Repentinamente, sintió miedo de que Joe pudiera de alguna manera intuir lo que
estaba pensando y apenas se atrevió a mirarlo a los ojos... aunque parecía que
la perturbadora mirada azul de él no vacilaba al analizarla detenidamente.
—Mi amigo Hassan se ha puesto en
contacto conmigo y estoy a punto de salir para encontrarme con él. Me alegra
ver que llevas una chaqueta arreglada sobre tu vestido y que el largo de éste
es adecuado ya que necesito que me acompañes —comentó Joe,
dándole vueltas repetidamente al bolígrafo dorado que tenía en las manos.
Parecía que tenía demasiada energía corriéndole por las venas como para
contenerla—.
Aunque Hassan es un saudí bastante occidentalizado, las primeras
impresiones lo son todo y mi asistente personal debe reflejar la
profesionalidad y la cordialidad de la que nos enorgullecemos en esta empresa.
Demi se sintió indignada al
percatarse de que obviamente Joe había
sentido la necesidad de enfatizar algo que ella daba por sentado... y con algo
muy parecido al desprecio reflejado en la mirada.
— ¡Conozco la cultura saudí! —Contestó
acaloradamente—, Una vez trabajé para una compañía petrolera en Dubai durante
seis meses, ¡por lo tanto sé lo que se espera! Aparte de eso, innatamente sé
cómo comportarme de manera profesional cuando se trata de relacionarme con los
clientes de mi jefe. ¡No habría durado tanto en mis cargos como asistente
personal si no lo hubiera sabido!
Él levantó una ceja de manera
burlona.
—Estás llena de sorpresas, Demetria. Me doy cuenta de que no puedo dar nada
por sentado en lo que a ti se refiere. Pero eso ya lo he sufrido en mis propias
carnes... ¿no es así?
— ¿Querías algo más? —respondió
ella, mordiéndose la lengua para no contestar otra cosa. Se recordó a sí misma
que debía mantener el control y la calma.
Pensó que, aunque aparentemente Joe obtuviera un perverso placer al mortificarla
de aquella manera, aunque creyera que ella no merecía otra cosa que su
desprecio, lo que no iba a hacer era empeorar la situación cayendo en su juego.
Todavía tenían que hablar de lo
más importante, de algo que estaba cerniéndose sobre su cabeza como una
avalancha a la espera de causar unos resultados devastadores. Antes o después,
iba a tener que reunir todo su coraje y confesarle su secreto.
—Sí —contestó él—. Tal vez
quieras retocarte el maquillaje un poco y arreglarte el pelo antes de que nos
marchemos. No me gustaría que esa rebelde y sedosa melena fuera a distraer a mi
cliente cuando discutamos asuntos importantes.
Demi se quedó mirando a Joe con la incredulidad reflejada en la cara.
Parecía que éste pensaba que ella llevaba el pelo suelto con la intención de
provocar y atraer a los hombres. Comprendió que aquel atractivo italiano iba a
aprovechar cada oportunidad que tuviera para denigrarla y mofarse de ella
durante las siguientes dos semanas. Pero el hecho de que la atacara de manera
personal le pareció demasiado. Era cierto que le era difícil controlar las
rebeldes ondas de su pelo, pero siempre lo llevaba muy bien cortado en una melena
a la altura de los hombros, así como limpio y brillante.
Pero desafortunadamente el
comentario de él había provocado que ella recordara una mala experiencia que
había tenido de niña. En ocasiones, algunos desagradables compañeros que había
tenido en la escuela de gramática a la que había asistido se habían burlado de
ella llamándola «pequeña gitanilla desaliñada». Y sólo lo habían hecho porque
había vivido en un piso de protección oficial y no en alguna de las bonitas
calles en las cuales muchos de ellos vivían en acomodadas viviendas.
Podía decirse que siempre le
había acompañado la sensación de no ser suficientemente buena, sensación que
había comenzado a sentir debido a su negativa experiencia en la escuela. Pero
no iba a permitir que aquel arrogante y privilegiado hombre volviera a hacerle
sentir de nuevo como aquella niña insegura que había sido de pequeña. No iba a
permitir que el rencor que Luca sentía hacia
ella hiciera aún más mella en su autoestima.
Agarró su bloc de notas con
fuerza y se sentó muy erguida en la silla. Se sintió invadida por el enfado,
enfado que superó al dolor que todavía sentía.
—No me parece que comentarios
tales sobre mi pelo sean adecuados. ¡Y, sea cual sea el tiempo durante el cual
trabaje para esta empresa, será mejor que te reserves para ti mismo la opinión
que te merece mi aspecto físico! Para que lo sepas, he sido asistente personal
durante casi ocho años y durante todo ese tiempo jamás nadie se ha quejado de
la manera en la que me peino o de mi aspecto.
— ¡No lo dudo! —Contestó Joe—, Pero supongo que la mayoría de tus jefes han
sido hombres, ¿no es así?
— ¿Qué estás sugiriendo
exactamente?
Él se echó hacia delante en la
lujosa silla de cuero de su escritorio.
—No necesitas que te lo explique,
¿verdad, Demetria? —Dijo, mirando a su nueva
asistente personal de manera perturbadora—, ¡Por supuesto que ningún hombre
heterosexual con sangre en las venas se quejaría de tu aspecto! Seguramente les
pareciera un reto tener alrededor a una chica con tales... atractivos. Tras decir
aquello, Luca hizo una pausa. —Doy por hecho que comprendes que lo digo como un
cumplido y no como un insulto —añadió.
Demi no quería que él le hiciera
cumplidos... no cuando éstos estaban impregnados de un obvio resentimiento
hacia ella.
—Entonces... ¿cuándo salimos?
—preguntó, levantándose.
Le sorprendió ver que Joe hizo lo mismo. De nuevo se sintió en
desventaja al observar la imponente altura de éste, así como al sentir la
arrogante mirada que le dirigió, mirada que seguramente estaba destinada a
hacerle sentir aún más inferior.
—Mi coche estará en la puerta del
edificio dentro de diez minutos —contestó él, mirándola de manera casi
insolente de arriba abajo.
Aquel día ella se había puesto el
vestido y la chaqueta más elegantes que tenía. Pero se percató de que Joe se habría dado cuenta de inmediato de que no
eran de la misma calidad que su traje de diseño. Aunque, en realidad, la mirada
de éste era perturbadora por otra razón. Fue consciente de que él conocía su
cuerpo de manera íntima y se sintió muy vulnerable en su compañía.
Sintió un cosquilleo por los
pechos y, tímida, se los cubrió con la chaqueta, como si el escote de su
vestido fuera demasiado abierto... lo que no era el caso.
—Pues entonces será mejor que
vaya a prepararme.
Justo cuando había llegado a la
puerta de su despacho, Joe volvió a
dirigirse a ella.
—No te hagas nada en el pelo
—dijo—. He cambiado de idea. Voy a tomar los planos necesarios y nos veremos
fuera.
Tras decir aquello, él tomó el
teléfono y espetó una impaciente orden a la pobre y desprevenida recepcionista
de la entrada principal.
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