martes, 9 de julio de 2013

Mi Adorable Rebelde capitulo 34




Me puse el vestido y casi me hago una hernia al abrochar el cierre de atrás. Metí los brazos en las cosas parecidas a mangas y taconeé a través del vestíbulo para ir a mirarme en el espejo de mis padres.

No estaba segura de que el negro hubiera sido una buena elección. Me había probado un vestido color rosa pálido que era de veras precioso y justo cuando estaba a punto de decir que lo quería, la vendedora comento. 

Por Dios, eres tan pálida que no se sabe dónde termina el vestido y donde empiezas tú.

Muchas gracias, señora. En fin, no tuve el vestido rosa. De hecho, después de eso ni siquiera probé otros vestidos de tonos pastel, de modo que mis elecciones recayeron en el rojo, el azul eléctrico y el negro. 

Eliminé el rojo cuando mamá me dijo que se me veía como una postal romántica. 

Y el azul era tan profundo que hacia resaltar las venas en mi piel pálida. De modo que me decidí por el negro porque no quería nada con volados y encajes.

Pero ahora, al mirarme pensé que quizás lucía demasiado seria, el vestido negro, mi pelo castaño y los asustados ojos marrones, y luego toda esa piel pálida.

¿Pero por qué me preocupaba tanto si mi acompañante era un chico que probablemente diría: Oye, ahí hay un fungus amongus. Y trataría de sacarme un piojo imaginario del pelo? Ojala Alex no fuera tan hiperactivo. 

Ojala su personalidad hiciera juego con su apariencia. Sin embargo nadie tenía por qué saber que yo no encontraba absolutamente encantadora la hiperactividad de Alex.

Tal vez todos pensaron que nos estábamos enamorando. Tal vez la noche del Baile de Otoño fuera de veras mágica y Alex de veras se enamorara de mi, y yo tuviera un maravilloso efecto calmante sobre él.

Suspiré. Tal vez, si me recogía el pelo, luciera mejor.

Me levanté el pelo y lo aseguré con una enorme cantidad de tres horquillas que encontré en la cómoda de mamá. Varios mechones cayeron enseguida, de modo que decidí ir a buscar más horquillas al baño de abajo.

Estaba en mitad de la escalera cuando oí el inconfundible sonido de alguien que levantaba la tapa de la bombonera de cristal tallado de la sala.

Me quedé inmóvil, aferrada a la baranda. ¿Un intruso? No parecía probable que un loco hiciera una pausa para comerse una menta antes de subir y atacarme. ¿Un ladrón? Enderece los hombros.
¿Quién es? pregunté.

Silencio. El sonido de la tapa al ser puesta en su lugar.
¿Quién es? volví a decir con voz un poco más temblorosa.

En mi radio de visión apareció Joseph. Llevaba vaqueros y una ramera con una camisa de franela atada a la cintura. Tenía el pelo lleno de remolinos. Su cara angulosa estaba sonrojada a causa del sol y el viento.
Suspiré irritada.

¿Por qué no me contestabas? dije en tono cortante.
El tragó.
No podía farfulló Tenía la boca cerrada y pegoteada por el dulce más viejo del mundo.

Te lo mereces, por andar curioseando en esa vieja bombonera lo increpé Me asombra que hayas podido sacara algo de allí, está todo derretido y compacto. La dejamos para cuando viene mi abuelo a visitarnos.
Joseph seguía deslizando la lengua por su boca.

Es por eso que comí una menta dijo Por qué mi hizo recordar a mis abuelos. Tienen una bombonera exactamente igual, que era una gran fuente de atracción para mi cuando era chico.

¿Por qué?-pregunté distraída. Mi corazón estaba volviendo a su ritmo normal.

Joseph apartó algunos mechones rebeldes de su frente.
Primero porque es imposible levantar esa tapa sin que nadie te oiga en la casa. El sonido abarca un radio de casi un kilómetro.
Caramba, es verdad admití.

Además, debo haber roto la bombonera de mis abuelos unas diez veces dijo Joseph Lo cual es un buen record infantil. Es…
En resumen, ¿Qué estás haciendo aquí? lo interrumpí ¿.No se supone que debes estar trabajando en el jardín?.
Joseph bostezó.


Estaba cansado, y tu mamá dijo que podía dormir una siesta en el sillón. 

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