con la cabeza.

—Como he dicho, hasta no ver a Joseph, y hablar con él… no sé nada.
Ya estaba bien entrada la noche cuando Demi llegó a la cabaña. Había una limosina estacionada enfrente, vacía. Joseph. ¿Quien más? Él había dejado el carro para tener un viaje confortable de vuelta a casa. Las luces estaban apagadas en la casa, la puerta sin salida atornillada en el interior. Ella no había utilizado esa cerradura en años. No era seguro que aún tuviera la llave.
Los vellos de la nuca se le erizaron, unos dedos invisibles y como un zumbido le recorrieron la espalda. Demi  ignoró la sensación, su mente competía con lo que diría al verlo. Después de tratar con dos llaves, encontró la correcta y abrió la puerta.
—¿Hola? —Con sus músculos tensos, se asomo a la sala completamente oscura, lista para cualquier cosa. Casi no podía respirar.

Pero podía ver. Ser un hombre lobo tenía su lado gratificante. Demi se obligó a relajarse, a confiar en su cuerpo. Su visión nocturna era increíble una vez que se relajó lo suficiente. Y lo que podía oír y oler, rellenaba los vacios que su visión nocturna dejaba. Su conciencia era todavía muy nueva, sin embargo, constantemente la alimentaba con información. Todos los que habían estado en la casa en los últimos meses podía olerlos. Luchó para ordenarlos por olores y sonidos, por familiares, por la edad, por extranjeros.
La planta baja estaba sin vida, llena de sombras y cubierta por el silencio de la noche. Cerró la puerta detrás de ella, un suave clic cuando el pestillo cayó en su lugar. Las tablas del suelo crujían por sus pasos, le hizo voltear su mirada hacia arriba.

Joseph es probable que deseara permanecer en gracia con la abuela en caso que la seducción de Demi no saliera como pensaba. Y qué mejor forma de encantar a la abuela que ofrecerle otra baratija de la época que había olvidado.
Demi podía sentir en sus huesos que estaba cerca. Probablemente estaba allí escudriñando las pertenencias de la abuela en las cajas manchadas en busca de más recuerdos que ofrecerle. Al menos esta no sería tomada de una escena de muerte.
Momento por momento, Demi trabajaba para endurecer su corazón, para prepararse a la dolorosa verdad, ¿que excusa podría tener para esa carta? Su pecho apretado. La ansiedad apretaba los músculos de sus hombros. ¿Qué significaba para ella ahora que era un hombre lobo? ¿Tendría que quedarse con Joseph sin tener en cuenta su independencia? ¿Tendría que irse? Ninguna opción le ofrecía consuelo.

Dio unos pasos, el ronroneo del primer piso de zapatos de cuero raspando en el piso de madera, llegó a sus oídos. De cuero con flecos y colonia masculina dulce, se mezclaba para crear una fragancia masculina que expresaba, sin lugar a dudas alguien extravagante.
Demi no logró su propósito de estar tranquila, el más leve aliento parecía hacer eco como de vendaval en el silencio. Llegó hasta la cima de las escaleras, dejando al lado las tablas del suelo que sabía que iban a chillar.
Miró hacia la derecha a la puerta oscura del cuarto de la abuela, luego a la izquierda a su propia puerta que hacía juego con la otra. La puerta del baño estaba justo en frente, ni una astilla de luz salía de abajo. ¿Por qué Joseph no encendió las luces? 

Un pequeño gemido de asombro y un clic de una puerta que se cerró, la hicieron girarse a la habitación de la abuela. Había estado observándola. El nudo de tensión en los hombros apretados, la ira bullendo en su interior y dejando a un lado la razón. Demi borró la distancia que la separaba de la puerta en tres pasos rápidos, girando el picaporte tan duro y rápido que el cerrojo se rompió con un chasquido. Una fracción de segundo pasó para hacerle considerar que la puerta había sido cerrada para empezar. Abrió la puerta.
La luz del amanecer hasta el anochecer fluía a través de la ventana lateral, creando destellos de luz en los contornos del piso de madera. La habitación estaba vacía a pesar de la cama y había unas cajas apiladas en una esquina.
Las puertas del armario no estaban. El espacio había estado lleno con cosas de la abuela. Ahora el armario estaba vacío y oscuro.
Demi entró en la habitación, la esencia quemaba sus sentidos, con la mirada buscando a Joseph. Alguien entró y ella entró en pánico, su respiración llenaba el oscuro silencio, el miedo endulzaba el aire. No era Joseph.
Tan pronto como ese pensamiento se formo en su mente, una mano la agarró de la parte superior de su brazo y la puerta se cerró detrás de ella. De un solo jalón se encontraba en el duro pecho de Anthony Cadwick.
—¿Donde está?
Ella contuvo la respiración. El acero frio clavado en su cuello, la punta filosa de un cuchillo le presionaba en la piel. Susurró por el dolor. El corazón le tartamudeo.
—No. No lo hagas por favor.
Él mantuvo su boca en su orejar, su voz un poco ronca. Su aliento le calentaba un lado de la cara, humedeciéndola y aumentando su temor.
—¿Cómo has entrado aquí sin que te arrancaran la garganta?
Demi se sorprendió y frenó el palpitar de su corazón, trató de entender lo que estaba sucediendo.
—¿Qué estás hacienda aquí? Esto es privado...
—Esto ahora es mío, así que no hables de la mierda de allanamiento a la morada.
¿A quién le importa? Tengo que salir de aquí, y si lo hago, significa que puedo entenderlo. —Anthony la empujo hacia adelante con los dedos clavados en su brazo, y la empujo hacia la ventana.

—¿Que quieres decir con que eres el dueño del lugar? La abuela... —Se tambaleo, pero Anthony seguía empujándola hacia delante. Antes de que pudiera terminar la pregunta estaban en la ventana.
Le inclinó los hombros hacia el marco, con el cuerpo en ángulo para hacerle frente a la puerta, el cuerpo de ella adelante como un escudo. La mirada de él se precipito sobre el patio de enfrente, la entrada de los carros y la oscuridad del bosque. Su pulso era rápido como el fuego y zumbaba en su pecho y Demi lo sentía en su espalda. Estaba desesperado, cerca de enloquecer por el miedo.
—¿Que está pasando, Anthony?
Su agarre se hizo más fuerte en su brazo.
—¿No lo has visto?
—¿Ver qué?
—El lobo. Uno grande plateado, hijo de la gran puta.

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