Ella se volteó un segundo para
notar a Joseph de pie en el
centro de la cocina, mirando la puerta por la que había salido Darius. No podía
precisar que veía en su rostro, parecía que por un instante una nota de dolor
atravesó sus ojos azules.
Pero era algo nuevo, no era la clase de dolor que
ella había visto en otras ocasiones, él parecía triste. Verdaderamente triste.
La teoría de que Joseph llevaba
más tiempo en la cocina de lo que ellos creían, la golpeó sin previo aviso.
Volvió a escrutarlo con
detenimiento y no le cupo duda, él sí había estado escuchando su conversación
con Darius. ¿Se sentiría mal por eso? ¿O su dolor provenía de otra parte?
— ¿Estas bien?—Le preguntó
obligándolo a mirarla. Al instante su expresión se recompuso, como si
repentinamente hubiese notado que no se había quedado solo esos segundos.
—Perfectamente—No había fuerza en
esa aseveración, Demi enarcó ambas cejas en duda y él
sonrió pasando por alto su gesto. —Terminaras por marear esa comida—Se acercó y
desde su espalda tomó la cuchara,
envolviendo su mano en el
proceso. Luego simplemente dio vueltas el pollo y tras cargar una pequeña
cantidad de salsa, se inclinó por su lateral para llevársela a los labios.
En ningún momento la tocó más
allá del contacto de sus manos, pero el calor de su cuerpo prácticamente
reclamaba todo el aire puro a su alrededor. Ella no tenía que tocarlo para ser
consciente de su presencia, de su colonia y de su mirada fija en el perfil de
su rostro. Sacudió la cabeza escapando de sus ojos, él solo quería fastidiarla
o ponerla nerviosa, pero ella también tenía cartas en esa mano. Estaba harta de
esa actitud avasalladora, Demi no era una niña que se dejaba
manejar por el muchachito guapo. Debía atacar también y esperar bajarle esos
aires de superioridad.
— ¿Cómo era tu madre?—Joseph no se movió, la mano que
sostenía la suya aflojó su amarre notoriamente y Demi supo que lo tenía atrapado. Aun
no existía ser humano vivo sin punto débil y por supuesto que él no sería la
excepción. ¿Estaba siendo maliciosa al ponerlo incomodo? Tal vez, pero no se
podía decir que él era un completo santo.
—Le falta sal—Evasiva número uno.
Joseph la soltó y se dirigió hacia
donde ella suponían guardaban la sal. Demi lo siguió con la mirada, dándole
a entender que aun esperaba una respuesta. Él la ignoró.
—Darius parecía amarla mucho—Pasó
junto a ella para echarle la sal a la salsa, luego le dio la espalda con
metódica indiferencia. —Nunca me hablaste de ella, parecía una gran mujer.
Finalmente Joseph la enfrentó, sus ojos azules
lucían molestos, con una nota de incredulidad que rayaba en lo irónico. Como si
le preguntara sin palabras ¿Por qué? Eso era lo que ella veía, la duda, la ira
y el dolor todos mezclados en una misma mirada. Su plan tambaleó notoriamente
ante eso, no quería lastimarlo, pero él tampoco le daba opciones al tenerla de
prisionera en su casa ¿verdad?
¿Acaso Joseph no la lastimaba con sus acusaciones? ¿Acaso ella no tenia
derecho a buscar defenderse de alguna forma? Tal vez irse por ese lado no era
lo más apropiado, pero debía poner un alto a todo ese absurdo. La gente normal
no secuestraba a sus colegas, la gente normal ciertamente no se planteaba
amenazar a alguien y cinco minutos después arrinconarlo en la cocina. Joseph necesitaba unas clases de gente
normal y con urgencia.
— ¿Qué quieres Demi? —Inquirió con tirantes en su
voz — ¿Vamos a jugar a los psicólogos? ¿Cómo es esto?—Se detuvo a pocos
centímetros de ella, su máscara de condescendencia había tomado sus rasgos una
vez más. — ¿Tú preguntas? ¿Yo pregunto?—Avanzó un paso más—Porque si mal no
recuerdo, aquí a la que le haría falta alguna charla sobre madres es a ti.
—Joseph, solo…
—No—La silencio alzando una mano—
¿Quieres jugar? Juguemos—Una nota burlona decoraba su timbre—Veamos, pregunta
número uno ¿Cuántos amantes tuvo tu madre?—No la dejo abrir la boca, añadiendo:
—La mía solo estuvo con mi padre, murió cuando yo tenía diez años. Creo que en
eso gana la tuya— Demi frunció el ceño, lista para abofetearlo pero una fuerza
sobrehumana la detuvo. Algo le advertía que aquello era de
esperarse. Cuando Joseph escuchaba algo que no lo hacia
feliz, saltaba justo a la yugular de su interlocutor.
—Eso no es gracioso—replicó con
voz dura.
— ¿No? A mí me parece muy
educativo en verdad. —Ella apartó la vista renuente a seguir con esa
conversación absurda, estaba claro que Joseph
seguiría siendo él hasta el final. ¿En qué pensaba al creer que podía
castigarlo de algún modo? Joseph
la tomó por la barbilla, claramente él aun tenía más que decir—Segunda
pregunta…
—Basta, Joseph.
— ¿Con cuántos hermanos compartes
padre? Yo con mi única hermana ¿Tú?—hizo un gesto como si pensara la
respuesta—Con ninguno ¿verdad? Hm eso no habla bien de ti, Demi, eso no habla bien de tus
raíces.
Eso lo sintió como un golpe a su
autoestima, una cosa era que hablara de su madre otra diferente era que la
pusiera a su misma altura. Ella mas que nadie sabia de donde venia y que él
usara eso para lastimarla, dolía mas que cualquier insulto o golpe que hubiera
recibido antes.
—Suficiente. —Le espetó en un
susurró contenido.
—Tercera pregunta.
— ¡Basta!—Él puso ambas manos a
sus laterales, acorralándola contra la encimera, su expresión una cruda
advertencia.
—La próxima vez que quieras jugar
conmigo, escoge mejor el tópico, Demi. Está claro que en este tema, tu
llevas las de perder—Se dio la vuelta para salir de la cocina, ella tomó una
profunda inhalación antes de encontrar su voz.
—Eres un imbécil—Joseph se volvió para fulminarla con
la mirada, pero eso no la amilano—Tal vez mi mamá sea una puta, pero es la
única que tengo y no te permito que hablas así de ella. —Él se encogió de
hombros como toda respuesta. —Sabes qué Joseph,
muérete.
— ¡Que dura!—Demi sacudió la cabeza y dejando la
cuchara a un lado se dirigió a la puerta de vaivén. — ¡Demi!—La llamó, como si tuviera algún
derecho a que le devolviera la atención.
—No me toques—Se liberó de él tan
rápido como la había rozado. —Ni se te ocurra tocarme.
— Demi…—Joseph la
siguió por el pasillo, volviéndola a tomar del antebrazo—Detente ¿Quieres?—Ella
lo miró pestañando con fuerza, no le iba a dejar ver lo que sus palabras le
causaban—Lo siento. Demi…
—Te odio.
—No, no me odias—Le alzó el
rostro para que lo mirara, ella le golpeó la mano— ¿Estas llorando?
— ¿Esto?—dijo tocándose una
lagrima—No, esto es resultado de una mala cirugía. —Mintió tratando de sonreír,
aunque lejos de eso quedo su mueca. Muy lejos.
—Venga, niña no era mi intención.
—No soy niña y si era tu
intención—Él negó con vehemencia, volviendo a aferrar su barbilla. ¡Que hombre
más insistente!
—No quería hacerte llorar, es
que…—Demi enarcó las cejas aguardando,
dado que no tenia muchas mas opciones. —Me tomaste con la guardia baja. —Ella
apartó la mirada, mordiéndose el labio para no admitir
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