—Matty, ven aquí, y cuando yo salga por la puerta, enciende
la alarma.
Matty se acercó a él al instante y lo tomó por el brazo.
—No creo que debáis subir allí sin un plan.
—Tengo un plan. Voy a llevar mi rifle.
Se separó de ella y pasó por delante de Joseph hacia el salón.
—Vigila a la niña, Joseph —le
dijo Matty mientras iba tras Sebastian—. Escucha, vaquero, ¡no podéis ir allí
como si fuerais los tres mosqueteros!
La voz de Sebastian llegó hasta la cocina desde el pasillo y
desde su habitación.
—No discutas conmigo, Matty. No podemos perder el tiempo si
queremos atraparlo.
— ¡Podría ser él el que os atrapara a vosotros!
Joseph miró a Elizabeth, que estaba sentada en su trona con la boca
chorreando cereales. La niña lo estaba mirando con los ojos muy abiertos. Y él
reconoció perfectamente el color de aquellos ojos. Lo veía todas las mañanas en
el espejo. Entonces, la carita de Elizabeth se arrugó como si alguien la
estuviera estrujando, y dejó escapar un grito de protesta.
—Uy, no hagas eso —rogó Joseph —.
Matty va a volver ahora mismo.
Elizabeth gritó con más fuerza y escupió los cereales que
tenía en la boca.
A Joseph le entró pánico.
Que él supiera, la niña podía ahogarse o algo así, si continuaba llorando de
aquella manera. Él oía que Matty y Sebastian todavía estaban discutiendo en su
dormitorio, y allí estaba aquella cría, corriendo un grave peligro.
— ¡Matty! —gritó.
Y con sólo eso, Elizabeth dejó de llorar. Sin embargo, la
expresión de su cara no fue ninguna mejoría. Estaba petrificada. Por su culpa.
A Joseph se le encogió el estómago al
recordar cómo se sentía él cada vez que su padre gritaba así. Y allí estaba él,
asustando a su hija de la misma manera.
—Lo siento —murmuró—. Lo siento, pequeña.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—No volveré a gritarte —prometió mirando aquellos enormes
ojos azules. Oh, Dios, lo estaba atrapando. Notó que se le hacía un nudo en la
garganta. Aquella carita, aquella carita húmeda de lágrimas, llena de cereales,
lo estaba atrapando.
—Vamos —dijo Sebastian, que entró en la cocina con una
chaqueta y un rifle.
Aliviado, Joseph se volvió
hacia él.
— ¡Sois unos idiotas! —dijo Matty, que iba detrás—.
Deberíamos llamar al comisario.
—Para cuando llegue, el tipo que persigue a Demi
ya se habrá marchado
—replicó Sebastian—. Y ahora, cuando salga, conecta la alarma, y si no hemos
vuelto en una hora, entonces podrás llamar al comisario.
—Maravilloso —respondió—. ¿Le pido que traiga bolsas para
cadáveres?
—Déjalo. No va a pasar nada —dijo Sebastian. Miró a Joseph y le preguntó—: ¿Preparado?
—Preparado —respondió él. Mientras salían de la cocina, miró
una vez más al bebé. La niña lo estaba observando todavía—. Hasta luego, Elizabeth
—dijo con dulzura.
Demi casi había terminado de ducharse cuando
oyó que Matty y Sebastian se acercaban por el pasillo, discutiendo sobre algo.
Con su constante sentimiento de culpabilidad, no pudo evitar preguntarse si la
discusión tendría algo que ver con ella.
Se secó rápidamente, se puso unos pantalones vaqueros y una
camiseta blanca de manga larga y se cepilló el pelo. Cuando salía del baño, oyó
cerrarse la puerta de la casa.
— ¡Hombres! —dijo Matty. Por su tono de voz, estaba disgustada—.
De verdad, Elizabeth, algunos hombres no tienen cerebro.
Demi se acercó cautelosamente a la puerta de la
cocina.
—¿Matty? —dijo, antes de asomarse—. ¿Crees que debería
entrar?
—Por supuesto —respondió Matty—. Elizabeth
y yo necesitamos refuerzos, ¿verdad, cariño? Los chicos acaban de irse a hacer
una tontería.
—¡Ga! —respondió Elizabeth, encantada.
A Demi se le aceleró el corazón mientras entraba a la cocina. Desde
su silla de madera, Elizabeth la miró y Demi se preparó para más lágrimas. En vez de
eso, casi pareció que la niña se encogía de hombros mientras fijaba de nuevo su
atención en la cuchara de compota de manzana que le estaba ofreciendo Matty.
La indiferencia era mejor que el miedo, se dijo.
— ¿A qué te referías con lo de los chicos? —Preguntó a
Matty—. ¿Adonde han ido?
— Joseph cree que ha visto
al tipo que te sigue en la colina.
Demi se puso una mano en la boca para ahogar un
jadeo, que seguramente, asustaría a Elizabeth.
—Travis llegó cuando Joseph
volvía a casa a contárnoslo y los tres se han ido a buscarlo a caballo.
Sebastian se ha llevado el rifle —explicó Matty. Seguía dándole el desayuno a
Elizabeth, pero tenía la espalda muy rígida.
—Oh, vaya.
—He conectado el sistema de alarma, así que sabremos si ese
tipo se acerca a la casa, pero creo que deberíamos haber llamado al comisario.
Los chicos no han querido.
Demi se desesperó. Llamar al comisario
significaría que la policía se pondría en contacto con sus padres, pero no
podía seguir evitándolo si estaba poniendo a más gente en peligro.
—Quizá debiera llamar a mis padres y terminar con todo esto.
No puedo dejar que os arriesguéis así.
Matty miró a Demi mientras le metía a Elizabeth la cuchara
en la boca.
—Creo que un buen modo de que éste pequeño gremlin comenzara
a acostumbrarse a ti sería que te acercaras a la mesa lentamente. Luego podrías
contarme la situación con tus padres.
—Está bien —respondió Demi.
Elizabeth la observó con desconfianza mientras se acercaba y
se sentaba a medio metro de la niña.
—Elizabeth —canturreó Matty—. Toma otro poco de compota,
cariño.
El bebé se volvió hacia la cuchara y dio unas palmadas en su
mesa.
—Supongo que tus padres no saben nada del bebé ni del
secuestrador —dijo Matty mientras seguía dando de comer a la niña.
—Exacto. Yo quiero evitar que Elizabeth crezca del modo en
que crecí yo. Fui siempre una prisionera, porque mi padre tenía miedo de que
alguien me secuestrara para pedir un rescate.
—Parece que tenía algo de razón —dijo Matty.
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