Su orgullo masculino le hizo decir:
—Puedo dedicaros uno o dos días —le dijo Joseph a Bob, asombrado
por la cara enrojecida de Demi—.
Después de todo, somos personas civilizadas. Y,
como el divorcio ya es historia, creo que es una estupidez seguir guardando rencor
por algo que pasó hace mucho tiempo.
Betty suspiró. Había ganado y lo sabía.
—Qué bonito es lo que acabas de decir, Joe. Eres tan dulce como
siempre.
Demi se sintió excluida. Empezaron a hablar de los viejos
tiempos y de conocidos comunes y, en ningún momento, incluyeron a Demi en la
conversación.
Sirvió el café y el pastel que había traído Tilly en una bandeja,
pero podría haber sido invisible si se pensaba en la poca atención que Joe le dedicó.
Después de unos minutos se excusó y abandonó la sala sin estar, realmente,
segura de que notaran su ausencia.
Tilly se dirigía hacia la cocina con la bandeja, delante de Demi,
murmurando para sí misma acerca de los hombres que no podían ver más allá de
sus narices. Normalmente, Demi se divertía hablando con Tilly, pero hoy estaba demasiado
preocupada por lo que podía pasar.
Demi subió las escaleras hasta su habitación, en la que dormía
sola, y empezó a hacer el equipaje.
Si Joe se iba, ella también lo haría. Ya
estaba harta de ser una extraña en su vida, en su casa. Si hubiera tenido la
más mínima esperanza de que un día pudiera amarla ahora, con la llegada de su
ex esposa, se sentía como si le hubiera caído un jarro de agua fría. Cualquiera
podía ver lo que, todavía, sentía por ella.
Estaba tan atontado que ni siquiera
había notado la falsa sonrisa que Betty le había dirigido a Demi. Bueno, que se
fuera su ex esposa, buscando el pretexto que quisiera y que tuviera buena
suerte.
Solo tardó diez minutos en hacer la maleta. Se puso una
sudadera, los vaqueros y las botas. Se recogió el pelo y se miró en el espejo.
Sí, estaba bien. Ella había sido una vez una chica de la alta sociedad, pero
ahora era solo una pobre ganadera. Seguramente podría hacer lo que quisiera y Joe
no la echaría de menos, siempre y cuando Betty, a pesar de estar casada,
estuviera lista y dispuesta.
Tampoco se daba cuenta de que s Dios él podía permitirse el
lujo de comprarlo y a ella parecía no importarle formar parte del pago de esa
comparandolo lestaba utilizando para que comprar el caballo. Gracias a dios
Estaba revisando los cajones para asegurarse de que no se dejaba
nada, cuando Joe entró en la habitación.
Había esperado encontrarla llorando, ya que tenía un carácter
sensible y no la había tratado demasiado bien, sobre todo delante de sus
huéspedes. Las observaciones de Betty le habían hecho sentirse como si fuera una
posesión de Demi, y había reaccionado instintivamente. Ahora se arrepentía.
Le
había remordido la conciencia cuando ella salió tranquilamente, con la cabeza
alta, sin mirarlo siquiera, y él había venido, cuando le había convenido, a
pedirle disculpas por haberla humillado. Pero, al parecer, iba a necesitar algo
más que una disculpa, si maletas eran alguna indicación de sus intenciones.
—¿Vas a algún sitio? —le preguntó seca y educadamente.
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