— No me lo recuerdes.
— ¿Te cuento lo de la llamada telefónica que me hizo la señora
McCracken anoche?
— No.
— Estaba recostado en el sillón, comiendo unas pasa de uva, y
suena el teléfono —continuó Joseph —, Atiendo y oigo una voz gruñona y sarcástica que dice:
"¿Hablo con el joven señor Conner?"
Suspire. Resultaba difícil no escuchar las historias de Joseph. Jamás le pasa algo normal.
— De modo que contesté: "No, esto es un centro de
rehabilitación para drogadictos; ¿está preparada para admitir que tiene un
problema?", y colgué — dijo Joseph —. Pero después me sentí renervioso toda la
noche, de miedo a que volviera a llamar.
Lo miré. Ahora que hablábamos del tema de las semillas, no pude
menos que sentir un poco de curiosidad por todo el asunto.
— ¿De dónde sacaste esas semillas?
Joseph sonrió apenas.
— Bobby Weller.
— ¡Bobby Weller! — exclamé. Sabía que Bobby andaba en malas compañías,
pero de todos modos resultaba sorprendente.
Swiss Kriss se aclaró la garganta en el frente de la habitación.
— Disculpen — dijo con su dulce y suavecita voz.
— Era mi primer día aquí — susurró Joseph — y por casualidad me senté al lado de él
durante el almuerzo. Bobby me dijo: "Eh, compañero, ¿te gusta
compartir?"
A mí pesar, miré a Joseph con admiración. Es asombroso lo bien que
imita a la gente. Hablaba a la perfección con la voz lenta y aletargada de
Bobby.
— Pensé que se refería a compartir una fiesta, amigos, o algo
así — continuó —. De modo que le dije que sí, claro, y Bobby siguió:
"Bueno, entonces esto te gustará". Y me entrego una bolsa con
semillas.
— ¿Entonces por qué se las diste a la señora McCracken?
Sonrió.
— Bueno, no quería plantarlas yo mismo, pero tenía mucha
curiosidad por saber qué eran.
— Oh, vamos —repuse con amargura —. Como si no lo hubieras
sabido.
— Es que no estaba del todo seguro — se
defendió Joseph —.
Y me dije: ¿Qué
mejor manera de saberlo que dárselas a la señora McCracken? Tiene ese macetero
en la ventana, lleno de plantas muertas. Pensé que se sentiría agradecida por
una ayudita en materia de jardinería.
Lo miré sin compasión.
— ¿Y por qué tuviste que llamar a la policía?
— Oh, sólo para divertirme un poco — contestó Joseph con naturalidad.
— ¿Divertirte? — repetí incrédula —. Pudiste haberte metido en
un problema muy serio, ¿sabes? Tuviste suerte de salir tan fácilmente de todo
eso.
Joseph me dio unas palmaditas en el hombro.
— Me alegro de que estés hablando conmigo. ¿Qué haría yo sin tus
palabras de advertencia y censura?
Entrecerré los ojos. No iba a permitir que me hiciera sentir
como una prejuiciosa... Bueno, una prejuiciosa embajadora de los estudiantes o
algo por el estilo.
— Lo digo en serio, Joseph. Lo que hiciste fue completamente ridículo.
Estoy segura de que muchos estarían de acuerdo conmigo.
— Si hubieras estado allí cuando vinieron los policías, no
dirías eso. — Sonrió con expresión soñadora. — Te digo que fue mejor de lo que
esperaba. De haber sabido que tenías hora con el dentista, habría esperado un
día más.
Acercó su silla a la mía. Nuestras rodillas se rozaron y yo
sentí una agitación en el pecho. Deseé no ser la siempre tan consciente de su
contacto. Deseé no recordar la sensación que me había provocado su mano en la
cintura.
— Hablando de otra cosa — dijo Joseph —, ¿por qué estás en la comisión del Baile
de Otoño? Pensé que nunca ibas al Baile de Otoño por una cuestión de principios
o algo parecido.
— Tal vez haya cambiado de opinión.
— ¡Oh, qué bien, alguien te invitó!
— Dije "tal vez" — contesté, tajante.
— Hmmm — dijo Joseph —. Eso significa que todavía nadie te invitó, pero que te
anotaste en la comisión del Baile de Otoño en la esperanza de encontrar un
montón de personas que se mueren por ir y tampoco tienen acompañante.
Puse los ojos en blanco.
— ¿Alguna vez dije que me muero por ir? — pregunté —. ¿Lo hice?
¿Acaso esas palabras salieron de mi boca?
— No — admitió Joseph —. Sólo estoy adivinando.
— Bueno, pues no adivines.
— ¿Sabes una cosa? — susurró Joseph —. Puedo decir que eres la hija mayor porque
no te salen muy bien las réplicas. Decir: "Bueno, pues no adivines",
no hace más que incentivar mis deseos de burlarme de ti. Si tuvieras hermanos
mayores, serías más rápida en materia de...
— ¿De humillar a la gente? —Levanté una ceja.
— Exactamente — dijo Joseph en tono de aprobación —. Y ahora, si de
veras quieres que sigamos charlando, pregúntame qué pasó en mi baile de fin de
curso del primer año.
— Tal vez te asombres — repuse lentamente —, pero a mí no me
importa lo que pasó en tu baile de fin de curso de primer año.
—Vaya si me asombra —dijo Joseph —. Porque me sentí muy mal, y creo q tú
habrías estado muy complacida.
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