Por primera vez
desde que había llegado, Nick vio un breve
pero evidente brillo de vulnerabilidad en los ojos de Miley.
Y casi se sintió culpable por manipularla.
Casi.
No había
llegado tan lejos en la vida siendo blando. Desgraciadamente, tampoco lo había
hecho ella. Por eso pensó que un par de copas harían que se relajase un poco.
Pero tenía la
impresión de que estaba a punto de ir demasiado lejos, así que intentó una
nueva estrategia: la compasión. Cuando todo lo demás fallaba, las mujeres no
podían resistirse ante un hombre que se mostraba vulnerable.
—Phillip está
fuera y la verdad es que no me apetece pasar solo el resto de la tarde.
Enseguida vio
que la flecha había dado en la diana. La expresión de Sophie se suavizó
perceptiblemente.
Y cuando la
oyó suspirar, supo que la tenía.
—Yo había
pensado ir a dar un paseo por el jardín. Podrías ir conmigo, supongo. Pero
después tengo cosas que hacer.
Debería haber
imaginado que sugeriría algo intermedio. De esa forma estaba aceptando la
sugerencia sin darle el control.
Era lista,
desde luego. Pero él era mucho más taimado.
—Trato hecho,
alteza.
Cuando salió
del coche, Nick lo hizo tras ella. El sol
estaba alto en el cielo, sus rayos tan intensos como por la mañana. Era un día
para estar a la sombra más que para dar un paseo, pero Nick
no estaba en posición de discutir.
El
guardaespaldas miró de uno a otro antes de preguntar:
— ¿Va a
necesitarme, alteza?
¿Qué pensaba
que Nick iba a hacer, secuestrarla? ¿Sacarla
del palacio a rastras?
—No, ya
puedes marcharte.
Nick la siguió hasta la puerta,
hipnotizado por la gracia de su paso, el movimiento de sus caderas. Llevaba un
vestido que se ajustaba a su figura en los sitios adecuados y el deseo que eso
provocó era tan innegable como intenso.
El mayordomo
abrió la puerta.
—Alteza —dijo
Wilson, inclinando ligeramente la cabeza.
Nick podría jurar que el hombre lo
miraba con gesto de desaprobación. Evidentemente, el servicio era muy protector
con la princesa y tenía la impresión de que su preocupación era tan profesional
como personal. Lo cual hizo que se preguntase… si Miley
seguía siendo tan caprichosa y manipuladora como solía serlo diez años antes,
¿por qué la trataban con tanto cariño?
O quizá se
reservaba ese comportamiento para sus amantes.
—Wilson, ¿te
importa acompañar a mi invitado al estudio y servirle una copa?
—Claro que
no.
—Yo tengo que
cambiarme. Bajaré en cinco minutos.
—Tómate tu
tiempo —dijo Nick, viéndola subir la
escalera casi flotando, tan ligera como una pluma. Era tan sexy, pensó. Estaba
deseando tocarla otra vez, ver cuánto había cambiado en esos diez años.
—Señor
Rutledge —dijo el mayordomo, con una clara nota de desaprobación en su tono—.
Si no le importa acompañarme al estudio…
—Por
supuesto.
—¿Qué quiere
tomar?
—Agua
mineral, por favor.
Wilson se
acercó al bar mientras Nick se ponía cómodo
en el sofá.
—¿Lleva mucho
tiempo trabajando para la princesa?
—Llevo
cuarenta años con la familia real, señor Rutledge.
—Eso es mucho
tiempo.
—Sí, señor.
—Y usted
cuida de Miley.
—Sí, señor. Y
no es una tarea que uno deba tomarse a la ligera.
Nick tenía la sensación de estar
siendo juzgado no un mayordomo sino por un padre estudiando a un posible yerno,
y como él estaba acostumbrado a enfrentarse de cara con sus adversarios le
espetó con toda sinceridad:
—No confía en
mí, ¿verdad?
Wilson se
acercó con el vaso de agua.
—He
descubierto, señor Rutledge, que cuando alguien tiene algo que esconder a
menudo se muestra paranoico.
Oh, vaya, un
golpe directo. Si fuera un hombre más débil podría haber dado marcha atrás.
Pero no lo era. Aunque algunos lo considerasen temerario, Jonah en particular,
él nunca se amilanaba frente a un reto. Incluso cuando las probabilidades no
estaban a su favor.
—¿Y qué cree
usted que estoy escondiendo?
—No sabría
decirlo, pero es evidente que tiene usted algo entre manos.
—¿Y siente
usted la necesidad de proteger a la princesa de mí?
Wilson
sonrió, con un brillo de burla en los ojos.
—No, señor.
Su alteza no necesita que la protejan ni de usted ni de nadie. Y si usted cree
que es así, ésa será su perdición.
Eso ya lo
verían, ¿no?
Antes de que
pudiera replicar, Miley apareció en el estudio. Se había
puesto unos pantalones cortos, camiseta y zapatillas de deporte y llevaba el
pelo sujeto en una coleta.
Y aun así
seguía pareciendo una princesa.
—¿Vas al
gimnasio? —preguntó Nick.
—No, a dar un
paseo. Suelo caminar rápidamente a esta hora de la tarde.
—Yo tenía
pensado un paseo más… convencional.
—Pues no
vengas conmigo.
Había más de
treinta grados fuera y, vestido como iba, se arriesgaba a sufrir una lipotimia.
Por no hablar de que iba a estropear sus carísimos mocasines de ante. Pero no
podía echarse atrás ahora y no se molestó en pedirle que lo esperase mientras
se cambiaba de ropa porque sabía cuál sería la respuesta.
Wilson se
aclaró la garganta.
—Si no
necesita nada más, alteza, voy a comprobar cómo va la cena.
—Gracias
—dijo ella.
El mayordomo
estaba sonriendo amablemente, pero cuando miró a Nick sus ojos decían
claramente: «ya se lo advertí».
Miley se colocó detrás del bar y tomó dos botellas
de agua de la nevera.
—Me parece
que una no será suficiente —murmuró, mirando a Nick
de arriba abajo antes de sacar otra botella.
Y seguramente
tenía razón.
—¿Estás
listo?
Alex sabía
que debía estarlo. Y Wilson tenía razón: la había subestimado.
Pero ése era
un error que no pensaba volver a cometer.
A pesar del
calor y del inapropiado atuendo, Miley debía admitir que Nick lograba seguirle el paso. Aunque también él
tenía calor y estaba sudando Ya se había tomado una botella de agua y estaba
empezando la segunda.
Pues bien,
eso le pasaba por hacerse el listo. Como había oído que le advertía Wilson: no
debería haberla subestimado. Era listo, pero también ella tenía un par de
trucos en la manga.
De modo que
iba caminando a pleno sol, aunque en un día normal hubiera tomado algún camino
bajo los árboles para aprovechar la sombra.
Pero alguien
ahí arriba debía estar cuidándolo porque una nube oscureció el cielo poco
después, ocultando el ardiente sol.
—Parece que
va a llover —comentó Nick, mirando el
cielo. Luego volvió a mirar hacia la residencia, a casi un kilómetro de donde
estaban—. Quizá deberíamos volver.
—¿Por qué?
¿Temes derretirte?
—Ya me estoy
derritiendo —contestó él—. Pero no quiero estar aquí cuando empiece la
tormenta.
—Normalmente
no llueve en esta época del año. Seguramente las nubes se alejarán enseguida.
Aunque las
nubes tenían un aspecto más bien amenazador, debía admitir.
—Pues a mí me
parece que va a llover.
—Por favor, no
seas tan flojo —suspiró Miley.
—No sé a ti,
pero a mí no me apetece que me caiga un rayo.
—Aunque
lloviera, sería un chaparrón rápido. Estamos a salvo, no te preocupes —insistió
ella.
Pero, por si
acaso, alteró la dirección para dirigirse a su residencia.
Apenas habían
dado diez pasos cuando una enorme gota de agua fría cayó sobre su cara. Y luego
otra en su antebrazo.
—¿Lo ves?
—dijo Nick —. Está lloviendo.
—Un poco de
lluvia no mata a nadie. De hecho, a ti te vendría bien… para refrescarte un
poco.
Él abrió la
boca para replicar justo cuando un relámpago iluminó el cielo y un ensordecedor
trueno retumbó sobre sus cabezas.
Los dos se
agacharon, por instinto. Y un segundo después empezó a llover. Enormes gotas
que los dejaron calados en cuestión de segundos.
—¡Corre hacia
los árboles! —gritó Miley.
Probablemente
no era el mejor sitio para resguardarse durante una tormenta, pero si no
encontraban refugio pronto se arriesgaban a acabar empapados.
En treinta
segundos llegaron al circunstancial refugio de los árboles.
—Creo que
estoy oficialmente refrescado —bromeó Nick,
echándose el pelo hacia atrás. Estaba mojado, gotas de lluvia resbalando por su
cara, la ropa pegada a su cuerpo como una segunda piel…
Y qué piel.
Los músculos de su torso y sus bíceps daban casi al descubierto bajo la camisa.
Era más grande que cuando estaba en la universidad. Y más perfecto, si eso era
posible.
De repente, Miley ya no sentía el frío de la lluvia. De pronto, sentía un
calor dentro de ella que no tenía nada que ver con el tiempo y sí con el hombre
que estaba a su lado. «Contrólate».
—Así que no
iba a llover —bromeó Nick.
—Sí, bueno… — Miley se escurrió el agua de la coleta—. Has sido tú quien ha
insistido en venir conmigo.
—Pero no
puedo dejar de pensar que lo has hecho a propósito.
— ¿Crees que
puedo controlar el tiempo? Soy buena, Nick,
pero no tanto. Beso
Sólo después
de haber dicho esas palabras, cuando Nick
clavó sus ojos en ella, profundos, penetrantes y llenos de deseo, se dio cuenta
de cómo sonaba esa frase. Pero era demasiado tarde para retirarla. Y ni
siquiera estaba segura de querer hacerlo.
—No es así
como yo lo recuerdo —dijo él, con voz ronca, bajando la mirada.
Y Miley supo sin la menor duda que sus pezones se marcaban
claramente bajo la camiseta. Pero no pudo dejar de notar que también él parecía
tener frío. Por arriba, al menos. Por abajo podría jurar que… aquella cosa se
notaba más bajo el pantalón.
Cuando
levantó los ojos Miley tuvo que controlar un escalofrío.
Y cuando dio un paso adelante, todas las células de su cuerpo se pusieron en
alerta roja.
Una gota de
lluvia rodó por su mejilla y Nick la apartó
con un dedo. Era como si hubiera pasado ese dedo entre sus muslos porque fue
allí donde lo sintió.
No tenía duda
de que el resultado de aquello sería un beso. Era inevitable. Y lo único peor
que besarlo sería dejar que él diera el primer paso, dejar que llevase el
control.
De modo que
no se lo permitió. Agarrándolo por la camisa, tiró de él y buscó sus labios sin
esperar más.
Si Nick se había quedado sorprendido no tardó mucho
en recuperarse porque enredó los dedos en su pelo para apretarla contra él. Miley abrió los labios, invitándolo, y cuando sintió el roce de su
lengua se le doblaron las rodillas.
Se devoraron
el uno al otro, pero no era suficiente. Lo quería más cerca aún. Era como si
hubiera estado marchitándose durante los rilamos diez años y lo único que
pudiera devolverle la vida fuera tocarlo. Y esa necesidad pareció anular lo que
le quedaba de pensamiento racional.
Sin pensar,
abrió su camisa de un tirón porque necesitaba tocar su piel desnuda, pasar las
manos por su torso. Notó que saltaban algunos botones y oyó que se rasgaba la
tela, pero le daba igual. Tenía la piel caliente, húmeda… y podía sentir los
latidos de su corazón bajo la palma de la mano.
Nick la apoyó sobre el tronco del
árbol más cercano aplastándola con su cuerpo contra la dura corteza Miley dejó escapar un gemido de placer. Por primera vez en muchos
años se sentía viva y eso la asustaba. Era como la primera vez. Apasionados
hasta el punto de parecer desesperados, con un anhelo profundo de conectar…
Estaba
empezando a excitarse como nunca cuando Nick
se apartó, jadeando.
—Escucha…
¿Se acercaba
alguien? Miley aguzó el oído, pero sólo percibía los
sonidos de la naturaleza.
—¿Qué?
—Ha dejado de
llover.
Había dejado
de llover. ¿Y qué?
—Deberíamos
volver.
¿Volver? ¿Lo
decía en serio?
Miley estaba demasiado atónita como para decir
nada. Evidentemente, Nick deseaba aquello
tanto como lo deseaba ella; lo había estado buscando desde el primer día. ¿Por
qué cambiaba de opinión de repente?
Entonces
entendió lo que estaba pasando. Aquello sólo era un juego para él, lo había
planeado desde el principio. Debería haberlo imaginado. Nick obtenía una perversa satisfacción al verla excitada para
dejarla luego con la miel en los labios…
Debería
avergonzarse de haber caído en tan estúpida trampa.
Pero no
volvería a pasar, de eso estaba absolutamente segura.
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