Joseph no tenía la esperanza de conciliar el sueño, teniendo en
cuenta que el más mínimo sonido de las sábanas de la otra cama hacía que
apretara la mandíbula ante una nueva oleada de deseo. Cuando cerraba los ojos,
veía a Demi
sentada al borde de la cama, hirviendo de indignación al enterarse de cuáles
eran sus planes para los huérfanos. Él había creído que se sentiría orgullosa.
No se había imaginado cómo lo vería desde su perspectiva, y probablemente,
tenía justificación para estar enfadada.
De hecho, tenía muchos motivos para estar enfadada. Él no iba
a darle lo que necesitaba y se merecía, y aún así quería... lo quería todo de
ella.
Era posible que Demi no lo recordara, pero algunas de las
veces que mejor habían estado en la cama habían seguido a una discusión. A él
le encantaba presenciar la transformación que se producía cuando sus relaciones
sexuales barrían la ira de Demi y sólo dejaban lugar para la pasión.
Al recordarlo, se dio cuenta de que le dolía el cuerpo de
deseo. Si había pensado que iba a conseguir dormir algo en aquella habitación
de hotel, posiblemente había tirado el dinero.
Pero finalmente, el agotamiento debió de vencerlo, porque
antes de que se diera cuenta, la luz se estaba filtrando por las cortinas. En
algún lugar del pasillo se oía una aspiradora. Tenían que ponerse de nuevo en
camino.
Debería levantarse por el lado de la cama opuesto a Demi y meterse directamente en el baño
para darse una ducha, pero en vez de eso, volvió la cabeza para mirarla, lo
cual fue un completo error.
Demi estaba dormida, pero debía de haberle
costado mucho conseguirlo, porque estaba completamente enredada en las sábanas.
Una de sus suaves piernas quedaba al descubierto hasta la línea de las
braguitas. Irresistible.
Joseph
se apoyó sobre un codo y estudió la pierna desnuda durante demasiado tiempo.
Mientras reunía la fuerza de voluntad suficiente como para dejar de observarla
e irse a la ducha, Demi abrió los ojos. La beligerancia de la noche anterior había
desaparecido de su mirada y en su lugar, había la suave aceptación de una mujer
que quería ser amada. Él contuvo el aliento, sin saber qué hacer. Las pupilas
de Demi
se dilataron y separó los labios.
Con el corazón acelerado, Joseph
sostuvo su mirada hasta que comenzó a salir de la cama. Pero incluso antes de
que hubiera posado los pies en el suelo, vio un cambio en sus ojos al mismo
tiempo que ella tomaba conciencia de dónde estaba. La bienvenida se desvaneció
y fue reemplazada por una grave determinación.
—No —susurró.
Él gruñó y se dejó caer sobre la cama de nuevo.
—Era un sí cuando te has despertado, y no intentes negármelo.
—No puedo controlar mis sueños.
— ¿Estabas soñando conmigo?
Ella no respondió, pero Joseph supo por su expresión, que sí había estado
soñando con él. Y había tenido sueños más que cálidos. Él conocía aquellas
fantasías, porque lo habían acompañado durante diecisiete meses.
Joseph sabía que quizá
pudiera forzar la cuestión y seducirla, pero aquél no era su estilo. Demi le había dicho que retrocediera y
eso era lo que pensaba hacer, a menos que ella cambiara de opinión.
—Me voy a duchar.
—De acuerdo.
Quizá su ego herido le provocara alucinaciones, pero Joseph podría jurar que ella tenía un tono de
decepción. Quizá habría preferido que él no hiciera caso de sus objeciones.
Después de todo, ella nunca le había dicho que no antes, así que ¿cómo demonios
iba a saber si se lo estaba diciendo de veras?
¡Demonios!, Demi había conseguido que se estrujara el
cerebro. Y si estaba jugando a algún jueguecito, él estaba dispuesto a subir
las apuestas. Quería que ella también se rompiera la cabeza.
—Y te agradecería que me concedieras privacidad mientras
estoy en la ducha dijo.
No tienes por qué preocuparte por eso respondió Demi, enfurruñada.
Josep se dio cuenta de que ella no había comprendido el mensaje
implícito en sus palabras, así que tendría que insinuárselo con menos sutileza.
—Lo que ocurre es que un hombre no puede aguantar mucho y
tiene que encontrar alivio de algún modo. No quiero que entres y te sientas
azorada por lo que esté ocurriendo.
Ella se sonrojó. Era obvio que ya lo había entendido.
—Por nada del mundo quisiera molestarte.
—Bien.
Él no tenía ninguna intención de llevar a cabo lo que le
había dicho a Demi,
pero quería que ella pensara que sí lo estaba haciendo. Por el calor que
desprendía su mirada, Joseph supo que la idea la alteraba.
Más tarde, seguramente se avergonzaría de haberla torturado
de aquella manera, pero en ese momento no podía remediarlo. La deseaba tanto
que casi no podía andar.
Se puso de pie, entró en el baño y cerró la puerta. Aquello
era un infierno. Nunca se había imaginado lo que podía llegar a ser tenerla
cerca... y fuera de su alcance.
En cuanto Joseph cerró la
puerta del baño, Demi se
levantó y comenzó a rebuscar la ropa menos atractiva que tuviera. Cuando oyó el
ruido de la ducha, intentó no pensar en lo que podía estar ocurriendo detrás de
la cortina, aunque creía que Joseph no
cumpliría su palabra, en realidad.
De todos modos, ella iba a intentar hacer todo lo posible por
acabar con la tensión sexual que había entre los dos. Se vestiría con algo que
no la hiciera parecer sexy, ni tampoco sentirse sexy.
Mientras sacaba un mono y una camiseta descolorida de la
mochila, oyó un ligero ruido junto a la puerta de la habitación. Se volvió
hacia allí y vio que había una nota en la alfombra. Pensando que era la factura
del hotel, la recogió. El mensaje estaba escrito a máquina y era muy breve: No creas que tu novio puede protegerte.
A Demi se le escapó un grito agudo y se le cayó el papel de las
manos al tiempo que se apartaba de la puerta.
En un instante, la puerta del baño se abrió y Joseph salió, empapado, con una toalla en la
cintura.
— ¿Qué ha ocurrido?
Temblando, ella le señaló el papel que acababa de leer. Él lo
recogió, lo leyó y soltó una imprecación. Tiró la nota al suelo de nuevo, se
quitó la toalla, tomó los pantalones de una silla y se los puso.
— ¿Adonde te crees que vas? —gritó Demi mientras Joseph se dirigía a la puerta.
—Ciérrate con llave cuando salga —dijo él—, y no abras hasta
que sepas que soy yo.
—¡No! ¡No puedes...!
—No voy a discutir esto contigo —respondió él, y salió—.
¡Ahora cierra con llave!
Demi tenía dos opciones: o hacer lo que decía Joseph, o
correr tras él en camisón. No le seducía la idea de que la secuestraran en
camisón, así que cerró la puerta y se puso rápidamente la camiseta y el mono,
con el estómago encogido de miedo por Joseph. Estúpido. Estúpido impetuoso e irresponsable. Demi se estaba calzando cuando
llamaron a la puerta, y oyó la voz de Joseph.
Ella abrió rápidamente. Parecía que él estaba de una pieza.
Suspiró de alivio.
Joseph entró respirando agitadamente, con el pelo húmedo y los
pantalones manchados de gotas de agua. Él mismo cerró la puerta con la cadena y
se dobló hacia abajo, apoyando las manos en las rodillas para recuperar el
aliento.
—No lo he encontrado —dijo por fin, mirándola, con el pelo
sobre los ojos.
—¡Ni siquiera deberías haberlo intentado! ¿Qué creías que
ibas a conseguir con salir corriendo vestido así?
—El elemento sorpresa. Aunque no lo haya encontrado, él me ha
visto. Y eso es una buena cosa.
—¿Y cómo lo sabes?
Él se irguió y se apartó el pelo de la cara con la mano.
—Me conozco esto, Demi. Es un matón y no hay nada que le guste
más que tener a una persona asustada. Lo he estado pensando. Sebastian preguntó
si el tipo es un inepto, teniendo en cuenta que lleva seis meses persiguiéndote
y no te ha atrapado.
Aquello irritó a Demi Se puso en jarras y lo miró fijamente.
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