miércoles, 19 de diciembre de 2012

De Secretaria A Esposa Capitulo 6




Repentinamente, sintió miedo de que Joe pudiera de alguna manera intuir lo que estaba pensando y apenas se atrevió a mirarlo a los ojos... aunque parecía que la perturbadora mirada azul de él no vacilaba al analizarla detenidamente.

—Mi amigo Hassan se ha puesto en contacto conmigo y estoy a punto de salir para encontrarme con él. Me alegra ver que llevas una chaqueta arreglada sobre tu vestido y que el largo de éste es adecuado ya que necesito que me acompañes —comentó Joe, dándole vueltas repetidamente al bolígrafo dorado que tenía en las manos. Parecía que tenía demasiada energía corriéndole por las venas como para contenerla—. 

Aunque Hassan es un saudí bastante occidentalizado, las primeras impresiones lo son todo y mi asistente personal debe reflejar la profesionalidad y la cordialidad de la que nos enorgullecemos en esta empresa.
Demi se sintió indignada al percatarse de que obviamente Joe había sentido la necesidad de enfatizar algo que ella daba por sentado... y con algo muy parecido al desprecio reflejado en la mirada.

— ¡Conozco la cultura saudí! —Contestó acaloradamente—, Una vez trabajé para una compañía petrolera en Dubai durante seis meses, ¡por lo tanto sé lo que se espera! Aparte de eso, innatamente sé cómo comportarme de manera profesional cuando se trata de relacionarme con los clientes de mi jefe. ¡No habría durado tanto en mis cargos como asistente personal si no lo hubiera sabido!
Él levantó una ceja de manera burlona.

—Estás llena de sorpresas, Demetria. Me doy cuenta de que no puedo dar nada por sentado en lo que a ti se refiere. Pero eso ya lo he sufrido en mis propias carnes... ¿no es así?

— ¿Querías algo más? —respondió ella, mordiéndose la lengua para no contestar otra cosa. Se recordó a sí misma que debía mantener el control y la calma.

Pensó que, aunque aparentemente Joe obtuviera un perverso placer al mortificarla de aquella manera, aunque creyera que ella no merecía otra cosa que su desprecio, lo que no iba a hacer era empeorar la situación cayendo en su juego.

Todavía tenían que hablar de lo más importante, de algo que estaba cerniéndose sobre su cabeza como una avalancha a la espera de causar unos resultados devastadores. Antes o después, iba a tener que reunir todo su coraje y confesarle su secreto.

—Sí —contestó él—. Tal vez quieras retocarte el maquillaje un poco y arreglarte el pelo antes de que nos marchemos. No me gustaría que esa rebelde y sedosa melena fuera a distraer a mi cliente cuando discutamos asuntos importantes.
Demi se quedó mirando a Joe con la incredulidad reflejada en la cara. Parecía que éste pensaba que ella llevaba el pelo suelto con la intención de provocar y atraer a los hombres. Comprendió que aquel atractivo italiano iba a aprovechar cada oportunidad que tuviera para denigrarla y mofarse de ella durante las siguientes dos semanas. Pero el hecho de que la atacara de manera personal le pareció demasiado. Era cierto que le era difícil controlar las rebeldes ondas de su pelo, pero siempre lo llevaba muy bien cortado en una melena a la altura de los hombros, así como limpio y brillante.

Pero desafortunadamente el comentario de él había provocado que ella recordara una mala experiencia que había tenido de niña. En ocasiones, algunos desagradables compañeros que había tenido en la escuela de gramática a la que había asistido se habían burlado de ella llamándola «pequeña gitanilla desaliñada». Y sólo lo habían hecho porque había vivido en un piso de protección oficial y no en alguna de las bonitas calles en las cuales muchos de ellos vivían en acomodadas viviendas.

Podía decirse que siempre le había acompañado la sensación de no ser suficientemente buena, sensación que había comenzado a sentir debido a su negativa experiencia en la escuela. Pero no iba a permitir que aquel arrogante y privilegiado hombre volviera a hacerle sentir de nuevo como aquella niña insegura que había sido de pequeña. No iba a permitir que el rencor que Luca sentía hacia ella hiciera aún más mella en su autoestima.

Agarró su bloc de notas con fuerza y se sentó muy erguida en la silla. Se sintió invadida por el enfado, enfado que superó al dolor que todavía sentía.

—No me parece que comentarios tales sobre mi pelo sean adecuados. ¡Y, sea cual sea el tiempo durante el cual trabaje para esta empresa, será mejor que te reserves para ti mismo la opinión que te merece mi aspecto físico! Para que lo sepas, he sido asistente personal durante casi ocho años y durante todo ese tiempo jamás nadie se ha quejado de la manera en la que me peino o de mi aspecto.
— ¡No lo dudo! —Contestó Joe—, Pero supongo que la mayoría de tus jefes han sido hombres, ¿no es así?
— ¿Qué estás sugiriendo exactamente?
Él se echó hacia delante en la lujosa silla de cuero de su escritorio.

—No necesitas que te lo explique, ¿verdad, Demetria? —Dijo, mirando a su nueva asistente personal de manera perturbadora—, ¡Por supuesto que ningún hombre heterosexual con sangre en las venas se quejaría de tu aspecto! Seguramente les pareciera un reto tener alrededor a una chica con tales... atractivos. Tras decir aquello, Luca hizo una pausa. —Doy por hecho que comprendes que lo digo como un cumplido y no como un insulto —añadió.

Demi no quería que él le hiciera cumplidos... no cuando éstos estaban impregnados de un obvio resentimiento hacia ella.
—Entonces... ¿cuándo salimos? —preguntó, levantándose.

Le sorprendió ver que Joe hizo lo mismo. De nuevo se sintió en desventaja al observar la imponente altura de éste, así como al sentir la arrogante mirada que le dirigió, mirada que seguramente estaba destinada a hacerle sentir aún más inferior.
—Mi coche estará en la puerta del edificio dentro de diez minutos —contestó él, mirándola de manera casi insolente de arriba abajo.

Aquel día ella se había puesto el vestido y la chaqueta más elegantes que tenía. Pero se percató de que Joe se habría dado cuenta de inmediato de que no eran de la misma calidad que su traje de diseño. Aunque, en realidad, la mirada de éste era perturbadora por otra razón. Fue consciente de que él conocía su cuerpo de manera íntima y se sintió muy vulnerable en su compañía.

Sintió un cosquilleo por los pechos y, tímida, se los cubrió con la chaqueta, como si el escote de su vestido fuera demasiado abierto... lo que no era el caso.
—Pues entonces será mejor que vaya a prepararme.
Justo cuando había llegado a la puerta de su despacho, Joe volvió a dirigirse a ella.
—No te hagas nada en el pelo —dijo—. He cambiado de idea. Voy a tomar los planos necesarios y nos veremos fuera.
Tras decir aquello, él tomó el teléfono y espetó una impaciente orden a la pobre y desprevenida recepcionista de la entrada principal.

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