Subyacente a su pesimista
especulación de los hechos, se encontraba en su deseo de ahondar más
profundamente en su herida psique y descubrir la verdad. Aunque, en realidad,
le aterrorizaba lo que pudiera encontrarse. Suspirando, se restregó la barbilla
con una mano. Pero entonces decidió, casi enloquecido, que la sensación de
afecto que podía embargar a un hombre tras haber hecho el amor
satisfactoriamente con una mujer ya no le era desconocida. Y se planteó si, en
realidad, todo lo que había ocurrido con Demetria
había sido precisamente aquello... que había sentido afecto hacia ella.
La puerta se abrió tras él y Demi entró de nuevo en su despacho. La cara de
ésta, aunque seguía estando pálida, no estaba tan alarmantemente blanca como lo
había estado cuando había salido de la sala.
Joe sintió como un sincero
sentimiento de alivio se apoderaba de su ser.
—Lo siento —se disculpó ella,
acariciándose un brazo como si tuviera frío—. Repentinamente no me encontré muy
bien. Ahora estoy mejor, pero sinceramente creo que debo comer algo. Voy a
bajar a la charcutería que hay enfrente para comprarme un sándwich.
— ¡No! Lo que deberías hacer
ahora es sentarte y descansar durante un rato. Pediré que suban algo de comida
a mi despacho.
—No tienes por qué hacer eso.
Con el teléfono ya en la mano, Joe le dirigió a Demetria una dura mirada, mirada
que normalmente empleaba en sus reuniones de negocios cuando alguien se
comportaba de manera particularmente perturbadora.
— ¡Sí, sí que tengo que hacerlo!
Está bastante claro que necesitas comer algo y descansar, por lo que voy a
hacer lo que he dicho. ¿Capisce?
Momentos después, Demetria pensó que la selección de refrescos y
aperitivos que el gerente del catering había subido personalmente al despacho
de Joe era algo más adecuado para una
importante visita que para una asistente personal temporal. Habían colocado la
comida en la bonita y brillante mesa que utilizaban para las reuniones.
Tanto Joe como ella se sentaron tímidamente
a la mesa para comer. Tras darle varios pequeños bocados a un delicioso
sándwich de jamón cocido y mostaza, Demi
sintió como desaparecía la sensación de mareo que se había apoderado de su
delicado estómago. Pero entonces se percató de que Joe
no estaba comiendo en absoluto. Parecía que éste estaba mucho más
ocupado mirándola fijamente.
Limpiándose delicadamente la
comisura de los labios con la servilleta de lino que tenía delante, frunció el
ceño.
— ¿Qué ocurre? ¿No tienes hambre?
—En un momento comeré —contestó
él, encogiéndose de hombros.
Como Joe tenía la corbata aflojada,
involuntariamente ella pudo ver una línea de vello oscuro bajo la fuerte y
bronceada garganta de éste. Sintió como en respuesta a aquel casi tentador
detalle se le ponía la carne de gallina.
—Me alegra ver que lo angustiada
que has estado antes no ha afectado a tu apetito —comentó él.
—Afortunadamente, soy una de esas
personas que normalmente tienen un estómago muy fuerte —bromeó Demi—, ¡Me temo que no muchas cosas me hacen
perder el apetito!
—No te disculpes por disfrutar de
la comida —respondió Joe, esbozando una
sincera sonrisa—. Es un cambio muy agradable ver a una mujer que no considera
la comida como su enemigo.
La sonrisa que esbozó Demi fue más vacilante que la de él... y tenía una
buena razón para ello. Consciente de que había logrado evitar un desastre al
continuar manteniendo a Joe en la ignorancia
acerca de su verdadero estado a pesar de su inesperada necesidad de utilizar el
cuarto de baño, se sintió temporalmente aliviada al no tener que explicar las
cosas más detalladamente. Pero al mismo tiempo se sintió culpable de seguir
ocultando algo tan importante. Por una parte deseaba decírselo en aquel mismo
momento, deseaba confesarle la verdadera causa de su angustia... aunque no se
sentía preparada ni lo bastante valiente como para hacerlo. Además, se preguntó
a sí misma si era un error querer disfrutar de la preciosa sonrisa de Joe durante un poco más de tiempo antes de
provocar su desdén.
Las seis menos cuarto de la
tarde, Demi llamó a la puerta del despacho
de Joe, la todavía inquietantemente abierta
puerta entre los despachos de ambos, y se armó de valor para preguntarle si
había pasado el día de prueba.
Pensó que, a juzgar por la manera
en la que había marchado el trabajo, las cosas habían salido muy bien ya que no
había habido ninguna complicación. Pero simplemente no podía saber cuál sería
la decisión de Joe. Sin duda, éste todavía
estaba superando la impresión que le había causado volver a verla y que ella
quisiera formar parte de su plantilla. Tras el atento detalle que había tenido
al suministrarle aquella deliciosa comida, él se había centrado en el trabajo y
apenas le había hablado. Sólo lo había hecho cuando había sido estrictamente
necesario, como, por ejemplo, cuando le había dado las gracias de manera
distraída al llevarle ella un café.
— ¡Pasa! —contestó Joe.
Impresionada al ver que él estaba
poniéndose la elegante chaqueta que había estado en el respaldo de su silla,
claramente preparándose para marcharse, sintió como se le aceleraba el pulso.
— ¿Te vas a marchar? —le
preguntó.
— ¿No te parece que ya he
trabajado bastante por hoy? —contestó Joe, esbozando
una irónica sonrisa.
Demi se ruborizó.
—No he querido decir que no
deberías marcharte —dijo con torpeza—. Sólo quería preguntarte si he pasado el
periodo de prueba.
— ¿El qué?
—Dijiste que ibas a ponerme a
prueba durante un día... supongo que para comprobar si podía hacer bien el
trabajo.
—Oh, eso —respondió él,
encogiéndose de hombros de manera desdeñosa como si se hubiera olvidado de todo
aquello. Entonces miró a Demetria con
seriedad—. ¡Desde luego que debes quedarte! No es ideal, desde luego, pero ya
es demasiado tarde para que manden a otra persona que trate de atar cabos.
Además... necesito que actúes como mi anfitriona esta noche, en la fiesta que
voy a celebrar en mi casa.
La tranquila afirmación de Joe, como si ya hubiera asumido que Demi accedería, la ofendió levemente.
Por muy extraño que fuera, ella
quería mantener aquel trabajo, pero había estado deseando secretamente darse un
baño de agua caliente que la ayudara a relajarse tras todas las sorpresas que
le había deparado aquel día. Por no hablar de que quería tener tiempo para
decidir cuándo y cómo iba a confesarle a su nuevo jefe el secreto que estaba
guardando...
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