viernes, 4 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 15




—Quizá me estuviera poniendo a prueba. Puede que quisiera comprobar si sentía el impulso de usar la violencia contra esos niños.
Ella sabía que había muchas más cosas en su trabajo con los refugiados, pero no iba a discutir con él sobre aquello.
—¿Y te pusiste violento?
—No.
—Entonces has debido averiguar que lo harás bien.
—¡No, no lo sé! Habría que ser un monstruo para ponerles la mano encima a esos niños. Ellos han pasado por tantas cosas, que tener paciencia al tratarlos resulta fácil. Algunos, sobre todo los chicos, intentan ser duros, pero uno se da cuenta de que por dentro están aterrorizados.
«Como tú lo estabas de pequeño». Al observar su expresión de ansiedad, Demi se imaginó al niño asustado que debía haber sido Joseph. Quiso abrazarlo y decirle que nunca tendría motivo para estar tan asustado, pero no se atrevió a traspasar el campo minado que él había establecido a su alrededor.
—Debió de ser terrible —murmuró.
—Sí —respondió él, y miró hacia la calle por el ventanal.
Demi pensó que Joseph había visto, con toda seguridad, su propia experiencia reflejada en los rostros de aquellos niños. Él había sido casi un huérfano, sin madre y totalmente a merced de un padre violento que no sabía querer. Vivir con un padre como Hank Grady no debía de ser muy distinto de vivir en zona de guerra.
—No tendrás que preocuparte de ser violento con Elizabeth —le dijo, suavemente—. Yo estaré ahí.
—No sé cómo hacer esto, Demi. Con los niños del campo de refugiados era fácil. Sólo hay que conseguirles ropa, comida y una cama. Hay que gestionar las donaciones que llegan y conseguirles también algún juguete al que puedan aferrarse.
Al imaginárselo haciendo todo aquello, Demi  se emocionó.
—¿Y los abrazabas cuando tenían miedo?
—Sí, bueno, claro, pero...
—Y cuando estaban tristes, ¿les contabas chistes para hacerles reír?
—Cuando aprendí su idioma sí, pero...
—Y si hacían algo maravilloso, si eran buenos, valientes y generosos, ¿no les decías que eran estupendos?
—Pues claro.
— Joseph eso es lo que hay que hacer, tanto con un niño refugiado de guerra como con Elizabeth. Eso es todo lo que tienes que hacer.
—¡Sabes que eso no es cierto! ¿Y si cometen alguna estupidez? ¿Cómo se consigue que no hagan tonterías?
— Joseph, yo creo, que dentro de lo razonable, hay que permitir que hagan tonterías y dejar que cometan sus propios errores.
Él soltó una carcajada seca.
—Sí, para que se maten, o quizá maten a alguien con esos errores.
Dijo aquellas palabras automáticamente, como si fuera una lección que había aprendido de memoria.
—¿Era esa la forma que tenía tu padre de justificar las palizas que te daba? ¿Que estaba impidiendo que te mataras?
—Algunas veces —respondió él—. Otras veces, creo que sólo lo hacía por divertirse.
«Un verdadero monstruo», pensó Demi.
—Tú tienes que saber que no eres como él.
Joseph no respondió.
— ¡Joseph, tú no eres como él! Estoy segura.
—Será mejor que vayas a ducharte.
En aquel momento, Demi se dio cuenta de que él había levantado su acostumbrado muro defensivo. Y sabía, que una vez que aquello sucedía, no tenía ni la más mínima oportunidad de llegar a él. Pero al menos, Joseph no había visto aún a Elizabeth. Demi se aferró a la esperanza de que la niña, su hija, sería la que derribara aquella barrera.
—Está bien —respondió—. Llamaré para alquilar un coche y no quiero oír nada de que vas a pagar tú.
Demi titubeó. El hecho de permitirle que pagara era casi como si le estuviera proporcionando una forma fácil de librarse de lo importante. Ella no quería su dinero. Quería que formara parte de la vida de Elizabeth, o no quería nada.
—Por favor, J Demi —rogó Joseph. Sus defensas se resquebrajaron un poco—. Es lo que puedo hacer por el momento. Por favor, acéptalo.
Ella tomó aire y asintió.
—Está bien. Por el momento.
—Bien. Llamaré y alquilaré un coche.
Mientras él se dirigía hacia el teléfono, ella entró en el baño y abrió el grifo de la ducha.
Era muy probable que Joseph le rompiera el corazón de nuevo, pensó mientras se metía bajo el chorro de agua caliente. Ella quería creer, con todas sus fuerzas, que cuando él viera a Elizabeth y se enamorara del bebé, estaría dispuesto a reconsiderar lo que pensaba sobre el matrimonio y los hijos.
Pero era posible que eso no ocurriera. Él ya la había dejado una vez, y si el bebé lo asustaba, la dejaría de nuevo. Y teniendo en cuenta esa posibilidad, Demi pensó que no debía seguir acostándose con él. Si se acostumbraba de nuevo a sus caricias, todo sería peor al final. En caso de que él no pudiera adorar a Elizabeth como ella la adoraba, tendría que decirle adiós.
Pero sería mejor que le dijera que no harían más el amor. Tenía que decírselo antes de ponerse en camino hacia Colorado. Tenía que establecer una distancia entre ellos, y estaba segura de que Joseph entendería que ella sólo quería protegerlos a los dos de un posible sufrimiento.
Cerró el grifo, sacó la mano de la ducha y tomó la toalla que había en el toallero. Mientras se secaba entre el vapor, comenzó a oír el ruido de unas tijeras. Se envolvió en la toalla y salió de la ducha. Joseph estaba frente al espejo, vestido sólo con sus vaqueros. Había puesto la papelera sobre la encimera del lavabo y se estaba cortando la barba.
Parecía que ya había terminado con aquella tarea, porque dejó la papelera en el suelo y tomó la cuchilla de afeitar. El olor de la espuma hizo que Demi Lovato recordara otras muchas veces en las que ella había observado cómo realizaba aquella tarea. A menudo, él terminaba la sesión de afeitado haciendo el amor con ella y frotándole la barbilla suave por todo el cuerpo.
Sin embargo, Demi ya echaba de menos la barba. Entonces recordó el voto de abstinencia que acababa de hacer. Que tuviera o no tuviera barba no debía significar nada para ella.
—Ya veo que te estás afeitando.
—Sí. Quiero salir de aquí con un aspecto distinto al que tenía cuando entré, por si acaso tu amigo nos ha visto juntos.
—Buena idea —dijo ella, y siguió observándolo.
Él hizo una pausa y clavó la mirada en el reflejo del rostro de Demi, con los ojos más azules que nunca.
—Si sigues ahí con esa cara, no vas a tener la toalla encima durante mucho más tiempo.
Ella notó una sensación familiar de deseo. Respetar el voto de castidad no iba a ser nada fácil.
—Tenemos que hablar de eso.
Él siguió mirándola en el espejo mientras se afeitaba.
—No estaba pensando en mantener una conversación.
—Teniendo en cuenta nuestra situación, quizá sería mejor que no volviéramos a hacer el amor.
Él se detuvo y entrecerró los ojos.
—¿Nunca?
—Bueno, por lo menos, hasta que... hasta que sepamos cómo es nuestra relación, y tu relación con la niña, y todo eso.

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