domingo, 27 de enero de 2013

Seductoramente Tuya Capitulo 15




Demi estaba sentada junto a la piscina el martes por la tarde, simulando interés por un libro y tratando de aparentar que estaba divirtiéndose, harta en realidad de tener tiempo para descansar. En Nueva York había trabajado sin parar. Incluso durante el instituto había trabajado todos los veranos, tanto por el dinero como para evitar pasar mucho tiempo en casa. De pronto, con varias semanas libres sin nada especial que hacer, no sabía cómo entretenerse... La sobresaltó notar una mano sobre su brazo. Se giró rápidamente y sonrió al ver quién era:
—Hola, Sam.
—Hola, Demi el niño esbozó una tímida sonrisa.
—¿Cómo te ha ido estos días?
—Bien. ¿Qué estás leyendo?
—Una novela de misterio.
—¿Es buena?
—Las he leído mejores.
—Si quieres, puedes leer mis cuentos. Son todos buenos.
—Gracias, Sam. Seguro que son muy divertidos.
—Están en mi casa. Tendrías que venir para que te los prestase.
Era la segunda vez que la invitaba a su casa. De nuevo, se preguntó cómo se sentiría Joseph si lo supiese. Miró en derredor y no vio a nadie especialmente interesado en el paradero de Sam.  ¿Has venido con tu niñera?
—No. La señora Brown está en casa con Abbie. Abbie está echándose la siesta.
—Entonces, ¿quién te ha traído a la piscina?
—Yo contestó Sam sin más.
Demi recostada hasta entonces en una tumbona, se incorporó como un resorte:
—¿Quieres decir que has venido solo? Seguro que no te han dado permiso.
—Se supone que yo también estoy durmiendo la siesta Sam miró hacia el suelo. Pero yo no quería dormir. Yo quería venir a verte.
—¿Cómo sabías que estaría aquí?
—Esperaba que estuvieras.
—Sam, tengo que llevarte a casa dijo Demi, poniéndose de pie. Seguro que tu niñera está histérica buscándote.
Solo pensar en que Sam había ido por su cuenta a la piscina desde su casa, a cinco manzanas de distancia, cruzando carreteras y arriesgándose a que lo atropellarán o a perderse, la dejó helada.
—No quiero ir a casa. ¿Puedo quedarme aquí contigo? Seré bueno.
No fue fácil resistirse a los ojos húmedos y la voz suplicante de Sam; pero Demi se mantuvo firme.
—Tengo que llevarte a casa. Quizá podamos llegar antes de que la señora Brown note que te has ido.
—No me gusta. Me habla como si fuera un niño pequeño.
Demi sabía que no debía recordarle que, de hecho, era un niño pequeño.
—Estoy segura de que lo hace con buena intención, Sammy. Puede que no haya pasado mucho tiempo últimamente con chicos grandotes de cinco años como tú.
—¿Tú has pasado tiempo con chicos como yo?
—Pues... no reconoció ella. No mucho.
—A mí me gusta cómo me hablas.
—Gracias. Pronto tendremos una larga charla, ¿de acuerdo? Pero antes tenemos que ir a casa para que la señora Brown no se preocupe por ti.
—Está bien aceptó Sam al tiempo que suspiraba.
Después de calzarse, Demi lo acompañó hacia la salida de la piscina.
Demi sabía dónde vivía Joseph, por supuesto, aunque nunca había estado allí en realidad. Con lo pequeña que era Honoria, no le había costado averiguar discretamente la casa a la que se había mudado. Sam apenas habló durante el trayecto de regreso, pero tampoco se resistió más. Los dos divisaron el coche de Joseph a la voz.
—¡Oh, oh! Papá está en casa.
Demi apretó la mano del niño, que se había quitado frío de repente.
—La señora Brown lo habrá llamado. Más vale que le digamos que estás bien, ¿de acuerdo?
—Se va a enfadar predijo el niño.
—Probablemente. Pero se le pasará... si le prometes no volver a hacer algo así de nuevo.
La puerta de la casa se abrió antes de que Sam pudiera contestar a Demi. Alarmado, sujetando a Abbie con un brazo, Joseph salió de casa, seguido por una mujer de mediana edad con el rostro desencajado. Demi podía notar lo asustados que estaban.
Joseph.
Este se giró, la localizó y, por fin, bajó la mirada hacia Sam. A Demi se le formó un nudo en la garganta al ver la expresión de Joseph, presa del pánico, tembloroso aún a pesar del alivio de ver a su hijo a salvo.
—Sam —se acercó a este—, ¿dónde has estado?
—He ido a la piscina a ver a Demi — murmuró el niño.
—¿Sin pedirle permiso a nadie?, ¿sin decirle a nadie que te ibas?
Sam bajó la cabeza todavía más.
—¡Sam! —exclamó Abbie, estirando los bracitos hacia su hermano.
—¿Cómo sabía que estabas en la piscina? —le preguntó a Demi.
Algo en su tono de voz la hizo fruncir el ceño.
—No lo sabía. Fue a ver si me encontraba allí... y, afortunadamente, estaba en la piscina.
—Sube a tu cuarto, Sam. Ahora hablo contigo.
Sam miró a su padre y protestó:
—Pero quiero enseñarle a Demi mis...
—Es mejor que hagas caso a tu papá, Sam —murmuró ella—. No creo que esté de humor para discutir contigo.
—Te aseguro que no —Joseph apuntó a la casa con la barbilla—. A tu cuarto, Sam.
Demi tuvo que morderse la lengua para no decirle a Joseph que no fuese muy duro con su hijo. Pero no era asunto suyo, se recordó. Además, lo que Sam había hecho estaba muy mal, y era importante que aprendiera que no debía repetirlo nunca.
—Si quiere, me quedo con Abbie, señor Jonas —se ofreció la niñera, mirando nerviosa el rostro severo de Joseph.
—Sí —dijo este, entregándole a la niña—. En seguida estoy con usted, señora Brown. Tenemos que hablar.
—Sí, señor.
—No, la despidas —le pidió Demi en cuanto la niñera hubo entrado en casa con Sam y Abbie.
—Ya está despedida —contestó él—. Simplemente, no he tenido la ocasión de comunicárselo.
—De verdad, Joe, si insistes en encontrar una niñera perfecta, jamás retendrás a ninguna más de una semana —repuso Demi, exasperada—. Todo el mundo comete errores.
—Ni siquiera lo oyó salir de casa.
—Estoy segura de que estaría ocupada. Puede que Abbie se hubiera despertado, o cualquier cosa. Y estás subestimando a tu hijo. Sám es muy listo. Seguro que en adelante estará mucho más atenta.
—¿Cómo puedes estar segura? —Replicó Joseph—. Ni siquiera la conoces.
—Parecía agradable.
—¡Ah, claro!, ¡eso lo cambia todo!
—Sé que estás preocupado, pero no hace falta que seas sarcástico.
—¿Preocupado? —Repitió Joseph, aún rígido del susto—. Maldita sea, Demi, estaba petrificado.
—Lo sé —Demi puso una mano sobre un brazo de Joseph—. Lo he visto en tus ojos.
—Saráh estaba histérica cuando me llamó. Debo de haber venido volando... Casi no recuerdo el trayecto en coche. No podía dejar de pensar en todas las cosas que podían ocurrirle a Sam... todas malas.
—Lo sé, Joseph. Pero Sam está bien.
—Si no hubieras estado en la piscina...

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