Un coche de la policía, sin
luces y con la sirena apagada, seguía al coche fúnebre. Demi se agachó en su
asiento, aunque estaba casi segura de que Joe se había quedado en la mansión.
Tenía por delante un montón de entrevistas, además de recorrer la finca en
busca de huellas, pero lo hubiera abandonado todo al instante si hubiera tenido
la menor sospecha de lo que Joe estaba a punto de hacer.
De pronto la asaltaron
algunas dudas. Sabía que lo que tenía planeado no era precisamente muy
inteligente. Seguramente no fuera una buena idea. Iba a interferir con una
investigación policial en curso. Recibiría una sanción, e incluso podría pasar
un tiempo entre rejas si la sorprendían, pero no veía otra opción. Cuando había
solicitado a Joe, en un segundo intento, que le permitiera examinar el cadáver,
él se había mostrado taxativo. Por nada del mundo le daría permiso.
—Concédeme tan solo un
minuto, Joe. Es todo lo que te pido. Necesito ver el cuerpo una vez más. Creo
que he visto algo…
— ¿Qué has visto?
—Yo… no estoy segura.
Se pasó la mano por el pelo
negro, un gesto tan familiar como atrayente, de no haber sido porque Demi
estaba profundamente enojada con él. Un sentimiento que, a todas luces, era
mutuo.
—No tengo tiempo para esto, Demi.
— ¿Por qué eres tan
cabezota? ¿No puedes admitir que quizá necesites mi ayuda?
— ¿Para qué?
—La investigación, ¡por
todos los santos!
Joe miró a Demi durante un
instante eterno, henchido de tensión. Sus ojos grises parecían fríos y
distantes. Y cautivadores.
— ¿Acaso no conoces el
refrán, Demi? Los que pueden hacerlo, lo hacen. Y los que no pueden hacerlo, lo
enseñan.
Eso había dolido. Demi le dedicó una mirada de desprecio.
— ¿Tienes miedo de enseñarme
el cuerpo, Joe?
— ¿Por qué iba a tener
miedo?
—Quizá pienses que puedo
encontrar algo que tú pasarías por alto.
La expresión de Joe se
endureció y Demi comprendió que había ido demasiado lejos, una vez más. Lo
había presionado más de la cuenta hasta enfurecerlo. Quizá hasta despertar su
desprecio.
—Mantente fuera de mi
camino, ¿de acuerdo? Y procura que no te descubra jugando a ser Nancy Drew en
este caso. Te lo advierto, Demi…
¡Nancy Drew! Demi echaba
pestes, arrebujada en su asiento de cuero, al pensar en la osadía de Joe al
compararla con Nancy Drew. ¿Acaso ella se había doctorado en Criminología?
¿Había mantenido una correspondencia fluida con uno de los más famosos
analistas del comportamiento de Quántico? ¿Acaso tenía un coeficiente
intelectual de…?
Demi dejó de mortificarse en
silencio. Era cierto que nunca había sabido cuándo era el momento de abandonar,
pero siempre había considerado la perseverancia una virtud, nunca un vicio. Y
estaba segura de que podía ayudar a Joe a resolver el caso si le daba una
oportunidad.
Pero estaba obsesionado con
su edad, igual que el resto. Si fuera un hombre, si hubiera empleado el tiempo
normal para completar su carrera y sus prácticas, nadie habría cuestionado su
pericia. Nadie lo habría pensado dos veces antes de solicitar su colaboración
en el caso.
Pero tan solo tenía veinte
años, aparentaba menos edad y, por esa razón, Joe le estaba cerrando todas las
puertas. Una vocecilla interior empezó a burlarse de ella. ¿Se sentía ofendida
porque Joe no le permitía cooperar en la investigación o porque aún la
consideraba una estudiante inmadura? Una persona por la que nunca podría sentir
nunca el menor interés, desde un punto de vista romántico o… sexual.
Demi suspiró. Podía ser un
cerebro sin cuerpo si tenía en cuenta la atención que suscitaba entre los
hombres. A excepción del Doctor Paul Portier, profesor de Biología en Heathrow,
al que no podía considerar seriamente una conquista a tenor de su reputación en
lo referente al sexo contrario.
Además, no estaba segura de
que no hubiera hecho la vista gorda con ella. Tenía fiebre muy alta cuando se
acercó a ella unas semanas atrás en una reunión del claustro de profesores. Era
perfectamente posible que hubiera malinterpretado sus gestos y sus palabras. En
todo caso, había algo en aquel tipo que le ponía la carne de gallina. El modo
en que su mirada había recorrido todo su cuerpo cuando la miraba. El modo en
que se le había erizado la piel cuando él la había tocado.
Estremecida, se incorporó en
su asiento y miró por la ventana. Las ruedas silbaron sobre el pavimento mojado
cuando el coche fúnebre y el coche de policía giraron en la entrada del
edificio de tres plantas que albergaba, además de la funeraria y el crematorio,
la residencia privada de Ned Krauter, propietario de ambos negocios.
Quizá por respeto a los
muertos, o en virtud de la hora, las puertas se cerraron con sigilo cuando los
empleados salieron del coche fúnebre, y el agente de policía se deslizó fuera
de su coche. Los tres hombres intercambiaron unas palabras y Demi dejó vagar su
mirada hacia la funeraria. Las ventanas de la segunda planta, que era la
vivienda del señor Krauter, estaban iluminadas. También había luz en la planta
baja, donde estaba instalado el servicio de pompas fúnebres.
La tercera planta se había
convertido en un apartamento para alquiler. A pesar de toda la actividad que se
llevaba a cabo en la entrada, las luces permanecían apagadas. Demi no podía
imaginar qué clase de persona alquilaría un apartamento encima de una funeraria
y un crematorio. Pero su preocupación no pasaba por el inquilino del señor
Krauter, sino por el mismo señor Krauter. Todavía no sabía cómo lograría
colarse en el edificio sin que su propietario se diera cuenta. Era una apuesta
arriesgada, pero necesitaba desesperadamente examinar de cerca el cuerpo de
Bethany. Una vez efectuada la autopsia sería demasiado tarde. Y se perdería
para siempre la prueba que tanto la había perturbado.
Después de un momento de
conversación, los empleados abrieron las puertas traseras del furgón y sacaron
el cuerpo en una camilla. Una sábana, mecida por el viento, cubría el cadáver.
Empujaron la camilla hasta la entrada posterior del depósito. Una vez que,
acompañados del policía, desaparecieron por la puerta, Demi bajó de su coche,
cruzó la calle a la carrera y se apostó contra la pared del depósito, arropada
con su mantón de terciopelo. Ahora que la tormenta había pasado la temperatura
había descendido drásticamente y podía sentir cómo el frío calaba en sus
huesos.
Tal y como había esperado,
la entrada posterior estaba temporalmente abierta. Demi entreabrió la puerta
con cautela y atisbo en el interior. No había nadie a la vista y Demi entró
como un animal furtivo. Nunca había estado en esa ala del depósito, pero la
distribución del edificio era muy parecida a la de docenas de casas en Moriah’s
Landing.
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