miércoles, 16 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 31





—Matty, ven aquí, y cuando yo salga por la puerta, enciende la alarma.
Matty se acercó a él al instante y lo tomó por el brazo.
—No creo que debáis subir allí sin un plan.
—Tengo un plan. Voy a llevar mi rifle.
Se separó de ella y pasó por delante de Joseph hacia el salón.
—Vigila a la niña, Joseph —le dijo Matty mientras iba tras Sebastian—. Escucha, vaquero, ¡no podéis ir allí como si fuerais los tres mosqueteros!
La voz de Sebastian llegó hasta la cocina desde el pasillo y desde su habitación.
—No discutas conmigo, Matty. No podemos perder el tiempo si queremos atraparlo.
— ¡Podría ser él el que os atrapara a vosotros!
Joseph miró a Elizabeth, que estaba sentada en su trona con la boca chorreando cereales. La niña lo estaba mirando con los ojos muy abiertos. Y él reconoció perfectamente el color de aquellos ojos. Lo veía todas las mañanas en el espejo. Entonces, la carita de Elizabeth se arrugó como si alguien la estuviera estrujando, y dejó escapar un grito de protesta.
—Uy, no hagas eso —rogó Joseph —. Matty va a volver ahora mismo.
Elizabeth gritó con más fuerza y escupió los cereales que tenía en la boca.
A Joseph le entró pánico. Que él supiera, la niña podía ahogarse o algo así, si continuaba llorando de aquella manera. Él oía que Matty y Sebastian todavía estaban discutiendo en su dormitorio, y allí estaba aquella cría, corriendo un grave peligro.
— ¡Matty! —gritó.
Y con sólo eso, Elizabeth dejó de llorar. Sin embargo, la expresión de su cara no fue ninguna mejoría. Estaba petrificada. Por su culpa. A Joseph se le encogió el estómago al recordar cómo se sentía él cada vez que su padre gritaba así. Y allí estaba él, asustando a su hija de la misma manera.
—Lo siento —murmuró—. Lo siento, pequeña.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—No volveré a gritarte —prometió mirando aquellos enormes ojos azules. Oh, Dios, lo estaba atrapando. Notó que se le hacía un nudo en la garganta. Aquella carita, aquella carita húmeda de lágrimas, llena de cereales, lo estaba atrapando.
—Vamos —dijo Sebastian, que entró en la cocina con una chaqueta y un rifle.
Aliviado, Joseph se volvió hacia él.
— ¡Sois unos idiotas! —dijo Matty, que iba detrás—. Deberíamos llamar al comisario.
—Para cuando llegue, el tipo que persigue a Demi ya se habrá marchado —replicó Sebastian—. Y ahora, cuando salga, conecta la alarma, y si no hemos vuelto en una hora, entonces podrás llamar al comisario.
—Maravilloso —respondió—. ¿Le pido que traiga bolsas para cadáveres?
—Déjalo. No va a pasar nada —dijo Sebastian. Miró a Joseph y le preguntó—: ¿Preparado?
—Preparado —respondió él. Mientras salían de la cocina, miró una vez más al bebé. La niña lo estaba observando todavía—. Hasta luego, Elizabeth —dijo con dulzura.

Demi casi había terminado de ducharse cuando oyó que Matty y Sebastian se acercaban por el pasillo, discutiendo sobre algo. Con su constante sentimiento de culpabilidad, no pudo evitar preguntarse si la discusión tendría algo que ver con ella.
Se secó rápidamente, se puso unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca de manga larga y se cepilló el pelo. Cuando salía del baño, oyó cerrarse la puerta de la casa.
— ¡Hombres! —dijo Matty. Por su tono de voz, estaba disgustada—. De verdad, Elizabeth, algunos hombres no tienen cerebro.
Demi se acercó cautelosamente a la puerta de la cocina.
—¿Matty? —dijo, antes de asomarse—. ¿Crees que debería entrar?
—Por supuesto —respondió Matty—. Elizabeth y yo necesitamos refuerzos, ¿verdad, cariño? Los chicos acaban de irse a hacer una tontería.
—¡Ga! —respondió Elizabeth, encantada.
A Demi se le aceleró el corazón mientras entraba a la cocina. Desde su silla de madera, Elizabeth la miró y Demi se preparó para más lágrimas. En vez de eso, casi pareció que la niña se encogía de hombros mientras fijaba de nuevo su atención en la cuchara de compota de manzana que le estaba ofreciendo Matty.
La indiferencia era mejor que el miedo, se dijo.
— ¿A qué te referías con lo de los chicos? —Preguntó a Matty—. ¿Adonde han ido?
— Joseph cree que ha visto al tipo que te sigue en la colina.
Demi se puso una mano en la boca para ahogar un jadeo, que seguramente, asustaría a Elizabeth.
—Travis llegó cuando Joseph volvía a casa a contárnoslo y los tres se han ido a buscarlo a caballo. Sebastian se ha llevado el rifle —explicó Matty. Seguía dándole el desayuno a Elizabeth, pero tenía la espalda muy rígida.
—Oh, vaya.
—He conectado el sistema de alarma, así que sabremos si ese tipo se acerca a la casa, pero creo que deberíamos haber llamado al comisario. Los chicos no han querido.
Demi se desesperó. Llamar al comisario significaría que la policía se pondría en contacto con sus padres, pero no podía seguir evitándolo si estaba poniendo a más gente en peligro.
—Quizá debiera llamar a mis padres y terminar con todo esto. No puedo dejar que os arriesguéis así.
Matty miró a Demi mientras le metía a Elizabeth la cuchara en la boca.
—Creo que un buen modo de que éste pequeño gremlin comenzara a acostumbrarse a ti sería que te acercaras a la mesa lentamente. Luego podrías contarme la situación con tus padres.
—Está bien —respondió Demi.
Elizabeth la observó con desconfianza mientras se acercaba y se sentaba a medio metro de la niña.
—Elizabeth —canturreó Matty—. Toma otro poco de compota, cariño.
El bebé se volvió hacia la cuchara y dio unas palmadas en su mesa.
—Supongo que tus padres no saben nada del bebé ni del secuestrador —dijo Matty mientras seguía dando de comer a la niña.
—Exacto. Yo quiero evitar que Elizabeth crezca del modo en que crecí yo. Fui siempre una prisionera, porque mi padre tenía miedo de que alguien me secuestrara para pedir un rescate.
—Parece que tenía algo de razón —dijo Matty.

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