miércoles, 2 de enero de 2013

De Secretaria a Esposa Capitulo 8






Subyacente a su pesimista especulación de los hechos, se encontraba en su deseo de ahondar más profundamente en su herida psique y descubrir la verdad. Aunque, en realidad, le aterrorizaba lo que pudiera encontrarse. Suspirando, se restregó la barbilla con una mano. Pero entonces decidió, casi enloquecido, que la sensación de afecto que podía embargar a un hombre tras haber hecho el amor satisfactoriamente con una mujer ya no le era desconocida. Y se planteó si, en realidad, todo lo que había ocurrido con Demetria había sido precisamente aquello... que había sentido afecto hacia ella.

La puerta se abrió tras él y Demi entró de nuevo en su despacho. La cara de ésta, aunque seguía estando pálida, no estaba tan alarmantemente blanca como lo había estado cuando había salido de la sala.
Joe sintió como un sincero sentimiento de alivio se apoderaba de su ser.
—Lo siento —se disculpó ella, acariciándose un brazo como si tuviera frío—. Repentinamente no me encontré muy bien. Ahora estoy mejor, pero sinceramente creo que debo comer algo. Voy a bajar a la charcutería que hay enfrente para comprarme un sándwich.
— ¡No! Lo que deberías hacer ahora es sentarte y descansar durante un rato. Pediré que suban algo de comida a mi despacho.
—No tienes por qué hacer eso.
Con el teléfono ya en la mano, Joe le dirigió a Demetria una dura mirada, mirada que normalmente empleaba en sus reuniones de negocios cuando alguien se comportaba de manera particularmente perturbadora.

— ¡Sí, sí que tengo que hacerlo! Está bastante claro que necesitas comer algo y descansar, por lo que voy a hacer lo que he dicho. ¿Capisce?
Momentos después, Demetria pensó que la selección de refrescos y aperitivos que el gerente del catering había subido personalmente al despacho de Joe era algo más adecuado para una importante visita que para una asistente personal temporal. Habían colocado la comida en la bonita y brillante mesa que utilizaban para las reuniones.

Tanto Joe como ella se sentaron tímidamente a la mesa para comer. Tras darle varios pequeños bocados a un delicioso sándwich de jamón cocido y mostaza, Demi sintió como desaparecía la sensación de mareo que se había apoderado de su delicado estómago. Pero entonces se percató de que Joe no estaba comiendo en absoluto. Parecía que éste estaba mucho más ocupado mirándola fijamente.
Limpiándose delicadamente la comisura de los labios con la servilleta de lino que tenía delante, frunció el ceño.

— ¿Qué ocurre? ¿No tienes hambre?
—En un momento comeré —contestó él, encogiéndose de hombros.
Como Joe tenía la corbata aflojada, involuntariamente ella pudo ver una línea de vello oscuro bajo la fuerte y bronceada garganta de éste. Sintió como en respuesta a aquel casi tentador detalle se le ponía la carne de gallina.
—Me alegra ver que lo angustiada que has estado antes no ha afectado a tu apetito —comentó él.
—Afortunadamente, soy una de esas personas que normalmente tienen un estómago muy fuerte —bromeó Demi—, ¡Me temo que no muchas cosas me hacen perder el apetito!

—No te disculpes por disfrutar de la comida —respondió Joe, esbozando una sincera sonrisa—. Es un cambio muy agradable ver a una mujer que no considera la comida como su enemigo.

La sonrisa que esbozó Demi fue más vacilante que la de él... y tenía una buena razón para ello. Consciente de que había logrado evitar un desastre al continuar manteniendo a Joe en la ignorancia acerca de su verdadero estado a pesar de su inesperada necesidad de utilizar el cuarto de baño, se sintió temporalmente aliviada al no tener que explicar las cosas más detalladamente. Pero al mismo tiempo se sintió culpable de seguir ocultando algo tan importante. Por una parte deseaba decírselo en aquel mismo momento, deseaba confesarle la verdadera causa de su angustia... aunque no se sentía preparada ni lo bastante valiente como para hacerlo. Además, se preguntó a sí misma si era un error querer disfrutar de la preciosa sonrisa de Joe durante un poco más de tiempo antes de provocar su desdén.


Las seis menos cuarto de la tarde, Demi llamó a la puerta del despacho de Joe, la todavía inquietantemente abierta puerta entre los despachos de ambos, y se armó de valor para preguntarle si había pasado el día de prueba.
Pensó que, a juzgar por la manera en la que había marchado el trabajo, las cosas habían salido muy bien ya que no había habido ninguna complicación. Pero simplemente no podía saber cuál sería la decisión de Joe. Sin duda, éste todavía estaba superando la impresión que le había causado volver a verla y que ella quisiera formar parte de su plantilla. Tras el atento detalle que había tenido al suministrarle aquella deliciosa comida, él se había centrado en el trabajo y apenas le había hablado. Sólo lo había hecho cuando había sido estrictamente necesario, como, por ejemplo, cuando le había dado las gracias de manera distraída al llevarle ella un café.
— ¡Pasa! —contestó Joe.

Impresionada al ver que él estaba poniéndose la elegante chaqueta que había estado en el respaldo de su silla, claramente preparándose para marcharse, sintió como se le aceleraba el pulso.
— ¿Te vas a marchar? —le preguntó.
— ¿No te parece que ya he trabajado bastante por hoy? —contestó Joe, esbozando una irónica sonrisa.
Demi se ruborizó.
—No he querido decir que no deberías marcharte —dijo con torpeza—. Sólo quería preguntarte si he pasado el periodo de prueba.
— ¿El qué?

—Dijiste que ibas a ponerme a prueba durante un día... supongo que para comprobar si podía hacer bien el trabajo.
—Oh, eso —respondió él, encogiéndose de hombros de manera desdeñosa como si se hubiera olvidado de todo aquello. Entonces miró a Demetria con seriedad—. ¡Desde luego que debes quedarte! No es ideal, desde luego, pero ya es demasiado tarde para que manden a otra persona que trate de atar cabos. Además... necesito que actúes como mi anfitriona esta noche, en la fiesta que voy a celebrar en mi casa.

La tranquila afirmación de Joe, como si ya hubiera asumido que Demi accedería, la ofendió levemente.

Por muy extraño que fuera, ella quería mantener aquel trabajo, pero había estado deseando secretamente darse un baño de agua caliente que la ayudara a relajarse tras todas las sorpresas que le había deparado aquel día. Por no hablar de que quería tener tiempo para decidir cuándo y cómo iba a confesarle a su nuevo jefe el secreto que estaba guardando...

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