miércoles, 19 de diciembre de 2012

Pasion Peligrosa Capitulo 11






Un coche de la policía, sin luces y con la sirena apagada, seguía al coche fúnebre. Demi se agachó en su asiento, aunque estaba casi segura de que Joe se había quedado en la mansión. Tenía por delante un montón de entrevistas, además de recorrer la finca en busca de huellas, pero lo hubiera abandonado todo al instante si hubiera tenido la menor sospecha de lo que Joe estaba a punto de hacer.

De pronto la asaltaron algunas dudas. Sabía que lo que tenía planeado no era precisamente muy inteligente. Seguramente no fuera una buena idea. Iba a interferir con una investigación policial en curso. Recibiría una sanción, e incluso podría pasar un tiempo entre rejas si la sorprendían, pero no veía otra opción. Cuando había solicitado a Joe, en un segundo intento, que le permitiera examinar el cadáver, él se había mostrado taxativo. Por nada del mundo le daría permiso.
—Concédeme tan solo un minuto, Joe. Es todo lo que te pido. Necesito ver el cuerpo una vez más. Creo que he visto algo…
— ¿Qué has visto?
—Yo… no estoy segura.

Se pasó la mano por el pelo negro, un gesto tan familiar como atrayente, de no haber sido porque Demi estaba profundamente enojada con él. Un sentimiento que, a todas luces, era mutuo.
—No tengo tiempo para esto, Demi.

— ¿Por qué eres tan cabezota? ¿No puedes admitir que quizá necesites mi ayuda?
— ¿Para qué?
—La investigación, ¡por todos los santos!
Joe miró a Demi durante un instante eterno, henchido de tensión. Sus ojos grises parecían fríos y distantes. Y cautivadores.
— ¿Acaso no conoces el refrán, Demi? Los que pueden hacerlo, lo hacen. Y los que no pueden hacerlo, lo enseñan.
Eso había dolido. Demi  le dedicó una mirada de desprecio.
— ¿Tienes miedo de enseñarme el cuerpo, Joe?
— ¿Por qué iba a tener miedo?
—Quizá pienses que puedo encontrar algo que tú pasarías por alto.
La expresión de Joe se endureció y Demi comprendió que había ido demasiado lejos, una vez más. Lo había presionado más de la cuenta hasta enfurecerlo. Quizá hasta despertar su desprecio.

—Mantente fuera de mi camino, ¿de acuerdo? Y procura que no te descubra jugando a ser Nancy Drew en este caso. Te lo advierto, Demi…

¡Nancy Drew! Demi echaba pestes, arrebujada en su asiento de cuero, al pensar en la osadía de Joe al compararla con Nancy Drew. ¿Acaso ella se había doctorado en Criminología? ¿Había mantenido una correspondencia fluida con uno de los más famosos analistas del comportamiento de Quántico? ¿Acaso tenía un coeficiente intelectual de…?
Demi dejó de mortificarse en silencio. Era cierto que nunca había sabido cuándo era el momento de abandonar, pero siempre había considerado la perseverancia una virtud, nunca un vicio. Y estaba segura de que podía ayudar a Joe a resolver el caso si le daba una oportunidad.

Pero estaba obsesionado con su edad, igual que el resto. Si fuera un hombre, si hubiera empleado el tiempo normal para completar su carrera y sus prácticas, nadie habría cuestionado su pericia. Nadie lo habría pensado dos veces antes de solicitar su colaboración en el caso.

Pero tan solo tenía veinte años, aparentaba menos edad y, por esa razón, Joe le estaba cerrando todas las puertas. Una vocecilla interior empezó a burlarse de ella. ¿Se sentía ofendida porque Joe no le permitía cooperar en la investigación o porque aún la consideraba una estudiante inmadura? Una persona por la que nunca podría sentir nunca el menor interés, desde un punto de vista romántico o… sexual.

Demi suspiró. Podía ser un cerebro sin cuerpo si tenía en cuenta la atención que suscitaba entre los hombres. A excepción del Doctor Paul Portier, profesor de Biología en Heathrow, al que no podía considerar seriamente una conquista a tenor de su reputación en lo referente al sexo contrario.

Además, no estaba segura de que no hubiera hecho la vista gorda con ella. Tenía fiebre muy alta cuando se acercó a ella unas semanas atrás en una reunión del claustro de profesores. Era perfectamente posible que hubiera malinterpretado sus gestos y sus palabras. En todo caso, había algo en aquel tipo que le ponía la carne de gallina. El modo en que su mirada había recorrido todo su cuerpo cuando la miraba. El modo en que se le había erizado la piel cuando él la había tocado.

Estremecida, se incorporó en su asiento y miró por la ventana. Las ruedas silbaron sobre el pavimento mojado cuando el coche fúnebre y el coche de policía giraron en la entrada del edificio de tres plantas que albergaba, además de la funeraria y el crematorio, la residencia privada de Ned Krauter, propietario de ambos negocios.

Quizá por respeto a los muertos, o en virtud de la hora, las puertas se cerraron con sigilo cuando los empleados salieron del coche fúnebre, y el agente de policía se deslizó fuera de su coche. Los tres hombres intercambiaron unas palabras y Demi dejó vagar su mirada hacia la funeraria. Las ventanas de la segunda planta, que era la vivienda del señor Krauter, estaban iluminadas. También había luz en la planta baja, donde estaba instalado el servicio de pompas fúnebres.

La tercera planta se había convertido en un apartamento para alquiler. A pesar de toda la actividad que se llevaba a cabo en la entrada, las luces permanecían apagadas. Demi no podía imaginar qué clase de persona alquilaría un apartamento encima de una funeraria y un crematorio. Pero su preocupación no pasaba por el inquilino del señor Krauter, sino por el mismo señor Krauter. Todavía no sabía cómo lograría colarse en el edificio sin que su propietario se diera cuenta. Era una apuesta arriesgada, pero necesitaba desesperadamente examinar de cerca el cuerpo de Bethany. Una vez efectuada la autopsia sería demasiado tarde. Y se perdería para siempre la prueba que tanto la había perturbado.

Después de un momento de conversación, los empleados abrieron las puertas traseras del furgón y sacaron el cuerpo en una camilla. Una sábana, mecida por el viento, cubría el cadáver. Empujaron la camilla hasta la entrada posterior del depósito. Una vez que, acompañados del policía, desaparecieron por la puerta, Demi bajó de su coche, cruzó la calle a la carrera y se apostó contra la pared del depósito, arropada con su mantón de terciopelo. Ahora que la tormenta había pasado la temperatura había descendido drásticamente y podía sentir cómo el frío calaba en sus huesos.

Tal y como había esperado, la entrada posterior estaba temporalmente abierta. Demi entreabrió la puerta con cautela y atisbo en el interior. No había nadie a la vista y Demi entró como un animal furtivo. Nunca había estado en esa ala del depósito, pero la distribución del edificio era muy parecida a la de docenas de casas en Moriah’s Landing.

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