— Joseph, no debería haber
dicho esto. Éste es mi problema. Yo soy la que se quedó embarazada, y yo soy la
que pensó que podría mantener mi identidad en secreto.
—Y yo debería haberme alejado de ti en cuanto te conocí. Lo
sabía. Pero fui débil, y me engañé diciéndome que si todo lo manteníamos en
secreto, contenido, no se complicaría.
—Se ha complicado.
—Ya me he dado cuenta. Y todo ha sido culpa mía.
—No, Joseph, no es
cierto...
—No intentes negarlo, Demi. Todo el mundo sabe que los
anticonceptivos fallan de vez en cuando. Yo te hice el amor... muchas veces. No
debería haberme marchado del país sin asegurarme de que estabas bien. Si lo
hubiera hecho, nada de esto habría sucedido.
—De todos modos, a mí me estaría persiguiendo éste loco.
El sacudió la cabeza.
—No.
—¿No?
—Yo me habría deshecho de él hace mucho tiempo.
Demi suspiró.
—Eres un buen hombre, Joseph.
Gracias por haber venido a consolarme. Creo que me siento mejor.
—Me alegro —respondió él. De repente, su atención se desvió
del rostro de Demi, y se
dio cuenta de que no llevaba sujetador bajo el camisón. Joseph tragó saliva y la
miró a los ojos—. ¿Has dormido bien?
—No.
Él la abrazó con más fuerza aún.
— Demi...
—No —dijo ella, aunque su mirada la estaba excitando.
—Me estoy volviendo loco.
Y ella también. Notó que su firmeza se tambaleaba un poco
ante la fuerza de su deseo.
— Joseph, estamos en el
baño, por Dios.
—Podrías apoyarte en esa encimera —murmuró él, y la tomó por
las nalgas para apretarla contra su erección—. Soy un hombre desesperado, Jess. Dame cinco minutos. Sé que podemos hacerlo
en cinco minutos. Una vez lo hicimos en cuatro, ¿te acuerdas?
Ella se acordaba bien, pero aquellos recuerdos no la estaban
ayudando a ser fuerte.
—Te necesito. Necesito estar dentro de ti —dijo él,
intentando seducirla con un tono de voz ronco que nunca le había fallado.
Y ella lo deseaba, también, pero sacudió la cabeza.
—No es una buena idea —dijo, aunque tenía la respiración
entrecortada—. Además, no tienes preservativos.
—Eso es lo que tú te crees. Supongo que se te ha olvidado que
fui boy scout.
— ¿De verdad tienes...?
—Los tengo y los tendré. Siempre, por si acaso cambias de
opinión —la acarició por última vez y la soltó—. Nos vemos en el desayuno.
Afortunadamente para Joseph,
cuando salió del baño no había nadie en el pasillo. Fue hacia el despacho de
Sebastian, donde había pasado una noche espantosa pensando en Demi
y preocupándose por
Elizabeth. Después de respirar profundamente unas cuantas veces para controlar
sus hormonas, se puso las botas, tomó la chaqueta y el sombrero y salió.
El salón estaba vacío, pero oía a Matty, a Sebastian y a
Elizabeth en la cocina. Silbó para llamar a Fleafarm y a Sadie y las dos perras
acudieron a su llamada.
—Voy a sacar a las perras a dar una vuelta —dijo en voz alta
y sin esperar respuesta, salió por la puerta principal. Necesitaba estar un
rato a solas antes de ver de nuevo al bebé. Y a Demi.
Atravesó el porche y bajó los escalones, mientras las perras
jugaban ante él como un par de cachorrillas. Se detuvo en el camino y se llenó
los pulmones con el aire fresco de la montaña. Nada podía comparársele al aire
perfumado de pino de Colorado.
Demonios, había echado de menos aquel lugar. Y cómo lo
adoraba en octubre, con el cielo color cobalto y las montañas teñidas de oro
por los árboles en otoño. Mientras había estado viviendo entre los refugiados,
no había echado de menos su lujoso piso de Denver, ni su exitosa agencia
inmobiliaria, ni tratar con los clientes. Había echado de menos el Rocking D. Y
aunque no quería convertirse en ranchero, quería poseer una tierra como
aquella, quizá no tan grande, pero lo suficientemente espaciosa como para tener
un establo, algunos caballos y un perro.
Esperaba que a Demi también le gustara la idea, porque se la
imaginaba con él. Su sugerencia de abrir un rancho para huérfanos lo atraía,
pero no sabía si ella tendría interés en formar parte de algo así. Y también
estaba el asunto de la niña.
Mientras seguía caminando hacia las colinas que había frente
al rancho, sintió la brisa en el rostro. Las perras se pararon a olisquear el
aire en el mismo momento en que Joseph detectó
un movimiento más adelante, más arriba en la ladera de la montaña. Las perras
ladraron y echaron a correr en aquella dirección. Al principio, Joseph pensó que podía ser un ciervo, pero luego
el sol hizo brillar algo metálico.
— ¡Fleafarm! ¡Sadie! ¡Venid aquí! —las llamó con el estómago
encogido—. ¡Venid aquí! —Repitió, y afortunadamente, las perras se dieron la
vuelta y volvieron a su lado, aunque de mala gana—. ¡Buenas chicas! —les hizo
unas caricias entusiastas en el lomo mientras seguía mirando el punto donde
había detectado el movimiento.
En aquel momento, todo se había quedado inmóvil. Aunque había
tenido una premonición, no sabía quién podía estar allí arriba. Podía ser un
cazador que había traspasado los límites del Rocking D, o un observador de
pájaros cuyos prismáticos habían brillado al sol. O podía ser el acosador de Demi. Él debía poner a salvo a las
perras y después alertar a Sebastian. Si volvían allí con un par de caballos,
podrían echar un vistazo por la zona.
Volvió a la casa, mirando de cuando en cuando hacia atrás
para ver si notaba algo más en la ladera de la colina. Nada. Si no hubiera sido
por la reacción de las perras cuando habían percibido el olor extraño, él se
estaría preguntando si no se lo habría imaginado todo.
Entonces, oyó el ruido del motor de un coche que se acercaba
por el camino y antes de llegar a la carretera de la casa, Travis apareció en
su todo terreno negro.
Bajó del coche y se acercó sonriendo a Joseph.
— ¿Has salido a dar un paseo matutino, vaquero? ¿Se te ha
olvidado montar a caballo o qué? —Su sonrisa se desvaneció al ver a Joseph de cerca—. ¿Hay algún problema? ¿Le ocurre
algo a Elizabeth?
—La niña está bien, pero yo tengo que llevar a las perras a
casa y avisar a Sebastian. Creo que he visto a ese tipo en aquella colina. Si
subimos a caballo, es posible que tengamos suerte.
— ¿Sabe él que lo has visto?
—No lo sé con certeza. Quizá. Pero debemos intentarlo.
—Pos supuesto. Tú avisa a Sebastian y yo ensillaré los
caballos —dijo. Subió a su todoterreno y enfiló hacia el establo.
Joseph oyó la ducha corriendo cuando entró por la puerta. Fue a la
cocina, donde encontró a Sebastian dándole a Elizabeth sus cereales y a Matty
preparando café. Joseph vio los ojos azules
del bebé y notó que se le derretía el corazón. Rápidamente, desvió la vista. No
tenía tiempo para aquello.
—¿Está Demi en la ducha?
—Eso creo —respondió Matty—. No ha venido a la cocina, y creo
que tiene miedo de hacerlo. Me estaba preguntando si tú podrías convencerla
para que...
—No puedo —dijo Joseph y
miró a Sebastian—. Nuestro hombre debe de estar escondido en las colinas.
Travis está ensillando los caballos.
—Bien.
Sebastian dejó la cuchara en el cuenco de cereales de la niña
y se levantó.
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