miércoles, 19 de diciembre de 2012

Pasion Peligrosa Capitulo 12







Demi no estaba segura si debía considerar ese dato como una bendición o una condena.
La habitación en la que se encontraba Demi había sido originariamente la cocina. Los fregaderos y los armarios estaban reformados, recubiertos de acero inoxidable, pero casi todo lo demás había desaparecido. Ahora se utilizaba en calidad de recepción y era el punto de entrada de los cuerpos al depósito. Había carteles en toda la habitación que proclamaban que la estancia cumplía todos los requisitos federales y estatales de higiene. Pese a que no era una habitación habilitada para los cuerpos, Demi pudo oler un desinfectante que le revolvió el estómago.

Había varias puertas en la recepción, la mayoría claramente señalizadas. La sala de embalsamar estaba de frente. A la derecha, junto a ella, estaba el crematorio. A su izquierda estaban los depósitos. Más a su derecha había una puerta que seguramente conducía a las otras dependencias de la funeraria.

Apenas llevaría unos minutos a los empleados y al policía dejar el cuerpo en una de las neveras y regresar a la recepción. El policía seguramente se quedaría de guardia toda la noche, pero Demi confió en que regresaría a su coche patrulla. Si decidía quedarse en la recepción, junto al depósito, Demi tendría un serio problema. Pero no le parecía muy probable. La mayoría de los habitantes de Moriah's Landing eran bastante supersticiosos y eso incluía al departamento de policía.

Tan solo necesitaba encontrar un escondite hasta que el camino se despejara. Estudió sus alternativas una vez más. Finalmente se decidió por la puerta que carecía de indicación. Un pasillo estrecho se abrió ante ella. Vaciló en el umbral de la puerta mientras trataba de orientarse. Pero aquello no tenía sentido. El pasillo no tenía ventanas y la circulación se antojaba precaria. Demi odiaba la idea de encender la linterna, pero no tenía más remedio si no quería tropezar en la oscuridad y arriesgarse a que la descubrieran. Apretó el interruptor y dirigió el haz de luz hacia el pasillo.

Si podía localizar el vestíbulo o la capilla se sentiría segura. Podría encontrar un banco y sentarse a esperar. Y meditar acerca de la situación en la que se encontraría si Joe llegaba a descubrirla. Quizá llegara a amenazarla con… funestas repercusiones. Por un momento, dejó volar su imaginación sobre las posibles consecuencias. Pero enseguida se sacudió esas fantasías. Eran pensamientos pervertidos de una chica, una mujer, que apenas había sido besada.

Aguantó un suspiro justo en el instante en que vio una luz al final del pasillo y escuchó pasos. Alguien se acercaba por las escaleras. Su corazón comenzó a latir con una fuerza inusitada. Había una puerta frente a ella y se precipitó hacia allí. Las diversas capas del vestido rozaban entre sí con estrépito. Apagó la linterna y se coló en la habitación en el momento en que los pasos se acercaban.

Se acercaron más. Todavía más cerca. Y entonces aminoraron la marcha.
Demi contuvo la respiración. Miró alrededor, presa del pánico, en busca de un escondite. Pero no podía ver nada en la oscuridad de la habitación y no se atrevía a encender la linterna. La puerta se abrió y Demi se pegó a la pared, detrás de la puerta, rezando para que los múltiples pliegues de su falda no la delataran.

Por un momento, su suerte quedó en suspenso. No ocurrió nada. Nada se movió. Demi ni siquiera se atrevía a respirar. Se quedó paralizada, el pulso arrebatado en su garganta, mientras rezaba para que se marchase quienquiera que estuviera al otro lado de la puerta.
Entonces se encendió la luz y Demi parpadeó, convencida de que la habían descubierto. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz cegadora, miró en torno a ella. Quienquiera que estuviera en la puerta no había entrado en la habitación, pero Demi no estaba sola. A menos de dos metros de dónde estaba descansaba en un ataúd satinado una mujer que no conocía.
—Buenas noches, señorita Presco —susurró una voz desde el pasillo.
Treinta minutos más tarde, Demi salió de su escondite y se asomó al pasillo. La luz al final del corredor estaba apagada. El señor Krauter había desaparecido escaleras arriba y la impresión de Demi era que tenía el camino despejado.

Antes, había permanecido en la sala de visitas con la señorita Presco el tiempo necesario para dar tiempo al señor Krauter a que desapareciera y se encaminara a la recepción para aguardar la llegada de los restos mortales de Bethany. Mientras aguardaba, estrujada contra la puerta en la sala de visitas, había procurado convencerse de que el hecho de que el señor Krauter hablara con los muertos no tenía nada de raro. Era, incluso, bastante amable.

Pero en su mente comenzaron a formarse extrañas imágenes, visiones que la sumergieron en un sudor frío. No le habría dado tiempo al señor Krauter para llegar a la recepción, pero abrió la puerta de la sala de visitas y salió al pasillo. Después, encontró un nuevo escondite en el que esperar a que el señor Krauter deshiciera el camino y regresara a su mansión en el piso de arriba.

Satisfecha ante el hecho de que el señor Krauter no hubiera regresado por el pasillo, consciente de que los empleados ya se habían marchado y de que el policía estaría haciendo la guardia en algún lugar en el exterior, Demi decidió que ya había llegado la hora de dar el paso.

Se detuvo en medio del pasillo, atenta al silencio del depósito. Al igual que cualquier otro edificio Victoriano, la casa tenía su propia variedad de crujidos y ruidos. Pero nada que fuera realmente demasiado alarmante.

Aun así, no se encontraba muy a gusto. Se tapó con el chal y caminó de puntillas hacia la recepción. Habían dejado encendida una luz sobre uno de los fregaderos y pudo comprobar que la habitación estaba vacía. Sintió la tentación de entreabrir la puerta trasera para establecer con exactitud la posición del agente de policía. Pero si estaba de pie en la entrada, se delataría. Sería mejor seguir con el plan y asumir que estaría cómodamente arrellanado en el coche patrulla. Puede que incluso estuviera roncando a esas alturas de la noche.

Antes de que perdiera el valor o recuperase el sentido común, Elizabeth se apresuró hacia la puerta del depósito, la abrió y entró. La puerta se cerró tras ella con un leve chasquido y Demi refrenó el impulso de girar el pomo para asegurarse de que no se había quedado encerrada dentro. Si se había quedado atrapada, prefería prolongar la ignorancia de este hecho.

La habitación estaba completamente a oscuras. Demi avanzó a tientas, pegada a la pared, en busca del interruptor de la luz. Al no encontrarlo, comprendió que lo más probable era que estuviera en el exterior, junto a la puerta. Era razonable que los empleados de la funeraria desearan encender la luz antes de entrar en el depósito. Decidió utilizar la linterna. La habitación se iluminó lentamente al tiempo que el círculo de luz desvelaba unas instalaciones de acero inoxidable y un aparato bastante tortuoso, suspendido en el techo, que Demi presumió que se utilizaría para levantar y bajar los cuerpos. Recordó que había leído que las lesiones de espalda estaban muy extendidas entre los empleados de las funerarias.

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