Mamá, no hice más que darle las semillas ― dijo Joseph en tono sincero.
Había abierto mucho los ojos. Cualquier chico sabe que eso los hace parecer más
francos.
― El tema es ― dijo papá con suavidad ― que la policía graba
las llamadas anónimas.
― ¿De veras? ― preguntó Joseph muy nervioso. Su
taza de café se balanceó sobre el plato.
― Así es ― dijo papá ―. De hecho, dos
detectives acaban de estar en esta misma sala hace treinta minutos. Me hicieron
escuchar la cinta y me preguntaron si conocía a la persona a quien pertenecía
la voz.
Mamá y yo tosimos al unísono y luego,
rápidamente, borramos nuestras sonrisas con las servilletas. Hacía treinta
minutos, los detectives Kaminsky y Marcus estaban jugando al tenis de mesa con
Anne y Liz.
Aunque eso, por cierto, había sido digno de verse, no fue muy
dramático. Y por cierto nadie había escuchado una cinta que ni siquiera fue
mencionada.
― De modo que ― continuó mi padre ―, sí bien estoy
seguro de que Joseph creía de veras que
las semillas que le dio a la señora McCracken eran de geranio ―
tuve una súbita visión de la señora McCracken, ajena a todo,
regando con amor su macetero, y casi me hecho a reír ―, el hecho es que Joseph luego llamó a la policía e informó que se
estaba cultivando marihuana en un edificio escolar… Bueno, ahí está la contradicción.
― ¿Qué dijeron los
detectives? ― quiso saber el doctor Conner, el número Uno.
Sus labios estaban apretados en una delgada línea blanca. ― ¿Van a presentar cargos?
― En realidad, no ― lo tranquilizó papá ―. Pero en lugar de
eso, debemos pagar una multa.
― ¿De cuánto? ― preguntó el doctor Conner con cautela.
A pesar de que había otras cuatro personas en la habitación, oí
que Bruce, ansioso, tragaba saliva.
― ¿Alguien quiere más
café? ― ofreció mamá con si típica indiferencia en
los momentos críticos.
― No, gracias ― dijo el doctor Conner. Conner Dos meneó la cabeza.
Mi padre dirigió una breve mirada a mi madre, luego volvió hacia
los Conner.
― La multa es de
doscientos dólares.
― Ya veo ― dijo el doctor Conner.
Hubo un largo silencio. El ambiente de tensión que había en el
cuarto podía cortarse con un cuchillo. Joseph permanecía sentado, con las manos cruzadas
sobre las rodillas. Yo estaba deleitada.
¡Por fin alguien le iba hacer pagar
algo a Joseph Conner! Parecía
demasiado bueno para ser verdad.
― Bien. ― El doctor Conner se volvió hacia su hijo. ― ¿ Joseph? ¿Tienes alguna idea
de cómo se va a pagar esa multa?
― No ― dijo Joseph, apesadumbrado.
― En realidad, yo sí
tengo una idea ― intervino mi padre.
Lo miré sorprendida. Estaba estudiando su bol Vacío.
― Tuve un otoño muy
agitado ― continuó ― En consecuencia, no
tuve tiempo de hacer todo el trabajo de jardinería que me habría gustado. Tengo
árboles que necesitan ser podados, hojas que hay que rastrillar y, además,
autos que requieren lavado.
Tuve una horrible sensación en la boca del
estómago.
― Sí Joseph pudiera invertir unos cuantos fines de
semana en hacer eso ― dijo papá ―, creo que valdría
los doscientos dólares.
Los ojos de Joseph se agrandaron.
― Oh, bueno, yo no sé
nada de…
― Me parece razonable ― dijo la doctora Conner apoyando una mano firme en el brazo de
su hijo ―. ¿Por qué no arreglamos para que Joseph esté aquí alrededor de las nueve el sábado
por la mañ…? ― Se interrumpió y me miró. ― Mi Dios, Demi. ¿Te sientes bien? Te has puesto terriblemente
pálida. ¿Quieres un poco de agua? ¿Demi? ¿Demi?
PROFESORA INTERROGADA POR CASO DE DROGAS
La policía cree que el allanamiento fue una broma pesada.
KNOX, Michigan. — Oficiales de la policía allanaron ayer, en
respuesta a un llamado anónimo, un aula del Colegio Secundario Knox y
descubrieron semillas de marihuana cultivadas en un macetero ubicado en una
ventana. Fueron sustraídas más de quince plantas.
La profesora, señora Virginia McCracken, afirma haber creído que
el macetero sólo contenía geranios. Cuando se le dijo que los geranios en poco
se parecen a las plantas de marihuana, la señora McCracken respondió que no
tenía manera de saberlo porque nunca había logrado que las plantas crecieran.
La señora McCracken fue dejada libre de culpa y cargo. La
policía dice que las semillas de marihuana tenían un valor comercial de menos
de cien dólares.
"No parece que estemos ante una camarilla envuelta en
drogas en un colegio secundario ni nada parecido — manifestó anoche el
detective Arthur Kaminsky ante los periodistas —, Esto es pura y exclusivamente
la obra de un pícaro. "
Los directivos del Colegio Knox no han hecho comentarios
formales, salvo para decir que los maceteros han sido prohibidos en las
ventanas de todas las aulas.
— ¿No te encanta la manera en que la señora McCracken simuló no
saber cómo es la marihuana? — me preguntó Joseph mientras leía el diario por encima de mi
hombro. Alcé la vista hacia sus ojos verdes. — Es probable que la esté fumando
desde hace años.
Joseph nunca finge que no es totalmente inocente de
andar husmeando o de escuchar disimuladamente o algo por el estilo. Para desgracia
mía, yo había terminado por integrar la comisión del Baile de Otoño y ambos
asistíamos a una de las aburridas sesiones de Swiss Kriss. Día a día yo
respetaba más a la gente popular... Las cosas que soportan son asombrosas.
Doblé el periódico.
— No voy a hablar contigo — contesté en un susurro.
— Acabas de hacerlo — repuso Joseph, molesto —. Además, estás obligada a
hablarme. Mañana voy a ir a tu casa.
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