Y si la vida te da…
Su madre solía decirle que si la
vida le daba limones, hiciera limonada. Pero ¿Si la vida te da rocas? ¿Acaso
las exprimes y vez que sale o se las avientas al primer idiota cerca?
— ¿En serio, Demi?
—En serio, Joseph—Confirmó sin mover un musculo.
Él había dado la vuelta para
abrirle la puerta, pero ella no tenía planes próximos de bajarse o seguirlo al
interior de la casa. O sea ¡Vamos! Incluso ella tenía algo de respeto por su
persona.
Si cedía en esa cuestión ¿Qué vendría después? ¿Dejarse encadenar en
el sótano? ¡No! Él la creía culpable, lo lógico sería negarle la palabra y
mostrarse tan ofendida como se estaba sintiendo.
—Baja del auto.
—Lo hare cuando te hayas
marchado—Él presionó la mandíbula, claramente perdiendo la paciencia.
—Baja.
—No.
—Ya.
—No—Pero esa última palabra casi
termina por atorársele en la boca, cuando Joseph la tomó de un brazo y la jaló con la delicadeza de un
gorila en celo. — ¡Hey!
—Te lo pedí bien—Ella se removió
tratando de liberarse, no lo logró. La fuerza de ese hombre era algo con lo que
no había contado, Joseph si
quería podía cargarla con un brazo y conducir al mismo tiempo. Maldito imbécil.
— ¡Suéltame!
No recibió ninguna respuesta, por
lo que a regañadientes lo siguió por el sendero de piedras hasta llegar a la
entrada de una casa solariega que, literalmente, quitaba el aire.
Era esos
tipos chalets con techos de tejas rojas y paredes de maderas, la clase de casas
en donde uno puede tirarse en cualquier esquina al amparo de las sombras y
simplemente divagar. No le sorprendió en lo absoluto que Joseph fuese escritor.
Creciendo en
ese ambiente eres un escritor, bohemio, filósofo o ebrio afortunado. No había
muchas más opciones. Aun así era la típica casa de un niño rico. Al mirar ese
lugar, las primeras palabras que llegaban a su mente eran: lujoso y costoso.
— ¿Quieres soltarme? Puedo
caminar sola.
—Apuesto que sí—respondió burlón,
sin ni siquiera volverse.
—Estas siendo un idiota—Le
advirtió en tanto que la puerta se abría ante ellos. Él le lanzó una mirada
acalladora, algo que a Darius no se le paso por alto, por supuesto.
— ¿Pasa algo?
—Nada—La soltó apenas cruzaron el
umbral, casi tumbando al hombre de barba que los había recibido con una
sonrisa.
—Hola Demi—La saludó seguramente notando la
irritable actitud de su hijo y decidiendo ignorarlo. ¿Quién podría culparlo?
—Señor Rhone ¿Me permitiría usar
su teléfono?—Él le hizo un ademan invitándola a entrar, mientras ella veía como
Joseph se perdía por uno de los
pasillos hasta que finalmente salió de su campo visual.
—Aquí está el teléfono, pequeña.
Y por favor llámame Darius—Demi sonrió sin poder evitarlo,
después de todo se podía obtener algo de cordialidad de un Rhone.
Definitivamente Joseph no había heredado su mal humor
de su padre, aunque difícilmente podría pensar que toda su animosidad viniera
por parte de su madre.
El hecho de que no supiese absolutamente nada de ella,
como ¿Dónde estaba? ¿Cómo se llamaba? O si siquiera estaba viva, la hacía creer
que quizás la mujer era culpable de algo.
Aunque ¿Cómo afirmarlo? Joseph jamás le había hablado de ella.
Reforzando la teoría de que quizás, sí había nacido de un repollo. Se llevó el
auricular al rostro y marcó el número que más rápido acudió a su cerebro, el de
Fiona por supuesto. El tono no sonó más de dos veces cuando una mano se apoderó
del teléfono y le colgó la llamada a la fuerza.
— ¡Oye!—exclamó más que enrabiada
por esa actitud tan infantil— ¿Qué demonios te crees?
— ¿Qué haces?
—Hago una llamada, tu padre me lo
permitió.
—Pues yo no—Le respondió con esa
sonrisita de superioridad que ya comenzaba a encender su ira.
Demi estaba dispuesta a comprender su enfado, estaba dispuesta a
dejarlo que se enfriara un poco para luego poder hablar como seres civilizados.
Pero Joseph, realmente se estaba
esforzando por echar a pique su fuerza de voluntad.
Era como si internamente,
él quisiera fastidiarla por la simple razón de encontrarlo divertido o
sugestivo ¿Quién sabe? Mas tratándose de la mente retorcida de ese hombre.
—Me voy a mi casa, me dejes o no
hacer la llamada.
—Es una caminata de hora y
media—Él tenía razón, Darius vivía fuera de la ciudad en su bonito chalet
alejado de la ajetreada y escandalosa Londres. Si bien el paseo hasta allí se
veía estupendamente bien, caminarlo no era ni remotamente tan atractivo como
parecía. Y menos con ese vestido arrugado que llevaba o sus muy poco prácticos
tacones.
—Entonces pídeme un taxi—Joseph apoyó una mano en la pared a
sus espaldas, inclinándose sutilmente hacia ella. Demi se apretó un poco contra la
mesa, casi sentándose sobre el teléfono.
—No.
—Joseph, pídeme un taxi—Insistió sin encontrarle sentido a esa
charla, él bajó incluso más.
—No—Le susurró casi rozando su
boca al hablar.
Demi inconscientemente se humedeció los labios y él siguió el
movimiento con la mirada destellando deseo. Hacía falta un leve empujón
por parte de cualquiera de los
dos y ellos se encontrarían como la noche anterior, descubriendo el sabor en la
boca del otro. Pero Demi estaba molesta, no podía dejarse
enmudecer por el magnetismo de su cuerpo. Aunque a nada estuvo de permitirse
una recaída. Ahora era famosa, las recaídas estaban de moda.
Se apartó.
—El taxi—Le recordó, como si
aquella conversación hubiese tenido parte ocho días atrás. ¿Por qué ocho y no
diez? Bueno ella pertenecía al club que se preocupaba por la mantención de las
curvas pronunciadas.
De allí que religiosamente injería su dotación diaria de
pastelillos con cobertura rosa.
—No te vas a ir a ninguna
parte—Él bajó su brazo y dio un paso atrás.
— ¿Qué?—inquirió deteniéndose a
analizar aquello— ¿Qué demonios estas diciendo?
—Estoy diciendo que de aquí no te
vas—Le respondió, mostrándose exasperado. ¿Él estaba exasperado? ¿Cómo debería
estar ella?
—Aguarda un segundo ¡Tú no puedes
detenerme aquí!
—Puedo ¿Acaso no lo ves? Si te
pones difícil, no tengo problemas en amarrarte. — ¡Oh por Dios! La teoría de
que la encadenarían en el sótano, llenó su mente como un caudal de río
desbordado.
— ¡Eso es secuestro!— ¿Acaso él
no se daba cuenta de lo que decía?
—Más bien es retención en contra
de tu voluntad— Demi abrió la boca, por un instante
incapaz de decir algo que no llevara la frase “hijo de puta” como precursor.
— ¿¡En que mierda se diferencia!?
—En que suena más bonito como yo
lo digo—Ah ok, si no la estuviese secuestrando incluso tal vez reiría por esa
justificación.
—Joseph ¡Estas demente! Me voy a mi casa—Con toda la dignidad que
podía tener en su vestido arrugado, emprendió el camino hacia la puerta
principal.
No llegó a dar ni tres pasos,
cuando sintió su mano cernirse alrededor de su muñeca para luego volverla de un
solo tirón. Él posicionó su boca junto a su oído y la respiración de Demi se disparó automáticamente, reaccionando a su cercanía como si
fuesen viejas conocidas.
—Si intentas salir por esa
puerta…—susurró con una verdadera nota de amenaza en su voz—No respondo por mis
actos. —Ella se apartó lo suficiente para verlo a los ojos. La mirada que le
ofreció le dejo todo claro, él realmente no bromeaba. La iba a mantener allí le
gustara o no.
—Joseph…—La silenció posando un dedo sobre su boca.
—Hasta que sepa quien fue, tú no
te vas de aquí—Demi pasó saliva y sacudió la cabeza.
—Yo no lo hice—Le dijo tratando
de reflejar la verdad en su voz.
Joseph la miró por un segundo, hasta
que sus ojos azules como el hielo parecieron perder la dureza de momentos
antes. Vaciló un instante bajando la vista a su boca y nuevamente la enfrentó.
La nota de furia volvía a enmascarar sus rasgos, tragándose cualquier otra
emoción de empatía.
—Espero que no—Y tras decir
aquello se dio la vuelta, para luego tomar unas escaleras que ascendían por el
lateral izquierdo de la casa.
Ella se mantuvo de pie en el
recibidor sin saber cómo reaccionar. Finalmente Darius fue en su rescate,
mostrándose completamente hospitalario. Demi iba a admitir que para ser un secuestro, el lugar estaba
de muerte.
Quizás y se dejaba secuestrar con más frecuencia.
Si bien intentó esconder la confusión
que se desataba en su interior, una vez que se excusó para tomar una ducha y
ponerse más cómoda —todo en aras de hacer que su anfitrión no se sintiera
mal—no pudo engañarse por mucho tiempo más. No tenía idea cual sería su próximo
movimiento. Por un lado quería entender o buscar una maldita explicación, por
el otro pensaba en Joseph y se
quería golpear a si misma por andar de bobalicona con él.
Sí era guapo, pero
ella tenía más control que eso. No podía andar babeando cada superficie, cuando
él decidía ponerse más cerca de lo que admitía la decencia. Y eso era tan
frustrante.
Joseph estaba
molesto con ella y jugaba con la atracción que sentía por él, solo para hacerla
sentir mal. Demi ya había descubierto su truco. Y
lo odiaba por eso. Y diablos, también le gustaba tanto. ¡Malditas hormonas! No
se puede vivir de este modo.
Descorrió las cortinas con furia,
encontrándose con una piscina de tamaño olímpico del otro lado. Parte de su
frustración, se aliviano frente a esa visión. Toda su vida había soñado con
tener una bañera que hiciera masajes, y finalmente llegó a ella producto de un
secuestro. Esto tenía su lado bueno después de todo. Quizás hasta podría hacer
un clavado en esa cosa y no tocar su fondo.
—Oh pues, tendré que
descubrirlo—Se dijo así misma mientras dejaba correr el agua y se permitía
apreciar el vaho humedeciendo las paredes y llenando todo el aire con su espesa
cualidad de luces y sombras. Faltaban las burbujas y ella comenzaría a fingir
el síndrome de Estocolmo.
Notó que una brisa se colaba por
una pequeña ventana, echando a perder su ambiente climatizado. Fue hasta ella y
se impulsó sobre las puntas de sus pies para cerrarla, entonces escuchó un
sonido a sus espaldas.
—Tu trasero no pasaría por ahí,
así que ni lo intentes—Ella dio un respingo y se volvió completamente
estupefacta. ¿Qué había dicho de su trasero?
— ¿Qué demonios haces aquí?
—Te echo un ojo—Vaya ¿Estaba
lloviendo honestidad y no le habían avisado?
—Te puedes ir, pienso darme una
ducha—Joseph observó la bañera y
luego a ella.
—Al menos que el concepto de
ducha haya cambiado últimamente, pienso que el tuyo necesita una redefinición.
—Oh bien, la vi y no pude
resistirme. Demándame—Él sonrió. Fue rápido, involuntario y totalmente
encantador.
—Tal vez lo haga—Y con eso echó
los resquicios de esa cautivadora sonrisa al retrete.
—Bien, mientras analizas los pros
y contras sobre esa decisión…—Avanzó para tomarlo de un brazo y empujarlo hacia
la puerta—Yo voy a disfrutar de esa bañera. Si no te molesta, algunos de
nosotros tenemos mejores cosas que hacer que andar de ogros por la casa.
—No te pongas demasiado cómoda—Ella
se detuvo en seco.
.
— ¿Qué quieres decir?— ¿Qué
podían significar esas enigmáticas palabras? ¿Había descubierto quien había
vendido la foto? ¿Ya estaría exonerada? ¿Podría tomar su baño antes de que la
corriera?
Las dudas quedaron flotando junto
al vapor del agua caliente, Joseph
terminó de llevarse a sí mismo hacia la salida y con un certero golpe de
puerta, la dejó sola para que tomara su baño.
Demi quiso salir para seguir
increpándolo, pero en vez de eso se dio la vuelta, se quitó su vestido y se
hundió en el agua con la temperatura justa.
Al carajo los hombres, ella tenía
esa cosa masajeándole en partes que ningún hombre sabría apreciar. ¿Quién necesitaba
a Joseph teniendo esa bañera?
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