Demi no estaba segura si debía considerar ese
dato como una bendición o una condena.
La habitación en la que se encontraba Demi había sido originariamente la cocina. Los
fregaderos y los armarios estaban reformados, recubiertos de acero inoxidable,
pero casi todo lo demás había desaparecido. Ahora se utilizaba en calidad de
recepción y era el punto de entrada de los cuerpos al depósito. Había carteles
en toda la habitación que proclamaban que la estancia cumplía todos los
requisitos federales y estatales de higiene. Pese a que no era una habitación
habilitada para los cuerpos, Demi pudo oler un
desinfectante que le revolvió el estómago.
Había varias puertas en la recepción, la
mayoría claramente señalizadas. La sala de embalsamar estaba de frente. A la
derecha, junto a ella, estaba el crematorio. A su izquierda estaban los
depósitos. Más a su derecha había una puerta que seguramente conducía a las
otras dependencias de la funeraria.
Apenas llevaría unos minutos a los
empleados y al policía dejar el cuerpo en una de las neveras y regresar a la
recepción. El policía seguramente se quedaría de guardia toda la noche, pero Demi confió en que regresaría a su coche patrulla. Si
decidía quedarse en la recepción, junto al depósito, Demi
tendría un serio problema. Pero no le parecía muy probable. La mayoría
de los habitantes de Moriah's Landing eran bastante supersticiosos y eso
incluía al departamento de policía.
Tan solo necesitaba encontrar un escondite
hasta que el camino se despejara. Estudió sus alternativas una vez más.
Finalmente se decidió por la puerta que carecía de indicación. Un pasillo
estrecho se abrió ante ella. Vaciló en el umbral de la puerta mientras trataba
de orientarse. Pero aquello no tenía sentido. El pasillo no tenía ventanas y la
circulación se antojaba precaria. Demi odiaba la
idea de encender la linterna, pero no tenía más remedio si no quería tropezar
en la oscuridad y arriesgarse a que la descubrieran. Apretó el interruptor y
dirigió el haz de luz hacia el pasillo.
Si podía localizar el vestíbulo o la
capilla se sentiría segura. Podría encontrar un banco y sentarse a esperar. Y
meditar acerca de la situación en la que se encontraría si Joe llegaba a descubrirla. Quizá llegara a amenazarla
con… funestas repercusiones. Por un momento, dejó volar su imaginación sobre
las posibles consecuencias. Pero enseguida se sacudió esas fantasías. Eran
pensamientos pervertidos de una chica, una mujer, que apenas había sido besada.
Aguantó un suspiro justo en el instante en
que vio una luz al final del pasillo y escuchó pasos. Alguien se acercaba por
las escaleras. Su corazón comenzó a latir con una fuerza inusitada. Había una
puerta frente a ella y se precipitó hacia allí. Las diversas capas del vestido
rozaban entre sí con estrépito. Apagó la linterna y se coló en la habitación en
el momento en que los pasos se acercaban.
Se acercaron más. Todavía más cerca. Y
entonces aminoraron la marcha.
Demi contuvo la respiración. Miró alrededor,
presa del pánico, en busca de un escondite. Pero no podía ver nada en la
oscuridad de la habitación y no se atrevía a encender la linterna. La puerta se
abrió y Demi se pegó a la pared, detrás de la
puerta, rezando para que los múltiples pliegues de su falda no la delataran.
Por un momento, su suerte quedó en
suspenso. No ocurrió nada. Nada se movió. Demi
ni siquiera se atrevía a respirar. Se quedó paralizada, el pulso arrebatado en
su garganta, mientras rezaba para que se marchase quienquiera que estuviera al
otro lado de la puerta.
Entonces se encendió la luz y Demi parpadeó, convencida de que la habían
descubierto. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz cegadora, miró en torno
a ella. Quienquiera que estuviera en la puerta no había entrado en la
habitación, pero Demi no estaba sola. A menos de
dos metros de dónde estaba descansaba en un ataúd satinado una mujer que no
conocía.
—Buenas noches, señorita Presco —susurró una voz desde el pasillo.
Treinta minutos más tarde, Demi salió de su escondite y se asomó al pasillo. La
luz al final del corredor estaba apagada. El señor Krauter había desaparecido
escaleras arriba y la impresión de Demi era que
tenía el camino despejado.
Antes, había permanecido en la sala de
visitas con la señorita Presco el tiempo
necesario para dar tiempo al señor Krauter a que desapareciera y se encaminara
a la recepción para aguardar la llegada de los restos mortales de Bethany.
Mientras aguardaba, estrujada contra la puerta en la sala de visitas, había
procurado convencerse de que el hecho de que el señor Krauter hablara con los
muertos no tenía nada de raro. Era, incluso, bastante amable.
Pero en su mente comenzaron a formarse
extrañas imágenes, visiones que la sumergieron en un sudor frío. No le habría
dado tiempo al señor Krauter para llegar a la recepción, pero abrió la puerta
de la sala de visitas y salió al pasillo. Después, encontró un nuevo escondite
en el que esperar a que el señor Krauter deshiciera el camino y regresara a su
mansión en el piso de arriba.
Satisfecha ante el hecho de que el señor
Krauter no hubiera regresado por el pasillo, consciente de que los empleados ya
se habían marchado y de que el policía estaría haciendo la guardia en algún
lugar en el exterior, Demi decidió que ya había
llegado la hora de dar el paso.
Se detuvo en medio del pasillo, atenta al
silencio del depósito. Al igual que cualquier otro edificio Victoriano, la casa
tenía su propia variedad de crujidos y ruidos. Pero nada que fuera realmente
demasiado alarmante.
Aun así, no se encontraba muy a gusto. Se
tapó con el chal y caminó de puntillas hacia la recepción. Habían dejado
encendida una luz sobre uno de los fregaderos y pudo comprobar que la
habitación estaba vacía. Sintió la tentación de entreabrir la puerta trasera
para establecer con exactitud la posición del agente de policía. Pero si estaba
de pie en la entrada, se delataría. Sería mejor seguir con el plan y asumir que
estaría cómodamente arrellanado en el coche patrulla. Puede que incluso
estuviera roncando a esas alturas de la noche.
Antes de que perdiera el valor o
recuperase el sentido común, Elizabeth se apresuró hacia la puerta del
depósito, la abrió y entró. La puerta se cerró tras ella con un leve chasquido
y Demi refrenó el impulso de girar el pomo para
asegurarse de que no se había quedado encerrada dentro. Si se había quedado
atrapada, prefería prolongar la ignorancia de este hecho.
La habitación estaba completamente a
oscuras. Demi avanzó a tientas, pegada a la
pared, en busca del interruptor de la luz. Al no encontrarlo, comprendió que lo
más probable era que estuviera en el exterior, junto a la puerta. Era razonable
que los empleados de la funeraria desearan encender la luz antes de entrar en
el depósito. Decidió utilizar la linterna. La habitación se iluminó lentamente
al tiempo que el círculo de luz desvelaba unas instalaciones de acero
inoxidable y un aparato bastante tortuoso, suspendido en el techo, que Demi presumió que se utilizaría para levantar y bajar
los cuerpos. Recordó que había leído que las lesiones de espalda estaban muy
extendidas entre los empleados de las funerarias.
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