¡No es justo! ¡Si ella puede hablarle, yo también!
Puse los ojos en blanco mientras me dirigía a la cocina.
¡Imaginen que alguien tenga celos de mi maravilloso privilegio de hablar con Joseph!
— No te preocupes, Anne — le dije — No quiero volver a hablar
nunca con Joseph.
— ¿Por qué no? — Preguntó ella — ¿Por qué no te invito al Baile
de Otoño?
La mire fijo.
— ¿De qué hablas?
Las mejillas de Anne estaban rojas de placer.
— Llamó tu amiga Rose y me dijo que te dejaba un mensaje: ―Dile a Demi que lamento lo de Joseph y el desastre del Baile de Otoño‖.
— Pedazo de animalito entrometido…— le lancé en tono cortante a
Anne.
— ¡Demi! —se escandalizó mamá.
— Bueno, es la verdad — exclamé al borde de las lágrimas — Y
mañana no va a ser capaz de mantener la boca cerrada frente a Joseph, y...y…
— No pude pensar en otra acusación
contra mi hermana, pero necesitaba liberarme de algo más. — ¡Y probablemente me
hará quedar como una tonta más grande aún!
El sábado por la mañana, un golpe en la pared me despertó de
repente. Sonó como si un gorila hubiera dado con una liana contra el costado de
mi casa.
Hundí la cara en la almohada y traté de volver a dormirme.
El golpe se produjo de nuevo. Seguido de un sonido sordo y
escurridizo, como si el gorila se estuviera abriendo paso a lo largo del
costado de la casa. Luego se produjo el inconfundible sonido de mi ventana al
ser abierta.
Cerré los ojos con fuerza. ―No, no puede ser‖, me dije.
― Hola, Demi ― dijo el gorila, cuya voz se parecía extrañamente a la de Joseph.
Me di vuelta en la cama. La cabeza de Joseph asomaba por la ventana de mi dormitorio,
ubicado en el segundo piso.
― Esto tiene que ser
un mal sueño ― dije. Volví a cerrar los ojos.
― No, es la realidad ― me corrigió Joseph.
Espié. Joseph todavía estaba allí,
con la armadura para podar árboles de papá. Y llevaba una bincha roja en la
frente.
Debo explicar que mi padre tiene todo ese equipo profesional
para podar árboles porque Anne y Liz se asustan de la oscuridad (aunque lo
niegan), y si una hojita cualquiera les roza la ventana, se vuelven locas y
despiertan a papá totalmente histéricas.
Entonces, con el tiempo, mi padre
decidió que, para preservar sus ocho horas de sueño, debía hacer una inversión
en un equipo profesional para podar árboles y en esa armadura.
La idea es que
puede trepar árboles con eso puesto y, si se cae, quedará allí colgado hasta
que mamá llame a los bomberos, o a quien sea que uno debe llamar para sacar a
un hombre de esa situación.
Pero ahora Joseph estaba usando esa armadura como mecanismo volador, libre de
ruedas. Se colgaba de mi ventana como rana arbórea.
Nos miramos en silencio durante un momento, cosa rara en él, que
habla tanto. ¿Qué esperaba que hiciera yo? ¿Qué gritara ―¡Ladrones!‖?
Por fin, dije:
― ¿Sabías que entrar
por la fuerza en un lugar es un delito? Trata de ingresar a la universidad con
eso en tu solicitud.
Joseph sonrió.
― Bueno, no rompí nada
y no voy a entrar. ― Pareció reflexionar. ― Pero es un buen punto. ― Miró mi habitación. ― Caramba, tienes un tocador.
― ¿Y?
― Mi hermana tiene uno
― dijo ―. Siempre pensé que
era un poco como tener un mueble que aumentaba tu sentido de la vanidad o
que...
― Mira ― dije. Me senté en la cama, manteniendo la sabana sobre mi
pecho. Tenía puesto otro camisón tipo baby-doll y no quería oír ningún
comentario. ― ¿No se supone que debes estar trabajando?
― Estuve trabajando
casi dos horas ― protestó Joseph ―. Y todo el tiempo tu
hermanita se queda parada debajo del árbol y me hace preguntas, y tu padre se
asoma por la ventana de su dormitorio diciendo: ―No, esa rama no. Esa
ramita tampoco‖.
― Bueno, eso es el
resultado de cultivar droga en clase ― dije yo.
El teléfono sonó en el vestíbulo ubicado frente a mi dormitorio.
Miré en esa dirección. Volvió a sonar.
― ¿No vas a contestar?
― preguntó Joseph con un sonrisa.
Vacilé. ¿Por qué no atendía otro? ¿Por qué tendría puesto ese
estúpido camisón? ¿No había aprendió la lección aquella vez que Joseph vino en busca del destapador de cañerías?
Suspiré.
El teléfono volvió a sonar y tomé una decisión. No iba a permitir que Joseph Conner me tuviera de rehén en mi propia
cama.
Hice a un lado las sabanas y fui hacia la ventana.
Joseph abrió mucho los ojos y silbó.
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