—Sí—respondió Joseph —.
Volvamos con los demás. Ha sido una noche muy larga, y probablemente querrán
marcharse a casa.
Les costó trabajo, pero finalmente Matty y Sebastian
empujaron a todo el mundo hacia la puerta, incluyendo a Josh, que estaba
somnoliento. Joseph se daba cuenta de que a
ninguno de ellos le gustaba el hecho de separarse de Elizabeth, sabiendo que
cuando volvieran, Demi habría ocupado su lugar como madre de la niña.
Finalmente, el último vehículo se alejó y los cuatro
volvieron al salón.
—He pensado que vosotros dos podéis dormir en la cama doble
que hay en el cuarto de Elizabeth, por el momento —dijo Matty.
Joseph se puso tenso y decidió no mirar a Demi. No quería saber qué era lo que
iba a elegir. Ella le había pedido que la acompañara a ver a su hija, así que
quizá quisiera que estuvieran juntos por la noche también. Él podría soportar
aquello. Tener al bebé con ellos le pondría muy nervioso, pero sería valiente,
si aquello le permitía estar con Demi.
Pero ella tenía que saber que si compartían una cama doble,
acabarían haciendo el amor, aunque fuera muy suavemente para no despertar al
bebé. Después de lo que Demi había dicho sobre sus relaciones
sexuales, era decisión suya, no de Joseph.
—Es posible que estéis un poco apretados —continuó Matty,
como si hubiera pensado que su silencio significaba que no estaban satisfechos
con el tamaño de la cama—, pero creo que valdrá hasta que pensemos... —se
interrumpió mientras buscaba las palabras más adecuadas, y miró a su marido en
busca de ayuda.
—Bueno, hasta que pensemos... —intentó decir Sebastian, pero
no lo hizo mucho mejor que su esposa.
—¿Es la única cama libre que queda? —preguntó Demi tímidamente.
Así que no quería dormir con él, pensó Joseph con amargura. Sin embargo, aceptó su
decisión con toda la galantería que pudo, y la miró.
—Hay un sofá cama en el despacho de Sebastian. Si quieres, yo
puedo dormir allí y tú en la cama de la habitación de Elizabeth.
Ella lo miró también, pero su expresión era cuidadosamente
neutral.
—Te lo agradecería —dijo.
Nadie dijo nada durante un momento y finalmente, Matty
reaccionó.
—Bueno, pues voy a sacar unas sábanas para el sofá cama.
—Yo las pondré —dijo Joseph.
Sebastian y tú acostaos. Ya os hemos dado bastante trabajo.
—Aún mejor —dijo Sebastian—. Yo traeré las sábanas y tú te
irás a dormir, Matty —dijo, y dirigió suavemente a su mujer hacia el pasillo.
—No pasa nada. Yo...
—Quiero que te acuestes, nena. Ya has estado bastante tiempo
de pie. Vamos —dijo Sebastian, y le dio un beso rápido—. Nos vemos en un rato.
—Está bien. No tardes mucho.
—No tardaré.
—Bueno, yo también me voy a acostar —dijo Demi, y tomó su mochila del suelo.
—Dame —dijo Joseph, acercándose a ella—. Yo te la llevaré...
—No, no es necesario. Gracias de todos modos. Buenas noches,
y gracias por todo de nuevo, Sebastian.
Y dicho eso, Demi se marchó hacia la habitación de
Elizabeth.
A Joseph se le encogió el
corazón. Le habría gustado ir con ella y mimarla como Sebastian mimaba a Matty,
pero no se podía ser tierno con una mujer si ella no quería, pensó con
tristeza.
Observó cómo recorría con pasos rápidos el pasillo, entraba
en la habitación y después cerraba la puerta, y todo le pareció mal e
incompleto. Él debería estar en aquella habitación con ella.
—Te traeré las sábanas —dijo Sebastian.
—Gracias.
Con la sensación de ser totalmente innecesario, Joseph se acercó a la chimenea y comenzó a
recolocar los troncos con el atizador. No era especialmente necesario, pero
tenía ganas de ocuparse en algo.
Agachado frente a la chimenea, miró la elegante herramienta
que tenía en la mano. Boone la había hecho cinco años atrás, valiéndose de sus
habilidades de herrero para crear un regalo por el trigésimo cumpleaños de
Sebastian.
Cómo habían cambiado las cosas en cinco años. Sebastian
estaba casado con Barbara entonces, y el marido de Matty todavía estaba vivo.
Gwen también había estado en la fiesta con su marido, un tal Derek o algo así.
Travis había llevado a uno de sus ligues, y Joseph
también, aunque no recordaba quién era. Quizá fuera Marianne, o Tanya...
Era gracioso pensar que apenas recordaba a ninguna de las
mujeres de su pasado, salvo a Demi. Hasta que la había conocido, no había
creído que existieran almas gemelas. Y seguía sin creerlo, en realidad. Posiblemente,
Demi
fuera la mujer para él, pero él no era hombre para ella.
—Alguien nos regaló a Matty y a mí un coñac muy antiguo y
caro por la boda —dijo Sebastian.
Joseph alzó la vista y lo vio junto al sofá, con las sábanas
dobladas en un brazo.
—Buen regalo —dijo.
—Eso creo yo también, pero Matty odia el coñac. Además no
puede beber por el embarazo, así que ya tenía ganas de probar esa botella.
—No te preocupes, Sebastian —dijo Joseph, y le lanzó una breve sonrisa—. No tienes por qué
quedarte haciéndome compañía. Vete a la cama con tu mujer.
—O diciéndolo de otra forma, tú no tienes por qué quedarte
haciéndome compañía a mí —replicó Sebastian, y dejó las sábanas sobre el sofá—.
Voy a abrir la botella, pero si no te apetece coñac, supongo que tendré que beber
solo. Lo cual sería una barbaridad, si lo piensas bien. Un hombre no ha visto a
su amigo en diecisiete meses, y ese amigo prefiere irse a la cama antes que
compartir un poco de coñac y una amigable conversación. ¿Te había dicho que es
muy antiguo y muy caro?
Joseph sonrió y se puso en pie. Era evidente que Sebastian quería
hablar, y no sería muy amable por su parte negarse, sobre todo teniendo en
cuenta que no se había portado como un amigo con él últimamente.
—Sí, creo que lo has mencionado —dijo entonces, y colocó el
atizador en su sitio—. Sería un tonto si rechazara una oferta como ésa.
—Entonces, ven a la cocina y te serviré un vaso. O una copa,
como hacen los elegantes.
—¿Tienes copas de coñac? — Joseph
no se había dado cuenta de cuánto había echado de menos el humor irónico de su
amigo.
—Claro que no. Hace unos años, Barbara intentó convencerme
para que comprara unas cuantas. Incluso me trajo una caja de puros habanos y
una chaqueta de esmoquin.
Joseph se rió al imaginarse a Sebastian con los pantalones
vaqueros, el sombrero, las botas y una chaqueta de esmoquin.
—Nunca consiguió nada contigo, ¿eh?
—Supongo que no —respondió Sebastian. Abrió un armario, sacó
dos vasos y la botella de coñac y los llevó a la mesa de roble de la cocina—.
¿Sabías que tenía un lío con el marido de Matty?
Joseph se quedó petrificado en mitad de la cocina. Así que por fin,
había salido a la luz aquella desagradable información.
Sebastian sirvió el coñac en los vasos antes de alzar la
mirada.
—Lo sabías, ¿verdad?
—Sí.
A Joseph no le gustó
admitir aquello. Se estaba ganando la reputación bien merecida de ser un
misterioso. Quizá lo mejor fuera decir la verdad al completo.
—Ella me lo contó, y puede que sea mejor que sepas en qué
circunstancias. Me hizo una proposición a mí también y cuando la rechacé, me
dijo que no le importaba porque siempre tenía a Butch para consolarse.
Los ojos grises de Sebastian despidieron chispas de ira.
—Ahora me pregunto a quién más se le insinuó. ¿A Travis?
Joseph suspiró.
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