domingo, 2 de diciembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 30




Tres noches después, Nick llegó a Cherry Lane y pulsó el timbre del pequeño rancho de la familia Polcenek. Si Miley no le hubiera descalabrado la vida, si hubiera conseguido dormir más de cinco minutos seguidos desde su marcha, habría reído al recordar todas las veces que había pulsado ese timbre cuando era niño, para echar a correr antes de que abrieran la puerta.

Pero no se rió ni salió corriendo.
La puerta se abrió y se encendió la luz del porche. Miley asomó la cabeza y sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Nick, ¿qué haces aquí?
—El plazo de nuestro trato no se ha cumplido —dijo con voz tranquila, aunque tenía ganas de secuestrarla o de retorcer su lindo pescuezo. Las consecuencias legales de cualquiera de esas opciones le pasaron por la mente, y sacó el anillo del bolsillo.
Ella miró el anillo con dolor. Echó una ojeada hacia la casa por encima del hombro, salió al porche y cerró la puerta tras ella. La noche era fresca y se abrazó el cuerpo con los brazos.
—Lo siento —dijo—. Ya no podía seguir simulando. Me sentía como si fuera un fraude para todos.
—No para mí —objetó él, dolido por su tono desolado.
—Para ti, para mí —interpuso ella—. Era demasiado confuso. Primero se supone que tengo que actuar como si te amara ante la gente. Después nos convertimos en amantes, pero se supone que no puedo enamorarme de ti —movió la cabeza y se mordisqueó el labio—. No podía soportarlo más.

—Te has sentido mal por culpa de la gente —comenzó Nick, intentando comprenderla.
—No es la gente. Soy yo.
—¿Por qué? —preguntó él, perdiendo la paciencia. Lanzó una maldición—. El domingo no parecías nada confusa.
—Ya lo sé, pero… —Miley notó que le ardían las mejillas.
—¿Pero qué?
—No lo vas a entender —Miley irguió la barbilla—. No es lógico —admitió—. No puedo explicarlo.
—Inténtalo —insistió Nick, consciente de que la estaba forzando pero ansioso de respuestas—. ¿Cómo puedes hacerme el amor como si fuera lo más importante del mundo entero y desaparecer al día siguiente?
—Ya te he dicho que no puedo explicarlo —dijo ella, retorciéndose las manos.
—Y yo te dije que te quedaras con el maldito anillo —replicó Nick, comenzando a perder el control.
—No puedo quedarme con el anillo. Cada vez que lo mirara me echaría a llorar. No puedo…
—¡A llorar!
—Por favor, baja la voz. Esto ya es bastante difícil. Me va a costar muchísimo superar…
—¿Superar qué? —desconcertado por completo, Nick sentía ganas de aullarle a la luna como un perro. Entonces la miró y percibió el primer destello de ira en sus ojos.
—Esto es muy fácil para ti. Tú puedes encender o apagar tus sentimientos a voluntad, yo no. Me pediste que actuara como tu prometida, que simulara adorarte, que simulara amarte. Te diré cuál es mi problema, señor Comando. Yo no simulaba. Me enamoré de ti. ¿Te parece suficientemente lioso? —preguntó con los ojos brillantes de lágrimas.
No le dio posibilidad de responder.

—No te preocupes. Sé que no me quieres. Así que muestra un poco de compasión. Déjame en paz para que consiga olvidarme de ti —soltó una risa que sonó como un sollozo—. O pondré a mi padre y a mi hermano a perseguirte.
Asombrado, vio como la puerta se cerraba tras ella. Se quedó mirando la puerta fijamente, intentando comprender su confesión. Sus palabras le resonaban en la cabeza como un gong.

Miley lo amaba. Sintió que lo invadía una oleada de calor, pero inmediatamente llegó el jarro de agua fría. No quería volver a verlo nunca.
Cuando Nick decidió ahogar sus penas, no se imaginó que aquello acabaría convirtiéndose en una reunión del Club de los Chicos Malos. Llamó a Ben, y de repente la reunión de dos personas se convirtió una de cuatro.
Nick miró a sus camaradas y movió la cabeza con sorpresa.
—Todos estáis casados. ¿Cómo habéis conseguido escaparos el día de Nochebuena?
—Ha sido fácil —respondió Stan Michaels, ahora médico traumatólogo—. Todas las señoras están en mi casa.

—Dando consejos y apoyo a Jenna Jean —se burló Ben.
Nick los miró sorprendido. Sabía que Jenna Jean era una abogada de gran reputación. No se imaginaba por qué razón podría necesitar que la aconsejaran.
—De acuerdo, he picado. ¿Por qué?
—Vamos a tener un bebé —dijo Stan, con una sonrisa tan amplia que su rostro parecía a punto de partirse en dos.
—No me lo puedo creer —Nick lo miró con sorpresa—. Enhorabuena —dijo automáticamente, pero pensar en niños le recordó a Mile , y eso le dolió. Miró a Joe Caruthers.
—Tampoco entiendo que tú estés aquí. No creí que volviera a verte más que en foto, ahora que vives en Colorado.
—Mi mujer no hacía más que sugerir que ampliara mi negocio de franquicias con un socio en Roanoke —explicó Joe—. Es una buena excusa para volver por aquí de vez en cuando.
—Sí, eres el único que queda, Nick —dijo Ben—. ¿Cuando vas a dejar de ser el Soltero del Ano?
—Nunca —respondió. Resuelto a no dejar traslucir que estaba ahogando sus penas en cerveza, pidió otra ronda.
—No me digas —interpuso Ben—. Sabes, Amelia, mi mujer, lee mucho. Es catedrática y es una chica lista.
—Y aún así se casó con él —exclamó Stan, simulando asombro. Ben lo miró de reojo.
—La próxima vez que necesites consejos sobre el coche… —amenazó.
—Vale, vale —dijo Stan—. Acaba lo que ibas a decir.
Ben, dueño del único concesionario de coches extranjeros de Roanoke, sonrió.
—En la facultad reciben todos los periódicos. Hace poco leyó un artículo muy interesante que decía que sonaban campanas de boda para Nick Nolan.

1 comentario:

  1. descalabrooo su vida... DIOOOOOOOOOOOOS
    HAHAHAA
    LA CONVERSACION DE ESTOS CHICOS ESTA INTERESANTE
    SIGUEEEELA PRONTO
    xoxox

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