miércoles, 16 de enero de 2013

Un Refugio Para el Amor Capitulo 29




Demi no quería dormir. Sólo quería mirar a Elizabeth y escuchar su respiración.
Estaba en la cama, pensando cómo iba a acercarse a la niña cuando se despertara. Era evidente que debía tomarse las cosas con calma hasta que la niña volviera a acostumbrarse a ella. El hecho de saber que Elizabeth había convivido con tres familias le daba confianza en que su hija no sería tan inflexible como hubiera sido si hubiera vivido únicamente con Sebastian y Matty en el Rocking D. De todos modos, Jessica no se engañaba pensando que la transición sería fácil.
Por el momento, sin embargo, se conformaba con estar en la misma habitación que su hija. Joseph no se había quedado muy satisfecho con la idea de dormir en otro lugar, pero ella sabía que dormir en la misma cama que él sobrecargaría los circuitos.
Para empezar, no habría podido concentrarse en su hija y en aquel momento, eso era lo más importante. Por otro lado, creía de veras que no debía hacer el amor con él. Y si compartían la cama, acabarían haciéndolo sin remedio.
Aunque podría haber jurado que no había dormido en absoluto, abrió los ojos y se dio cuenta de que la habitación estaba iluminada con la suave luz del amanecer.
—Ba —decía una suave voz—. Ba, ba.
A ella se le aceleró el pulso. Elizabeth estaba despierta. Con cautela, Demi apartó el edredón para poder ver la cuna.
Elizabeth estaba a gatas frente a ella. Oh, sí, tenía los ojos azules de Joseph y su pelo cobrizo. Tenía las mejillas rosadas del sueño. Podría haberse quedado mirándola para siempre.
—Ba, ba —repitió Elizabeth, y babeó. Con la atención fija en lo que estaba viendo sobre la cama, se agarró a las barras de la cuna y se levantó. Se puso de pie.
Demi se quedó inmóvil, observándola, fascinada por los avances que había hecho la niña en su ausencia. Tragó saliva para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta. Habían ocurrido muchas cosas mientras ella estaba fuera. Demasiadas.
Agarrada con fuerza a los barrotes, Elizabeth comenzó a sacudir la cuna.
—¡Ba! —gritó, y enseñó sus nuevos dientes mientras seguía sacudiendo la cuna.
—Hola, pequeñina —murmuró Demi. Al ver aquellos dientecitos, se le llenaron los ojos de lágrimas. Su hijita había crecido mucho.
Elizabeth dejó de moverse y la miró fijamente.
—Soy yo, tu mamá —dijo Demi, suavemente.
Elizabeth no estaba asustada. La miraba con curiosidad.
—Eres una niña preciosa —dijo Demi. Moviéndose con lentitud, se apoyó sobre un codo en la cama—. ¿Te acuerdas de mí?
Una chispa de preocupación se encendió en los ojos azules.
—No pasa nada —dijo Demi en voz baja mientras se incorporaba y se sentaba sobre la cama—. Te acostumbrarás de nuevo a mí. Te...
El grito de miedo de Elizabeth le heló la sangre.
—No te voy a hacer daño, cariño —dijo en tono suplicante a la niña, mientras Elizabeth comenzaba a lloriquear. El instinto hizo que Demi saliera de la cama y se acercara a la cuna—. No tengas miedo —susurró, y alargó los brazos para tomarla—. Por favor, no tengas miedo. Soy yo. Tu mamá.
Con un grito más alto aún, Elizabeth se echó hacia atrás para escapar de Demi y se dio un golpe en la cabeza con la cuna. Entonces, comenzó a llorar desconsoladamente.
—Oh, no — Demi descorrió el cerrojo de la barandilla y se inclinó hacia ella—. Oh, cariño... por favor, déjame...
—Yo la tomaré —dijo Matty, que entró a toda prisa en la habitación. Levantó a Elizabeth y la alejó de Demi como si fuera una amenaza.
Demi sabía que Matty no lo había hecho intencionadamente, pero así parecía de todos modos. Las lágrimas cayeron por sus mejillas.
—Se ha dado un golpe en la cabeza —dijo—. Por favor, comprueba que esté bien —rogó a Matty. El hecho de no poder consolar a su propia hija era el peor dolor que había soportado en su vida—. No quería asustarla. No quería.
—Pues claro que no —dijo Matty, y le pasó la mano por la cabeza a Elizabeth—. Y ella está bien. Vamos, vamos, pequeñina —Matty apoyó al bebé en su hombro y le acarició la espalda—. Vamos, estás bien.
—¿Qué ha ocurrido? —Sebastian apareció en el umbral de la puerta abrochándose los pantalones vaqueros.
—Yo... — Demi descubrió que no era capaz de contárselo. Se le había hecho un nudo de vergüenza y de pena en la garganta. Su hija no la quería.
Entonces Joseph apareció detrás de Sebastian. Él también llevaba unos vaqueros y una camiseta.
—¿Estáis bien?
—Creo que Elizabeth se ha asustado un poco al ver a Demi por primera vez —dijo Sebastian.
—No pasa nada —murmuró Matty mientras continuaba acariciando a Elizabeth—. Tendremos que hacer las cosas más despacio, eso es todo.
—Oh, Demi —dijo Joseph —. Lo siento.
Ella no lo sentía. Estaba destrozada. Y no podía soportar quedarse en aquella habitación ni un minuto más. Se las arregló para darles cualquier excusa y se fue al baño.
Una vez que estuvo allí, tomó una toalla y enterró la cara en ella mientras sollozaba. Elizabeth ya no la quería.
Poco a poco, las lágrimas cesaron, pero Demi no creía que se le fuera a pasar el dolor que sentía. Había perdido a su hija por culpa de aquel hombre horrible que la perseguía, y estaba dispuesta a buscarlo y matarlo con sus propias manos. Él le había robado a su hija.
Alguien llamó a la puerta con suavidad, y después, Demi oyó la voz de Joseph.
— ¿Demi? ¿Puedo entrar?
—No.
—Eso es lo que me pasa por preguntar —murmuró él, y abrió la puerta.
Ella se dio la vuelta y fingió que estaba colgando la toalla en el toallero y colocándola perfectamente.
—No sé qué ha ocurrido con el concepto de intimidad.
Él entró y cerró la puerta.
—En éste momento no necesitas intimidad —dijo. La tomó por los hombros, la abrazó e hizo que apoyara la cabeza en su pecho.
—¿Cómo sabes que no la necesito?
—Lo sé porque te he visto la cara cuando has venido a esconderte aquí. Lo que de verdad necesitas es que alguien te abrace.
Joseph tenía toda la razón. Ella lo había abrazado también, automáticamente, y se había quedado colgada de su cuello.
—¿Y eres un experto en la materia?
Joseph apoyó la mejilla en su cabeza.
—Pues sí.
Pensándolo bien, seguramente sí lo era. Habría tenido que consolar a mucha gente que vivía en el campo de refugiados. Y su propio conocimiento del dolor provenía de su infancia.
—No sé mucho de bebés —dijo Joseph —, pero Matty me ha dicho que Elizabeth lo superará, y seguro que Matty sabe de lo que está hablando. Se siente culpable por haber hecho que durmierais juntas la primera noche. Ella no pensó en cómo iba a reaccionar la niña cuando se despertara y viera a una ext... a alguien a la que no está acostumbrada en la habitación.
—Soy su madre —lloriqueó Demi—, y ella me tiene miedo.
—Se acordará de ti —dijo Joseph suavemente mientras le acariciaba la espalda como Matty había acariciado a Elizabeth.
—Quizá no. Quizá tenga que empezar desde cero, y todo será como si la hubiera adoptado. Oh, Joseph, ¿por qué no volviste antes a casa?
—Ojalá lo hubiera hecho. Oh Demi. Voy a tardar cien vidas en compensarte por todo el dolor que te he causado. Y que todavía puedo causarte, maldita sea.
Inmediatamente, ella lamentó haberlo usado como chivo expiatorio.

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