En eso estaba precisamente cuando llegó Katie. Al vernos
sentados en la mesa, pareció sorprenderse un poco.
― Hola ― dijo con cautela.
― Hola, Katie ― respondió Joseph.
Yo sonreí. A esa altura, prácticamente explotaba de ganas de
contarle a Katie lo que pasaba con Joseph.
― Acerca una silla.
Katie se sentó.
― Escucha, vine
porque… ¿Recuerdas lo que hablamos con respecto a Gus Pendleton? ¿Todavía
quieres hacerlo?
― ¿Qué cosa? ― preguntó Joseph. De modo que tuvimos que contarle toda la
historia del dilema de Katie con respecto al Baile de Otoño, y mi idea de hacer
que Sonrisita arreglara una cita con Gus Pendleton.
― No es muy buena idea
que digamos ― dijo Katie en tono sombrío.
― Oye ― protesté ofendida.
Joseph pareció reflexionar.
― ¿No quieres ir con
Pat?
Ella lo miró. Él se encogió de hombros.
― Está bien, debes ir
con Gus. En realidad, creo que no sé nada de él.
― Está construyendo un
fuerte en su patio trasero ― se apresuró a decir
Katie.
― Katie ― la previne yo,
― Oh, está bien, de
todos modos, es la mejor idea ― dijo Katie ―. ¿Llamarás a Sonrisita, Demi? ¿Por favor?
¿Cómo hago para meterme en estas situaciones? Sin embargo, me
sentí contenta de poder resolver el dilema del Baile de Otoño de Katie. Llevé a
la mesa el teléfono inalámbrico y la guía telefónica.
Mientras marcaba el número, Katie se aferró a mi muñeca con
tanta fuerza que casi me la separa de la mano.
― Asegúrate de decirle
que no mencione esto frente a la clase o algo por el estilo. Dile… dile que
resultara doloroso para Marea Alta Pat.
― Está bien, está bien
― dije con impaciencia. El teléfono de
Sonrisita ya estaba sonando.
― ¿Hola?
Aclaré mi garganta.
― Por favor, ¿Podría
hablar con Sonrisita… quiero decir, con el señor Ramsden?
Pensé que debía llamarlo por su nombre verdadero porque
estábamos a punto de pedirle un favor, pero Sonrisita dijo:
― Habla Sonrisita.
― Oh, hola ― dije yo ―. Bueno, soy Demi Merrill.
― Hola, Demi. ― No parecía sorprendido por mi llamada. ― ¿Quieres hablar de tu tarea? ― dijo, muy dispuesto.
― Este… no ― dije yo ―. Es por algo
personal.
― ¿De veras? ― Saltó Sonrisita enseguida.
Me sonrojé. Katie y Joseph se reían por lo bajo.
― En fin, sí, aunque
no se trata de mi. Se trata de Katie Crimson y Gus Pendleton.
― ¿Sí?
― ¿Los conoce? ― dije con timidez. Claro que los conocía.
― Sí ― volvió a decir Sonrisita.
― Bueno, es sólo que…
quieren ir juntos al Baile de Otoño.
― Me encanta la idea ― dijo Sonrisita ―. Supuse que
llegarían a gustarse.
― Sí, pero el tema es
que no pueden porque la mamá de Katie dice que debe ir con el primer chico que
la invite y ya alguien lo hizo. Y entonces pensamos que…
― ¿Qué pensaron? ― quiso saber Sonrisita.
― Pensamos que tal vez
usted puede llamar a la mamá de Katie y…
― ¿Y qué?
Trague saliva. Sonrisita no me estaba facilitando las cosas, por
cierto.
― Y convencerla de
que… dado que usted en cierto modo los puso en pareja… esperábamos…
― Oh ― dijo Sonrisita, comprendiendo al fin ― Claro.
― ¡Gracias! ― dije aliviada.
― Ningún problema, Demi.
― No demostró estar dispuesto a colgar, y
durante un instante horrible estuve segura de que Sonrisita iba a decir: ―Escucha, estoy algo nervioso. ¿Te importaría que hiciéramos un
poco de interpretación de roles? Tú serás yo y yo seré la mamá de Katie‖. Pero se limitó a decir. ― ¿Me das el número de
Katie?
Se lo dí.
― Y, además… ¿podría
no mencionarlo en clase? ― dije-. Porque Marea…, quiero decir, el chico
que invitó a Katie antes, se sentiría muy mortificado.
― Por supuesto ― afirmó Sonrisita ―. Soy un maestro en
el arte de la sutileza.
Dudé entre señalarle o no a Sonrisita que cualquiera que diga ―Soy un maestro en el arte de la sutileza‖ probablemente no lo es.
― ¿Quieres que vuelva
a llamar para contarte cómo anduvo todo?
― ¡No! ― exclamé ―. Quiero decir, no,
está bien así. Estoy segura de que nos enteraremos por la mamá de Katie.
― Muy bien ― dijo Sonrisita ―. Adiós.
― Adiós ― respondí débilmente, y colgué. Después, con gesto teatral, me
dejé caer sobre la alfombra.
— Caramba, de veras es tétrico pensar que sonrisitas tiene mi
número de teléfono —reflexiono Katie, arrugando la nariz.
La miré.
— ¿Cuan tétrico crees que me resulta a mi pasar que fui yo quien
lo llamo? — dije —.Es probable que tenga pesadillas por el resto de mi vida.
— Bueno, Gracias, Demi — dijo Katie enseguida —.Eres una diosa.
— Miren, no quiero entrometerme — intervino Joseph —, ¿pero Gus Pendleton sabe que va a llevar
a Katie al Baile de Otoño?
Katie y yo nos miramos con los ojos muy abiertos.
Entonces hicimos que Joseph llamar a Gus y le dijera que, por vía
clandestina, se había enterado de que Katie iría con él al baile si la
invitaba. Por supuesto pensó que eso era estupendo. Es probable que haya estado
enamorado de Katie durante años. Cualquier muchacho que viviera detrás de los
Crimson y la viera todo el tiempo lo habría estado. No los voy a aburrir con
toda la conversación, que fue muy previsible.
El único punto importante fue
que, cuando Joseph llamo y preguntó por
Gus, su madre dijo:‖Un momento, voy a llamarlo, está en su fuerte‖, lo cual probablemente haya hecho que Katie sintiera dudas con
respecto a todo el proyecto, pero para entonces ya era demasiado tarde.
Y aunque el resto de la tarde Joseph y yo no dejamos de reírnos y decir:‖un momento, está en su fuerte‖, no fue muy cómodo
porque, por supuesto, ya habíamos hecho citas para el baile y no entre
nosotros.
— Pareces preocupada, Demi — observó el señor Bob, el gerente
nocturno de la cafetería de la campana.
— ¿sí? — dije en tono ausente.
Era miércoles por la noche, y yo me ocupaba de pasar los pedidos
a través de la ventanilla con el señor Bob porque estábamos escasos de
personal. Era la única empleada con quien él admitía trabajar. El señor Bob
pensaba que todos los demás eran demasiado alocados o irresponsables o no lo
bastante serios con respecto a sus tareas en la cafetería. Yo le caía muy bien.
Eso es lo que una debe soportar cuando se tiene reputación de chica seria. Algo
muy poco gratificante. Porque, los otros, los que el
señor Bob consideraba tan tontos, estaban en la trastienda tirando queso y
burlándose de los clientes y divirtiéndose en grande.
— Espero que no pase nada malo — dijo el señor Bob en tono
sombrío. Su preocupación más grande es que alguno de sus empleados tenga una
crisis personal que afecte su desempeño en el trabajo.
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