Me puse el vestido y casi me hago una hernia al abrochar el
cierre de atrás. Metí los brazos en las cosas parecidas a mangas y taconeé a
través del vestíbulo para ir a mirarme en el espejo de mis padres.
No estaba segura de que el negro hubiera sido una buena
elección. Me había probado un vestido color rosa pálido que era de veras
precioso y justo cuando estaba a punto de decir que lo quería, la vendedora
comento.
―Por Dios, eres tan pálida que no se sabe
dónde termina el vestido y donde empiezas tú‖.
Muchas gracias, señora. En fin, no tuve el vestido rosa. De
hecho, después de eso ni siquiera probé otros vestidos de tonos pastel, de modo
que mis elecciones recayeron en el rojo, el azul eléctrico y el negro.
Eliminé
el rojo cuando mamá me dijo que se me veía como una postal romántica.
Y el azul
era tan profundo que hacia resaltar las venas en mi piel pálida. De modo que me
decidí por el negro porque no quería nada con volados y encajes.
Pero ahora, al mirarme pensé que quizás lucía demasiado seria,
el vestido negro, mi pelo castaño y los asustados ojos marrones, y luego toda
esa piel pálida.
¿Pero por qué me preocupaba tanto si mi acompañante era un chico
que probablemente diría: ―Oye, ahí hay un fungus amongus‖. Y trataría de sacarme un piojo imaginario del pelo? Ojala Alex
no fuera tan hiperactivo.
Ojala su personalidad hiciera juego con su
apariencia. Sin embargo nadie tenía por qué saber que yo no encontraba
absolutamente encantadora la hiperactividad de Alex.
Tal vez todos pensaron que nos estábamos enamorando. Tal vez la
noche del Baile de Otoño fuera de veras mágica y Alex de veras se enamorara de
mi, y yo tuviera un maravilloso efecto calmante sobre él.
Suspiré. Tal vez, si me recogía el pelo, luciera mejor.
Me levanté el pelo y lo aseguré con una enorme cantidad de tres
horquillas que encontré en la cómoda de mamá. Varios mechones cayeron
enseguida, de modo que decidí ir a buscar más horquillas al baño de abajo.
Estaba en mitad de la escalera cuando oí el inconfundible sonido
de alguien que levantaba la tapa de la bombonera de cristal tallado de la sala.
Me quedé inmóvil, aferrada a la baranda. ¿Un
intruso? No parecía probable que un loco hiciera una pausa para comerse una
menta antes de subir y atacarme. ¿Un ladrón? Enderece los hombros.
― ¿Quién es? ― pregunté.
Silencio. El sonido de la tapa al ser puesta en su lugar.
― ¿Quién es? ― volví a decir con voz un poco más temblorosa.
En mi radio de visión apareció Joseph. Llevaba vaqueros y una ramera con una
camisa de franela atada a la cintura. Tenía el pelo lleno de remolinos. Su cara
angulosa estaba sonrojada a causa del sol y el viento.
Suspiré irritada.
― ¿Por qué no me
contestabas? ― dije en tono cortante.
El tragó.
― No podía ― farfulló ― Tenía la boca cerrada y pegoteada por el
dulce más viejo del mundo.
― Te lo mereces, por
andar curioseando en esa vieja bombonera ― lo increpé ― Me asombra que hayas podido sacara algo de allí, está todo
derretido y compacto. La dejamos para cuando viene mi abuelo a visitarnos.
Joseph seguía deslizando la lengua por su boca.
― Es por eso que comí
una menta ― dijo ― Por qué mi hizo
recordar a mis abuelos. Tienen una bombonera exactamente igual, que era una
gran fuente de atracción para mi cuando era chico.
― ¿Por qué?-pregunté
distraída. Mi corazón estaba volviendo a su ritmo normal.
Joseph apartó algunos mechones rebeldes de su
frente.
― Primero porque es
imposible levantar esa tapa sin que nadie te oiga en la casa. El sonido abarca
un radio de casi un kilómetro.
― Caramba, es verdad ― admití.
― Además, debo haber
roto la bombonera de mis abuelos unas diez veces ― dijo Joseph ― Lo cual es un buen
record infantil. Es…
― En resumen, ¿Qué
estás haciendo aquí? ― lo interrumpí ―¿.No se supone que
debes estar trabajando en el jardín?.
Joseph bostezó.
― Estaba cansado, y tu
mamá dijo que podía dormir una siesta en el sillón.
sube otro capitulo plisss me encanta la nove
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