miércoles, 2 de enero de 2013

Pasion Peligrosa Capitulo 15





¿Sería posible que los demonios que habían dirigido su voluntad en su juventud todavía marcaran su comportamiento? ¿Se habría convertido en policía para intentar tener bajo control esos malignos impulsos?

Demi se estremeció ante esa idea y ante su cercanía. En respuesta, Joe acercó la mano a los mandos de la calefacción y los golpeó con el puño.
—Lo lamento —se disculpó—. No funciona todo lo bien que debería.
Pero había mucho calor concentrado en el coche. Al menos, existía el potencial.
—Estoy bien —señaló Demi.
— ¿De qué has dicho que ibas disfrazada? —la mirada de Joe se posó sobre el mantón de terciopelo.

—Una mujer de la nobleza —murmuró—. Siglo XVII.
Atravesaban la calle principal y estaban a punto de llegar al giro que conducía directamente a la finca de los Pierce. Había dejado de llover y una neblina se había instalado sobre la ciudad, igual que un fantasma que reptara por las aceras adoquinadas. Todos los negocios, muchos de ellos establecidos en viejas casas de más de un siglo de antigüedad, se sucedían en hilera a ambos lados. Los escaparates estaban en penumbra y las puertas eran bocas negras.

Al igual que en Salem, muchos de los establecimientos habían centrado sus negocios en la historia de Moriah's Landing. Las veletas de algunas casas perfilaban contra el cielo la figura de una bruja en una escoba. Y había gatos de metal negro con ojos verdes de mármol que acechaban sobre las chimeneas. Una tienda de recuerdos, enclavada entre una farmacia envejecida y un anticuario, vendía toda clase de artículos, desde libros de encantamiento hasta camisetas con la imagen de McFarland Leary, acorde con la imaginación del artista. Otra tienda ofrecía recorridos fantasmales a medianoche.
Era una explotación del pasado de la ciudad bastante inocente, en especial cuando se acercaban las celebraciones de Halloween. La gente estaba orgullosa de su herencia. Y si bien la mayoría era muy supersticiosa, no les importaba aprovecharse de su leyenda negra para ganar un buen dinero. Todo era bastante inofensivo…

Pero Demi nunca había podido participar del espíritu de esas celebraciones, a pesar de la historia de su ciudad y de su encanto único. Siempre había percibido, desde muy temprana edad, la oscuridad en los callejones, acechando detrás de las puertas. Una presencia maligna que huía de la luz y acosaba a los inocentes. Se había quedado en la ciudad por culpa de su familia. Y también porque la oscuridad la repelía tanto como la atraía. Estremecida, apartó los ojos de las puertas de las tiendas.
Ahora atravesaban una zona ajardinada, un área bastante frondosa en la que, según el saber popular, habían sido colgados de un viejo roble los acusados de brujería a principios del siglo XVII. Una placa conmemoraba la efeméride y muchos ciudadanos habían llegado a considerar aquella zona sagrada.

Demi desconocía si la leyenda era cierta. Pero de todos los lugares de Moriah's Landing era esa zona, y en especial el viejo roble que aún seguía en pie, la que provocaba en el ánimo de Demi una sensación más fuerte. Un inexplicable sentimiento de que el Mal estaba rondando por allí cerca. Y qué vigilaba cada movimiento. Y qué si no era muy cautelosa, ella podría ser la próxima víctima.

Apretó los puños y cerró los ojos con fuerza cuando pasaron junto al viejo roble. Pero en su cabeza pudo ver una multitud arremolinada junto a la plaza, vestidos con ropas oscuras y las miradas sombrías elevadas al cielo. La imaginación de Demi siguió esas miradas lúgubres. Pudo ver unos pies balanceándose entre las hojas. Al levantar los ojos, reconoció el rostro pálido de Bethany Peters clavado en el suyo.

Abrió los ojos para alejar aquella visión terrible. Su imaginación la estaba engañando, pero no tenía sentido alarmarse por una superchería después de lo que había vivido aquella noche. Y aun así…

No podía desprenderse de la incómoda sensación de que algo la vigilaba y la acechaba. Y de que aquello que hubiera acabado con la vida de Bethany estaba de algún modo relacionado con ella. Primero había sido Taylor, después Ashley.
Y ahora una de las estudiantes de Demi.
Sintió que una voz tétrica le susurraba al oído: Tú serás la próxima.


A medida que se alejaban del parque la respiración de Demi se volvió más acompasada.
El Instituto Heathrow emergía a pocos metros, en el horizonte. Era una institución privada, protegida por un muro alto de piedra y cuya única entrada era una puerta de hierro controlada electrónicamente y vigilada por cámaras de seguridad las veinticuatro horas del día. Aquellos padres que estaban dispuestos a pagar la elevada cantidad que suponía la matrícula no se conformaban tan solo con una buena educación para sus hijas.

Querían tener la absoluta seguridad que sus hijas estarían a salvo, alejadas del mundo real y protegidas por los más avanzados equipos de seguridad. Algunas de las chicas se rebelaban contra las estrictas normas del instituto y se citaban después del toque de queda. Eso mismo había hecho una vez la propia Demi durante su etapa en el internado. Pero, por alguna razón, nunca había considerado aquel lugar como una cárcel. Quizá fuera por ella había solicitado su ingreso en Heathrow, ya en su época de estudiante.
Más tarde comprendió que aquella elección había sido, en realidad, una necesidad. Buscó su independencia. Huyó de la velada decepción que leía en la mirada de sus padres cada vez que se enfrentaba a ellos.

 Aquellas expresiones parecían reprocharle que hubiera errado el camino y hubiera desaprovechado su enorme potencial. Siempre había sido consciente de que estaba destinada a seguir los pasos de sus padres. Marión y Edward Douglas eran muy inteligentes, científicos de reconocido prestigio que habían alcanzado la fama antes de cumplir los treinta. Su madre había destacado en Genética y su padre en el campo de la biología molecular.

Se habían conocido en Harvard. Se habían enamorado, se habían casado y habían tenido un bebé en menos de un año. Era algo que nunca le había cuadrado a Demi. Le resultaba imposible imaginarse a sus padres, tan serios y cerrados, en su juventud, alegres y despreocupados. Desde que tenía memoria siempre los había visto volcados en su trabajo. Y nunca su hipotética historia de amor y mucho menos su hija habían podido interferir en sus investigaciones.

Ambos abandonaron Harvard para entrar a trabajar en un laboratorio privado en Boston, al que se desplazaban un mínimo de cinco días a la semana, e incluso a veces los siete días. 

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