Su decisión de que no hicieran más el amor era muy poco
firme, y los dos lo sabían, pero por orgullo, Joseph
no estaba dispuesto a pedirle que lo reconsiderara. No tenía totalmente claro
qué era lo que tenía que ocurrir antes de que él pudiera llevársela a la cama
de nuevo, pero se imaginaba que dependía sobre todo de su actitud hacia
Elizabeth.
Y una proposición de matrimonio seguramente allanaría el
camino, también.
Demi se quedaría asombrada si supiera cuántas
veces había pensado en pedirle que se casara con él, y lo cerca que había
estado de hacerlo hasta que había sabido lo del bebé. En algún momento,
mientras sobrevolaba el Atlántico, había planeado pedirle que se casaran y
sugerirle que adoptaran a uno de aquellos huérfanos como primer paso.
Aquel proceso les llevaría algún tiempo, tiempo que él
necesitaba a toda costa para adaptarse a la idea de ser padre. Si conseguía
hacerlo bien con un niño huérfano, entonces podría pensar en tener un hijo
biológico. Había pensado cuidadosamente en los términos de aquel compromiso y
creía que podría cumplirlo.
Sin embargo, cuando había conocido la existencia de
Elizabeth, todo se había desmoronado.
Él no estaba preparado. No sabía si lo estaría algún día y no
podía permitirse el lujo de pasar más tiempo averiguándolo. Era como si le
hubieran dicho que tenía que hacer un examen que sabía que iba a suspender de
antemano. Peor aún, fracasaría ante sus tres mejores amigos, unos hombres cuyo
respeto deseaba.
Ellos le llevaban ventaja en aquel asunto de los bebés.
Durante el tiempo que había pasado trabajando en el campo de refugiados, se había
mantenido alejado de los más pequeños, dejándoselos a las voluntarias, y se
había concentrado en los que andaban y hablaban.
La vulnerabilidad de un bebé lo aterrorizaba. Sabía
perfectamente que si su madre no hubiera estado con él durante los tres primeros
años de su vida, su padre lo habría matado por algo tan inocente como llorar.
Luego había conseguido otros dos años de ventaja mientras su padre ahogaba las
penas en la botella.
Para cuando Hank Grady
había mirado a su alrededor y se había dado cuenta de que tenía un hijo en el
que descargar su rabia y su frustración, Joseph era lo suficientemente mayor como para correr y
esconderse la mayoría de las veces. Un niño espabilado podía evitar gran parte
del maltrato, pero un bebé no podía defenderse en absoluto.
Mientras se acercaban al rancho, Joseph
respiró profundamente y rogó al cielo que todo saliera bien para todo el mundo.
Entre los árboles se distinguía la casa iluminada. Él había
conducido hasta allí muchas veces, y la primera visión de la casa de madera con
su enorme porche, las ventanas altas y la chimenea de piedra era una bienvenida
en las noches frías. Sin embargo, aquella noche Joseph
se sintió intimidado al verla. Parecía que todas aquellas luces que brillaban
por las ventanas anunciaran el día del juicio final.
— Joseph, tengo miedo —dijo Demi.
—Yo también.
—¿Por qué hay tantas camionetas aquí aparcadas a estas horas?
—preguntó—. Parece como si estuvieran dando una fiesta o algo así.
—Matty me lo advirtió —respondió él mientras observaba los
coches de sus amigos.
—¿Qué te advirtió?
Él apagó el motor del coche y la miró.
—Matty me dijo que todo el mundo estaría aquí. Los chicos y
sus esposas. Supongo que todos se sienten responsables hacia Elizabeth, y no...
Bueno, no están demasiado ansiosos por cederla.
—¡Pues es una lástima! —Exclamó ella con una nota frenética
en la voz—. Yo soy su madre y...
—Tranquila, Demi —dijo él, y le puso una mano sobre el
hombro—. Yo no he dicho que no vayan a hacerlo. Pero si lo piensas, ellos han
pasado más tiempo que tú con la niña desde que nació. Estoy seguro de que
cuando todo el mundo asimile la idea de que estás lista para recogerla, no
tendrán ningún problema.
Demi miró hacia la casa. La barbilla le tembló
ligeramente.
—Esta demostración de fuerza no indica que vayan a ceder
tranquilamente. Podrían llevarme a juicio, Joseph. Podrían acusarme de haberla abandonado, y
tendrían pruebas.
—No van a hacer nada de eso. Entrar será lo más difícil.
Vamos a terminar con ello.
Demi se volvió hacia él.
— Joseph, ya te he dicho
esto, pero quiero decírtelo de nuevo. Pase lo que pase ahí dentro, aunque esto
se estropee, quiero que sepas que no lamento haberme quedado embarazada. No
lamento que tú y yo trajéramos a la niña al mundo. Sé que he causado muchos
problemas a mucha gente, pero volvería a hacer lo mismo con tal de tener a
Elizabeth.
En aquel momento, él la quería tanto que casi le dolía.
—Eso es lo que tendrían que oír los que están ahí dentro
—dijo con voz ronca—. Y ahora, vamos a afrontar la situación.
Cuando Demi puso la mano sobre el tirador de la
puerta del coche, notó un cosquilleo familiar en la nuca y supo que alguien los
estaba vigilando. Odiaba aquella sensación, pero también agradecía que aquel
aviso la hiciera menos vulnerable.
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