La chica temblaba como un cachorrito asustado, el color de sus mejillas
se había esfumado, Joe la veía más pequeña y frágil, parecía que en cualquier
momento se rompería, era diminuta y muy delgada.
La vio apoyar la mejilla en el
frío cristal del coche y cerrar los ojos, buscando un atisbo de cordura en todo
lo que sucedía.
Era muy buena actriz, pensó Joe, estuvo a punto de alzarla en brazos y pedirle
a chofer que los llevara al hospital, pero se contuvo. Su madrastra había
atrapado a su padre de la misma manera, mostrándose frágil y delicada para
luego mostrarse mordaz y olvidar que él existía.
Las facciones de su rostro se
tensaron en recordar como la noche después de que su padre muriera ella se
había colado en su habitación desnuda y dispuesta. Arpías, todas lo eran,
incluida la mujer que tenía al lado.
Entonces recordó que no sabía su nombre,
no sabía nada de la mujer que le había puesto en ese aprieto.
Aunque no se le había ocurrido nada mejor, su plan ya se estaba efectuando y
para cuando terminara, no necesitaría ni recordar su nombre.
-¿Cómo te llamas?- dijo en un tono bajo, intentando sonar lo más tranquilo y
relajado que podía. La observó mientras suspiraba y abría lentamente sus ojos,
unos ojos hechiceros de color violeta que lo marearon, pero ella no lo estaba
mirando, parecía mareada y miraba por la ventana junto a él.
- Demi...- Susurró muy bajito. Demi Hart. – Y volvió a cerrar sus ojos, su
rostro empezó a tornarse verde y Joe comprendió que no era ninguna actuación,
¡esa mujer estaba apunto de vomitar en su coche!
-¡Pare el coche! – Bramó al chofer, este se asustó ante su orden y tardó un
minuto en estacionar en un desvió de la carretera.
Joe bajo de prisa del coche,
dio la vuelta y abrió la puerta de la chica.
La ayudó a salir del coche y ella
mantenía los ojos cerrados por culpa del sol cegador. Ella se aferró a sus
hombros y estaba tiesa.
-Respira, mujer ¡Por Dios! – Ella abrió su pequeña boca y tomó aire para luego
soltarlo lentamente.
Apoyó su cabeza contra su pecho y Joe inspiro todo el
delicioso olor a frutas del bosque que desprendía su cabello, y disfrutó del
calor que desprendía ese cuerpecito contra el suyo y como este encajaba
perfectamente. Entonces ella se alejó y apoyó sus manos en el techo del coche y
se deslizó con cuidado en el asiento de nuevo.
-Yo no he hecho nada malo… déjeme ir, por favor.- Su voz sonaba casi rota,
herida, lo miraba con los ojos repletos de lagrimas que al parecer por orgullo
se negaba a soltar y el se lo agradecía, odiaba a las mujeres lloronas.
Apreciaba que se lo pidiera e intentara arreglar el lío en que lo había metido,
pero era demasiado tarde, no podía dejarla ir.
-Te propongo un trato que nos beneficiara a los dos. – Ella lo escuchó
atentamente.
– Serás mi prometida el próximo mes, harás lo que yo te diga sin
rechistar y luego te podrás ir, no sabrás nada más sobre lo ocurrido y tú vida
estará completamente alejada a lo que ocurra después respecto a mi. – la joven
frunció el seño y lo miró irónica.
-Solo parecen beneficios para usted.
-Oh, ya lo entiendo, quieres dinero. Pues lo siento bonita, ya lo has
estropeado mucho, no tocaras ni un centavo, no te saldrás con la tuya.
– Ella
apretó con fuerza sus manos en puño y los levanto no sin esfuerzo ya que se
veía agotada, sus mejillas estaban rojas y tenía la frente perlada de sudor,
aun así Joe la encontró fascinante.
- Es usted un cretino y un ególatra.
No me interesa su dinero, ¡Por mi si se lo
puede meter por…!- Masculló por lo bajo y respiró profundo.- Solo digo que no
creo que usted me deje ir tan fácil. ¿Cuál es el truco?
- No hay truco.
-No me lo creo. – Replicó y Joe se exasperó.
Nunca, ninguna mujer o persona le
había hablado de esa manera. La gente acataba sus ordenes y si no lo hacían
aceptaban sus consecuencias, y ahora una chiquilla que hacía un rato parecía
romperse le reprochaba como si no supiera quien era el, o lo peligroso que
podía llegar a ser.
- Cree lo que prefieras, ese es el trato, lo tomas o lo dejas. No pienso perder
el tiempo hablando contigo en mitad de la nada, al final vas a terminar
haciendo lo que yo te diga.
-¿podré marcharme como si nada después de que se acabe el mes? – preguntó con
su voz de nuevo baja y apoyándose en el coche. Joe cerró la puerta del coche y
volvió a su asiento.
-Solo si cumples mis normas. – Respondió él.
-Como no.- bufó ella. - ¿Cuáles son?
-Tienes que actuar más que bien, el mínimo fallo y tú estarás jodida. No quiero
que me repliques o retes cuando estemos con mi familia, harás el papel de dulce
prometida perdidamente enamorada y compartirás mi cama.
-¿Qué?- Casi gritó ella.
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