La puerta entre el despacho de su
jefe y el suyo permaneció inquietantemente abierta. Pero Demi no miró a través de ésta tan frecuentemente
como su, en ocasiones, acelerado corazón hubiera querido. Aun así, tal vez
obstinadamente, deseaba ver al hombre que ocupaba el despacho contiguo...
el
hombre que le ordenaba las cosas de manera autoritaria, como si no le importara
el efecto que podían tener aquellas órdenes, y que, mientras ella ocupara aquel
puesto de trabajo, claramente pretendía tratarla como si fuera inferior a él.
Podría haberse sentido
desesperada al recordar la calidez que le había entregado Joe la noche en la que habían hecho el amor, pero
se negaba a hacerlo. Sentir pena de sí misma no la ayudaría en nada. Pero su ya
delicado estómago le había dado muchas vueltas aquella mañana cuando,
angustiada, había pensado en el secreto que estaba guardando.
Un secreto que, a
juzgar por la nula alegría que había mostrado Joe al
volverla a ver, podía compararse con algo que se pretendía pasar oculto por la
aduana de un aeropuerto.
Aquella noche mágica que habían
pasado juntos en Milán parecía ser una fantasía irreal si tenía en cuenta la
desconfianza y la desaprobación con las que él la estaba tratando. Y, si Joe ya tenía sospechas acerca de los motivos por
los que ella estaba allí, no sabía cómo iba a comportarse cuando se enterara de
la increíble noticia que le iba a revelar...
Había querido compartir con él
aquella noticia desde el principio, pero no había podido ya que simplemente no
había tenido manera de localizarlo. Tras conseguir un trabajo en los Estados
Unidos, su amiga Melissa se había marchado de Italia inesperadamente y todavía
no se había puesto en contacto con ella para darle su nuevo número de teléfono
y dirección. Y Demi había sido incapaz de
recordar la dirección completa de la mansión en la cual se había celebrado la
fiesta... ¡por no hablar del lugar de trabajo en el que habían contratado a
Melissa!
Parecía que todos los caminos que
podía haber tenido para localizar a Joe se
le habían cerrado. No había dejado de repetirse a sí misma que aquella
situación era solamente culpa suya por no haberle dejado a él un número de
teléfono o dirección donde encontrarla.
En su nuevo despacho, se forzó en
centrarse en el trabajo. Supo que iba a tener que esperar el momento oportuno
para confesarle la verdad a Joe. Pero el
problema era que, aparte de todo lo demás, realmente necesitaba aquel trabajo y
no tenía ninguna intención de fallar durante el periodo de prueba. La agencia
iba a pagarle el salario máximo por aquel tipo de puesto y, dada su situación,
le vendría muy bien el dinero extra.
De hecho, aquello era un
eufemismo. Ella había estado tratando de ahorrar cuanto dinero había podido,
pero vivir en Londres era caro y la cifra que había logrado reunir hasta aquel
momento apenas le permitiría sobrevivir durante un mes sin trabajar.
Había
pasado muchas noches sin dormir pensando en su futuro.
Apartando a un lado sus
preocupaciones, no tardó mucho en habituarse al trabajo, aunque su estómago no
se tranquilizaba; no dejaba de darle vuelcos como en un recordatorio de que
estaba viviendo con una potencial bomba en su interior hasta que hablara con Joe. Entonces oyó una nueva orden de éste...
—Ven a mi despacho.
Él no esperó a que Demi se levantara de su escritorio. Tras asomar la
cabeza por la puerta del despacho de ésta de manera brusca, regresó al suyo, el
cual estaba decorado con unos bonitos muebles modernos y tenía llamativos
cuadros en las paredes.
Al detallarle los pormenores del
trabajo, Lucy, la gerente de la agencia de empleo, le había comentado a Demetria lo increíblemente exitoso que era el
imperio Jonas.
Tomando su bloc de notas y un
bolígrafo, Demi se levantó y se dirigió al
despacho de su jefe, al que no quería hacer esperar.
—Siéntate —le ordenó él sin
preámbulos
.
A ella le fue difícil mantener
una actitud profesional ya que la colonia que llevaba Joe
acentuaba el increíble atractivo
de éste. Sintió como un erótico cosquilleo le recorría la espina dorsal.
Aquella fragancia era un apasionado recordatorio de la sensualidad y
belleza que habían acompañado a la noche que habían pasado juntos, así como del
magnífico amante que había resultado ser él.
Le había embelesado todo acerca
de aquel hombre... desde su cara colonia hasta su levemente acentuada voz, así
como la manera en la que cada fuerte músculo de su cuerpo se había flexionado
de una forma tan inolvidable bajo sus turbados dedos.
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