viernes, 28 de diciembre de 2012

Un Refugio Para El Amor Capitulo 12





Sebastian Daniels se puso a gatas para que su mujer, Matty, pudiera colocarle a Elizabeth en la espalda.
— ¡Arre, caballo! —dijo Matty.
Elizabeth se rió y botó cuando Sebastian relinchó y comenzó a caminar por la habitación. Matty iba a su lado para sujetar al bebé y asegurarse de que no se cayera.
Sebastian detestaba el hecho de tener sólo una semana de cada tres para estar con Elizabeth, pero era el único arreglo justo, y él valoraba la justicia. Cuando Demi lo había nombrado padrino del bebé, había concedido también aquel honor a Travis Evans y a Boone Connor. Eso les había hecho pensar que cualquiera de los tres podría ser el padre de Elizabeth. Los tres se habían emborrachado la noche de la fiesta de la avalancha, en la que habían celebrado su salvación, y todos recordaban vagamente haberse insinuado a Demi, que había permanecido sobria y los había llevado de vuelta a su cabaña.
Desde que Demi había dejado a Elizabeth en la puerta de la casa de Sebastian, ocho meses atrás, los hombres habían discutido acaloradamente sobre la paternidad del bebé. Finalmente, se habían sometido a la prueba de paternidad y habían descubierto que ninguno de ellos era el padre. El problema era que tanto sus esposas como ellos se habían encariñado mucho con la pequeña. Hasta que apareciera el padre real, o Demi volviera para aclarar el misterio, habían acordado hacer turnos para cuidar de Elizabeth.
La entrega semanal del bebé se realizaba los sábados por la mañana y siempre que recogía a Elizabeth, Sebastian estaba entusiasmado. Sin embargo, el sábado siguiente, que resultaba ser aquel mismo día, era algo distinto. Tanto Matty como él intentaban que su tristeza no afectase a Elizabeth.
Además de tener que enfrentarse a la marcha de la niña, Matty estaba muy hormonal en su quinto mes de embarazo, y podía ponerse a llorar en cualquier momento. Aquella mañana, Sebastian se había dado cuenta de que se estaba enjugando las lágrimas cuando pensaba que él no la veía.
Ojalá Travis y Gwen llegaran tarde aquel día.
Pero no fue así. El timbre sonó a las once, justo a la hora prevista.
—Serán ellos —dijo Matty, y levantó al bebé de la espalda de Sebastian y se lo puso en la cadera. Después se encaminó a la puerta.
—Déjamela —dijo Sebastian mientras la seguía apresuradamente—. Tú no deberías levantar peso.
—No pasa nada. Quiero tenerla un poco más —respondió Matty con voz un poco temblorosa, y Sebastian se retiró.
Travis y Gwen entraron en casa sonriendo porque estaban a punto de marcharse con Elizabeth. Gwen iba vestida con una chaqueta de flecos para subrayar su ascendencia cheyenne y llevaba una larga trenza negra. Sebastian ya la había visto así vestida más veces, pero aquel día, por algún motivo, parecía distinta.
Travis era el mismo de siempre, afable y desenvuelto, y entró con la mano detrás de la espalda.
— ¡Eh, Lizzie! —dijo—. ¡Mira! —Sacó la mano y agitó el peluche de un mapache delante de la niña—. Hola, señorita Lizzie —dijo con voz de falsete—. ¿Quieres venir conmigo?
Elizabeth dio un gritito de alegría y se retorció con impaciencia y con los dos brazos extendidos hacia el muñeco. Matty se la entregó a Travis.
Sebastian siempre había tenido celos de la capacidad de Travis para engatusar a un bebé en dos segundos.
—Engreído —farfulló.
Travis movió la cabeza del peluche hacia Sebastian.
—Aguafiestas —dijo, en falsete.
—Bueno, vosotros dos —intervino Gwen—. Ya está bien.
—Sí, es verdad —respondió Sebastian, y se dirigió a ella—. Dime, ¿te has maquillado de una manera distinta hoy, o algo así?
—No —respondió Gwen, asombrada.
— ¿Por qué lo preguntas? —dijo Matty, riéndose—. Tú eres el último hombre de la tierra que esperaba que se fijara en algo así.
—No sé. Me parece que Gwen está distinta de otros días. He pensado que podría ser su barra de labios, o algo así.
—¿De verdad te parece que estoy diferente? —preguntó Gwen.
—Bueno, serán cosas mías.
Travis miró con cariño a su esposa.
—Pues a mí me parece que no.
—Entonces sí hay algo diferente... —confirmó Sebastian.
Gwen miró a su marido y sonrió.
—Por decirlo de algún modo.
Matty se lo imaginó antes que Sebastian. Soltó una exclamación de alegría y le dio un abrazo a Gwen.
—¿Desde cuándo lo sabéis?
—Desde hace media hora —respondió Gwen, devolviéndole el abrazo—. Queríamos que fuerais los primeros en enteraros.
Sebastian miró a Travis e intentó fingir una gran seriedad. Sin embargo, por dentro estaba saltando de alegría. A su modo de ver, cuantos más bebés hubiera por allí, mejor.
—Esto es tan maravilloso —dijo Matty—. ¿Lo sabe tu madre, Travis?
—Todavía no. Como ha dicho Gwen, vosotros dos sois los primeros en conocer la noticia.
—Luann se va a poner muy contenta —dijo Matty—. Me encantaría verle la cara cuando... —se interrumpió al oír el sonido del teléfono—. Disculpadme un momento —les pidió, y se encaminó hacia la cocina—. Puede que sea el veterinario. Quedaos hasta que vuelva, ¿de acuerdo?
—Bueno, ¿alguien quiere un café? —Preguntó Sebastian—. Tenemos descafeinado también, Gwen, así que puedes tomarte una taza sin problemas.
—Gracias, pero en cuanto Matty termine con el teléfono, Travis y yo deberíamos marcharnos. Tenemos cientos de cosas que hacer y además, Luann está deseando ver a Elizabeth.
—Lo entiendo perfectamente —dijo Sebastian—. Yo...
— ¿Sebastian? —Matty volvía de la cocina con una enorme sonrisa—. ¡Es Nat! ¡Está en Nueva York!
— ¿Ha vuelto?
Matty asintió.
—Aleluya —murmuró Travis.
—Ya era hora —dijo Sebastian—. Éste va a ser un día memorable.


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