martes, 18 de diciembre de 2012

Un Refugio para El Amor Capitulo 2





—Será mejor que tenga dinero —farfulló el taxista mientras comenzaba a seguir al taxi de Joseph—. Espero que no sea una loca que ha visto demasiadas películas de James Bond, o la llevaré directamente a la comisaría más próxima y la entregaré a la policía.

—Tengo dinero —respondió Demi entre dientes mientras observaba cómo se acercaban ligeramente al otro taxi—. Por favor, no lo pierda. Es ese taxi que tiene un arañazo en el maletero. ¿Lo ve? Está cambiando de carril.
—Ya veo que ha cambiado de carril, señora. No empecé a conducir ayer. ¿Sabe al menos quién va en ese taxi?
—Sí.
—Sí, claro. Probablemente, se cree que es Elvis.
—Sé quién va en ese taxi. Necesito hablar con él.
— ¿Por qué? ¿Quién es?
Muchas veces, de niña, Demi había observado cómo su madre se enfrentaba a las preguntas que no quería responder. Erguía la espina dorsal y hablaba con autoridad, como si hubiera nacido para ello. Demi nunca había probado aquella técnica, pero decidió intentarlo.
Se puso muy derecha, alzó la barbilla y dijo:
—Creo que eso no es de su incumbencia.
Sin embargo, el esfuerzo no le sirvió de nada.
—¡Por supuesto que lo es! ¡La estoy llevando en mi taxi! Y le agradecería que no usara ese tono de superioridad, a menos que esté a punto de decirme que es usted prima hermana de los Rockefeller, cosa que dudo mucho.

«Cerca», pensó Demi pero no lo dijo. Parecía una vagabunda, y quizá el éxito de su madre a la hora de esquivar preguntas impertinentes no sólo tuviera que ver con su tono de voz, sino también con su ropa elegante y la posición que ocupaba en la sociedad. En el fondo, Demi pensaba que aunque su madre fuera vestida con harapos, sería capaz de conseguir que la gente hiciera su voluntad. Había mantenido a su hija y a su marido a raya durante muchos años.

Suspiró. Necesitaba darle una explicación al taxista del motivo por el que estaban siguiendo a otro taxi... si quería evitar que la dejara en la cuneta.
—El hombre que va en ese taxi es mi ex novio —dijo—. He cambiado desde la última vez que nos vimos y no me ha reconocido, pero necesito hablar con él.
—Quizá él no quiera hablar con usted.
—Quizá no —reconoció ella—, pero tengo algo que decirle, algo que debe saber.
—Ah, vaya, ya sé a qué se refiere. A unas pataditas en la barriga, ¿no?
Demi no pudo responder otra cosa que la verdad.
—Más o menos.
—Pobre desgraciado. Pero el que la hace, la paga. ¿Tiene idea de adonde va ese tipo?
—Supongo que a un hotel.
El taxista suspiró.
—Muy bien. Lo alcanzaré.
—Gracias —respondió Demi.
Se apoyó en el respaldo del asiento mientras se acercaban a los rascacielos brillantes de Manhattan. Por costumbre, fijó la vista en la Franklin Publishing Tower, que resplandecía entre el cielo y la tierra como una de las gargantillas de diamantes de su madre.

Últimamente, sólo tenía conversaciones breves con sus padres. Los llamaba cada dos semanas. Ellos pensaban que estaba viajando para conocer el país. De todas formas, no había tenido ninguna conversación sobre algo importante con ellos durante los últimos años, y no los había visto desde que se había marchado de casa.

No aprobaban su decisión de abandonar su mundo e intentar crear su propia vida, y su actitud hacia ella había sido muy seca desde que Demi se había ido a Colorado. Su situación en aquel momento, con una niña nacida fuera del matrimonio y perseguida por un posible secuestrador, sólo serviría para confirmar lo que ellos pensaban: que por sí misma, no conseguiría otra cosa que meterse en líos. Demi no quería darles la oportunidad de que le dijeran que ya se lo habían advertido.
El taxista la miró por el espejo retrovisor.
—Parece que ese tipo no va al centro, como pensaba usted —le dijo—. Parece que se dirigen hacia Hudson Parkway. ¿Quiere que continúe siguiéndolo?
—Sí —respondió ella. Sin embargo, aquel camino la estaba poniendo nerviosa. Lo conocía muy bien. Pero era sólo una coincidencia que la primera vez que ponía los pies en Nueva York desde que había salido de la finca de sus padres, Joseph la condujera hacia Hudson Valley, directamente hacia Franklin Hall.
—Como ya le he dicho, espero que tenga dinero —dijo el conductor—. Me parece que ese tipo se dirige a Vermont. ¿De veras quiere que continuemos?
—Sí, por favor.
Mientras dejaban atrás Manhattan, ella apenas podía creer la dirección que estaban tomando. Habían pasado Hudson Parkway y habían comenzado a seguir un camino que era muy familiar para ella, junto al río. Si continuaban así, llegarían a las mismas puertas de la finca de sus padres. Cuando por fin llegaron a pocos metros de Lovato Hall, Demi no podía dejar de preguntarse por qué motivo habría ido allí Joseph.
—Por favor, pare bajo aquel árbol —le pidió al taxista—. Voy a bajarme aquí.
— ¿Qué va a hacer? —Le preguntó él, en un tono de desconfianza—. No puedo dejarla aquí, en la oscuridad. Y usted no puede seguir a ese tipo ahí dentro. Tienen una puerta automática y probablemente, habrá perros doberman corriendo por ahí. No debería haberla traído. ¿Es usted una psicópata o algo por el estilo?
Demi estaba temblando con la inyección de adrenalina que había supuesto acercarse de nuevo a Franklin Hall, pero intentó mantener la calma.
—Puedo entrar a la casa —respondió—. Yo vivía aquí y conozco el código de la puerta.
—¡Y un cuerno!
—Mire, se lo demostraré. Déjeme pagarle lo que le debo, primero —dijo. Miró al taxímetro y le dio unos cuantos billetes al hombre, además de una generosa propina.
Él no se quedó muy contento, de todas formas, al ver el dinero.
—Permítame que la lleve de vuelta a Manhattan, ¿de acuerdo? Ni siquiera se lo cobraré. Pero no puedo dejar a una mujer en medio de una carretera perdida como ésta. Si leyera en el periódico que le ha ocurrido algo, jamás me lo perdonaría.
Demi observó cómo las luces traseras del otro taxi desaparecían por el camino que conducía hacia la puerta de la casa.
—Está bien, acérquese ahora a la puerta. Le demostraré que puedo abrirla.
—Yo la acercaré, pero usted no podrá abrir. Conozco al tipo de gente que vive en esta zona, en una finca de esta clase, y usted no es de esas personas.
—A veces, las apariencias engañan —dijo ella, y abrió la puerta del taxi—. Puede quedarse aquí hasta que yo abra la verja, y después vuélvase a la ciudad. De ese modo, sabrá que estoy a salvo.
—¿Y si la atacan los perros?
—No hay perros. Al menos, no los había la última vez que estuve aquí — Demi salió del taxi y se colgó la mochila del hombro—. Gracias por traerme hasta aquí —dijo, y cerró la puerta.
Él bajó la ventanilla y sacó la cabeza.
—Demuéstreme que sabe abrir la puerta. Cuando veamos que no puede, la llevaré de vuelta a Nueva York. No haré preguntas, de veras.
Ella se volvió y sonrió.
—Gracias. Es usted muy amable, pero no será necesario —respondió Demi.
Aún no estaba segura de lo que iba a hacer cuando estuviera dentro de la finca, pero aquél era su primer paso. Recordó el código en cuanto se vio frente al teclado numérico y apretó las cifras sin titubear. Las puertas se abrieron lentamente.
—Vaya, demonios —dijo el taxista, atónito—. ¿Quién es usted?
—Eso no tiene importancia — Demi le sonrió de nuevo—. Adiós.
—Esto sí que se lo voy a contar a los chicos.
Ella se estremeció.
—Por favor, no. No se lo cuente a nadie —rogó. Demi no sabía si el hombre que la estaba siguiendo estaba cerca en aquel momento.
—Mire, si la policía me interroga porque ocurra algo malo, entonces...
—No tendrán que interrogarlo. Por favor, le suplico que no cuente nada a los demás taxistas. ¿Podría prometérmelo?
—Sí, se lo prometo. Será mejor que entre. Las puertas vuelven a cerrarse.
—De acuerdo. Adiós.
—Cuídese.
Ella se dio la vuelta y atravesó la puerta antes de que se cerraran de nuevo con un sonido metálico que le recordaba una sensación de claustrofobia muy familiar. Una vez más, estaba prisionera en Lovato Hall.

1 comentario:

  1. porque la dejas ahiiiiiii....


    SIGUELA PLEASE

    MARATHÓN.....
    MARATHÓN......
    MARATHÓN......

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