Como miembro de la familia real de Morgan Isle,
había días en los que la princesa Miley Renee Agustus Cyrus
se sentía atenazada por su título.
Y aquél era uno de esos días.
El rey Phillip
estaba detrás de su escritorio, en el estudio de palacio, trabajando. El
parecido con su padre era increíble, pensó. El mismo pelo negro, los mismos
ojos grises, la misma estatura y constitución atlética. Y la misma terquedad.
Miley, por
otro lado, había heredado el temperamento explosivo del difunto rey Frederick, de modo que respiró profundamente e intentó
calmarse porque había aprendido que enfadarse no servía de nada.
—Cuando dijiste que estaría involucrada en el
proyecto del hotel no sabía que mis actividades incluirían hacer de niñera.
—Nadie conoce esta isla tan bien como tú, Miley. Y si el arquitecto va a diseñar un edificio
acorde a las características de nuestro país, antes tendrá que visitarlo.
Ella había querido, había esperado, que por
primera vez en la vida su familia dejase a un lado sus arcaicas tradiciones
para darle alguna ocupación más interesante que organizar fiestas, acudir a
cenas benéficas y hacer de embajadora de buena voluntad.
Phillip y su hermanastro, el
príncipe Ethan, le habían asegurado que si seguía el
programa real sin quejarse al final lograría un puesto en la cadena de hoteles
que la familia había comprado recientemente. Pero, a juzgar por la tarea que
acababan de asignarle, no podía dejar de pensar que le había tocado la peor
parte.
Claro que si se negaba estaba segura de que Phillip la dejaría fuera del proyecto. Porque lo que
él quería era verla casada y con hijos.
Con el reciente nacimiento de su hijo, Frederick, y el embarazo de la esposa de Ethan, Lizzy, de repente todo el mundo la miraba como
diciendo: «muy bien, ahora te toca a ti».
Pero ella no estaba preparada. Y seguramente no lo
estaría nunca.
—Muy bien —le dijo, con una sonrisa—. Lo haré.
Aunque no me gusta nada la idea de pasar dos semanas con un extraño.
Phillip se
relajó en su sillón, satisfecho después de haber conseguido lo que quería.
—Pues entonces te alegrará saber que no lo es.
— ¿No es qué?
—Un extraño.
—Yo no conozco a ningún arquitecto americano.
—Porque cuando le conociste todavía no era
arquitecto. Éramos compañeros de universidad y vino a Morgan Isle a pasar unas
vacaciones conmigo hace años.
A Miley se le
encogió el corazón. No podía referirse a…
—Y creo recordar que os llevabais de maravilla.
Si se refería al hombre al que ella sospechaba que
se refería, «de maravilla» no podía ni empezar a describir las dos semanas que
habían pasado juntos. Pero Phillip no estaba
enterado. Sólo su madre, que sin saberlo Miley
había escuchado una conversación telefónica, supo hasta dónde había llegado su
amistad con Nick.
Su hermanastro, Ethan,
entró en el estudio en ese momento. Tras él iba un hombre cuyo rostro, a pesar
de los diez años que habían pasado, seguía grabado en su corazón. En realidad
no había cambiado mucho. Seguía llevando el pelo castaño claro muy corto y sus
ojos azules seguían siendo penetrantes, casi hipnotizadores. Unos ojos en los
que una vez ella había imaginado mirándose para siempre.
Nicholas Rutledge, el único hombre al que había amado en toda su vida.
Phillip se
levantó del sillón para saludar a su amigo con un entusiasta:
— ¡Bienvenido a Morgan Isle, Miley!
Él dio un paso adelante, una sonrisa iluminando
sus atractivas facciones. Iba vestido como sus hermanos, con un caro traje de
chaqueta y zapatos italianos. Y estaba tan cerca que podría tocarlo con sólo
alargar la mano, pero Nick no parecía haberse
fijado en ella. ¿La habría olvidado?
Se le encogió el corazón al pensar que pudiera
haberla olvidado. Pero era absurdo. Como si le importara después de tanto
tiempo… pero no, Nicholas Rutledge no era nada
para ella.
Nick estrechó
la mano del rey.
—Cuánto tiempo sin vernos. ¿Cómo estás?
—Ocupado —contestó Phillip—.
Ahora soy padre de familia.
—Eso he oído. Y estoy deseando conocer a tu mujer
y a tu hijo.
—Supongo que recordarás a mi hermana —dijo Phillip entonces—. La princesa Miley.
Ella intentó disimular. Iba a hablar con Nick por primera vez en diez años. Diez años en los
que no había pasado un solo día que no se acordarse de él.
Nick esbozó
una sonrisa amable, cortes. Una sonrisa de cortesía.
—Me alegro de volver a verla, alteza.
¿Eso era todo? ¿Se alegraba de volver a verla?
Miley tuvo
que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.
—Hola, Nick —su voz
sonaba sorprendentemente tranquila considerando que estaba temblando por
dentro.
—Tengo entendido que tú serás mi guía durante mi
estancia aquí —dijo él.
Pero, por su tono, era imposible saber qué le
parecía eso. ¿La habría olvidado? ¿Habría olvidado aquellas dos maravillosas semanas?
—Eso parece. Pero acaban de informarme, así que
aún no he podido organizar un itinerario. Espero que no te importe que la
visita empiece mañana.
—No, claro que no.
No se mostraba antipático ni desagradable, sólo…
indiferente.
¿Pero cómo había esperado que reaccionase? ¿Creía
que iba a tomarla entre sus brazos para declararle amor eterno? No sabía nada
de él, de su vida… incluso podría estar casado y tener hijos.
—Miley, ¿te
importaría acompañar a Nick a su suite?
—Claro que no —contestó ella—. ¿La suite azul?
—Sí, ésa. Y tómate tu tiempo —sonrió Phillip—. Ah, por cierto, me gustaría ver el
itinerario cuando lo tengas terminado.
—Por supuesto. Te lo enviaré por fax esta tarde.
— ¿Por qué no lo traes a la cena esta noche?
Miley no
sabía que iban a cenar juntos. Normalmente, ella cenaba en su propia residencia
en el recinto de palacio…
— ¿Es una invitación? —le preguntó, sonriendo dulcemente
porque sabía que Phillip no invitaba, ordenaba.
—He pensado que deberíamos estar todos para darle
la bienvenida a nuestro invitado —sonrió su hermano. Lo había dicho como una
sugerencia pero, en realidad, lo que quería decir era que debía estar allí.
— ¿A la hora habitual?
—A la hora habitual.
—Muy bien, nos vemos luego —Miley se volvió hacia Nick—.
Sígueme, por favor, te acompañaré a tu suite.
—Después de ti.
Ella no era una persona tímida. Ni siquiera en lo
que se refería a su apariencia física porque había sido bendecida con buenos
genes y, a los treinta años, seguía siendo alta y esbelta. Nada había empezado
a descolgarse todavía.
Pero, por alguna razón, saber que Nick estaba detrás de ella la hacía sentir incómoda.
Claro que si había aprendido algo durante esos años ejerciendo de… algo así
como embajadora de buena voluntad era el arte de la conversación.
— ¿Qué tal el viaje? —le preguntó, mientras lo
llevaba al segundo piso, donde estaban las estancias para invitados.
—Agotador —contestó él—. Se me había olvidado lo
largo que era el viaje entre Estados Unidos y Morgan Isle.
Nick iba un
paso detrás de ella, algo que podría ser apropiado, pero le resultaba molesto
porque quería verle la cara. Una cara que no había olvidado en diez años.
Aunque probablemente sería mejor no recordar lo que hubo entre los dos.
Resultaba increíble que no estuviera enfadado por
cómo habían terminado las cosas entre ellos. Claro que en cuanto estuvieran
solos, Nick podría decirle lo que pensaba. Y
sería lo más lógico. Fue ella quien había dado por rota la relación sin darle
explicación alguna. Ella quien se negó a devolver las llamadas y le devolvía
las cartas sin abrirlas.
¿Pero qué otra cosa podía hacer? La decisión le
había sido arrebatada de las manos.
—El palacio no ha cambiado nada desde la última
vez que estuve aquí —comentó Nick.
—Por aquí las cosas no cambian mucho.
—Ya veo —murmuró él. Y algo en su tono hizo que
sintiera escalofríos—. Tú sigues siendo tan bella como hace diez años.
jaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaai
ResponderEliminarvaaaane
como la cortaas
así
Dioooos... mori
muerta
okno me mori
pero morire si no subes prontooo
xoxox