miércoles, 17 de julio de 2013

Mi Adorable Rebelde capitulo 37




Le dirigí una sonrisa tranquilizadora.
— No, me siento muy bien.

En realidad, estaba pensando en Joseph. Lo hacía a menudo en esos pocos días transcurridos desde nuestro beso. 

En ese preciso instante recordaba como lo veía el día anterior, cuando habíamos estudiado juntos en la sala de su casa. Nos hallábamos sentados cada uno en un extremo del sofá, y nuestros pies, descalzos pero con medias, se tocaban. 

El Pelo de Joseph estaba tan revuelto como siempre. Incluso cuando leía, tenía la cara más animada que yo conocía. Sus cejas se juntaban, sus ojos recorrían las páginas con rapidez, su boca se movía con intima diversión…
— ¡Demi! — me llamó al orden el señor Bob.
Un auto acababa de estacionar junto al sistema de intercomunicación.

— lo siento —balbuceé. Apreté el botón del intercomunicador BienvenidosalaCafeteriadelaCampanaSirva-sehacersupedido. Ustedes también lo dirían así si lo tuvieran que repetir tan a menudo como yo.

— QuisieraunaCocaporfavor — dijo una voz.
Oh, estupendo, un sabelotodo. Puse los ojos en blanco. ¿Cuándo se va a dar cuenta la gente se que los pobres infelices como yo que deben trabajar en una cafetería no tienen mucho sentido del humor al respecto?

El señor Bob puso un vaso de Coca y una pajita en una bolsa y me entrego todo. Me asome por la ventanilla de atención a los clientes.
— son noventa centavos, por favor.
Joseph me sonrió desde su auto.
— Ah, caramba — dije sin darme cuenta —Estaba pensando en ti.
— ¿De veras?
Me ruboricé. Muy sumisa, tome su dólar y le di el vuelto.

— Gracias, señorita — dijo en voz demasiado alta —. Usted tiene un excelente estilo para atender a los clientes. Estoy seguro de que la espera una brillante carrera aquí. Ah, y se la ve adorable con ese uniforme.
Luego se alejo a toda velocidad.

Tapé mi sonrisa con una mano. El señor Bob me miró con expresión sombría, pero evitó mis ojos. Me pregunté adonde iría Joseph ¿A la biblioteca? ¿A algún sitio con Marty Richards?
El intercomunicador volvió a sonar.
— ¿Hola? — dije distraída.

— ¡Demi — dijo el señor Bob, escandalizado.
La persona que estaba en el auto se echo a reír.
— ¡Hola! — gritó, rea Joseph de nuevo. — Lo siento, pensé que estaba en la ventanilla de la cafetería. No me di cuenta de que era una residencia privada.

Yo me eché a reír, sin importar la expresión atónita del señor Bob. Joseph pidió otra Coca. Yo seguí sonriendo después de dársela y luego observé cómo se alejaba en su auto.

— Por dios, Demi — protestó el señor Bob —.Pensé que podía confiar en que no se te ocurriera hacer que tu novio te visitara en horas de trabajo.

— ¡Mi Novio! — Exclamé.
Alcé la vista hacia el cielorraso y vi mi imagen reflejada en el enorme espejo de seguridad que el señor Bob había instalado allí.

 Por supuesto, llevaba mi uniforme de estilo militar y el pelo se me escapaba con desprolijidad del estúpido gorro que me obligaban a usar, pero mis mejillas estaban sonrojadas y mis ojos brillaban.

— ¿Novio? — repetí para mis adentros. De repente, me sentí hermosa.
Esa noche soñé que unos albañiles levantaban una construcción sobre mi dormitorio. Oía el ruido de sus herramientas de trabajo y los gritos que cruzaban entre ellos. Uno sonaba como Joseph, el otro como Marty Richards.

No, aquí — decía el albañil Joseph —. Quiero que ella lo vea apenas se despierte.

Es un gesto en verdad romántico — decía el albañil Marty —. Pero esto pesa una tonelada.

Bueno, así está bien — decía el albañil Joseph —. ¿Todavía tienes los guantes puestos? Correcto, no tenemos que dejar huellas digitales…
Me di vuelta en la cama y caí en un sueño profundo.

Al día siguiente, estaba sentada a la mesa, en pijama, llevándome cereal a la boca en una especie de letargo matutino, cuando papá dijo desde la sala:

— ¿Qué demonios hay en el jardín?
Mamá y yo nos miramos sorprendidas. Ella puso una galletita entre las manos regordetas de Debbie y enseguida fuimos a la sala.

— ¿Dijiste que había algo en el jardín, querido? — dijo mi madre. Su cara todavía estaba adorablemente hinchada de sueño.
— ¡Miren! — Exclamó papá indignado—. ¡Miren la monstruosidad que hay sobre el césped!

Mi madre espió por la ventana.
— ¿de dónde habrá venido?
Mi padre levantó los brazos.

— ¡Ni siquiera sé qué es, y menos de donde vino! ¿Qué vamos hacer con eso? Ya se está hundiendo en el pasto. Probablemente va a perjudicar la tierra…— Me miró. — ¿Por qué sonreías?

— Por nada — Dije con rapidez. Me acerqué más a la ventana, rozando las cortinas con la cara. El objeto que había en nuestro jardín delantero era la campana gigantesca que previamente había estado instalada en el techo de la Cafetería de la Campana.

Joseph arrojó otro puñado de hojas sobre la enorme pila que había armado después de rastrillar toda la tarde junto al camino de entrada.

A propósito, gracias por ayudarme a rastrillar.
Yo también arrojé hojas sobre la pila.

No te ofendas, pero no lo hice para ayudarte dije Fue mi regalo del Día del Padre para papá.
¿Rastrillar hojas?

Hice un gesto de asentimiento.
Papá es una de esas personas que nunca sabe que pedir, entonces dice que quiere regalos caseros.
Oh, caramba igual que mi abuelo comentó Joseph.

Para el Día del Padre le di un ridículo bono de regalo válido por un día de rastrillar hojas en otoño, un día de juntar nieve en invierno, ese tipo de cosas.
Joseph dejó caer su rastrillo se estiró.

¿Eso no te da ganas de jurar que siempre les dirás a tus hijos que cosas bonitas y concretas querrás de regalo? Preguntó Luego se reanimó Sin embargo, tu padre estuvo muy bien al permitirnos hacer una fogata con las hojas.

Lo sé-dije Fue algo muy extraño de su parte. Es probable que ahora esté adentro llamando a los bomberos.
Joseph se echó a reír y miró el jardín vacío.

Bueno, creo que ya hemos terminado, ¿Lo encendemos?
Claro dije y fui a la cocina en busca de combustible y fósforos.
Demi Llamó mamá desde la sala ¡tengan cuidado!
Está bien…

Puse un termo con chocolate caliente sobre la mesada, es para ustedes dijo.

Oh que bien dije, apoderándome de él Gracias
Volví a salir y me di cuenta de que ya casi había anochecido. Entregué el termo a Joseph y luego, con mucho cuidado, derramé combustible sobre nuestra pila de hojas
Le mostré los fósforos.

¿Quieres encargarte de hacer los honores?
Él estaba bebiendo directamente del termo. Hizo una pausa y se limpió la boca con la manga.
Por supuesto.

Encendió un fósforo y lo arrojó a la pila, que ardió casi blanca durante un segundo, para luego empezar a encenderse con más fuerza. Las hojas despedían un intenso olor a madera.

Bebí directamente del termo y contemplé el fuego. 

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