sábado, 12 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 27




—Sí—respondió Joseph —. Volvamos con los demás. Ha sido una noche muy larga, y probablemente querrán marcharse a casa.
Les costó trabajo, pero finalmente Matty y Sebastian empujaron a todo el mundo hacia la puerta, incluyendo a Josh, que estaba somnoliento. Joseph se daba cuenta de que a ninguno de ellos le gustaba el hecho de separarse de Elizabeth, sabiendo que cuando volvieran, Demi habría ocupado su lugar como madre de la niña.
Finalmente, el último vehículo se alejó y los cuatro volvieron al salón.
—He pensado que vosotros dos podéis dormir en la cama doble que hay en el cuarto de Elizabeth, por el momento —dijo Matty.
Joseph se puso tenso y decidió no mirar a Demi. No quería saber qué era lo que iba a elegir. Ella le había pedido que la acompañara a ver a su hija, así que quizá quisiera que estuvieran juntos por la noche también. Él podría soportar aquello. Tener al bebé con ellos le pondría muy nervioso, pero sería valiente, si aquello le permitía estar con Demi.
Pero ella tenía que saber que si compartían una cama doble, acabarían haciendo el amor, aunque fuera muy suavemente para no despertar al bebé. Después de lo que Demi había dicho sobre sus relaciones sexuales, era decisión suya, no de Joseph.
—Es posible que estéis un poco apretados —continuó Matty, como si hubiera pensado que su silencio significaba que no estaban satisfechos con el tamaño de la cama—, pero creo que valdrá hasta que pensemos... —se interrumpió mientras buscaba las palabras más adecuadas, y miró a su marido en busca de ayuda.
—Bueno, hasta que pensemos... —intentó decir Sebastian, pero no lo hizo mucho mejor que su esposa.
—¿Es la única cama libre que queda? —preguntó Demi tímidamente.
Así que no quería dormir con él, pensó Joseph con amargura. Sin embargo, aceptó su decisión con toda la galantería que pudo, y la miró.
—Hay un sofá cama en el despacho de Sebastian. Si quieres, yo puedo dormir allí y tú en la cama de la habitación de Elizabeth.
Ella lo miró también, pero su expresión era cuidadosamente neutral.
—Te lo agradecería —dijo.
Nadie dijo nada durante un momento y finalmente, Matty reaccionó.
—Bueno, pues voy a sacar unas sábanas para el sofá cama.
—Yo las pondré —dijo Joseph. Sebastian y tú acostaos. Ya os hemos dado bastante trabajo.
—Aún mejor —dijo Sebastian—. Yo traeré las sábanas y tú te irás a dormir, Matty —dijo, y dirigió suavemente a su mujer hacia el pasillo.
—No pasa nada. Yo...
—Quiero que te acuestes, nena. Ya has estado bastante tiempo de pie. Vamos —dijo Sebastian, y le dio un beso rápido—. Nos vemos en un rato.
—Está bien. No tardes mucho.
—No tardaré.
—Bueno, yo también me voy a acostar —dijo Demi, y tomó su mochila del suelo.
—Dame —dijo Joseph, acercándose a ella—. Yo te la llevaré...
—No, no es necesario. Gracias de todos modos. Buenas noches, y gracias por todo de nuevo, Sebastian.
Y dicho eso, Demi se marchó hacia la habitación de Elizabeth.
A Joseph se le encogió el corazón. Le habría gustado ir con ella y mimarla como Sebastian mimaba a Matty, pero no se podía ser tierno con una mujer si ella no quería, pensó con tristeza.
Observó cómo recorría con pasos rápidos el pasillo, entraba en la habitación y después cerraba la puerta, y todo le pareció mal e incompleto. Él debería estar en aquella habitación con ella.
—Te traeré las sábanas —dijo Sebastian.
—Gracias.
Con la sensación de ser totalmente innecesario, Joseph se acercó a la chimenea y comenzó a recolocar los troncos con el atizador. No era especialmente necesario, pero tenía ganas de ocuparse en algo.
Agachado frente a la chimenea, miró la elegante herramienta que tenía en la mano. Boone la había hecho cinco años atrás, valiéndose de sus habilidades de herrero para crear un regalo por el trigésimo cumpleaños de Sebastian.
Cómo habían cambiado las cosas en cinco años. Sebastian estaba casado con Barbara entonces, y el marido de Matty todavía estaba vivo. Gwen también había estado en la fiesta con su marido, un tal Derek o algo así. Travis había llevado a uno de sus ligues, y Joseph también, aunque no recordaba quién era. Quizá fuera Marianne, o Tanya...
Era gracioso pensar que apenas recordaba a ninguna de las mujeres de su pasado, salvo a Demi. Hasta que la había conocido, no había creído que existieran almas gemelas. Y seguía sin creerlo, en realidad. Posiblemente, Demi fuera la mujer para él, pero él no era hombre para ella.
—Alguien nos regaló a Matty y a mí un coñac muy antiguo y caro por la boda —dijo Sebastian.
Joseph alzó la vista y lo vio junto al sofá, con las sábanas dobladas en un brazo.
—Buen regalo —dijo.
—Eso creo yo también, pero Matty odia el coñac. Además no puede beber por el embarazo, así que ya tenía ganas de probar esa botella.
—No te preocupes, Sebastian —dijo Joseph, y le lanzó una breve sonrisa—. No tienes por qué quedarte haciéndome compañía. Vete a la cama con tu mujer.
—O diciéndolo de otra forma, tú no tienes por qué quedarte haciéndome compañía a mí —replicó Sebastian, y dejó las sábanas sobre el sofá—. Voy a abrir la botella, pero si no te apetece coñac, supongo que tendré que beber solo. Lo cual sería una barbaridad, si lo piensas bien. Un hombre no ha visto a su amigo en diecisiete meses, y ese amigo prefiere irse a la cama antes que compartir un poco de coñac y una amigable conversación. ¿Te había dicho que es muy antiguo y muy caro?
Joseph sonrió y se puso en pie. Era evidente que Sebastian quería hablar, y no sería muy amable por su parte negarse, sobre todo teniendo en cuenta que no se había portado como un amigo con él últimamente.
—Sí, creo que lo has mencionado —dijo entonces, y colocó el atizador en su sitio—. Sería un tonto si rechazara una oferta como ésa.
—Entonces, ven a la cocina y te serviré un vaso. O una copa, como hacen los elegantes.
—¿Tienes copas de coñac? — Joseph no se había dado cuenta de cuánto había echado de menos el humor irónico de su amigo.
—Claro que no. Hace unos años, Barbara intentó convencerme para que comprara unas cuantas. Incluso me trajo una caja de puros habanos y una chaqueta de esmoquin.
Joseph se rió al imaginarse a Sebastian con los pantalones vaqueros, el sombrero, las botas y una chaqueta de esmoquin.
—Nunca consiguió nada contigo, ¿eh?
—Supongo que no —respondió Sebastian. Abrió un armario, sacó dos vasos y la botella de coñac y los llevó a la mesa de roble de la cocina—. ¿Sabías que tenía un lío con el marido de Matty?
Joseph se quedó petrificado en mitad de la cocina. Así que por fin, había salido a la luz aquella desagradable información.
Sebastian sirvió el coñac en los vasos antes de alzar la mirada.
—Lo sabías, ¿verdad?
—Sí.
A Joseph no le gustó admitir aquello. Se estaba ganando la reputación bien merecida de ser un misterioso. Quizá lo mejor fuera decir la verdad al completo.
—Ella me lo contó, y puede que sea mejor que sepas en qué circunstancias. Me hizo una proposición a mí también y cuando la rechacé, me dijo que no le importaba porque siempre tenía a Butch para consolarse.
Los ojos grises de Sebastian despidieron chispas de ira.
—Ahora me pregunto a quién más se le insinuó. ¿A Travis?
Joseph suspiró.


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