miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un Refugio Para El Amor Capitulo 4





En aquel momento llegó Barclay con el whisky de Joseph una bandeja de sandwiches y dos vasos de agua mineral para Adele y Russell.

—Por todos los esfuerzos que ha hecho para ayudar a los refugiados —dijo Russell mientras alzaba su vaso hacia Joseph. Tomó un trago y se sentó—. Bueno, ¿por qué no nos cuenta lo que ha pensado?
—Encantado.
Joseph era apasionado y completamente sincero en su dedicación a la fundación para los huérfanos de la guerra, pero la había usado sin remordimientos para entrar en Lovato Hall. Tenía planeado mencionar a Demi, cuando hubiera hablado de la fundación. Sin embargo, en aquel momento se concentró en Russell Lovato y le explicó sus planes con todo detalle. La fundación supervisaría el bienestar y la posible adopción de los niños huérfanos que él acababa de dejar. Joseph tenía varios patrocinadores en mente para el proyecto.
Si Demi todavía viviera en su apartamento, tal y como él había pensado cuando la había llamado desde Londres, él no habría puesto a Lovato en la lista para no arriesgarse a causarle problemas a ella. Pero el número estaba dado de baja y no había ni rastro de Demi.
Tanto Russell como Adele ardían de impaciencia por conocer los detalles de su plan, y él se dio cuenta de que conseguir su apoyo para la fundación era pan comido. Eso lo satisfizo, pero no era lo más importante de aquella conversación.

—Será un honor para el Lovato Publishing Group formar parte del proyecto —dijo Russell cuando Joseph terminó—. Hablaré con mis contables mañana por la mañana y veré qué porcentaje de tu presupuesto podemos cubrir. Tus ideas están bien maduradas.
—Gracias —respondió Joseph con una sonrisa—. Lo he pensado mucho. Y tengo a mi lado a gente excelente que me ayudará a dirigir el programa.
Russell asintió y se apoyó en el respaldo de la butaca.
—¿Has pensado en hablar con otros patrocinadores sobre esto mientras estás en Nueva York?
—Sí. Pero antes quería venir a hablar con usted.
—Estoy seguro de que conseguirás el patrocinio que necesitas, pero debería advertirte de que no todo el mundo es tan liberal como yo. Quizá debieras afeitarte.
—Posiblemente lo haga.
Dejarse barba había sido una cuestión práctica. El agua caliente y el jabón no abundaban, y el viento frío le cortaba la piel de la cara. Además, de esa manera se mezclaba mejor con los refugiados, y después de unos meses, la barba le resultaba algo natural. Y de vuelta a Estados Unidos, verse en el espejo todos los días serviría para recordarle su misión. Sin embargo, Russell tenía razón.
—A mí me gusta su barba —dijo Adele.
—Sí, pero tú no eres un hombre de negocios conservador, Adele —respondió Russell—. Algunos de esos tipos desconfían en cuanto ven demasiado vello facial. Un bigote no tiene importancia, pero la barba despierta ideas sobre radicales y hippies, y eso podría afectar negativamente a los esfuerzos de Joseph para conseguir que suelten el dinero.

—Lo entiendo —dijo Joseph—. Además, es posible que a mi secretaria le diera un ataque al corazón si yo entrara a mi oficina con Éste aspecto.
—Se dedica a la venta de terrenos en Colorado, ¿verdad? —preguntó Russell.
—Exactamente —respondió Joseph. En aquello, vio una posible vía hacia lo que le interesaba—. ¿Han estado alguna vez allí?
—No, nunca. Lo he sobrevolado muchas veces, pero nunca he parado. Tengo entendido que es muy bonito.
—Sí, efectivamente —dijo Joseph, y creyó ver un brillo de emoción en aquellos ojos marrones. Adele bajó la vista y apretó los dedos sobre su regazo. Joseph esperó por si alguno de los dos mencionaba que una hija suya vivía en Colorado, pero ninguno de los dos lo hizo. Tendría que ser él quien sacara el tema.

Se le aceleró el pulso, porque sabía que aquél era, sin duda, un asunto delicado, pero no tenía intención de marcharse de allí sin mencionarlo.
—A menos que me equivoque, su hija Demi vivió en Aspen durante una temporada.
El ambiente de la habitación cambió al instante. La camaradería desapareció, y Adele y Russell se pusieron tensos y se miraron con inseguridad. Finalmente, Adele asintió casi imperceptiblemente y dejó que su marido manejara la conversación.
—¿Y cómo es que usted conoce ese detalle? —preguntó Russell en tono de autoridad.
—La conozco.
Los dos lo miraron en completo silencio.
Joseph continuó.
—Pero he perdido el contacto con ella. La llamé desde Londres y me enteré de que su número está dado de baja. Pensé que ustedes podrían decirme cómo localizarla —terminó mirando a Lovato a los ojos.
Russell no había hecho el menor movimiento, pero de alguna manera, su aspecto era más imponente. El magnate de la prensa había reemplazado al afable benefactor.
— ¿Cómo la conoció?
—Me salvó la vida.
Adele dio un respingo de asombro.
— ¿Y cómo? —preguntó Russell.
Joseph se había preguntado si  Demi les habría mencionado aquel incidente a sus padres.
—No sé si alguna vez les ha contado que ayudó a cuatro vaqueros que habían decidido ir a esquiar sin tener idea de dónde se metían —explicó.
—No, no nos ha contado nada —respondió Russell sin apartar su mirada penetrante de Joseph.
—Nosotros... Es una persona muy independiente —dijo Adele mientras movía los dedos nerviosamente—. No nos cuenta todo lo que hace.
—Eso es un eufemismo —ladró Russell—. Entonces ¿qué ocurrió en Colorado?

—Bueno, unos amigos y yo fuimos a esquiar y nos alojamos en un hotel en el que ella trabajaba de recepcionista. Supongo que se imaginó que éramos principiantes y que podíamos meternos en líos, así que se ofreció a acompañarnos y ayudarnos. Por desgracia, no hicimos caso de sus advertencias y sufrimos una avalancha. Yo quedé totalmente enterrado y ella averiguó dónde estaba y les dijo a mis amigos cómo desenterrarme. Si Demi no hubiera estado allí, posiblemente yo no hubiera sobrevivido.
Adele se hundió en la silla, pálida.

—Una avalancha... —dijo a Russell—. También ella podría haber muerto, Russ.
— ¡Claro que sí! Pero Demi cree que lo sabe todo, así que ¿qué podemos hacer nosotros? —preguntó, con la voz temblorosa de dolor y frustración.

Joseph sólo había escuchado la versión de Demi de su difícil relación con sus padres y por supuesto, la había apoyado en su búsqueda de independencia. Pero la tensión que estaban sufriendo éstos por su marcha hizo que sintiera solidaridad con el matrimonio. Demi era su única hija y los dos estaban frenéticos de preocupación porque ya no podían cuidarla.
— ¿Está en Aspen todavía? —preguntó. Russell perdió lo que le quedaba de compostura.
— ¡No sabemos dónde demonios está! No...
—Russell —intervino Adele con una autoridad tranquila, y detuvo su explosión inmediatamente—. Demi nos llama —continuó, erguida y lanzándole a su marido una mirada de advertencia—. Se pone en contacto con nosotros cada dos semanas, más o menos, y nos informa de lo que está haciendo. Hace unos seis meses decidió viajar un poco por el país para conocerlo.
Joseph sintió un escalofrío. Algo de aquello no encajaba con la Demi que él conocía. Era una persona que echaba raíces, no una nómada. Le encantaba vivir en Aspen y le había dicho que aquél era el lugar perfecto para empezar sus estudios de hierbas y plantas medicinales.
— ¿Y adonde ha viajado? —preguntó él, intentando no dejar traslucir el pánico que sentía.
—Dios sabe. ¡Se está comportando como una vagabunda! —dijo Russell, y lanzó una mirada beligerante a su esposa.
Esta respondió con voz baja y bien modulada.
—Russell, no conocemos bien a Éste joven. Creo que quizá deberías...
—¡Creo que debería pensarme mejor lo de apoyar su fundación, eso es lo que creo! —Dijo Russell, y se volvió hacia Joseph—. Dígame, Jonas, ¿cómo sabía que Demi es hija nuestra? Si recuerdo bien, ella quería pasar desapercibida y vivir una vida normal. No tenía intención de decirle a nadie que era hija nuestra. ¿Cómo lo supo usted?
—Ella me lo contó —dijo Joseph. Sentía una opresión en el pecho debido a su preocupación por Demi —. Después de la avalancha nos hicimos amigos —era todo lo que se atrevía a admitir en aquel ambiente tan cargado—. No creo que se lo dijera a nadie más, pero a mí sí me lo contó. Ahora que he vuelto al país quería... saludarla —sí, claro. Saludarla y, después, besarla hasta dejarla sin sentido.
Adele lo miró con los ojos entrecerrados.
— ¿Tuvo usted una relación muy íntima con nuestra hija, señor Jonas?
— ¿Qué pregunta es ésa, Adele? —Intervino Russell—. Éste hombre ha dicho que eran amigos. No empieces a buscarle tres pies al gato.
Adele no hizo caso a su marido y siguió observando a Joseph con perspicacia.
—Ella nunca ha mencionado que tuviera una relación con nadie —dijo—, pero yo sabía que tendría que ocurrir tarde o temprano. Es una chica muy guapa.
A Joseph se le había secado la garganta.
—Sí.
—No confiaba en demasiada gente —continuó Adele—. Si confió en usted lo suficiente como para decirle quién es, entonces sospecho que eran algo más que amigos.
Joseph había tenido la esperanza de no tener que concretar tanto, pero no iba a mentirles a los padres de Demi.
—Somos más que amigos —dijo él.
— ¡Ah, magnífico! —Bramó Russell—. ¿Me está queriendo decir que dejó a mi hija plantada y se fue a otro país a ayudar a unos extraños?
—Yo... Sí, señor. Me temo que eso es exactamente lo que hice. Y me gustaría compensarla por ello.
—Antes tendrá que encontrarla.
Joseph tenía intención de hacerlo. Al menos, no parecía que Demi hubiera encontrado a otro tipo.
— ¿Por casualidad recuerdan dónde estaba la última vez que los llamó?
Adele se desmoronó.
—No quiso decírnoslo —respondió con voz temblorosa.
— ¿Qué les contó?
—Sólo que estaba viviendo una gran aventura, y que nos lo contaría más tarde.
— ¿Qué? —preguntó Joseph, sin dar crédito.
—Llamó desde una cabina —dijo Adele—, y colgó antes de que pudiéramos...
— ¡Esto es increíble! — Joseph estaba tan agitado que se puso en pie—. ¡Sé que quiere vivir su propia vida, pero me parece absurdo que no quiera decirles dónde está!
—Yo tenía la intención de contratar a un detective privado para que la siguiera, pero Adele no me lo ha permitido. Dice que si lo hacemos, es probable que la perdamos para siempre.
— ¡Al menos, ahora llama! —Adele también se puso en pie—. ¡Si cometes una torpeza, es muy posible que deje de hacerlo!
—Entonces supongo que tendremos que encontrarla —dijo Joseph.
Y sería mejor que Demi tuviera una buena explicación para su comportamiento. Quizá sus padres fueran demasiado protectores, pero era evidente que la querían y se merecían que los tratara mejor. O estaba ocurriendo algo malo o su querida Demi e había convertido en una desconsiderada.

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