Sin poder evitarlo, Demi notó
que el control de la situación se le escapaba de las manos, y se abandonó al
deseo. Llamar al Rocking D aquella misma noche, no iba a acercarla a su hija
más rápidamente de todas formas Joseph.
necesitaba dormir antes de ir a ningún sitio.
Sin embargo, no parecía que dormir fuera una de sus
prioridades. Demi observó cómo se quitaba la
ropa, y recordó todas las noches solitarias en las que había soñado con su
cuerpo viril moviéndose al mismo ritmo que el de ella. Lo deseaba tanto como él
pudiera desearla a ella. Lo necesitaba. Necesitaba saborear una muestra de
aquello por lo que estaba luchando.
Paseó la mirada hambrienta por su cuerpo. A ella siempre le
había encantado verlo desnudo. Quizá fuera por su larga ausencia, pero le
pareció incluso más bello en aquel momento, más fibroso, más fuerte. Tenía los
músculos del pecho y de los brazos más definidos. Con aquella barba espesa, Demi no pudo evitar pensar en un dios nórdico, con
un haz de rayos en cada mano.
Cuando él puso la rodilla sobre el colchón y apoyó las manos
a cada lado de Demi, ella alargó los brazos
para acariciarle el pecho. Los músculos que sintió bajo las palmas eran de
hierro.
Demi miró con fijeza sus intensos ojos azules.
—Debes de haber trabajado mucho en ese país.
—Cavé muchas zanjas —respondió Joseph,
y se inclinó hacia ella. La besó y le mordisqueó el labio inferior—. Trabajé
hasta que estaba tan cansado que no podía mantenerme en pie. Y ni siquiera así
podía dormir de lo mucho que te necesitaba.
Demi notó que la barba le hacía cosquillas. Con ansia, se abandonó
al goce sensual de sus besos, mientras él le sacaba las mangas del albornoz.
Después, con movimientos suaves, Joseph se
tumbó sobre ella, Demi sintió la presión de su
pecho y su vello áspero sobre la piel. Oh, sí. Adoraba la sensación de su peso,
y él la necesitaba. Lo miró, y él le tomó la cara entre las manos para
devolverle la mirada. Se quedó inmóvil durante un instante.
—¿Qué ocurre? —le preguntó ella, suavemente.
—No puedo creerme que esté aquí contigo. Tengo miedo de que
todo sea un sueño. No quiero despertarme.
—Yo tampoco —respondió Demi,
y le acarició la mejilla—. Hazme el amor, Joseph,
antes de que los dos nos despertemos.
Él bajó la cabeza y la besó. Fue un beso profundo y sensual,
y como siempre ocurría en los sueños de Demi, ella se arqueó contra él, rogando que no fuera
una ilusión. Mientras hacía el beso más y más penetrante, Joseph pasó la mano entre sus piernas. Demi también había soñado con aquello.
Incluso
cuando él deslizó los dedos en su canal húmedo y la acarició hasta que ella
comenzó a gemir de placer, no estaba segura de que todo eso no fuera más que un
fragmento de su imaginación.
Pero durante todas las noches en las que había fantaseado con
que él la amara, nunca había soñado con el suave roce de su barba contra la
piel. Y como si aquél fuera el único detalle que podía convencerla de que Joseph no iba a desvanecerse como si fuera de
humo, Demi metió los dedos entre aquel vello
áspero y brillante.
—Debería haberme afeitado —murmuró él.
—No... No...
Oh, sus dedos masculinos eran mágicos, conseguían que ella se
pusiera cada vez más y más tensa.
—Me... gusta.
—Debe de ser como hacer el amor con un animal peludo.
Como si quisiera ilustrar aquella idea, Joseph le regó de mordisquitos el cuello,
descendiendo hacia su pecho, mientras le hacía cosquillas con la barba.
—Mmm, mmm.
Entonces, él le acarició deliberadamente el pecho con la
punta de la barba.
—O a un cavernícola.
Ella cerró los ojos de placer.
—Mmm, mmm.
—¿Y esto te gusta? —preguntó él con voz ronca mientras le
pasaba la barba por los pezones.
—Mmm.
Joseph emitió una risa suave de excitación.
—Eres uria pervertida, Demi.
—Y a ti te encanta.
—Desde luego que sí.
Él le humedeció ambos pezones con la lengua y después se los
secó con la barba. Repitió el proceso mientras seguía excitándola con el
movimiento rítmico de los dedos.
El efecto fue increíble. Ella alcanzó el climax y dejó
escapar un grito salvaje, arqueándose en el colchón mientras él enterraba el
rostro entre sus pechos. Y no había hecho más que empezar...
Mientras ella estaba tumbada jadeando sin poder contenerse
del primer asalto, él recorrió su cuerpo tembloroso regándolo de besos hasta
que se detuvo entre sus muslos.
—Oh, Joseph.
Aquello no era un sueño. Durante un millón de noches pobladas
de fantasías, ella nunca se hubiera imaginado la deliciosa sensación que le
producía su bigote mientras le acariciaba el interior de los muslos con la
barba, y mientras su lengua... Para aquello no había palabras, sólo sonidos. Y Demi llenó la habitación con sus gemidos de
deleite.
Él le regaló otro éxtasis abrumador antes de volver a
recorrer el camino hacia su boca. Cuando la besó de nuevo, ella habría hecho
cualquier cosa por él, si tuviera algo de fuerza para hacerlo.
—Y yo que pensaba que la barba sólo servía para mantenerme la
cara protegida del frío del invierno —susurró Joseph.
Ella apenas podía moverse, ni hablar. Pero quería que él
también sintiera aquella euforia. Era lo justo.
— ¿Y tú?
Él levantó la cabeza y la miró con los ojos brillantes.
—Ahora voy a resolver eso —le dijo, y le besó la punta de la
nariz con ternura—. Pero ya sabes cómo son los hombres cuando han estado tanto
tiempo frustrados. La primera vez será rápida y furiosa. Necesitabas un
adelanto.
—Mmm —murmuró ella. Ya se lo había dado. Dos veces.
—No te muevas —dijo él. Se estiró hacia la mesilla y abrió el
cajón.
Ella volvió la cabeza y observó cómo se colocaba el
preservativo, lo cual resultó ser algo muy excitante. Después de que Joseph la hubiera amado de una manera tan
minuciosa, estaba asombrada de que todavía fuera capaz de excitarse.
Él nunca se había puesto un preservativo para hacer el amor
con ella, y Demi se preguntó si notaría la
diferencia.
Los dos habían confiado en la píldora anticonceptiva, que
finalmente, les había fallado. Pero ella no lamentaba haberse quedado
embarazada. Aunque Elizabeth terminara separándolos, no podía lamentarlo.
Él se tumbó a su lado, de costado, y la miró a los ojos. Ella
se sintió inquieta de deseo, pero el dolor era más profundo en aquella ocasión.
Ya no sentía una necesidad loca de liberación. En aquel momento, deseaba
conectarse con él.
Sin dejar de mirarla a los ojos, él le tomó la barbilla, y
después, lentamente, le acarició el cuello y pasó sobre su clavícula y sobre la
colina de su pecho. Parecía que con sus caricias quería recorrer la forma de su
cuerpo.
Deslizó la palma de la mano por la cadera y el muslo de Demi. Aunque él también estaba ansioso de deseo,
se tomó su tiempo y se incorporó apoyado sobre una mano para poder llegar hasta
el tobillo de Demi.
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