Entonces ¿por qué tenía aquella necesidad de plantarse frente
a ellos y pregonar a los cuatro vientos sus derechos, como si fuera un semental
salvaje ahuyentando a sus rivales?
—Me alegro de haber tenido la oportunidad de hablar contigo
—dijo Matty—. Supongo que todo el mundo estará aquí cuando lleguéis esta noche.
Deberías estar preparado. Probablemente, te harán un interrogatorio sobre tus
intenciones respecto a Elizabeth —continuó. Después, su voz se suavizó—. Es una
niña preciosa Joseph. Cuando la veas,
entenderás por qué los chicos son tan protectores. Por qué lo somos todos.
A Joseph había empezado a
dolerle la cabeza.
—Te agradezco mucho la información, Matty —dijo—. Llegaremos
lo antes posible.
—No corráis mucho, id con cuidado. Hasta esta noche.
—Hasta luego —se despidió Joseph, y colgó el auricular. Después miró a Demi que estaba mirándolo, inmóvil,
junto a la cómoda de la habitación—. Se te olvidó mencionar las cartas que les
escribiste a mis amigos.
—Es cierto. Bueno, eso era parte de mi plan para asegurarme
de que Elizabeth tuviera muchos protectores. Les pedí a Sebastian, Travis y
Boone que fueran sus padrinos. Me pareció muy ingenioso por mi parte.
—Oh, y lo fue.
—Entonces ¿por qué me miras con esa cara?
Él se puso en pie y se acercó a ella.
— ¡Porque cada uno de ellos pensó que era el padre de
Elizabeth! ¡Por eso!
Ella se quedó boquiabierta.
— ¿Qué ocurrió la noche de la fiesta de la avalancha, Demi? —Preguntó Joseph, y rogó a Dios que ella se riera
y le diera alguna explicación lógica—. ¿Por qué pensaron eso los tres?
Demi no se rió. En vez de eso, comenzaron a
brillarle los ojos de ira.
— ¿Qué demonios quieres decir?
—No quiero decir nada —respondió Joseph. Quería desesperadamente escuchar su versión de
la historia—. Matty dijo que los tres se emborracharon y que se te insinuaron.
Sólo quiero saber...
—¿Cómo se te ocurre preguntarme eso? —Preguntó ella,
temblando de rabia—. ¿Es ésa la opinión que tienes de mí?
—¡No! —él alzó la mano para acariciarle la mejilla, pero al
ver su mirada, lo pensó mejor—. Yo sólo...
—¡Tú sólo querías que te diera mi palabra de que no me acosté
con tus tres mejores amigos la misma noche! —gritó ella—. Bien, pues no te la
voy a dar. Sólo un idiota insensible haría esa pregunta, y yo no voy a
molestarme en darte explicaciones.
—Maldita sea, Demi. Hace menos de un minuto he sabido que
otros tres hombres pensaban que podían ser los padres de mi hija. ¡Cualquiera
querría saber de qué va todo esto!
En el fondo, Joseph sabía
perfectamente que ella no había hecho nada, pero los celos lo tenían agarrado
del cuello. Aquella noche había pasado algo. Y él quería que Demi le dijera que no había sido nada,
o algo inofensivo, como había dicho Matty. Quería que ella le asegurara que no
albergaba más que un sentimiento de amistad hacia aquellos hombres.
—¿Tu hija? Que yo sepa, no quieres tener nada que ver con
ella.
—No se trata de eso. Ella es mi hija, y esos tipos no tienen
derecho...
—Todos la han cuidado, como yo esperaba que hicieran,
mientras tú estabas en un país al otro lado del Atlántico, imposible de
localizar. Para mí, eso les da muchos derechos.
—¡Yo no sabía que la niña existía!
—Huiste, así que ¿cómo ibas a saberlo?
—Yo no huí —replicó Joseph, pero sabía que sí lo había hecho. Y ella
también. Entonces, recordó el resto de lo que le había contado Matty. Se lo
dijo a Demi con
placer, sabiendo que se quedaría perpleja, exactamente igual que él—. Bueno,
ahora todos están casados.
—¿De veras?
—Te sorprende, ¿verdad?
—¡Pues claro! No tenía ni idea...
—Así que si tu plan era atrapar a alguno de ellos para que se
casara contigo en el caso de que yo fallara, ya te puedes ir olvidando. Ya no
son libres.
La palma abierta de Demi se estrelló contra la mejilla de Joseph. Éste reprimió el impulso de llevarse la
mano a la cara, que le dolía. Se quedaron mirándose el uno al otro, furiosos.
—Tenemos que irnos —dijo él.
—Muy bien. Cuanto antes me libre de ti y de tus
insinuaciones, mejor —dijo.
Se dio la vuelta, tomó su mochila y se encaminó hacia la
puerta.
—¡No salgas sola, maldita sea! —bramó él mientras la seguía.
—Quizá debiera dejarme secuestrar —replicó Demi con aspereza—. Vaya, si juego
bien mis cartas, incluso podría convencer al tipo para que se casara conmigo.
Después de todo, cualquier hombre vale, siempre y cuando yo consiga una alianza
que ponerme en el dedo.
Él cerró de un portazo, la alcanzó y la tomó por el brazo. En
realidad, no tenía ninguna gana de discutir con ella. Respiró profundamente y
dijo:
—Quizá no debería haber dicho eso. Pero creo que me debes una
explicación por...
—Yo no te debo nada —dijo Demi, y tiró del brazo
para zafarse de Joseph.
Él no sabía dónde podía estar escondido el secuestrador, pero
dejar que Demi se
adelantara sola hacia el coche podía ser la invitación que aquel desgraciado
estaba esperando. La alcanzó de nuevo y la agarró del brazo. Cuando ella se
resistió, él apretó los dedos con más fuerza de la que hubiera querido.
—Suéltame.
—No —respondió él. Bajó la voz, y comenzó a arrastrarla hacia
el coche tan rápidamente que ella estuvo a punto de tropezarse—. Es posible que
no me debas nada, pero yo te debo algo: asegurarme de que llegues sana y salva
junto a Elizabeth. Y ahora, no se te ocurra volver a alejarte de mí.
Ella le respondió con furia.
—Apuesto lo que quieras a que ahora estás tan enfadado que no
me deseas.
Él abrió la puerta del coche y casi la tiró dentro.
—Perderías la apuesta —respondió.
Aquel día no se detuvieron. Desayunaron y comieron en el
coche. Conducir sin parar estaba bien para Demi, pero pronto comenzó a sentirse
mal por Joseph, que llevaba todo el peso del
viaje. Aunque, en realidad, no debería sentirse mal por él. Después de todo, a
la primera insinuación de que las cosas no eran perfectas, la había acusado de
ser, prácticamente, una promiscua. Si él no confiaba en ella, Demi no quería tener nada que ver con
él.
Aquello era falso. La única razón por la que las preguntas de
Joseph le habían hecho daño era que estaba
enamorada de él. Y parecía que jamás podría enamorarse de otra persona.
Y Joseph todavía la
quería. Posiblemente, no confiaba del todo en ella, pero la quería. Demi lo veía en sus ojos cuando la
miraba.
Antes de que llegaran a la frontera del estado de Kansas, él
se disculpó.
—Mira, lo siento —dijo suavemente—. Tienes razón, no debería
haberte hecho esa pregunta.
Ella suspiró y se relajó en el asiento. No se había dado
cuenta de lo rígida que había estado durante todo el viaje.
—Gracias por decírmelo —respondió, y le miró el perfil tenso.
Sabía que aquella disculpa le había costado mucho orgullo, y lo admiraba por
sacrificarlo. Ella no podía ser menos.
—¿Quieres que te cuente lo que ocurrió aquella noche?
—No me interesa lo más mínimo.
—Mentiroso.
Él sonrió.
—Está bien, quiero saber hasta el último detalle, pero tú no
tienes por qué contarme nada.
Ella no recordaba haber tenido nunca más ganas de besarlo que
en aquel momento. Sin embargo, iba conduciendo y aunque el coche no hubiera
estado en marcha, ella había dicho que no harían más el amor, lo cual, naturalmente,
incluía los besos.
—Supongo que debo sentirme halagada porque estés celoso.
—Tú puedes sentirte halagada si quieres, pero yo estoy
furioso conmigo mismo.
—Los celos son una emoción natural.
—Puede ser, pero en mi opinión, los únicos tipos que pueden
sentirse celosos son los que van a casarse, así que yo quedo excluido.
Aquellas palabras le hicieron daño, pero Demi intentó no darles importancia.
—Oh, no sé. Ahora está muy de moda.
—No me digas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario