—Podemos acercarnos a Atlanta propuso
Joseph, adivinando en parte los recelos de Demi. Así no tendremos que preocuparnos por que
Martha Godwin o cualquiera de esas cotillas puedan vernos juntos.
—Buena idea aceptó ella, aliviada
por aquella sugerencia.
—¿Te recojo a las siete?
— ¿Recogerme? Demi decidió emplear una actitud bromista para ocultar
sus verdaderos sentimientos—. ¿No deberíamos encontrarnos en algún callejón a
oscuras?
—No. Pero llevaré un disfraz si te
parece bien —repuso Joseph con ironía.
—¿Cómo te reconoceré?
—Me pondré una rosa en la solapa.
—¿Una rosa? —Demi rio—. Con eso solo ya tienes disfraz
suficiente, dada tu imagen ultra conservadora.
—Entonces, perfecto. Si alguien nos
ve, pensará que soy alguno de tus excéntricos amigos del teatro.
—¿Qué te hace pensar que mis amigos
del teatro son excéntricos?
—Digamos que es una intuición. Nos
vemos mañana por la noche entonces. Buenas noches, Demi.
Esta colgó el teléfono y miró hacia
la pared que estaba pintando. Lo mejor sería limpiar las brochas. Dudaba mucho
que fuera a concentrarse en lo que quedaba de noche.
Joseph
combatía un penoso sentimiento de culpabilidad mientras aparcaba frente a la
casa de Demi el sábado por la tarde. Por
mucho que a sus hijos les gustara quedarse con los abuelos, se sentía mal por
dejarlos el fin de semana después de haber pasado tantas horas fuera trabajando
durante la semana. No le había resultado fácil pedirle a Bobbie que cuidara de
ellos; sobre todo, ya que había tenido que explicarle la razón de que
necesitase su ayuda. Sorprendentemente, su madre se había limitado a decirle
que lo pasara bien en la cena.
Aunque no lo hubiera dicho, sabía
que su madre estaba contenta. Llevaba cinco ó seis meses animándolo a que
saliera más. Le había dicho que no era normal que un hombre joven como él
pasara tanto tiempo solo. Cuando le había recordado que tenía que criar a dos
hijos, Bobbie había respondido que lo consideraba muy buen padre; pero que, aun
así, necesitaba tener una vida propia. Melanie no habría querido que pasara el
resto de su vida de luto.
Se preguntó que habría dicho Bobbie
si le hubiera contado que sospechaba que Melanie habría disfrutado mucho
viéndolo siempre pesaroso. Todavía no le había contado a nadie toda la verdad
concerniente a la muerte de su mujer; de modo que Bobbie no podía saber que no
era solo pesar lo que había tenido que soportar en los meses posteriores al
accidente.
No había tardado en comprender que
Washington n
o era el lugar adecuado para asimilar lo que había sucedido... ni
para sacar adelante a los niños. Había sentido que necesitaba el apoyo de la
familia, un cambio de escenario, estar acompañado de personas que apenas había
conocido a Melanie y que ignoraban los rumores que se habían propagado como la
pólvora por Washington. Y había encontrado todo eso en Honoria.
Pero no había esperado encontrar a Demi Lova
o, ni sentirse tan atraída hacia ella
como en el pasado. En esa ocasión, sin embargo, no había tantas razones para
resistirse a ella. Mientras tuviera cuidado de no involucrarse demasiado,
mientras se asegurara de que sus hijos no se vieran afectados, no había motivo
alguno para no aceptar algunas de las cosas que Demi
parecía estar ofreciéndole. Cosas que, deseaba con fervor.
Los dos eran jóvenes, estaban sin
pareja y habían regresado recientemente a Honoria. No creía que a Demi. le interesase un compromiso a largo plazo
con un padre viudo, lo que no lo molestaba, ya que él tampoco buscaba eso. En
ese momento, no tenía intención de volver a casarse, de confiar su corazón y
sus hijos a otra mujer. Además, dudaba mucho que Demi
acabara el curso escolar allí. Seguramente, no tardaría en aceptar el primer
papel que le ofrecieran. Eso o se aburriría de la vida de una pequeña ciudad y
volvería a la Gran
Manzana en busca de emociones.
Pero mientras tanto...
Apartó el coche y agarró la rosa
que le había comprado, llevado por un impulso.
Joseph
consideraba tener muchas habilidades sociales. En Washington, se había mezclado
con políticos, famosos y grandes empresarios. Había pasado casi tanto tiempo
con esmoquin que con ropa deportiva y rara vez no había encontrado algo que
comentar. Pero cuando Demi Lovato abrió la
puerta con aquel vestido amarillo tan ceñido, que dejaba al descubierto los
hombros y buena parte de las piernas, se le olvidó hasta cómo se llamaba.
—Hola, Joe.
Bonita corbata —lo saludó ella.
Como no sabía si hablaba en serio o
se estaba burlando de su estilo clásico, optó por un sencillo:
—Gracias. Estás... muy bien.
—¡Vaya, gracias! —Demi le lanzó una mirada con la que dejó claro que
se estaba riendo de él.
—Iba a ponérmela, pero no pegaba
con la camisa —dijo Joe, ofreciéndole la
rosa que le había comprado.
—Gracias de nuevo. Es preciosa. Voy
a ponerla en un jarrón con agua —Demi aceptó
la flor con una sonrisa—. Me la pondría, pero no pega con mi pelo.
—¿Cuándo te volviste pelirroja?
—El año pasado, después de mi fase
de morena, .que vino tras la etapa rubia. Me canso con facilidad.
Lo cual confirmaba lo que había
estado pensando.
—El rojo debe de estar de moda. Mi
hermana se ha teñido el pelo de ese color también. Me costó un poco acostumbrarme,
pero ahora me gusta.
—¿Tara se ha teñido el pelo? —Demi pareció sorprendida—. No puedo imaginármela
más que rubia.
—Está bien de cualquier manera.
—Seguro. Tara siempre ha sido
guapa. ¿Te apetece una copa antes de marcharnos? —le ofreció Demi mientras ponía la rosa en un jarrón.
Tomar una copa significaba pasar
más tiempo con ella en su casa. A solas. Con ese vestido tan ajustado. Era
demasiado arriesgado.
—No. Mejor nos vamos, si estás
lista.
Joseph no
tuvo que preocuparse por dar conversación a Demi
durante el viaje de una hora hasta el restaurante que había seleccionado en
Atlanta. Ella se encargó de hablar todo el tiempo: le habló de los papeles que
había interpretado en Nueva York, así como de algunos de los famosos a los que
había conocido. Parecía que intentaba llenar cualquier posible silencio entre
los dos.
A él no le importaba su plática.
Tratar de seguir sus extravíos conversacionales le impedía centrarse
exclusivamente en el modo en que la falda se le había subido hasta los muslos,
o en la manera en que el cinturón de seguridad le marcaba los pechos.
Cambió de postura en el asiento,
enojado consigo mismo por dejar que las hormonas se hicieran cargo de él. Que
no se hubiera acostado con una mujer en un año no significaba que no pudiera
controlarse.
El monólogo de Demi se prolongó durante la excelente cena que les
sirvieron en una mesa retirada de una esquina tranquila de un elegante
restaurante. Demi parecía tan cómoda en
aquel lujoso ambiente como acurrucada en el sofá de su casa.
las noves estan increibles....
ResponderEliminarno dejes de subir....
espero los nuevos capis...
bye besitos