jueves, 17 de octubre de 2013

Camino a la Fama Capitulo 38



Él quiere, ella quiere.

La llamada de Josh le había marcado un nuevo objetivo, aun todo el cabreo y la confusión seguían estando allí, pero Joseph estaba dispuesto a patear todos esos asuntos a un lado por el bien de su propia sanidad mental. El plan era simple, Demi sólo bajaría la guardia si jugaba su carta de niño bueno. 

No había que ser un genio, ella sentía atracción hacia su persona quizás casi tanto como él. Y aunque en un principio se le había resistido, sabía que ahora ella no tenía la misma resolución que antes. Josh estaba en lo cierto, si Joseph realmente se lo proponía podía obtener cualquier respuesta de ella. Sólo tendría que tener tacto y hacerle creer que el terreno que pisaba estaba firme, entonces como un cazador que acecha a su presa, él la tendría de pie sobre un trampa camuflada y ella ni lo notaria.

Guiado por el espectacular aroma de la comida de su padre, se decantó por ir a echar un vistazo rápido en la cocina. Podría pensar y actuar mejor con el estómago lleno. Pero al cruzar la puerta de vaivén, se encontró con una escena inesperada. 

Al parecer Demi había terminado de jugar con la bañera, pues se encontraba sentada sobre la isla de la cocina, viendo a su padre cortar algo cerca de la estufa. Ella tenía el cabello húmedo y así casi parecía negro, se le rizaba en la parte inferior creando bucles que se esparcían por su espalda. Ya no llevaba el vestido, en cambio lucía una blusa verde agua y unos jeans desgastados que muy posiblemente pertenecían a su hermana. Él bajó la vista hasta sus pies, notando que llevaba las perneras dobladas como tres veces sobre sí. Definitivamente esa ropa era de Rebecca.
—Prueba esto—Le dijo su padre, ignorando por completo su presencia en la puerta.

Demi se inclinó para tomar lo que le ofrecía y luego se lo llevó a la boca con un gesto de anticipación casi infantil. Ella se quedó en silencio, mientras saboreaba lo que fuera que la hizo hasta lamerse la punta de los dedos. No le sorprendía, Darius tenía un talento envidiable para la comida.

— ¿Qué te parece?—Preguntó viéndola de soslayo.
—Está delicioso—respondió Demi con una sonrisa que pocas veces le regalaba a él. Curioso detalle.

—Te dije que el sabor del vino es casi imperceptible.
—Tenía razón—Joseph reposó su peso en el vano de la puerta, observando a distancia.

Darius continuó moviéndose de aquí para allá, cortando algo, salando otra cosa, probando la temperatura de la estufa y manteniendo la conversación con Demi. Un hombre multifunción. Atributo que siempre le había agradado de su padre.

—Esta receta es la favorita de Joseph—Él se puso alerta al oír su nombre, sabía que el olor se le hacía familiar “Muslos de pollo al vino con peras”. Bien, definitivamente su padre se llevaba un premio al mejor anfitrión.

—Jamás pensé en mezclar peras y vino, pero el resultado me agrada—Darius soltó una leve carcajada y él tuvo que reprimirla para no delatarse. El comentario de Demi era el típico de una persona que jamás puso un pie en una cocina. Al menos no para cocinar— ¿Siempre estuvo interesado en la gastronomía?

—Siempre—respondió orgulloso de su trabajo. Era bueno, no había razón para negar ese hecho—Sabes, tengo tres hermanas y mi madre intentó enseñarles a todas ellas a cocinar. Hasta el día de hoy ninguna sabe hervir agua, pero el don de la cocina terminó por manifestarse en estas dos manos, gracioso ¿no?—Ella rió en acuerdo.

—Bastante, pero no es una sorpresa. —Bajó la vista a su regazo, ligeramente avergonzada—Yo no puedo ni hacer huevo duro.

—Eso se puede solucionar. —Repuso Darius con convicción—Tal vez no termines siendo chef profesional, pero con algunas clases lo del huevo duro será tu fuerte—Ambos soltaron carcajadas y Joseph sacudió la cabeza reconociendo el humor de su padre.
—Sin duda esto de la cocina ayuda a ganar puntos.

—Oh claro, las personas caen rendidas a tus pies cuando saben que puedes alimentarlos—La expresión de Darius se tornó algo ausente, Joseph no estaba seguro de poder adivinar la dirección de sus pensamientos. —Creo que lo que conquistó a mi esposa, fue mi suflé y no mi bonito rostro. Algo deprimente si lo piensas con detenimiento.

—Estoy segura que fue un poco de ambas—Él le obsequió una sonrisa aceptando el cumplido. — ¿Cómo se llamaba?— Joseph se puso tenso ante el rumbo que tomaba la conversación.
—Helen.
—Bonito nombre—Darius asintió ausentemente y repentinamente pareció encontrar su ánimo extraviado.

—Era la peor en la cocina, lo juro, nunca podía encontrar nada y siempre terminaba por abandonar la lucha y sucumbir a los alimentos pre cocidos. —Al terminar su divague la mirada de su padre pareció viajar lejos de allí, Joseph apartó la vista con renuencia.
— ¿Hace cuánto que…?—Ella no terminó la pregunta, pero era obvio qué quería saber.
—Dieciséis años—Se volvió para sonreírle con amabilidad—Es sorprendente como pasa el tiempo de rápido.
—Lo siento mucho. —Él sacudió la cabeza restándole importancia, pero Joseph podía notar como encorvaba los hombros y perdía algo de brillo al pensar en su madre.
Darius no le hablaba de ella, en parte porque Joseph nunca le había preguntado nada. Sabía cómo había muerto y recordaba perfectamente la vez que lo llevaron hasta su habitación privada en el hospital, para que ella le dirigiera sus últimas palabras. Curiosamente no podía recordar que le había dicho. Tenía diez años en aquel momento, cualquiera pensaría que la
escena debería estar fresca en su memoria. Pero no lo hacía. Helen era un nombre sin sentido para él. Desde su muerte lo único que podía precisar sobre su madre era una sutil fragancia, estaba convencido de que ella olía a eso. Melocotones. Luego no había nada más, ni risas, ni instantes, ni raspones, ni besos, ni regaños, ni abrazos. Nada.
— ¿Alguna vez pensó en volver a casarse?—Preguntó Demi, notando que quizás la conversación sobre Helen estaba deprimiendo a Darius.
—Él no te aceptaría—respondió una voz detrás de ellos—Eres demasiado pequeña—Añadió Joseph, entrando en la cocina con su actitud arrogante y su sonrisa de superioridad. Ella brincó de la isla e intencionadamente se dirigió hasta la estufa donde se encontraba su futuro maestro de cocina.
—Veo que tu apetito encontró el camino—Comentó Darius mirando sobre el hombro a su hijo. Joseph hizo un gesto que no respondía nada y se robó una manzana del centro de mesa para ponerse a jugar con ella.
— ¿Le has puesto canela?—inquirió acercándose sigilosamente hacia la siniestra de su padre.
—Le he puesto canela—replicó él con una voz tranquila y comprensiva. Demi sonrió sin poder evitarlo, le agradaba Darius parecía el tipo de padre que todo el mundo querría.
— ¿Cuánto? Recuerda que me gusta…
—Sí lo sé, dos partes de canela y una de harina—Estaba claro para ella que ese ritual se repetía siempre que cocinaba eso. —De trigo y tamizada dos veces—Agregó justo cuando Joseph se proponía hacer otra pregunta.
—Bien—Le dijo con indiferencia, como si quisiera hacerle creer que no había adivinado su duda.


—Qué tal si te quedas revolviendo esto, mientras yo voy a la despensa por un vino para acompañar la comida— Demi asintió encantada con la idea, en tanto que tomaba la cuchara de madera y movía la cebolla picada y los muslos de pollo para que se cocieran correctamente. La perspectiva de sentirse útil en ese lugar, comenzaba a mostrar su lado amable. 

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