sábado, 12 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 26




También conocieron a la madre de Travis, Luann, una mujer de unos cincuenta años, con el pelo gris, que había ido a vivir con su hijo y su nuera al hotel. Joseph siempre había pensado que la existencia de mujeriego de Travis continuaba cuando se iba a pasar todos los inviernos a Utah. Sin embargo, parecía que lo que hacía en realidad era volver a casa a cuidar a su madre viuda.
Por fin, se terminaron las presentaciones.
—Me gustaría verla ahora —dijo Demi en voz baja.
—Claro —dijo Matty, y se dirigió hacia el pasillo. Todos la siguieron, tropezándose unos con otros Demi y Joseph se quedaron al final.
Matty se volvió y alzó una mano, como si fuera un guardia de tráfico.
—Un momento. Todos no podemos entrar. De hecho, creo que es Demi la única que debería entrar a la habitación, si ella quiere.
Todos estuvieron de acuerdo y volvieron al salón.
Joseph prefería que Demi entrara primero. Quería tomarse las cosas con tiempo y afrontar la situación poco a poco.
—Me gustaría que ventrara conmigo —dijo Demi.
Parecía que no iba a ser posible. Con todos sus amigos mirándolo de aquella forma, no le quedaba más remedio que hacer lo que le había pedido Demi.
—Claro, por supuesto. Buena idea.
Todo el mundo se apartó.
—Está en la habitación de invitados, Joseph —dijo Sebastian—. La que tú usabas cuando venías de Denver. Matty la redecoró.
—Y quiero decir que fue Sebastian el que eligió la cuna de la niña —dijo Matty—. Yo quería algo más sencillo.
—Dejamos una luz suave encendida por la noche —añadió Boone—. A Josh le gusta, sobre todo cuando están juntos, porque si abre los ojos, puede ver a Elizabeth en la cuna.
—Espero que te guste el pijama, Jessica —dijo Gwen—. Travis y yo no sabíamos qué ponerle cuando la trajimos esta noche. Al final, nos decidimos por el de Winnie the Pooh.
Demi se volvió a mirarlos, sorprendida.
—¿La habéis traído vosotros? Creía que se quedaba aquí todo el tiempo.
—Oh, no —dijo Shelby, que estaba junto a Boone—. Todos hacíamos... es decir, hemos hecho turnos. Verás, todo el mundo quería... —de repente, se quedó callada y miró a su alrededor nerviosamente, como si hubiera hablado de más.
—Todo el mundo quería quedarse con la niña —terminó Sebastian con voz ronca.
¡Oh, Dios! Joseph nunca había visto a su amigo tan emocionado. Saber que él había contribuido a aquel fiasco le hacía sentirse como una rata.
Demi tragó saliva y dijo con voz temblorosa:
—No sé cómo voy a poder agradeceros y compensaros por... por...
Con la necesidad de hacer algo útil, Joseph la tomó de la mano. Estaba helada.
—Vamos —dijo suavemente.
Ella parpadeó rápidamente, tragó saliva de nuevo y asintió.
Joseph comenzó a caminar por el pasillo. Ante ellos, la puerta de la habitación de invitados estaba medio abierta, y una luz suave se escapaba por la rendija. No era algo muy corriente, pensó Joseph, que el hecho de atravesar una puerta pudiera llevarlo a uno de la ignorancia al conocimiento. Aquélla era una de esas ocasiones. Una vez que hubiera traspasado aquella puerta, nunca volvería a ser el mismo.
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Mientras Joseph empujaba la puerta con cuidado, Demi apretó su mano y se juró que no iba a llorar. Si lloraba, sólo conseguiría despertar al pequeño Josh y a Elizabeth, y los asustaría a los dos. Además, mientras Elizabeth estuviera dormida, Demi podía mantener la fantasía de que su hija iba a reconocerla.
Cuando entraron en la habitación, Demi observó unos segundos a Josh, que estaba dormido en la cama, mientras se dirigía hacia la cuna que había en un rincón. El corazón le latía con tanta fuerza que tuvo miedo de que su sonido despertara a Elizabeth.
¡Estaba tan grande! A Demi se le llenaron los ojos de lágrimas y se los enjugó rápidamente. Quería ver.
Oh, Dios. Su hija era preciosa. Demi tuvo que apretarse el puño contra la boca para ahogar el sollozo que iba a escapársele. Preciosa. El dolor de estar separada de ella se desbordó. Hasta aquel momento, se había negado a dejarle sitio en su corazón, pero al ver a Elizabeth, había conseguido derribar sus defensas y la estaba invadiendo.
Luchó por mantener el control y se recordó que aquella separación había terminado. Iban a estar juntas, y ella podría llenar el vacío que se había creado entre ella y su preciosa hija. Elizabeth estaría confundida, así que ella tendría que ser fuerte para estar a la altura del desafío.
Elizabeth estaba durmiendo boca abajo, con el trasero elevado en el aire. Demi nunca la había visto hacer aquello. Pero tampoco la había visto gatear ni sentarse, y probablemente ya sabía hacer ambas cosas. Su manita estaba sobre el rabo de un mono de peluche con los ojos negros. Según le había dicho Sebastian, aquél era su juguete favorito. A Demi se le encogió el corazón al pensar en todo lo que se había perdido.
El pelo de la niña, que antes era muy fino y de color castaño, se había convertido en abundantes rizos de color rojizo. Tenía su mismo pelo. Su hija. Sintió un fuerte sentimiento de posesividad. Suya.
Oyó un sonido débil y rítmico, y se dio cuenta de que eran sus lágrimas, que estaban cayendo en el borde de la cuna. Entonces, notó un brazo sobre los hombros y se sobresaltó.
—Soy yo —dijo Joseph —. Sólo yo.
Volvió la cabeza, sorprendida. Se había olvidado, incluso, de que él estaba en la habitación.
Joseph miraba a Elizabeth totalmente embobado. Cuando elevó los ojos hasta Demi, ni siquiera la débil luz pudo ocultar su expresión maravillada.
—¿Nosotros hicimos esto? —murmuró.
Ella asintió, incapaz de hablar.
La atención de Joseph volvió a centrarse en el bebé.
—Es asombroso.
Demi sintió esperanza. Quizá, si Joseph se había quedado tan atemorizado por aquel milagro como parecía, encontrara un modo de superar sus miedos.
—Es tan pequeña... —dijo él, en voz baja.
Demi tragó saliva.
—Yo estaba pensando en lo grande que está —susurró.
—Se parece a ti.
—Un poco. Tiene los ojos iguales a los tuyos. Y mírale los dedos. Son largos y elegantes, como los tuyos.
Él hizo un breve sonido de protesta.
—Mis dedos no son elegantes.
En aquel momento, Elizabeth se relamió y dejó escapar un suspiro.
Jessica se quedó helada, segura de que aquella conversación susurrada había despertada a la niña. Iba a tener que soportar el dolor de ver cómo Elizabeth abría los ojos y no la reconocía, y se sentía demasiado débil como para aguantar aquel golpe.
Sin embargo, los ojos de la niña permanecieron cerrados.
—Será mejor que nos vayamos —susurró Demi —, antes de que se despierte

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