-¿¡YO!?- murmuró Demi.
Joe quería matarla, quería agarrarla del cuello y estrangularla, pero lo que
más deseaba era devorarle esa boca perfecta que estaba inflamada por sus besos
y que lo había puesto duro en un instante.
Al mirarla mejor la reconoció, era
una de las recién graduadas, aunque parecía más una monja que una
universitaria.
Parecía tan casta y pura, una flor inocente con un rostro angelical y un alma
fría como el hielo y el que se consideraba frío se murmuró con ironía.
Había sido un estúpido beso, delante del que al parecer era el fotógrafo del
Seattle Times, reconocía al chico.
-¡Mierda, mierda, mierda!- masculló moviéndose imperativo por el pasillo.
Cuando se despertara a la mañana siguiente saldría en el periódico y sus
hermanos se enterarían igual que su madrastra. Solo pensar en Anastasia le
ponía los pelos de punta.
Clavó la vista en la culpable de sus recientes
problemas, temblaba apoyada contra una de las paredes y se miraba esos
horribles tacones de color negro con la punta desgastada.
Había sido una gran
actriz, muchas mujeres habían intentado cazarlo pero ninguna lo consiguió, no
se consideraba un hombre para el compromiso, amaba y respetaba a las mujeres,
pero también disfrutaba de su cuerpo y su presencia.
Pero en ese momento las
odiaba a todas, aparte del gran rencor que guardaba hacía su madre por haberlo
abandonado, a sus cinco madrastras que solo conseguían arruinar un poco más la
vida de su padre y sacarle dinero, estaba Anastasia una mujer despiadada que lo
único que quería era apoderarse de todo lo que por sangre y sudor le
correspondía a él y al final estaba ese ratoncillo tembloroso que se la había
jugado.
Se acercó a ella a paso firme y la tomó del hombro, ella jadeó asustada
y colocó sus pequeñas manos en sus hombros, Joe inclinó la cabeza para que ella
pudiera ver lo furioso que estaba.
-Eres una víbora. ¿Qué pretendes conseguir con todo esto fulanita?- gruñó.
Demi estaba asustada y ese hombre le estaba haciendo daño. Ella quería escapar,
salir huyendo y no volver a recordar nada de lo ocurrido jamás.
-Yo...- tenía la garganta seca y un enorme nudo en el estómago y el pecho que
le evitaba respirar con regularidad.
-¿Te has mordido la lengua? - el hombre rió y su risa sonó tan falsa como los
labios de Hanna. - Espero que te hayas divertido porque ahora empieza tu
calvario.
-¿De...de que esta ha...hablando?- susurró ella bajando la vista y mirando sus
zapatos. Le dolían los hombros y él le estaba clavando las manos en los
hombros.
-No te hagas la mosquita muerta, bonita.- El levantó con un dedo su barbilla y
le enseñó la sonrisa más fría y cínica que hizo que toda Demi se helara y
temblara de miedo. - Nadie juega con Joe Jonas.
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