domingo, 6 de enero de 2013

Un Redugio Para EL Amor Capitulo 20





— ¿Y no se le ha ocurrido a Sebastian que es posible que yo sea más lista que ese tipo y por eso no ha podido atraparme?
Él sonrió ligeramente.
—Oh, estoy seguro de que eso también ha influido. Es probable que tus disfraces se lo hayan puesto más difícil, y tú le has demostrado, con tus acciones, que eres inteligente. Él entiende que cuando intente el secuestro, tiene que hacerlo muy bien o te escaparás. Pero creo que hay algo más.
Ella estaba muy orgullosa de sus esfuerzos, y no le gustaron los comentarios de Joseph.
— ¿Como qué?
—Si es el matón que creo que es, está disfrutando con el hecho de asustarte. Está disfrutando tanto que no quiere terminar el trabajo demasiado pronto. Así acabaría también con su diversión.
La indignación de Demi se desvaneció y sintió un escalofrío.
—Eso es de enfermo.
—Sí, bueno, hay mucha gente enferma por ahí. Y algunas veces, parece que son completamente normales.
Ella lo miró, y supo al instante que Joseph estaba hablando sobre su padre. Él entendía bien a los matones, porque había crecido con uno.
—Será mejor que nos pongamos en camino —dijo—. Cuanto antes lleguemos al Rocking D, mejor. Ese tipo lo tendrá mucho más difícil cuando todos nosotros estemos protegiéndote. Y quizá, cuando se dé cuenta de que eres mucho menos accesible en el rancho, su frustración haga que cometa un error.
—¿Tú crees?
—Bueno, me lo imagino —dijo, y sonrió—. Yo también sé un poco de frustración —entonces la miró de pies a cabeza y comenzó a reírse—. ¿Es éste el disfraz para hoy?
—No es tan gracioso.
—No, no es gracioso en absoluto. Qué ropa más bonita llevas. ¿Lo has hecho por mí?
—Ayer dijiste que mi disfraz era sexy, así que...
Demi, te agradezco el esfuerzo. De veras. Pero ahora me doy cuenta de que le concedí demasiado mérito a tu ropa de ayer. No era el vestido ajustado lo que me excitaba, sino el cuerpo que había dentro. Y el hecho de que te pongas un mono enorme y una camiseta vieja sólo consigue que me entren ganas de quitártelos para verte mejor. No puedes ganar en esto.
—Entonces ¿qué se supone que tengo que hacer?
—Lo que quieras, cariño. El tipo ya sabe cuál es nuestra habitación, y nos va a ver salir. Yo diría que un disfraz no te va a servir de mucho hoy. ¿No tienes ropa normal en la mochila?
—Sí, unos vaqueros y un jersey —el jersey que Joseph le había regalado por Navidad.
—Pues póntelo —dijo él con suavidad—. Y arréglate lo antes posible. Llamaré a Sebastian y le diré que nos esperen hoy por la noche.
A ella le dio un vuelco el estómago.
— ¿Seguro?
—Podemos llegar hoy mismo si comemos por el camino.
—Está bien —respondió Demi.
Estaba deseando ver a Elizabeth, pero a medida que se acercaba el momento, temía más y más la reacción de su hija. Ella nunca había pensado que la separación sería tan larga, pero las semanas habían pasado muy rápido mientras esperaba que Joseph volviera a casa.
—Todavía falta mucho. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
—Claro que sí. Tú necesitas ver a tu hija y si paso otra noche en un motel contigo, probablemente moriré.
—Lo mismo digo —respondió ella mientras iba hacia el baño.
Joseph se vistió, se sentó sobre la cama y marcó el número de Sebastian. Fue Matty quien respondió de nuevo, y Joseph se preguntó por qué había sido ella la que había contestado al teléfono las dos veces que él había llamado.
—¿Está Sebastian? —preguntó después de saludarla y decirle que Demi y él estaban bien. Decidió no contarle lo de la nota que les habían metido por debajo de la puerta. No serviría de nada preocupar a sus amigos, dado que éstos no podían hacer nada.
—Está en el establo. ¿Quieres que lo avise?
—No, no es necesario. Sólo llamaba para decir que llegaremos esta noche, pero posiblemente tarde. Siento mucho que tenga que esperarnos, pero con este loco suelto por ahí será mejor que no deje la llave bajo el felpudo.
—No te preocupes porque tengamos que esperarte despiertos —dijo Matty—. De hecho, es posible que...
—Eh... ¿Matty?
—¿Sí?
—¿Ha habido... algún cambio en la casa mientras he estado fuera? Tú hablas siempre en plural, como si estuvieras... eh... no sé cómo decir esto sin meter la pata.
Matty se rió.
— ¿Quieres saber si estamos viviendo juntos?
—Supongo que sí —respondió Joseph, sonriendo—. ¿Estáis viviendo juntos?
—Es una forma de decirlo. Sebastian no ha tenido oportunidad de darte la noticia. Nos hemos casado.
— ¿De veras? —la sonrisa de Joseph se hizo más ancha. Qué buena pareja. Era asombroso que nadie lo hubiera pensado antes.
—Sí. Nos casamos hace cinco meses. Y tenemos que agradecérselo a Demi y a Elizabeth. Sebastian necesitaba ayuda con el bebé y aunque yo no sabía mucho más que él, los dos compartimos la tarea y nos fuimos uniendo, hasta que nos dimos cuenta de que no podíamos vivir el uno sin el otro.
—No sé cómo agradecértelo. Me alegro de que al menos, haya salido algo bueno de todo esto.
—Uy, han salido muchas más cosas buenas. Tener a Elizabeth aquí ha cambiado unas cuantas vidas. Mientras nosotros estábamos de luna de miel, Travis la cuidaba y cuando la niña tuvo un catarro, fue a pedirle ayuda a Gwen Hawthorne, y ahora...
—Bueno, que Evans tenga una novia no es nada nuevo, Matty —dijo Joseph, y apoyó la espalda contra el cabecero de la cama—. Se acabará, como todas las otras aventuras que ha tenido Travis.
—Lo dudo, si tenemos en cuenta que se han casado y están esperando un hijo.
— ¿Qué? — Joseph se irguió—. ¿Es una broma? ¿Estás segura de que hablamos del mismo Travis Evans?
—El mismo que viste y calza. Lo han domesticado, Joseph.
—Eso me resulta difícil de creer. Ahora me dirás que Boone...
—Ah, sí. Boone. Cuando venía hacia aquí desde Nuevo México para ocuparse de Elizabeth, conoció a Shelby McFarland, que hace dos meses se convirtió en la señora de Boone Connor.
— ¡Dios mío...! — Joseph se frotó la sien con la mano libre e intentó asimilar todo aquello—. ¿Por qué ha ido Boone a ocuparse de Elizabeth?
— ¿Demi no te ha contado lo que hizo?
—Bueno, sí. Dejó a la niña con Sebastian —respondió él y alzó la vista al oír que Demi salía del baño. Llevaba el jersey verde que él le había regalado en Navidad. Al verla con aquel jersey, sintió cosas raras en el corazón.
—¿No te contó que les había escrito una carta a cada uno de los chicos?
—No. ¿Qué cartas?
—Unas cartas en la que les pedía a los tres que fueran los padrinos de Elizabeth.
—Eso es muy bonito.
—Creo que no lo entiendes —respondió Matty—. Estaban tan borrachos aquella noche de la fiesta de la avalancha que Demi se los llevó a su cabaña y los dejó allí durmiendo. Elizabeth nació nueve meses más tarde, así que los tres pensaron que lo de ser el padrino de la niña era una cortina de humo.
Cuando oyó aquello, a Joseph se le encogió el estómago.
—Un momento. ¿A qué te refieres con lo de la cortina de humo?
—Quiero decir que cada uno de ellos pensó que era el padre de Elizabeth.
Joseph se quedó mirando fijamente a Demi mientras sentía que los celos lo abrumaban.
— ¿Y por qué demonios pensaban eso? —pregunto, subiendo demasiado la voz.
Demi lo miró alarmada.
—Oh, bueno —respondió Matty—. Porque los tres recordaban vagamente habérsele insinuado a Demi en su frenesí etílico. Haberle robado un beso. Estoy seguro de que todo era inofensivo, pero los tres se imaginaron que las cosas habían ido más allá y que alguno era el padre de esta niña.
Joseph apenas podía respirar. El hecho de que ninguno de sus amigos supiera que él tenía una relación con Demi era una cuestión lógica que no tenía importancia en aquel momento. Lo único que quería era retorcerles el pescuezo por haberse atrevido a pensar en tocarla.
—Ahora puede resultar divertido —continuó Matty, ajena a los pensamientos de Joseph —, pero en aquellos momentos no lo fue. Y ahora que me doy cuenta de que todo esto es nuevo para ti, debo advertirte que los chicos tienen sentimientos paternales muy fuertes hacia la niña. Son muy posesivos. Saben que ninguno es su padre, claro, pero el lazo ya está formado, y dudo que nunca se corte.
—Entiendo —dijo Nat. Estaba sintiendo emociones nuevas y extrañas. Debería estar contento por el hecho de que sus amigos estuvieran tan unidos a Elizabeth. Aquello le quitaba algo de culpabilidad y de responsabilidad. Demonios, posiblemente no lo necesitaban en absoluto, porque los tres estaban dispuestos a convertirse en el padre de la niña.

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