Él quiere, ella quiere.
La llamada de Josh le había
marcado un nuevo objetivo, aun todo el cabreo y la confusión seguían estando
allí, pero Joseph estaba
dispuesto a patear todos esos asuntos a un lado por el bien de su propia
sanidad mental. El plan era simple, Demi sólo bajaría la guardia si
jugaba su carta de niño bueno.
No había que ser un genio, ella sentía atracción
hacia su persona quizás casi tanto como él. Y aunque en un principio se le
había resistido, sabía que ahora ella no tenía la misma resolución que antes.
Josh estaba en lo cierto, si Joseph
realmente se lo proponía podía obtener cualquier respuesta de ella. Sólo
tendría que tener tacto y hacerle creer que el terreno que pisaba estaba firme,
entonces como un cazador que acecha a su presa, él la tendría de pie sobre un
trampa camuflada y ella ni lo notaria.
Guiado por el espectacular aroma
de la comida de su padre, se decantó por ir a echar un vistazo rápido en la
cocina. Podría pensar y actuar mejor con el estómago lleno. Pero al cruzar la
puerta de vaivén, se encontró con una escena inesperada.
Al parecer Demi había terminado de jugar con la
bañera, pues se encontraba sentada sobre la isla de la cocina, viendo a su
padre cortar algo cerca de la estufa. Ella tenía el cabello húmedo y así casi
parecía negro, se le rizaba en la parte inferior creando bucles que se
esparcían por su espalda. Ya no llevaba el vestido, en cambio lucía una blusa
verde agua y unos jeans desgastados que muy posiblemente pertenecían a su
hermana. Él bajó la vista hasta sus pies, notando que llevaba las perneras
dobladas como tres veces sobre sí. Definitivamente esa ropa era de Rebecca.
—Prueba esto—Le dijo su padre,
ignorando por completo su presencia en la puerta.
Demi se inclinó para tomar lo que le
ofrecía y luego se lo llevó a la boca con un gesto de anticipación casi
infantil. Ella se quedó en silencio, mientras saboreaba lo que fuera que la
hizo hasta lamerse la punta de los dedos. No le sorprendía, Darius tenía un
talento envidiable para la comida.
— ¿Qué te parece?—Preguntó
viéndola de soslayo.
—Está delicioso—respondió Demi con una sonrisa que pocas veces le regalaba a él. Curioso
detalle.
—Te dije que el sabor del vino es
casi imperceptible.
—Tenía razón—Joseph reposó su peso en el vano de la
puerta, observando a distancia.
Darius continuó moviéndose de
aquí para allá, cortando algo, salando otra cosa, probando la temperatura de la
estufa y manteniendo la conversación con Demi. Un hombre multifunción.
Atributo que siempre le había agradado de su padre.
—Esta receta es la favorita de Joseph—Él se puso alerta al oír su
nombre, sabía que el olor se le hacía familiar “Muslos de pollo al vino con
peras”. Bien, definitivamente su padre se llevaba un premio al mejor anfitrión.
—Jamás pensé en mezclar peras y
vino, pero el resultado me agrada—Darius soltó una leve carcajada y él tuvo que
reprimirla para no delatarse. El comentario de Demi era el típico de una persona que
jamás puso un pie en una cocina. Al menos no para cocinar— ¿Siempre estuvo
interesado en la gastronomía?
—Siempre—respondió orgulloso de
su trabajo. Era bueno, no había razón para negar ese hecho—Sabes, tengo tres
hermanas y mi madre intentó enseñarles a todas ellas a cocinar. Hasta el día de
hoy ninguna sabe hervir agua, pero el don de la cocina terminó por manifestarse
en estas dos manos, gracioso ¿no?—Ella rió en acuerdo.
—Bastante, pero no es una
sorpresa. —Bajó la vista a su regazo, ligeramente avergonzada—Yo no puedo ni
hacer huevo duro.
—Eso se puede solucionar. —Repuso
Darius con convicción—Tal vez no termines siendo chef profesional, pero con
algunas clases lo del huevo duro será tu fuerte—Ambos soltaron carcajadas y Joseph sacudió la cabeza reconociendo
el humor de su padre.
—Sin duda esto de la cocina ayuda
a ganar puntos.
—Oh claro, las personas caen
rendidas a tus pies cuando saben que puedes alimentarlos—La expresión de Darius
se tornó algo ausente, Joseph no
estaba seguro de poder adivinar la dirección de sus pensamientos. —Creo que lo
que conquistó a mi esposa, fue mi suflé y no mi bonito rostro. Algo deprimente
si lo piensas con detenimiento.
—Estoy segura que fue un poco de
ambas—Él le obsequió una sonrisa aceptando el cumplido. — ¿Cómo se llamaba?— Joseph se puso tenso ante el rumbo
que tomaba la conversación.
—Helen.
—Bonito nombre—Darius asintió
ausentemente y repentinamente pareció encontrar su ánimo extraviado.
—Era la peor en la cocina, lo
juro, nunca podía encontrar nada y siempre terminaba por abandonar la lucha y
sucumbir a los alimentos pre cocidos. —Al terminar su divague la mirada de su
padre pareció viajar lejos de allí, Joseph
apartó la vista con renuencia.
— ¿Hace cuánto que…?—Ella no
terminó la pregunta, pero era obvio qué quería saber.
—Dieciséis años—Se volvió para
sonreírle con amabilidad—Es sorprendente como pasa el tiempo de rápido.
—Lo siento mucho. —Él sacudió la
cabeza restándole importancia, pero Joseph
podía notar como encorvaba los hombros y perdía algo de brillo al pensar en su
madre.
Darius no le hablaba de ella, en
parte porque Joseph nunca le
había preguntado nada. Sabía cómo había muerto y recordaba perfectamente la vez
que lo llevaron hasta su habitación privada en el hospital, para que ella le
dirigiera sus últimas palabras. Curiosamente no podía recordar que le había
dicho. Tenía diez años en aquel momento, cualquiera pensaría que la
escena debería estar fresca en su
memoria. Pero no lo hacía. Helen era un nombre sin sentido para él. Desde su
muerte lo único que podía precisar sobre su madre era una sutil fragancia,
estaba convencido de que ella olía a eso. Melocotones. Luego no había nada más,
ni risas, ni instantes, ni raspones, ni besos, ni regaños, ni abrazos. Nada.
— ¿Alguna vez pensó en volver a
casarse?—Preguntó Demi, notando que quizás la
conversación sobre Helen estaba deprimiendo a Darius.
—Él no te aceptaría—respondió una
voz detrás de ellos—Eres demasiado pequeña—Añadió Joseph, entrando en la cocina con su actitud arrogante y su
sonrisa de superioridad. Ella brincó de la isla e intencionadamente se dirigió
hasta la estufa donde se encontraba su futuro maestro de cocina.
—Veo que tu apetito encontró el
camino—Comentó Darius mirando sobre el hombro a su hijo. Joseph hizo un gesto que no respondía
nada y se robó una manzana del centro de mesa para ponerse a jugar con ella.
— ¿Le has puesto canela?—inquirió
acercándose sigilosamente hacia la siniestra de su padre.
—Le he puesto canela—replicó él
con una voz tranquila y comprensiva. Demi sonrió sin poder evitarlo, le
agradaba Darius parecía el tipo de padre que todo el mundo querría.
— ¿Cuánto? Recuerda que me gusta…
—Sí lo sé, dos partes de canela y
una de harina—Estaba claro para ella que ese ritual se repetía siempre que
cocinaba eso. —De trigo y tamizada dos veces—Agregó justo cuando Joseph se proponía hacer otra pregunta.
—Bien—Le dijo con indiferencia,
como si quisiera hacerle creer que no había adivinado su duda.
—Qué tal si te quedas revolviendo
esto, mientras yo voy a la despensa por un vino para acompañar la comida— Demi asintió encantada con la idea, en tanto que tomaba la cuchara
de madera y movía la cebolla picada y los muslos de pollo para que se cocieran
correctamente. La perspectiva de sentirse útil en ese lugar, comenzaba a
mostrar su lado amable.
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