—Salgamos de aquí —dijo Joe y la arrastró del brazo.
— ¿Qué? Espera un minuto —intentó
zafarse—. ¿No has oído lo que he dicho? El asesino podría seguir escondido en
la funeraria. Tenemos que buscarlo y…
—No tenemos que hacer nada, ¡maldita sea!
—dijo entre dientes—. No puedo creerlo, Demi.
¿En qué diablos estabas pensando? ¿No te das cuenta de que podrías haber
alterado las pruebas?
Estaban junto a la puerta. Joe abrió y condujo a Demi
a través de la recepción hasta la puerta trasera. El aire helado penetró las
ropas de ella mientras se apresuraban. Había un coche patrulla junto a la
entrada y un agente sentado al volante. Al reconocer al detective Jonas, el oficial abrió la puerta y salió del coche.
—¿Todo en orden, detective Jonas?
—Quizá haya un merodeador en la funeraria,
Dewey —dijo mientras sujetaba a Demi por el codo—. Da la vuelta y vigila la entrada
principal. Yo echaré un vistazo por aquí.
El oficial Dewey
miró brevemente a Demi, asintió y fue a cubrir
la entrada principal. Joe abrió la puerta
trasera del coche patrulla y empujó dentro a Demi.
Ella trató de resistirse, pero su disfraz le impedía moverse con libertad. Joe no tuvo dificultades en hacerse con el control. Se
inclinó sobre la ventanilla y dirigió a Demi una
mirada amenazadora.
—Me ocuparé de ti más tarde. De momento,
voy a encerrarte en el coche.
—No puedes hacer eso…—protestó con su
dignidad herida.
Pero la puerta se cerró con violencia y Joe desapareció por la puerta de la funeraria. Demi buscó la manilla para abrir la puerta, pero no
había. Una pantalla metálica separaba los asientos delanteros de la parte de
atrás. De pronto comprendió hasta qué punto se sentirían indefensos los
detenidos, atrapados y sin salida. Pero había una diferencia sustancial entre
ellos y su persona. Ella era inocente. Solo había intentado ayudar y esa era la
recompensa que recibía.
Las luces de la residencia de Ned Krauter,
en la segunda planta, se encendieron. Después, una a una, se iluminaron las
ventanas de la planta principal mientras Joe y
el oficial Dewey recorrían el edificio. El
tercer piso permaneció a oscuras y ese dato le resultó ominoso a Demi.
Pasaron varios minutos hasta que Joe reapareció. Demi estaba
congelada. Estaba acurrucada en el asiento, temblorosa, mientras miraba cómo Joe y el oficial Dewey
hablaban en voz baja junto al coche. Pegó la oreja a la ventanilla, pero no
pudo escuchar una sola palabra de lo que decían. Sospechó que Joe se había olvidado de ella y pensó en arañar el
cristal para llamar su atención. Joe, que
parecía que hubiera presentido sus intenciones, se volvió y le dio la espalda
deliberadamente. Demi se recostó en el asiento
hecha un basilisco. Finalmente la puerta se abrió y Joe
asomó la cabeza.
— ¿Estás bien ahí dentro?
—Muy bien —y le dirigió una mirada hosca—.
¿Has encontrado algo?
—No.
— ¿Y qué hay del tercer piso?
—Krauter dice que lo tiene alquilado a un
marinero llamado Cross. Al parecer, su barco
salió a faenar hace varios días. No podemos entrar sin una orden de registro. Y
no tenemos razones de peso para despertar a un juez y solicitar una a estas
horas. Pero la puerta estaba cerrada con llave. El intruso no ha podido entrar.
— ¿Y la planta baja? En la capilla…
—Hemos registrado todo de arriba abajo,
¿de acuerdo? Si había alguien ahí dentro, ha escapado —indicó con hastío.
—Un momento —Demi lo
cortó de cuajo—. ¿Acaso dudas de mi palabra? Había alguien en el depósito. Yo
lo vi.
— ¿Lo reconociste? ¿Puedes describírmelo?
—Pues, no…
— ¿Por qué no?
—Bueno, no llegué a verlo —admitió Demi—. Estaba escondido debajo de una sábana, en una
camilla. Al ver cómo se movía la sábana, me asusté y se me cayó la linterna al
suelo. La luz se apagó y no pude ver de quién se trataba. Pero quizá encuentres
huellas dactilares en el tubo de ensayo. O quizá en el ataúd. Lo lanzó contra mí.
—Pareces muy segura de que se trataba de
un hombre.
—No sé de quién se trataba —levantó la
mano en un gesto de impotencia—.Tú me crees, ¿verdad?
—Estoy seguro de que creíste ver a alguien
—comentó con cautela.
—No me lo estoy inventando —gritó enfurecida
e indignada—. ¿Por qué razón iba a mentir en algo así?
—No te estoy acusando de mentir —se llevó
la mano al pelo, erizado como el de un animal, y su aliento se congeló en la
noche helada—. Escucha, estabas sola en un depósito de cadáveres junto a un cuerpo.
Si lo consideramos fríamente es normal que tuvieras miedo.
—Yo nunca he dicho que estuviera asustada.
¿Y qué consideraciones son esas?
—Eres joven e impresionable. Y después de
encontrar el cuerpo esta noche…
—Pero el tubo de ensayo no ha sido una invención,
¿verdad? —preguntó, roja de ira—.Ya te lo he dicho. Había alguien más en el
depósito.
—Y eso nos lleva de nuevo a la cuestión
principal —dijo Joe y su mirada se endureció—.
¿Qué estabas haciendo ahí?
Demi se sentó muy rígida, la mirada al frente,
ajena a su presencia.
—Ya te dije antes que quería examinar el
cuerpo de cerca —contestó.
—Y yo te ordené que te quedaras al margen.
Podría encerrarte por obstaculizar una investigación de la policía. E incluso
acusarte de obstrucción ante el juez.
—No lo harías —y lo miró de reojo.
—Esta vez, no —se encogió de hombros—.
Pero te lo advierto. Estás agotando mi paciencia. No quiero que el culpable,
una vez que lo arreste, pueda escaparse gracias a alguna argucia legal por un
tema de procedimiento. ¿Lo entiendes?
—Sí, lo entiendo —procuró recuperar la
calma—. Ya sé que no confías en mi capacidad. Lo has dejado muy claro. Pero no
soy una simple… aficionada. Tengo mucha práctica, Joe.
Podría ayudarte a resolver este caso si me dejaras.
—Y yo te he dicho que si alguna vez
necesito tu ayuda, acudiré a ti —replicó Joe—.
Pero todavía no lo he hecho, ¿verdad?
Ella levantó la barbilla y se negó a
contestar. Joe insistió.
—No —accedió finalmente ella de mala
gana—. Pero sostengo lo que dije. Observé algo extraño en el cuerpo. No sé lo
que era, pero algo llamó mi atención. Y mi intuición raras veces se equivoca.
— ¿Tú intuición?
—Sí. Ya sabes…
—Ahórrame la definición técnica. Ya sé lo
que significa, pero no acostumbro a confiar en las corazonadas.
—¿Acaso no tienes instintos? ¿Nunca te has
guiado por tus sentidos en algún caso?
—Algunas veces —admitió Joe—. Pero mis intuiciones están basadas en años de
entrenamiento y experiencia. Nunca se deben a un capricho pasajero.
—No puedes aceptarlo, ¿verdad? —sacudió la
cabeza.
— ¿Qué?
—Que yo pueda estar a tu mismo nivel y que
posea tanta experiencia como tú.
—Una conferencia en un aula es muy
diferente a una investigación criminal. El día en que hayas pateado las calles
tanto como yo, hablaremos —se estiró—. Por el momento voy a llevarte a tu casa.
Joe le tendió la mano para ayudarla, pero Demi ignoró su ofrecimiento. Se enredó con los
pliegues de su falda, pero logró arrastrarse fuera del coche con precario
equilibrio.
—No necesito que me lleves a casa —dijo
fríamente—.Tengo mi propio coche.
—Quizá no lo necesites, pero te acompañaré
de todos modos —tomó su brazo y tiró de ella hasta un Sedan negro aparcado
detrás del coche patrulla—.Te llevaré en mi propio coche para asegurarme de que
te vas.
— ¿Y qué pasa con mi coche?
—Puedes pasar a buscarlo mañana.
Demi quiso protestar ante el hecho de verse
obligada a dejar su flamante coche nuevo aparcado en la calle. Pero después de
todo lo que había presenciado aquella noche le resultó un tanto infantil
preocuparse por los posibles desperfectos.
Condujeron varios minutos en silencio.
Después, Joe le dirigió una mirada confusa.
—Por cierto, llevo toda la noche queriendo
preguntarte algo. ¿Qué demonios es esa especie de capa que llevas puesta sobre
el vestido?
— ¿Esto? —Demi
levantó entre sus dedos la tela de terciopelo—.Es un mantón. Forma parte del
disfraz.
— ¿Y de qué vas disfrazada?
Abrió la boca para contestar, pero al
volverse para mirarlo a los ojos, la respuesta se congeló en sus labios. En la
penumbra los rasgos de Joe se habían vuelto sombríos,
indistintos. Vestido completamente de negro, su figura le recordaba la de un
ángel caído, un héroe en la sombra, un hombre complejo con motivaciones
igualmente complejas. De pronto asumió que sabía muy poco de Joe Jonas. Siempre se había sentido atraída por él,
pero la verdad era que apenas lo conocía ni tenía idea de las cosas que lo
fastidiaban.
Pero sí sabía algunas cosas de él. Había
crecido en los muelles y se había metido en líos en su adolescencia. Su padre
murió después de que Joe se marchase a Boston, y
no creía que tuviera más familia en Moriah's Landing. Entonces, ¿qué razón lo
había impulsado a regresar? ¿Por qué había vuelto a un lugar en el que nunca lo
habían tratado bien?
La única certeza que tenía Demi era que Joe
abandonó la ciudad siendo un delincuente juvenil y que regresó como policía. Un
detective con oscuros secretos y un pasado tormentoso. ¿Qué habría ocurrido en
esos seis años para que hubiera cambiado tanto? ¿Acaso había cambiado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario