viernes, 2 de agosto de 2013

Marido De Papel Capitulo 31





Ella lo miró a los ojos.
—Bueno, no, creo que no. Eres bastante anticuado como para hacerlo.
Él asintió.
—Entonces, ¿cómo podría haber hecho el contigo ni siquiera una vez, si realmente estuviera enamorado de Betty?

—Estoy segura de que la mayoría de los hombres habrían rechazado algo que se les ofreciera.

—Estamos hablando de mí. ¿Lo haría yo?
Ella hizo una mueca.
—No.
—Ese es el caso, hacer el amor contigo, ¿no es igual que si te declarara mi amor?
Lo era. Ella respiró con fuerza.

—Oh, Dios mío. Nunca lo miré de esa forma.
—Tampoco yo me di cuenta hasta que estaba en Corpus Christi, —admitió—. Me sentía culpable y tenía remordimientos, estaba desilusionado y nos negué la felicidad a los dos.

 Pero al final, volví porque te quería. Y tú no estabas allí —sonrío tristemente—. Pensaba que lucharías contra Betty. Nunca esperé que huyeras.

—Pensaba que no me querías. Las mujeres solo pelean cuando se sienten queridas. Yo no me sentía así —lo miró a los ojos, fascinada—. No estoy segura de que te hubiera gustado que lo hiciera… ¿no?
Hizo una mueca.
—Realmente, no.
— ¡Oh!

—Pero yo si podría hacerlo. Si el asunto fuera importante para mí —bajo la vista hacia su estómago—. Supongo que a los niños también les gusta escucharlo, ¿no?
Ella asintió.
—Siempre.
Joe  se aclaró la garganta y dijo.

—Muy bien. Dame un minuto para hacerme a la idea.
Ella sonrió, emocionada y encantada.
—Tienes todo el que necesites.
—Muy bien… Te quiero.
Ella arqueó las cejas.

—Te quiero, —repitió, y esta vez sonaba muy serio. Miró hacia abajo, asombrado—. Claro que sí —susurró roncamente—. 

Con todo mi corazón, Demi, incluso aunque no me haya dado cuenta.
Ella se acercó y apoyó su cara en su pecho, ronroneando como un gatito—. Yo también te quiero, Joe.

Sonrío torcidamente, mirando fijamente a la puerta por encima su cabeza. Nunca pensó que fuera tan fácil confesar sus sentimientos más profundos. No lo había hecho nunca, ni siquiera con Betty. Sus brazos la apretaron.

—Supongo que no somos los primeros que han caído rendidos ante el amor.
—Sin embargo, así parece ¿no? —dijo perezosamente—. ¡Oh, Joe, cuanto me gustaría que papá estuviera vivo para que lo supiera.
Joe acariciaba su pelo con la mano.
—Él sabe, Demi, —dijo en voz baja, con su voz profunda, tranquila y cariñosa—. De alguna manera, estoy seguro de que lo sabe.
Ella se acercó más.

—Es posible que los sepa.

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